La certeza de la victoria
precipitó su derrota.
La tibia y si acaso el
peroné, de acuerdo. Pero yo no soy pirata.
Espero verte pronto: me
faltan tus reproches.
No me olvides, amor. Y si
tal fuera el caso, comunícamelo pronto. Tengo lista de espera.
Esta tarde iremos al
cine. Y mañana. Y pasado mañana. Nuestra vida será de película.
Esto que aquí ves, oyes,
saboreas o tocas, sí. Pero no huelas.
Tiene pies, tiene manos.
Pero no piernas ni brazos ¡oh misterio de los intermediarios ausentes!
Te recuerdo sin objetivos
pero no recuerdo para que puede ser.
Cruzar el Rubicón marcha
atrás. Ese eras tú, mi general.
La luz de la mañana. La
placidez de tu mirada. Todas esas ausencias.
Venciste en una guerra en
la que eras tu principal enemiga. Pero no te daré la enhorabuena.
Decirte adiós
definitivamente. Tenerte que olvidar para que vivas.
Ave María purísma. Pero a
mí no me importaba que lo fueras un poco menos, madre.
Padre nuestro que estás
en los cielos, baja por fin a la tierra donde eres mucho más necesario.
La lluvia desciende
mansamente y anega los campos pero el arca de Noé ya no existe y nunca quise
ser un pez.
Tu rendición fue el
principal requisito para ganar la batalla de la vida. La victoria del derrotado
que, sin embargo, puso en ella lo mejor de sí mismo.
Un sentimiento dulcísimo
de gratitud hacia quien supo recompensarme con su mayor desdén.
Este mundo perverso. Este
ser enloquecido que ha hecho del transformismo su único objetivo.
Sé que estarás allí
cuando menos lo espere. Al doblar una esquina en un país remoto entre montañas,
a la orilla del mar o cerca del desierto. Pero tú sabes bien que yo no viajo.
La humildad irreprochable
de los conejos negros, hartos de caroteno.
Las fanerógamas no,
dijiste. Ni tampoco las criptógamas. Y yo te aplaudo odiando como odio los
libros de texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario