sábado, 24 de junio de 2017

BOLTARIZACIONES QUINCE



Supongamos lo siguiente. Amanece y la temperatura en el exterior es de diecisiete grados. Me duelen ligeramente las articulaciones y me llamo Andrés. Bien, todo eso es cierto ¿y ahora qué?

Su escritura presentaba una serie de características que hacían difícil su interpretación. No se atenía en absoluto a las reglas gramaticales en vigor, y en concreto su sintaxis resultaba lamentable. Le concedieron sin embargo el año pasado el Premio Nacional de Literatura por su originalidad, y por sentar un precedente para abrir nuevas vías de comunicación escrita. A partir de ese día solo publica sonetos, poesía de rima libre y heptasílabos.

La anciana parecía una buena persona, pero en cuanto le mencionaban una antigua relación habida fuera del matrimonio en una época difícil de su vida, se defendía argumentando a su favor a base de silogismos aristotélicos y liándose a bastonazos.

La vulva y el pene no son los órganos definidores del género masculino o femenino en la infancia, sino, en los niños por su veneración a Lionel Messi o Albert Einstein, y en las niñas entre Shakira y Simone de Beauvoir. Vulva y pene son, pues, accesorios.

Los pies están ahí. Las manos también, y en pura lógica, desde luego, las extremidades. Algunos de tales órganos, aunque no lo parezca, llevan vidas absolutamente independientes del encéfalo. Unos caminan, es cierto, y las otras regulan el tráfico o dirigen orquestas, ajenas absolutamente a la D.G.T. y a Barenboim, por poner un ejemplo.

El reloj está ahí y me vigila. Es un reloj de pared, naturalmente. Todo su complejo mecanismo está montado de tal manera que dé la impresión de que su cometido es el habitual en este tipo de artefactos (medir el tiempo, si tal cosa es posible dado que, al parecer, el tiempo no existe). Nada más lejos de la realidad: me observa y toma meticulosamente nota de todas mis actividades. Si queréis comprobarlo podéis haceros con él a un módico precio. Os llevaréis muchas sorpresas y además, por otro lado, sigue haciendo tic-tac y marcando puntualmente las horas, las medias y los cuartos.

Ando en bicicleta por las proximidades de mi casa. No es sencillo pues las calles tienen una orografía enrevesada, llena de tramos con enormes pendientes y descensos vertiginosos. Con frecuencia tras montar e iniciar el recorrido, acabo bajándome enseguida por miedo a romperme la crisma, tras lo cual camino con ella sujeta del sillín y mantenemos agradables conversaciones relacionadas con el asunto, especialmente la cuesta de Enero y Federico Martín Bahamontes.

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