Conocí a María en un bar de copas en el que me
refugié una tarde que me fui de casa harto de Raquel y los niños. Ella
histérica todo el rato y ellos gritando como locos. María estaba sola en un
rincón, algo que en lugar como aquel, lleno de gente bebiendo sin medida,
resultaba bastante insólito. Me acerqué a saludarla y le dije que era una mujer
preciosa. Ella me miró, y por sus ojos enseguida me di cuenta de que debía
estaba enferma o loca. O quizás simplemente deprimida, y lo anterior era solo
una impresión del momento que atravesaba. Me dio las gracias tímidamente y me
rogó que me sentara a su lado. Lo hice y casi de inmediato me dijo que se
sentía mal y que solo había una forma de solucionarlo. Luego me pidió, casi me
suplicó, si podía invitarla a un whisky. Cuando se lo trajeron-yo pedí otro-se
lo bebió de un trago y me aseguró que lo necesitaba, porque de otra manera no
sería capaz de confiarme su secreto. Me quedé mirándola asombrado y supuse que
Raquel debía estar acordándose de mi con algo más que rabia, pero entonces
María me miró directamente a los ojos y me aseguró que me necesitaba, que nunca
había estado con un hombre y que al verme por fin se había decidido. Yo le
parecía la persona ideal. Salimos del bar y nos metimos en un hotelito de las
inmediaciones. Estuvimos haciéndolo hasta el amanecer. Estaba claro que María
me había engañado, pero me enamoré perdidamente de ella aquella noche.
Rubén era una persona extraordinariamente rigurosa,
amante del detalle hasta tal punto que los que le conocíamos llegamos a pensar
que su vida debía ser un infierno. Para él, la exactitud y la precisión de
todos sus actos revestían un carácter sagrado. Nada podía ser realizado de una
forma imperfecta. Por poner solo dos ejemplos a los que todo el mundo está
acostumbrado. Si en cualquier momento Rubén era invitado a sentarse con otras
personas a una mesa, el mero hecho de hacerlo se convertía para él en una
tortura insufrible, pues en su opinión uno no puede sentarse de cualquier
manera, sino de acuerdo con las prescripciones de los más famosos traumatólogos
y ortopedistas. La espada recta, las rodillas juntas, los brazos relajados,
etc. Y si ya sentado en una posición que él juzgara digna, se le invitaba a
comer, la situación podía adquirir el carácter de apocalíptica. En primer lugar
exigía que los cubiertos y la vajilla estuvieran situados milimétricamente sobre
el mantel, y que las maneras de llevarse los alimentos a la boca, se atuvieran
estrictamente a los cánones clásicos de las más distinguidas aristocracias
europeas. De los codos fuera de la mesa, mejor ni hablamos. Y ni que decir
tiene que la conversación subsiguiente, dentro de su brevedad, deberá limitarse
a temas intrascendentes que no alterasen en absoluto las digestiones de los
comensales. Se comprenderá de esta manera que Rubén fuera una persona solitaria,
y que una vez que el general de las personas que le frecuentaban estuvieron al
corriente de lo que consideraban puras manías, se abstuvieran como norma de
invitarle a compartir plato y mantel. Y que conste que solo se han mencionado
dos aspectos triviales de la convivencia entre personas civilizadas, la
conversación y la comida, pues si se tocaran otros temas personales, y no
digamos si íntimos, el asunto podría adquirir las características de una
tragicomedias o un vodevil, según el punto de vista que cada cual quiera
adoptar sobre el comportamiento de este hombre, al que llamarle ridículo es
quedarse corto o no decir nada.
Cuando Rosina le dijo a Andrés que Jorgito tenía
algo especial, al padre de la criatura nunca se le ocurrió de qué se trataba.
En un niño de dos años, casi un bebé, es normal todavía, por ejemplo, que la
longitud de la cara no sea 1/6 de la de la estatura normal de un individuo
adulto, que es lo habitual. Pero cuando le aseguró que no se trataba de eso,
Andrés no imaginó que “la otra cosa” fuera lo que resultó ser, por más sabido
que sea que algunos niños tengan tal órgano (que no se identifica por evidente)
un tanto exagerado. De todas formas, el médico, cuando le enseñaron al crío
como vino al mundo, a pesar de torcer el gesto, les aseguró que era normal y
que tal cosa volvería a las dimensiones habituales al llegar a la adolescencia.
Pasados algunos años, cuando Jorgito empezó a
bañarse solo, el asunto quedó definitivamente enterrado, pues como es lógico,
los padres nunca se atrevieron a preguntarle por el desarrollo del órgano en
cuestión. Jorge, sin embargo, fue siempre consciente de su desmesura,
especialmente cuando comenzó a ser objeto de algunas bromas en las duchas colectivas
del equipo de fútbol del instituto. El asunto se confirmó y no le dejó lugar a
dudas, cuando en circunstancias similares
haciendo el servicio militar, empezó a ser conocido entre chanzas y
envidia mal disimulada como “el pollón”. De recién casados, poco después, su
mujer se llevó un susto mayúsculo la noche de bodas al verlo al natural, aunque
si todo hay que decirlo, ya tenía algún atisbo de lo que la esperaba por
algunos escarceos previos en el pub que frecuentaban de novios. Pero como a
todo se acostumbra una, supongo, tuvieron unas relaciones satisfactorias,
aunque Jorge actuara con suma paciencia y realizara el acto con los acomodos
precisos en la base del órgano al que venimos aludiendo. Tiempo después, cuando
María Isabel le abandonó posiblemente cansada de sus acometidas (aunque ella
argumentó razones de tipo sentimental), Jorge se encontró solo en el mundo con
sus padres ya fallecidos y ninguna familia próxima, y la única presencia y
consuelo del fenómeno del que la naturaleza le había dotado.
La situación por lo tanto se redujo desde entonces
en un mano a mano entre ambos, algo que no hizo sino consolidarse cuando poco
después se quedó en el paro. Y se le hizo aún más evidente una vez que se le
terminó el subsidio de desempleo, y no le quedó otro remedio que recurrir a
algún recurso personal para salir adelante. Afortunadamente no tuvo demasiados
escrúpulos, y a partir de cierto momento en el que mantuvo consigo mismo (y su
cualidad extraordinaria) una conversación íntima, decidió publicitarse en la
sección de “relax” varios periódicos de la capital como “Jorge, pollón. 27 cms:
toda tuya. Teléfono tal”. Su éxito fue fulminante, y frente a su domicilio
hacían cola personas de ambos sexos, pues si el mundo gay está lleno de
individuos con una necesidad compulsiva de mamar por una oralidad infantil
fracasada, en el femenino, muchas mujeres insatisfechas, esperaban resarcirse
de la escasez de sus parejas con el artilugio que mucho tiempo atrás provocó un
sofocón de cierta intensidad a la madre del superdotado.
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