Me despierto en plena noche y digo veintitrés o cuarenta y dos, pero en
ningún caso amanece.
Entro en la farmacia y doy los buenos días, pero no pido jamón de york sino
todo lo contrario.
Como si fuera un piano mi pecho se llena de alambiques no previstos apenas
de madrugada.
El vecindario levanta vigorosamente las persianas al unísono. Luego todos
vuelven con entusiasmo a sus lechos, donde les espera la satisfacción del deber
cumplido y las trompas de Eustaquio satisfechas.
Las góndolas se deslizan sobre el agua con la suavidad inherente a los
objetos sólidos escurridizos. Pero no hablamos de Venecia.
Venecia, sin embargo, sí, proclamaba. Y Florencia, pero sobre todo Roma.
Que fuera etrusco no desmerecía su entusiasmo por el César. Rómulo y Remo,
añadidos.
Feuerbach creía en Dios y su ateismo
antropológico solo fue un intento fallido para desdecir su devoción nunca
manifestada.
Me paso el argumento ontológico de San Anselmo por las partes menos
elegantes de mi anatomía. Suponiendo que las haya, claro está, siendo Beau
Brummell.
Los ornitólogos se desesperan al comprobar de amanecida que todos los
pájaros han echado pelo y se han vuelto mamíferos.
La virtud de los apóstatas consistía precisamente en ella misma y su fe
inconmovible en Dios y la teoría de cuerdas.
El universo está formado por el firmamento y todos los objetos sólidos que
deforman el espacio tiempo. A no ser que suceda todo lo contrario.
La tortuga argumentó dando saltos y haciendo cabriolas impropias de su especie
y de Zenón de Enea. Pero apropiados para Ulises.
Sócrates, Platón y Aristóteles son mentira. Pura fantasía de los últimos
faraones, hartos del Nilo y las pirámides de Gizah.
Los árboles brotan cada día poco antes del amanecer. Con anterioridad solo
el páramo y el desierto se manifiestan más allá de las ventanas.
Pensar que estuvo bien mientras duró. Luego sentarse, encender un
cigarrillo y dejar vagar la mente por las ensoñaciones a la que ella misma es
proclive cuando ya está bien de discursos.
Hablamos, tú lo sabes, y reprocharme mi silencio solo es una justificación
a tu sordera. O a cualquier otra de tus características. Incluida, tu sordera,
insisto.
No cejas de intentarlo. Llegar por fin donde estaba previsto. O suponían
los que, desconociéndote, se creyeron capaces de inventarte y marcarte
objetivos nada afines a tu idiosincrasia.
La hoja en blanco, claro está porque el grafito y la tinta son oscuros.
Todo sería diferente si la hoja en negro, etcétera. Tú ya me entiendes aunque
no prosiga y deje al albur de tus desvaríos otros colores.
El éxtasis de las lechugas nada tiene que ver con la ataraxia del brócoli y
las zanahorias. Los demás seres vivos son testigos de tamaña desmesura.
Por fin, hete aquí. O heme, que eso depende del sujeto de la acción, si tal
existe y no solo se trata de un sedentarismo pertinaz.
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