domingo, 25 de junio de 2017

RENUNCIAS



Sé,  cuando la luz se apaga y da paso a una noche que no se prolongará demasiado,  que no soy el único que trato de dormir pronunciando tu nombre.  Hay otros paredaños, o en todo caso, próximos, que lo invocan,  y desean que descienda sobre ellos la oscuridad,  que al menos de momento, les permita olvidarlo.  Y tú sabes que no hablo solo de ti, sino también de otros  que como yo el tuyo,  traen todos a este cautiverio tratando de olvidarlos: renuncias que uno se impone cuando,  por razones que ignora,  no es capaz de vivir sin un puñal clavado en el corazón.  Masoquismo, dicen los entendidos,  que nos hace disfrutar con la negación de lo más amado, que viene ser como una forma superior de entrega, pues en ella no solo se da la emoción del instante, sino la que alienta dentro de cada uno toda la vida.  No es fácil de entender, y menos de aceptar  por quien no ha disfrutado de esta clase de amor,  que hace de la negación su virtud más sublime. 
Decidí entrar en Clausura en el preciso momento que tuve totalmente claro que mi vida sin ti sería inexplicable, y que en ella solo cabría el sinsentido y la miseria, pues fui consciente de que aquella forma de amor profano era pura banalidad, y de hecho su condena de antemano, pues llegaría el tiempo en los que la frecuentación y la familiaridad harían de nuestra relación pura rutina.  Y yo, en aquél momento fui egoísta, y no quise admitir que aquella  pasión que me embargaba podría diluirse poco después en la trivialización de la convivencia y la tristeza de la entrega de unos cuerpos hechos para la finitud y el acabamiento.  De ninguna manera quería admitir lo que en su día dijo el poeta francés:”la chair est triste, hélas!, et j’ai dejà lu tous les livres” (*). Era un egoísmo intenso, un furor que me hizo comprender en el instante en que me sentía más cerca de ti, que solo la renuncia podría preservarte a mi lado.  Ha pasado ya mucho tiempo, y como podrás suponer nada sé de ti, pues la Regla nos prohíbe el acercamiento a los seres amados de este mundo, y desde un principio decidí que solo olvidándote podría hacerte presente como te conocí, sin los avatares que sin duda se han presentado en tu vida y que puedo imaginar, pero no saber.  A veces mi corazón se enternece,  y pienso que quizás  me recuerdas, y sientes la punzada de tristeza que a mi mismo me alcanza en ocasiones.  No sabes como en los momentos más insospechados cruza tu sombra delante de mis ojos: cuando medito en los misterios de la vida del Señor en los Maitines, o cuando caminamos fraternalmente por el claustro rezando nuestras oraciones. Y sobre todo cuando en la huerta, me afano trabajando la tierra que se abre ante mi como una grieta a la que miro absorto percibiendo tu sonrisa.  La misma que no me abandona en los momentos más duros, cuando por un momento envidio a la gente que pasea,  feliz  o atribulada, al otro lado del muro que nos separa del mundo.  Sin embargo, últimamente, y debo confesarte esto al final con cierta tristeza, incluso con amargura, son cada vez más frecuentes los momentos en que mi cabeza parece haberse vaciado del mínimo rastro de emoción, como si todo sucediera siguiendo un destino ineluctable que todo lo iguala, y de la misma manera que evoco tu sonrisa , puedo extasiarme ante acontecimientos minúsculos, e incluso ante la pura visión de algo que antes ni percibía, y que lo mismo puede ser el vuelo de una mariposa, una flor entreabierta o un escarabajo que se pasea perezosamente sobre una hoja de lechuga. Ya me lo dijo en su día el padre prior: hermano, prepárate, pues cuando menos te lo esperes se producirán en ti unos cambios que no sabrás explicarte, y que harán que a partir de ese momento no haya vuelta atrás en tu vida.  Creo que esto me está sucediendo ahora, y a pesar de lo que te dije al principio, ya hay noches en los que al poco de irse la luz, solo percibo una oscuridad tenue que me va rodeando y en la que parezco diluirme, sumergiéndome en ella como quien cae en un pozo que parece no tener fin. Tú ya no estás allí, mi amor, ni sé dónde buscarte. 

(*) El monje se refiere a los famosos versos del poeta francés Stéphane Mallarmé:   ”La carne es triste ¡ay! y (ya) he leído todos los libros”. 

sábado, 24 de junio de 2017

BOLTARIZACIONES QUINCE



Supongamos lo siguiente. Amanece y la temperatura en el exterior es de diecisiete grados. Me duelen ligeramente las articulaciones y me llamo Andrés. Bien, todo eso es cierto ¿y ahora qué?

Su escritura presentaba una serie de características que hacían difícil su interpretación. No se atenía en absoluto a las reglas gramaticales en vigor, y en concreto su sintaxis resultaba lamentable. Le concedieron sin embargo el año pasado el Premio Nacional de Literatura por su originalidad, y por sentar un precedente para abrir nuevas vías de comunicación escrita. A partir de ese día solo publica sonetos, poesía de rima libre y heptasílabos.

La anciana parecía una buena persona, pero en cuanto le mencionaban una antigua relación habida fuera del matrimonio en una época difícil de su vida, se defendía argumentando a su favor a base de silogismos aristotélicos y liándose a bastonazos.

La vulva y el pene no son los órganos definidores del género masculino o femenino en la infancia, sino, en los niños por su veneración a Lionel Messi o Albert Einstein, y en las niñas entre Shakira y Simone de Beauvoir. Vulva y pene son, pues, accesorios.

Los pies están ahí. Las manos también, y en pura lógica, desde luego, las extremidades. Algunos de tales órganos, aunque no lo parezca, llevan vidas absolutamente independientes del encéfalo. Unos caminan, es cierto, y las otras regulan el tráfico o dirigen orquestas, ajenas absolutamente a la D.G.T. y a Barenboim, por poner un ejemplo.

El reloj está ahí y me vigila. Es un reloj de pared, naturalmente. Todo su complejo mecanismo está montado de tal manera que dé la impresión de que su cometido es el habitual en este tipo de artefactos (medir el tiempo, si tal cosa es posible dado que, al parecer, el tiempo no existe). Nada más lejos de la realidad: me observa y toma meticulosamente nota de todas mis actividades. Si queréis comprobarlo podéis haceros con él a un módico precio. Os llevaréis muchas sorpresas y además, por otro lado, sigue haciendo tic-tac y marcando puntualmente las horas, las medias y los cuartos.

Ando en bicicleta por las proximidades de mi casa. No es sencillo pues las calles tienen una orografía enrevesada, llena de tramos con enormes pendientes y descensos vertiginosos. Con frecuencia tras montar e iniciar el recorrido, acabo bajándome enseguida por miedo a romperme la crisma, tras lo cual camino con ella sujeta del sillín y mantenemos agradables conversaciones relacionadas con el asunto, especialmente la cuesta de Enero y Federico Martín Bahamontes.

viernes, 23 de junio de 2017

BOLTARIZACIONES CATORCE



La transitoriedad de sus decisiones alumbraba unos decretos-ley trufados de un espíritu emparentado con la duda metódica de Descartes.

Vuelve con tus padres, hijo bien amado, los que nunca dejarán de amarte y siempre te considerarán como el fruto colmado de sus noches más locas.

Baja las escaleras pudiendo utilizar el ascensor, y tal cosa hace evidente su necesidad de hacer ejercicio para estar en forma o de romperse la crisma, todo sea dicho, viniendo desde la décima planta y siendo poliomielítico.

Más tarde todo se desarrolló como estaba previsto, pues sus actividades se atienen a un protocolo establecido en la corteza frontal de su encéfalo y las subsiguientes conexiones neuronales hasta llegar al cerebelo.

Ven, Carlitos, no te alejes de mamá. Ella sin ti no sabría caminar como es debido, y tampoco tiene claro que sin tu apoyo y vigilancia constantes, no llegara a perder los papeles y a organizar la de Dios es Cristo.

Al atardecer, y más precisamente en el preciso momento en que el astro rey se ocultaba definitivamente y los últimos destellos de sus luz se hacían visibles en el horizonte, Lorenzo se sentía alcanzado por un agudo sentimiento de melancolía, y aullaba desgarradoramente como el auténtico lobo que decía ser.

Le digo a usted que no necesito para nada los cubiertos, pues suelo comer con las manos. Eso a usted debería tenerle sin cuidado, aunque eso sí, le ruego que en lugar de una servilleta me acerque una toalla de buen tamaño y una palangana con agua.

Dices que después de todo el problema consiste en las serpientes, aunque matices poco después que no son venenosas. Que aunque no lo parezca están en todos lados y se multiplican insidiosamente. Puedes tener razón, no lo dudo, pero no me alivia que añadas que podría ser mucho peor si se tratara de los dragones de Comodo.

Los esqueletos tienen su propia vida en el camposanto como es de todo bien sabido aunque guarden un silencio hipócrita imaginando que deberían estar en el cielo. Juegan a las tabas, como es natural, y a otros juegos de azar bajo sus sepulturas, y los más díscolos encienden fósforos y hacen hogueras. E incluso en los días más señalados organizan verbenas y fuegos artificiales.

La pareja cogidos de las manos se aleja por la alameda componiendo una estampa romántica sin par, que es la envidia de los demás viandantes que se cruzan con ella. Los más perspicaces, sin embargo, tienen sus dudas, pues han creído percibir que soterradamente cada cierto número de pasos se lanzan reproches y se zahieren sin piedad. E incluso llegan a darse punterazos en los tobillos.




BOLTARIZACIONES TRECE



Todo es banal salvo el balano y la desparasitación de los mandriles.

Anda, pasa y observa la noche, las estrellas y la mínima ingeniería de los escapes de áncora, de los que lamentablemente tú no estás hecho.

A punto ya de salir, don Quijote fue asaltado por una duda en forma de borrico que él tomó sin embargo por un molino. Sancho Panza, a su lado, simplemente caminaba ajeno a los gigantes.

No estoy de acuerdo con usted. Ni con usted tampoco, suponiendo que sean algo diferente. No siempre está claro que los cuerpos sólidos puedan formar parte de entidades separadas y mutuamente excluyentes.

Los perros ladran. O los ladridos se hacen a sí mismos mediante mecanismos que nada tienen que ver con los cánidos, ni tampoco con otras entes de cuatro patas tomados de tres en tres o en solitario, aleatoriamente.

Uno de entre ellos exhibía una dicción primorosa, dejando entrever mínimamente sus dientes, impropios en cualquier caso de un dragón o incluso de san Jorge.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? preguntó, añadiendo sospechosamente de inmediato “y que conste que no he leído a Lope para nada”.

El desayuno en la cafetería transcurría con la placidez habitual que suele acompañar a los refrigerios ligeros. La entrada de la mulata, sin embargo, causó un inesperado aumento en la vibración interna de los átomos de los clientes, y por ende de sus moléculas, con la consiguiente generación de energía calorífica y sus previsibles consecuencias.

Mi quehacer esta mañana consiste básicamente en pasear a lo largo de la acera recitando a los clásicos, y entre estrofa y estrofa, inspeccionando los cubos de basura. Nunca está claro donde puede esconderse la belleza.

Tu presencia solo se hace necesaria cuando se instala el vacío, y como consecuencia proliferan entre nosotros los malentendidos, dada la inexistencia del éter o cualquier otro medio de comunicación fiable.

Nada humano me es anexo pero tampoco ajeno, dijo el filósofo en un rapto de indefinición, que sin embargo confirmó la existencia de la teoría de límites e incluso de los números primos.

Es lo que tienen los trenes manifestó el guardagujas. Uno está allí y cuando se acercan en línea recta, solo es preciso el manejo de una palanca para que se alejen de forma oblicua o describiendo una curva cuya belleza solo es comparable a ciertos amaneceres en Laponia. Dicho lo cual, el jurado le absolvió a pesar del desastre en la estación y las amputaciones subsiguientes.

No es posible conocerte si no abandonas tu invisibilidad. Tu ausencia reiterada no logra darte forma.

BOLTARIZACIONES DOCE



Me despierto en plena noche y digo veintitrés o cuarenta y dos, pero en ningún caso amanece.

Entro en la farmacia y doy los buenos días, pero no pido jamón de york sino todo lo contrario.

Como si fuera un piano mi pecho se llena de alambiques no previstos apenas de madrugada.

El vecindario levanta vigorosamente las persianas al unísono. Luego todos vuelven con entusiasmo a sus lechos, donde les espera la satisfacción del deber cumplido y las trompas de Eustaquio satisfechas.

Las góndolas se deslizan sobre el agua con la suavidad inherente a los objetos sólidos escurridizos. Pero no hablamos de Venecia.

Venecia, sin embargo, sí, proclamaba. Y Florencia, pero sobre todo Roma. Que fuera etrusco no desmerecía su entusiasmo por el César. Rómulo y Remo, añadidos.

Feuerbach creía en Dios y su  ateismo antropológico solo fue un intento fallido para desdecir su devoción nunca manifestada.

Me paso el argumento ontológico de San Anselmo por las partes menos elegantes de mi anatomía. Suponiendo que las haya, claro está, siendo Beau Brummell.

Los ornitólogos se desesperan al comprobar de amanecida que todos los pájaros han echado pelo y se han vuelto mamíferos.

La virtud de los apóstatas consistía precisamente en ella misma y su fe inconmovible en Dios y la teoría de cuerdas.

El universo está formado por el firmamento y todos los objetos sólidos que deforman el espacio tiempo. A no ser que suceda todo lo contrario.

La tortuga argumentó dando saltos y haciendo cabriolas impropias de su especie y de Zenón de Enea. Pero apropiados para Ulises.

Sócrates, Platón y Aristóteles son mentira. Pura fantasía de los últimos faraones, hartos del Nilo y las pirámides de Gizah.

Los árboles brotan cada día poco antes del amanecer. Con anterioridad solo el páramo y el desierto se manifiestan más allá de las ventanas.

Pensar que estuvo bien mientras duró. Luego sentarse, encender un cigarrillo y dejar vagar la mente por las ensoñaciones a la que ella misma es proclive cuando ya está bien de discursos.

Hablamos, tú lo sabes, y reprocharme mi silencio solo es una justificación a tu sordera. O a cualquier otra de tus características. Incluida, tu sordera, insisto.

No cejas de intentarlo. Llegar por fin donde estaba previsto. O suponían los que, desconociéndote, se creyeron capaces de inventarte y marcarte objetivos nada afines a tu idiosincrasia.

La hoja en blanco, claro está porque el grafito y la tinta son oscuros. Todo sería diferente si la hoja en negro, etcétera. Tú ya me entiendes aunque no prosiga y deje al albur de tus desvaríos otros colores.

El éxtasis de las lechugas nada tiene que ver con la ataraxia del brócoli y las zanahorias. Los demás seres vivos son testigos de tamaña desmesura.

Por fin, hete aquí. O heme, que eso depende del sujeto de la acción, si tal existe y no solo se trata de un sedentarismo pertinaz.








INSTRUCCIONES PARA HUIR



No resulta sencillo huir cuando, después de todo, uno se pasa la vida huyendo y tal hecho llega a constituir la esencia de nuestras vidas. Al menos desde que uno tiene uso de razón y se da cuenta que esto se acabará algún día. Por eso los padres con muy buen criterio tardan mucho en llevar a su progenie delante de un fiambre. Es absurdo poner a una criatura delante de su destino tan temprano, ya irá percibiendo paulatinamente la que con el tiempo se les viene encima. Esa es pues en mi opinión la primera y principal huida desde que el mono distinguido que somos cobró conciencia de su finitud, algo que, por otro lado, seguiremos practicando a lo largo de nuestra existencia: no darse cuenta de lo evidente, o tenerlo tan arrinconado que nos inquiete lo menos posible. De ahí el malestar o la banalización que hacemos del óbito. Claro que según vamos creciendo y los caídos dejan de ser personajes de una película de ficción en el Extremo Oriente, pongo por caso, el asunto se complica. También aquí cabría hacer mención a las religiones como coartadas para llenar de sentido tan infausta perspectiva, aunque ninguna pueda explicar con cierto detalle en que consistirá esa segunda vida, más allá de “ver la faz del Señor” (de “las bellas huríes de ojos negros” mejor no hablamos, por infantil y supongo que machista). Resumiendo, una huida hacia delante: mejor no saber.
      Y después de este prólogo que se ha extendido más de lo previsto, digamos para empezar, que de lo primero que debemos estar seguros cuando nos tienta la tentación de la huida, es saber si el problema del que queremos alejarnos, es algo real. Y no me refiero a ciertas personas aquejadas de manía persecutoria, que harían bien en consultar al psiquiatra o ir a la policía, sino a la gente común que ante determinadas complicaciones imprevistas, siente la temprana tentación de alejarse a buen paso. Podría darse el caso de que el problema temido no sea tal, o pueda gestionarse como un problema casero, que podemos solucionar sin demasiadas dificultades con ayuda del fontanero. Ante el acoso de una suegra, pongo por caso, sería absolutamente inapropiado huir y establecerse en China, alejándose de la persona que uno ama y de los propios hijos, si existen, con el inconveniente añadido de tener que aprender el chino mandarín y comer un arroz que nada tiene que ver con el de la paella valenciana. Porque, como bien es sabido, toda huida supone en principio un alejamiento de aquello que la causa. Si a tal cosa la llamamos A, debemos tener claro desde el principio que la B, C o cualquier otra, resulta preferible.
      En cualquier caso debe también quedar claro que lo que intentamos solucionar constituye para nosotros un verdadero problema, pues no deja de ser cierto que llegar a tal conclusión siempre supone la adopción de criterios o puntos de vista que no sean los acertados. Por ejemplo, si usted ganas mil euros al mes y su problema consiste en que se siente sumamente deprimido por no tener un yate de 80 metros de eslora como los de algunos millonarios que a veces atracan en Puerto Banús, posiblemente que no ha llegado a establecer ninguna conexión entre su salario y el precio de un paquebote de tal envergadura. Y espero que a estas alturas no sea partidario de la revolución proletaria, pues entre otras cosas los proletarios de hoy poco tienen que ver con los que se levantaron contra el tirano allá por Octubre del año 1915.
   Por lo tanto, la huída puede ser un método aconsejable una vez que hayamos establecido que es el mejor método para solucionar algo de una forma razonable y de acuerdo con la lógica aristotélica, en la que, dadas las premisas, la conclusión no suponga lo que vulgarmente es conocido como “una salida de pata de banco”. Es decir, que exista entre ellas una relación positiva. Llegados aquí, creo que una vez establecidas las bases para considerar que la huída es la mejor solución, podremos empezar a considerar a donde podría llevarnos esta. Y en este sentido, resulta evidente que aunque podamos huir de “algo concreto”, lo que ya está menos claro es que podamos huir de nosotros mismos, ya se trate de un problema físico o psicológico. Es evidente que nuestro cuerpo y nuestra mente nos seguirán allá donde vayamos. Cosa distinta es que consideremos que alejándonos nos vamos a sentir aliviados, siempre que no olvidemos que la memoria y la culpabilidad, si tal es el caso, nos acompañarán a los Cárpatos, el Tibet o los Mares del Sur. A menos que una vez allí, un infausto destino haga que nos alcancen el Alzheimer o nos volvamos  psicópatas.
      En resumidas cuentas, la huída puede ser una opción aceptable siempre que no nos origine dificultades mayores que las que la motivaron, en cuyo caso podríamos aludir al famoso refrán de “fue peor el remedio que la enfermedad”. Y siguiendo con los refranes, quizás lo más indicado sea “coger al toro por los cuernos” y enfrentarnos a aquello que nos atemoriza pensando que “no hay mal que cien años dure”. Para huidas de tipo más banal, pueden recomendarse ciertos ensayos divulgativos al respecto y algunas publicaciones de los Boy Scouts, recordando, sin embargo, que no es cierto que los leones no sean capaces de trepar a los árboles. Si usted se topa con ellos en la sabana y ve a aquellos como su única posibilidad de salvación, piense que algunos son extremadamente hábiles y capaces de ascender por el tronco hasta las ramas menos robustas, donde sin duda usted intentaría ubicarse. Con el voraz apetito que suele caracterizar a estas fieras, harán lo imposible para llegar hasta usted, teniendo en cuenta en esta ocasión el especial denuedo que pondrán, considerando que en principio tal habilidad no estaba prevista para ellos en la hoy tan respetada teoría de la evolución.
     

domingo, 18 de junio de 2017

COPAS



Conocí a María en un bar de copas en el que me refugié una tarde que me fui de casa harto de Raquel y los niños. Ella histérica todo el rato y ellos gritando como locos. María estaba sola en un rincón, algo que en lugar como aquel, lleno de gente bebiendo sin medida, resultaba bastante insólito. Me acerqué a saludarla y le dije que era una mujer preciosa. Ella me miró, y por sus ojos enseguida me di cuenta de que debía estaba enferma o loca. O quizás simplemente deprimida, y lo anterior era solo una impresión del momento que atravesaba. Me dio las gracias tímidamente y me rogó que me sentara a su lado. Lo hice y casi de inmediato me dijo que se sentía mal y que solo había una forma de solucionarlo. Luego me pidió, casi me suplicó, si podía invitarla a un whisky. Cuando se lo trajeron-yo pedí otro-se lo bebió de un trago y me aseguró que lo necesitaba, porque de otra manera no sería capaz de confiarme su secreto. Me quedé mirándola asombrado y supuse que Raquel debía estar acordándose de mi con algo más que rabia, pero entonces María me miró directamente a los ojos y me aseguró que me necesitaba, que nunca había estado con un hombre y que al verme por fin se había decidido. Yo le parecía la persona ideal. Salimos del bar y nos metimos en un hotelito de las inmediaciones. Estuvimos haciéndolo hasta el amanecer. Estaba claro que María me había engañado, pero me enamoré perdidamente de ella aquella noche.

Rubén era una persona extraordinariamente rigurosa, amante del detalle hasta tal punto que los que le conocíamos llegamos a pensar que su vida debía ser un infierno. Para él, la exactitud y la precisión de todos sus actos revestían un carácter sagrado. Nada podía ser realizado de una forma imperfecta. Por poner solo dos ejemplos a los que todo el mundo está acostumbrado. Si en cualquier momento Rubén era invitado a sentarse con otras personas a una mesa, el mero hecho de hacerlo se convertía para él en una tortura insufrible, pues en su opinión uno no puede sentarse de cualquier manera, sino de acuerdo con las prescripciones de los más famosos traumatólogos y ortopedistas. La espada recta, las rodillas juntas, los brazos relajados, etc. Y si ya sentado en una posición que él juzgara digna, se le invitaba a comer, la situación podía adquirir el carácter de apocalíptica. En primer lugar exigía que los cubiertos y la vajilla estuvieran situados milimétricamente sobre el mantel, y que las maneras de llevarse los alimentos a la boca, se atuvieran estrictamente a los cánones clásicos de las más distinguidas aristocracias europeas. De los codos fuera de la mesa, mejor ni hablamos. Y ni que decir tiene que la conversación subsiguiente, dentro de su brevedad, deberá limitarse a temas intrascendentes que no alterasen en absoluto las digestiones de los comensales. Se comprenderá de esta manera que Rubén fuera una persona solitaria, y que una vez que el general de las personas que le frecuentaban estuvieron al corriente de lo que consideraban puras manías, se abstuvieran como norma de invitarle a compartir plato y mantel. Y que conste que solo se han mencionado dos aspectos triviales de la convivencia entre personas civilizadas, la conversación y la comida, pues si se tocaran otros temas personales, y no digamos si íntimos, el asunto podría adquirir las características de una tragicomedias o un vodevil, según el punto de vista que cada cual quiera adoptar sobre el comportamiento de este hombre, al que llamarle ridículo es quedarse corto o no decir nada.

Cuando Rosina le dijo a Andrés que Jorgito tenía algo especial, al padre de la criatura nunca se le ocurrió de qué se trataba. En un niño de dos años, casi un bebé, es normal todavía, por ejemplo, que la longitud de la cara no sea 1/6 de la de la estatura normal de un individuo adulto, que es lo habitual. Pero cuando le aseguró que no se trataba de eso, Andrés no imaginó que “la otra cosa” fuera lo que resultó ser, por más sabido que sea que algunos niños tengan tal órgano (que no se identifica por evidente) un tanto exagerado. De todas formas, el médico, cuando le enseñaron al crío como vino al mundo, a pesar de torcer el gesto, les aseguró que era normal y que tal cosa volvería a las dimensiones habituales al llegar a la adolescencia.
Pasados algunos años, cuando Jorgito empezó a bañarse solo, el asunto quedó definitivamente enterrado, pues como es lógico, los padres nunca se atrevieron a preguntarle por el desarrollo del órgano en cuestión. Jorge, sin embargo, fue siempre consciente de su desmesura, especialmente cuando comenzó a ser objeto de algunas bromas en las duchas colectivas del equipo de fútbol del instituto. El asunto se confirmó y no le dejó lugar a dudas, cuando en circunstancias similares  haciendo el servicio militar, empezó a ser conocido entre chanzas y envidia mal disimulada como “el pollón”. De recién casados, poco después, su mujer se llevó un susto mayúsculo la noche de bodas al verlo al natural, aunque si todo hay que decirlo, ya tenía algún atisbo de lo que la esperaba por algunos escarceos previos en el pub que frecuentaban de novios. Pero como a todo se acostumbra una, supongo, tuvieron unas relaciones satisfactorias, aunque Jorge actuara con suma paciencia y realizara el acto con los acomodos precisos en la base del órgano al que venimos aludiendo. Tiempo después, cuando María Isabel le abandonó posiblemente cansada de sus acometidas (aunque ella argumentó razones de tipo sentimental), Jorge se encontró solo en el mundo con sus padres ya fallecidos y ninguna familia próxima, y la única presencia y consuelo del fenómeno del que la naturaleza le había dotado.
La situación por lo tanto se redujo desde entonces en un mano a mano entre ambos, algo que no hizo sino consolidarse cuando poco después se quedó en el paro. Y se le hizo aún más evidente una vez que se le terminó el subsidio de desempleo, y no le quedó otro remedio que recurrir a algún recurso personal para salir adelante. Afortunadamente no tuvo demasiados escrúpulos, y a partir de cierto momento en el que mantuvo consigo mismo (y su cualidad extraordinaria) una conversación íntima, decidió publicitarse en la sección de “relax” varios periódicos de la capital como “Jorge, pollón. 27 cms: toda tuya. Teléfono tal”. Su éxito fue fulminante, y frente a su domicilio hacían cola personas de ambos sexos, pues si el mundo gay está lleno de individuos con una necesidad compulsiva de mamar por una oralidad infantil fracasada, en el femenino, muchas mujeres insatisfechas, esperaban resarcirse de la escasez de sus parejas con el artilugio que mucho tiempo atrás provocó un sofocón de cierta intensidad a la madre del superdotado.

jueves, 15 de junio de 2017

PERIODISMOS



Soy periodista y trabajo en la redacción de un periódico. Estoy escribiendo un artículo al que llamo “Servidumbres del capitalismo” con relación a la crisis económica que nos agobia. Percibo que por detrás se me acerca un tipo bien trajeado con pista de gangster, y se pone a leerlo por encima de mis hombros. Casi de inmediato me dice que no diga tonterías, que con el capital todo son ganancias. Le hablo de los cuatro millones de parados y los sueldos de miseria, a lo que me replica de manera fulminante “Soy el nuevo director. Estás despedido por hijo puta y comunista”.

Estoy con mi mujer y un tipo llamado Fernando recostado sobre el césped de un jardín. Es una fresca mañana de verano a primera hora, y la sensación es muy agradable. Fernando se incorpora y mirándome directamente con cierta preocupación, me dice: “Carlos, tú dices que estás triste, pero…”. No le doy tiempo a terminar y le contesto: “No, no, no se trata de tristeza, sino de una alegría contenida…”  Fernando me mira con cara de perplejidad y a mi mujer le da un ataque de risa.

En un abrir y cerrar de ojos la barra de aquel bar de copas se llena de serpientes. El camarero, sin perder la compostura, me dice que a veces pasa, a pesar de hacer la desinsectación cada quince días. Le pido la hoja de reclamaciones pensando que el tipo no está bien de la cabeza. Me responde que sintiéndolo mucho no puede dármela porque “la han envenenado estos bichos”, pero que puedo disponer de un bate de béisbol al final de la barra y proceder como más me guste. Y para terminar, añade “No se preocupe por los destrozos: paga la casa”.

La dije que entrase en el coche y que se sentara. Y que se estuviera callada y no abriese la boca si no quería llevarse dos hostias. Fui cruel pero al verla percibí de inmediato que estaba contenta. Se había relajado como solía suceder en aquellas ocasiones. Después de todo había conseguido lo que quería y se sentía segura conmigo. Otras veces cuando la trataba así, gimoteaba un ratito y se quedaba enseguida muy tranquila como si mi amenaza hubiera actuado como un narcótico. Cuando pasado un rato yo también lograba calmarme y me disculpaba, ella a su vez me pedía perdón y me aseguraba que yo tenía toda la razón, que era un ser despreciable que hacía la vida imposible a todos los hombres que había conocido. Y a mí en especial. En cierto modo me pedía que siguiera siendo el hijo puta que la maltrataba, y que en ocasiones me provocaba para que me hartase y se me fuera la mano. Un perfecto dúo de sadomasoquistas. A nuestra manera éramos felices.

lunes, 12 de junio de 2017

EL SEGMENTO ÁUREO



Se examinan pros y contras, ventajas e inconvenientes, y finalmente se decide tirar por la calle de en medio. He ahí mi método para la resolución de problemas desde que era un niño. Díscolo, al parecer, eso sí.

La victoria nunca estuvo entre una de sus opciones, cada vez que tenía que enfrentarse a un rival cuyo objetivo no confesado era suscitar la admiración que provoca en nuestra época la estética del perdedor. De qué métodos se servía para averiguar tal cosa, es un misterio que se ha llevado a la tumba después de las innumerables palizas sufridas a lo largo de su existencia.

A la postre no se trata de tirar por aquí o por allá, como vulgarmente se dice, sino considerar que ambas opciones son trampas que nos tiende el enemigo, incapaz de aceptar las ventajar del sedentarismo y el dolce far niente.

Actúa de tal manera que sus rivales nunca saben a qué atenerse, pues si un día se decide por la opción A, al siguiente hace todo lo contrario, y poco después una solución intermedia, o tres o cuatro. E incluso proporcional al número pi o el segmento áureo, que a matemáticas esenciales no tiene rival y vaya usted a saber.

Su poesía podría definirse como inclasificable, pues oscilaba entre un conceptismo castellano a marchamartillo a un barroquismo desaforado de cuño levantino, pasando por toda una gama intermedia, del soneto al hepta o al dodescasílabo. O a un conceptismo deudor de la escuela japonesa de finales de la época Han. En el baño, sin embargo, su comportamiento era incluso vulgar, pues sus deposiciones invariablemente  consistían en una masa abundante, compacta y de color terroso.

Se empeña en llevar una vida a contracorriente de lo que se estile en el lugar donde decida vivir en cada época de su vida. Su comportamiento es por lo tanto previsible y siempre se acertará cuando se suponga que si el común de la gente hace A, él hará todo lo contrario. En que pueda consistir tal cosa ya es harina de otro costal.

No está de acuerdo con sus manos y grosso modo, podría decirse que las tiene manía. Por eso, con independencia de la actividad que esté llevando a cabo, es frecuente verle retorciéndoselas con cierto ensañamiento, pues según su propia opinión, tiene la certeza de que en algún momento sus manipulaciones, y nunca mejor dicho, acabarán transformándolas en “otra cosa”. Qué cosa pueda ser, ya no es de su incumbencia, afirma convencido de que peor imposible.

PARALELEPÍPEDOS UNO



El hecho transcurrió tal que así, afirmó el policía con un gesto enérgico. Pero aquí no se trata de Alfred Hitchcock ni de Scotland Yard, puntualizó casi de inmediato: como poco se trata de Etiopía.

Le oigo a usted perfectamente aunque apenas comprenda el diez por ciento de sus afirmaciones. Quizás sería diferente si además de su inglés tan discreto, tuviera la amabilidad de expresarse en otra lengua que no fuera el sánscrito ni el suajili.

Querido feligreses, hoy tengo que daros una triste noticia, que espero sepáis aceptar con la entereza que siempre ha caracterizado a los miembros de esta iglesia: Dios ha muerto. Y en adelante cada cual tendrá que apañárselas como pueda. Y que conste que no soy alemán ni me llamo Federico Nietzsche. Los oficios de mañana, no obstante, se celebrarán a la hora habitual. Los rituales son con frecuencia más importantes que la realidad, por dura que esta sea.

Al atardecer me siento invadido por una laxitud morbosa que me lleva directamente a la cama, tras un escaso piscolabis como cena. Ya acostado recito unas letanías que me enseñó mi madre siendo un crío, y al rato me quedo dormido como un bendito. Que a las tres de la mañana me despierte y no vuelva a pegar ojo en lo que queda de noche, no significa que lo anterior sea falso, sino que soy un hombre atacado por una labilidad neurológica de complicada etiología, difícil diagnóstico y peor pronóstico.

Pienso en ti, mi querida amiga, la que hasta hace pocas fechas me escribía unas cartas encendidas de amor cada día, y que ahora sin embargo guarda un silencio hiriente. ¿Tienen tus misivas ahora otro destinatario, y lo nuestro fue solo un desvarío debido a la flojera de tu magín o un fuego uterino irredento? Espero tu respuesta con angustia y  que tu correspondencia vuelva a ser lo que fue al principio. En cualquier caso, escríbeme,  pues pienso publicarla bajo el sugerente título de “Memorias de una zorra”, que, visto lo visto, no espero que te ofenda demasiado.

Me llama y me asegura que haga lo que yo quiera, pero que ella va a ir me ponga como me ponga. Le doy la razón y le digo que estoy de acuerdo. A los pocos minutos me vuelve a llamar y me dice que está claro que me tiene sin cuidado, porque si no fuera así, se lo impediría. Le vuelvo a dar la razón y cuelgo. Poca después a través de otra llamada me confirma que ya fue y que todo ha resultado estupendo. Le digo que me alegro y vuelvo a colgar. Poco después me dice que en esos momentos ya es evidente que no voy a hacer nada para protegerla. Le respondo que es posible, pues quizás sea esa la única manera de hacerlo. No me responde: solo llora.


viernes, 9 de junio de 2017

MANOLO



Me encuentro con Josemari poco después de desayunar en la cafetería debajo de casa.  Siempre lo hago, por cierto. Me refiero al desayuno. Soy incapaz de desayunar en casa y tomarme una de esas porquerías que tanto anuncian en televisión. Y no estoy dispuesto a pasarme al nescafé y sucedáneos. Josemari aún está sudoroso. Se trata de un anciano de 84 años que todos los días desde hace treinta cuando percibió que la vejez se le echaba encima a pasos agigantados, decidió que tenía que hacer ejercicio. La verdad es que está hecho un asco, muy arrugado y con un gesto de cansancio permanente que dice bien a las claras que el suplicio al que se somete cada día (caminar a buen paso diez kilómetros) le está sentando fatal. Su  mujer, que siempre le acompaña, es una señora mucho más joven que él y de buen ver. Al parecer tiene cáncer. Algo así como un cáncer permanente, pues desde que yo la conozco presume de su fortaleza para superarlo. Y su enfermedad cada vez se ubica en un punto de su anatomía que al parecer no tiene nada que ver con la metástasis  ni nada parecido. Hoy aquí, mañana allá, pero finalmente, incluso después de vendas, apósitos y gorritos para la calvicie, de pronto aparece como una rosa. Cosas de la biología dice ella muy ufana y añade que en su familia siempre fueron muy resistentes. Cuando el matrimonio habla entre ellos nunca parecen estar de acuerdo. Él siempre insiste en la injusticia de un mundo tan desigual. En una época en la que el hombre ya pasea por el cosmos como Perico por su casa, resulta incomprensible que en Zambia, por solo decir un sitio, los niños se mueran de hambre. Invariablemente su mujer le invita a que se meta en su Mercedes último modelo, y se vaya a comprarse cualquier fruslería de las que al viejo se le antojan con frecuencia. Y luego piensa en los negritos, añade. Es incorregible y un caradura. Ya está pensando en comprarse el último modelo de Jaguar. Les suelo dejar con la palabra en la boca, cosa que ellos aceptan de buen grado, pues al principio nuestras conversaciones acababan como el rosario de la aurora, y había que soltar alguna impertinencia para darla por finiquitada.
       Con frecuencia me encuentro también con Antonio, antiguo golfista profesional de segunda fila que de inmediato trata de apabullarme con las últimas novedades de palos que harán que el golf pasase “a ser otra cosa”, algo que nunca especifica. Enseguida hablamos de Mariluz, su mujer que le tiene harto, aunque tiene que reconocer-esto jamás se lo calla aunque no venga a cuento- que es un prodigio en la cama. Asegura que ve películas porno por internet que le dan muchas ideas. Cosas que jamás se le hubieran ocurrido a un hombre o mujer en sus cabales. Últimamente está empeñada con la lluvia dorada algo a lo que él se niega en redondo, aunque esté dispuesto a aceptar contratar a un negro bien dotado para que se acueste con ella, mientras él los mira y se masturba. “Y si quieres intervenir, pues intervienes, que nunca se sabe”, suele añadir Mariluz. Además los gay hoy están de moda y de vez en cuando te puedes dar un paseito por Chueca a ver si el asunto ha cuajado. Rosamari, por otro lado, cuenta Antonio, lleva estupendamente los estudios y sigue con Rafa, que ha estado una temporada a la sombra por eso de los alunizajes. Rosamari es su hija, un pimpollo de veinte años que se ha enamoriscado de un sinvergüenza, cuyo concepto del mundo se reduce a “afanar todo lo que se pueda del prójimo que ha tenido más suerte o ha trabajado más que uno”. Una teoría que la economía teórica no debería descartar así como así, suele añadir él de propia cosecha. El chaval empieza a caerle bien.
        Estos encuentros con esta y otra fauna del barrio son bastante frecuentes, teniendo en cuenta que por aquí abunda la gente solitaria, soltera, divorciada y las parejas conflictivas u originales, que sacan a pasear sus historias en los bares de las proximidades, cuyo número no deja de multiplicarse desde que se abrió el primero, supongo que siglos atrás. Estas charlas o como quieran llamarse a estos contactos, con frecuencia hace que me sienta afectado y decida recluirme en casa por temporadas. Después de todo, tengo la impresión, a pesar de mi edad, de ser alguien sin definir. Sí, de acuerdo, Manolo el de “hombre, Manolo” “coño Manolo” “ahí llega Manolo”, pero yo me pregunto de qué Manolo están hablando. Sí, el Manolo que se presta a charlar un rato de los que sea, que escucha con atención a todo el mundo cualquier tontería que le cuenten, pero después de todo, un tipo sin criterio, alguien que está ahí como un pasmarote, y se conforma con que cuenten con él y le consideren, aunque pocos podrían decir algo más de que vive solo y es socio del Atlético. En esas temporadas, que suelen coincidir con el la llegada del otoño y el bajón que suelo tener entonces, hacen que me recluya y durante varios días (he llegado a las dos semanas), no salga de casa, reflexionando sobre los pormenores que acabo de escribir. Algo así como una reclusión voluntaria buscando al verdadero Manolo, alguien más importante que el que me espera en el bar de abajo, que solo provocará al reaparecer un saludo unánime “coño, Manolo, pensábamos que te habías muerto” para enseguida pasar a las idioteces habituales.
          Lo cierto, sin embargo, es que durante esos días, he estado reflexionando a fondo sobre mi auténtica personalidad, hasta identidad, diría yo, después de echar mano de un montón de libros que aún tengo desparramados por casa desde que terminé Filosofía y Letras allá por los años sesenta (luego fui empleado de correos toda mi vida, eso que conste para quien busque salidas a esa carrera). Mi objetivo suele ser encontrar un criterio que sirva para tal búsqueda. Kant no me sirve porque su principio del imperativo categórico me parece muy presuntuoso y yo no quiero ser ejemplo para nadie y que mi conducta pueda servir de guía en sus vidas. Apañados estaríamos si todos fuéramos tan virtuosos como para pretender ser un ejemplo a seguir. Y Descartes y su cogito tampoco me sirven para mucho. No estoy de acuerdo con su res cogitans y res extensa, y suponer que el puro hecho de pensar es la base de toda certeza me parece un tanto pueril. También soñamos, imaginamos, deliramos y nada sólido se puede construir sobre ello. Al final siempre me rindo,  e invariablemente tengo la tentación de pegar fuego a toda esa quincallería intelectual, aunque nunca me decida porque le tengo un cariño que nada tiene que ver con la razón, como diría Pascal, que no dejaba de ser un cura como otro cualquiera, pero con más labia.
    Finalmente acabaré bajando al bar habitual sometiéndome a la tiranía de los discursos ajenos con el gesto de quien se incorpora al mundo sin tener nada nuevo que añadir, a pesar de haber manoseado buena parte de los libros de sus estanterías. Eso quedará solo para el Manolo que los demás desconocen, y al que ni siquiera yo tengo un acceso como es debido. De cualquier forma, aunque solo sea para introducir una variante en la cabeza de los demás, esta vez les voy a decir que voy a darme de baja como socio del Atlético. No será demasiado, pero tengo la certeza después de tantos años de relación, que para algunos supondrá un desequilibrio en el mundo de sus valores, entre los cuales se halla en un lugar destacado la lealtad hasta la muerte al club de sus amores. Viva el fútbol.

domingo, 4 de junio de 2017

BOLTARIZACIONES 11



La certeza de la victoria precipitó su derrota.

La tibia y si acaso el peroné, de acuerdo. Pero yo no soy pirata.

Espero verte pronto: me faltan tus reproches.

No me olvides, amor. Y si tal fuera el caso, comunícamelo pronto. Tengo lista de espera.

Esta tarde iremos al cine. Y mañana. Y pasado mañana. Nuestra vida será de película.

Esto que aquí ves, oyes, saboreas o tocas, sí. Pero no huelas.

Tiene pies, tiene manos. Pero no piernas ni brazos ¡oh misterio de los intermediarios ausentes!

Te recuerdo sin objetivos pero no recuerdo para que puede ser.

Cruzar el Rubicón marcha atrás. Ese eras tú, mi general.

La luz de la mañana. La placidez de tu mirada. Todas esas ausencias.

Venciste en una guerra en la que eras tu principal enemiga. Pero no te daré la enhorabuena.

Decirte adiós definitivamente. Tenerte que olvidar para que vivas.

Ave María purísma. Pero a mí no me importaba que lo fueras un poco menos, madre.

Padre nuestro que estás en los cielos, baja por fin a la tierra donde eres mucho más necesario.

La lluvia desciende mansamente y anega los campos pero el arca de Noé ya no existe y nunca quise ser un pez.

Tu rendición fue el principal requisito para ganar la batalla de la vida. La victoria del derrotado que, sin embargo, puso en ella lo mejor de sí mismo.

Un sentimiento dulcísimo de gratitud hacia quien supo recompensarme con su mayor desdén.

Este mundo perverso. Este ser enloquecido que ha hecho del transformismo su único objetivo.

Sé que estarás allí cuando menos lo espere. Al doblar una esquina en un país remoto entre montañas, a la orilla del mar o cerca del desierto. Pero tú sabes bien que yo no viajo.

La humildad irreprochable de los conejos negros, hartos de caroteno.

Las fanerógamas no, dijiste. Ni tampoco las criptógamas. Y yo te aplaudo odiando como odio los libros de texto.

jueves, 1 de junio de 2017

CONGA



En un claro del bosque se celebra una fiesta. Hay mucha gente, música y banderas, pero yo que acabo de llegar no sé verdaderamente qué es lo que se celebra. En cualquier caso, no me importa demasiado y enseguida me uno a un grupo que baila. Se trata de una especie de conga en el que los participantes marchan unos tras otros cogidos de la cintura al estilo tradicional en este tipo de bailes, si se le puede llamar así. Lo que resulta diferente es que cada cierto tiempo, la cola de danzantes se suelta y durante varios minutos se baila en corro una danza que de alguna manera recuerda a la sardana. Empiezo a sentirme fatigado y digo a mi acompañante en esos momentos que estoy harto de la represión reinante y de las instituciones del estado. La verdad es que no sé a que obedece mi arrebato pues aquel no parece el momento ni el lugar oportuno, pero por unos instantes tengo que contenerme y no soltar allí mismo un mítín contra la autoridad establecida. E incluso contra la autoridad en líneas generales. Cuando quiero darme cuenta resulta que le he soltado el espiche a un señor mayor y muy serio que es nada más y nada menos que el almirante Cervera. El hombre me mira con gesto ceñudo y me acaba diciendo que no debí tener una infancia demasiado feliz. Pasados unos instantes en los que trato de buscar alguna justificación a mi discurso, el almirante se pone la gorra con palmas de su categoría (de donde la sacó es un misterio) y puntualiza “debe usted seguir buscando a su papá y su mamá. Es lo que necesita”. Luego, cuando se reanuda la conga el hombre se evapora y no vuelvo a verle, lo que me deja bastante frustrado pues en esos momentos recuerdo a un filósofo alemán llamado Kant, muy interesado por en el tema. El de la autoridad, quiero decir. Después de todo, era lógico que el huidizo almirante fuera un entusiasta del concepto, pues lo primero que sucedería en caso contrario es que perdería sus galones, lo que a buen seguro no le haría ninguna gracia. No es lo mismo mandar una Flota que no mandar absolutamente en nada y ser solo un grumete perdido en el sotobosque.
   En cualquier caso en aquel momento la conga parece haberse constituido como el autentico leit motif de la reunión, pues poco a poco se fue agrupando más gente a la cola, que en un momento dado llega hasta el lindero del bosque e incluso comienza a extenderse por las praderas adyacentes. Bien es cierto que según transcurre el tiempo, el popular baile se va convirtiendo en una especie de charanga desenfrenada sin pies ni cabeza. Cada tanto, la cola se disgrega en varias agrupaciones que con independencia total bailan otro tipo de bailes, como ya se apuntó más arriba, pues si en un principio se trataba exclusivamente de la sardana, poco a poco otros toman la alternativa. Desde jotas y zortzikos a muñeiras y conjuntos flamencos, sin faltar esporádicamente algunos vocalistas cantando baladas de la tierra y folclore celta. Afortunadamente cuando la fiesta esta a punto de convertirse en un frenesí inmanejable, al que colabora el lanzamiento de cohetes y suelta de globos multicolores, sale a la palestra un señor mayor trajeado que con la ayuda de un micrófono se dirige a la concurrencia. Se trata del insigne escritor D. Mario Vargas Llosa, que en principio llama la atención de los presentes golpeando con los nudillos sobre el micrófono, para a continuación rogarles  cierta contención, porque si bien esta la alegría en fecha tan señalada, no estaría demás mantenerse dentro de los límites de lo políticamente correcto (quisiera decir tal expresión lo que quisiera en aquella situación, aunque quizás haya que tener en cuenta que el señor Vargas había sido candidato a la presidencia de su país). Se escuchan algunos aplausos pero los pitidos y abucheos son con mucho más abundantes. Hay que tener en cuenta que la masa cuando pierde los papeles no acepta así como a sí las reconvenciones.
   En cualquier caso, el escritor peruano, tras un breve pero evidente carraspeo, insiste durante un buen rato en las excelencias del folklore andino, para a continuación alabar la belleza sin parangón de Machu Pichu y la del Inti-Illimani. Para finalizar, o eso parece, confiesa entre sollozos lo afortunado que ha sido al conocer en plena senectud a su actual mujer, y agradece una vez más a la Academia sueca el haberle concedido el premio Nóbel de literatura años atrás, cuando él solo se considera un escritor mediocre. Inopinadamente, ya a punto de retirarse, retoma la palabra para lamentar el retraso socio económico de los países americanos de habla hispana, debido de alguna forma la doctrina Monroe del amigo yankee, pero primordialmente a la herencia recibida de la madre patria en la época de los conquistadores, en la que se abusó de la ingesta masiva de  feculantes, y en especial de garbanzos, así como de su tendencia a la buena vida y los bailes regionales. Casi de inmediato, ante el estupor de los presentes, abre un nuevo espacio de reflexión, sobre la ineficacia de los grandes organismos internacionales, entre ellos la ONU, la UNESCO, la FAO y  la OIT, momento en que el micrófono le es arrebatado por un tipo alto, escuálido y aspecto de cirrótico, parecido a Fred Astaire, que después de espetarle a la cara “se acabó lo que se daba”, se marca unos pasos de claqué sobre la tarima.
    En aquellos momentos la muchedumbre, convertida ya en un gentío inabarcable desborda ampliamente las lindes del bosque e invade las praderas y colinas aledañas, momento en el que decido que ya tengo suficiente y me voy, lamentando la ausencia del almirante Cervera y la aplicación de facto del concepto de autoridad para contener aquella locura, ante la que pierde todo sentido el concepto de imperativo categórico del mencionado Kant.