miércoles, 27 de diciembre de 2017

GAMBAS



Me acerqué cautelosamente a Federico por detrás, y pude ver lo que estaba escribiendo. No eran letras, sino un dibujo que en principio me pareció la cabeza de buen tamaño de un mono junto a un cuchillo. Pensé que aquel hombre no estaba totalmente en sus cabales, como ya sospechaba desde hacía tiempo. Quizás debido a eso empecé a retroceder lentamente sin darle la espalda. A pesar de mi cautela,  debió darse cuenta de mi presencia, porque a los pocos pasos oí su voz claramente: “no te he visto pero te he sentido, y mira qué casualidad, te estaba haciendo un retrato. Supongo que lo has visto y me gustaría saber qué te ha parecido. Yo al menos he intentado ser sincero”.

Llegué a la reunión de la Junta Directiva hacia las ocho de la tarde, aunque estaba prevista para las nueve en punto. Pensé que adelantarme no supondría un inconveniente para nadie, pero sobre todo llegué a pensar que si llegara a serlo, yo era lo suficientemente importante como para permitirme ciertas libertades con total independencia de la opinión de los demás, aunque se tratara de los jefes: una reunión sin un secretario que levante acta no tiene demasiado sentido. Alguien que asistió a la misma reunión y que llegó algo más tarde, al salir me comentó que los directivos estaban muy satisfechos de los acuerdos obtenidos, aunque, supongo que a modo de advertencia, añadió con cierto énfasis “excepto el lamentable incidente de la llegada prematura del gilipollas de Peláez, que con su puñetera afición a las gambas nos jodió el aperitivo”.

El partido se celebrará a las doce. Estoy listo, aunque debo confesar que algo nervioso. Me he preparado a conciencia, sabiendo que en él se dirime algo más que el resultado. Odio a ese idiota que tendré enfrente. Y no por su juego, sino por su aspecto físico. Sobre todo por su gesto permanente de suficiencia, como si todo lo que le rodea, y especialmente su rival, que en esta ocasión soy yo, le diera asco. No lo soporto, me desquicia. Llamarle hijo de puta a la cara estoy seguro que me tranquilizaría y al menos me permitiría hacer un partido decente, pero el árbitro me expulsaría, y posiblemente me quitarían mi licencia para competir. Aunque pensándolo bien, podría aprovechar la ocasión para llamarle también  a él hijo de mala madre. Después de todo, soy rico y pasarme la vida dando raquetazos a una cosa amarilla, no deja de ser una idiotez impropia de mi categoría.

jueves, 21 de diciembre de 2017

PROSAS GAMBERRAS - Objetivos



3.- Objetivos.
Mi objetivo en estos precisos momentos es llegar hasta el final de la calle, para una vez allí, dar media vuelta, regresar y volver a realizar el mismo itinerario el número suficiente de veces para mantenerme en forma, según me ha recomendado el doctor a quien he confesado mis achaques. Para mi edad, tengo la certeza de que se trata de un cometido poco exigente: poco más de trescientos metros. Claro que repetidos el número adecuado de veces, podría convertirse en un maratón. Ahí es nada, cuarenta y dos kilómetros ¡Oh melancólica evocación de las guerras del Peloponeso!... cuando los habitantes de la antigua Hélade trataban de dirimir si la pluma o la espada: un paradigma que definiera en adelante sus vidas. Mi objetivo no confesado, sin embargo, es mucho más modesto, la certeza de mantenerme con una vida digna aún de ser vivida. Ser algo más que una hoja caída y arrastrada por el viento a lo largo de la alameda sobre la que camino. Mi objetivo, pues, está claro y lo llevo a cabo con un paso regular y acompasado, al tiempo que solo braceo discretamente, no vaya a ser que los otros viandantes me tomen por un aventado, rememorando los tiempos antiguos en los que llegó a lucir las estrellas de capitán y mandando desfiles. Aunque, todo hay que decirlo, con la suficiente energía como para desmentir una decrepitud ya algo más que en ciernes. Es el mío, según se habrá podido observar, un objetivo modesto que espero poder seguir cumpliendo varios años, antes de que la metafísica se vuelva en mi cabeza algo más que un concepto aprendido en Aristóteles, al que se haga urgente prestar una atención ya ineludible.

Mi objetivo no confesado es llegar a ser general, algo que hoy en día al común de la gente, ocupada en menesteres más prosaicos, puede parecer un desvarío de alguien con la cabeza a pájaros. Es igual, mi decisión es firme y ya tengo programada la secuencia de actos que podrán llevarme a tan excelsa categoría entre los varones para los que el amor a la patria es la razón fundamental de sus vidas. Tener a mi disposición un puñado de hombres dispuestos a reconquistar los valores que la confusión de los tiempos modernos casi ha hecho desaparecer: he ahí mi cometido. La disciplina, la obediencia, el bien común, la bandera, los himnos. E incluso la guerra, cuando el enemigo es lo suficientemente contumaz para no poder evitarla. Sé que a mis diecisiete años me espera una labor de titanes, pero cuando siento mi pecho henchido del orgullo de haber pertenecido a una nación antigua, que llenó su historia de páginas de una gloria imperecedera, nada me parece imposible. Pronto ingresaré en la academia militar, cuna de los héroes que en un futuro próximo devolverán a mi patria el antiguo  imperio donde nunca se ponía el sol. Atentos pues a mi decisión, la trayectoria hasta el generalato será sin duda difícil con la cantidad de trepas que existen en los escalafones, pero con la musculatura lista para la acción y el corte de pelo reglamentario, no creo que nada se me resista.

PROSAS GAMBERRAS - Creencias



2.- Creencias.

Creo en un dios creador de todo lo existente, ubicuo, omnipotente, omnisciente y personal. Y en este último sentido, equiparable al ser humano, hecho a su imagen y semejanza pero menos guapo, eso fijo. Creo en su pertenencia al sexo masculino aunque no ejerza, añadiendo en cualquier caso, que por su carácter y actitud, no tiene nada que envidiar de las virtudes que adornan al femenino, pues incluso puede llegar a parecer coqueto. Este ser o como quiera llamarse, se creó mediante un proceso autogenerativo en el principio de los tiempos que, sorprendentemente, también fueron creados por él mismo, desdoblándose hacia atrás mediante un retroceso de difícil explicación para los profanos en física cuántica y saltos de trampolín. Y poco más puede decirse de esta creencia mía, tan íntima que casi me da pudor hacer pública. Quizás solo añadir que este dios es muy celoso de su status,  y exige ser reconocido tanto en la fortuna como en la adversidad, situación dura esta última, para la cual sin embargo dispuso la creación del Cuerpo de bomberos y las salas de urgencias de los hospitales de cierta entidad. A él personalmente, dada su categoría, las dificultades de sus súbditos le importan tres cojones.

Creo en un ser incognoscible que, sin embargo, puede ser representado bajo cualquier forma o advocación, y que por lo tanto, está en el origen de lo que se ha dado en denominar panteísmo, que lo mismo puede hacerse evidente en la descarga de electrones de un rayo en un día de tormenta, que en una simple patata, kartofen en Centroeuropa. Este ser, sin embargo, no tiene nada que ver con el mundo físico, que solo puede ser considerado como una emanación de su verdadera sustancia. Noúmeno para los antiguos griegos. Su actividad principal se manifiesta a través de las cuatro grandes fuerzas de la naturaleza, especialmente de la menos significativa de ellas, la fuerza nuclear débil, principio, no obstante, creador de la energía nuclear y por ende de la bomba atómica, de la que dice sentirse muy orgulloso. Y eso es todo. Si acaso valorar finalmente su humildad, pues si puede representarse con propiedad en un artículo de lujo de Loewe o similares, no pone ninguna objeción en hacerlo de la misma manera en una baratija de bisutería que cualquiera pueda llevar en el bolso, la mariconera o el bolsillo de los vaqueros sin el mínimo desdoro. Puestos a elegir, es algo a tener en cuenta.

Creo en la energía oscura, elemento dinamizador del universo que hace que este se desplace ad infinitum  a una velocidad muy superior a la de la luz, por raro que esto pueda parecer a los estudiantes de Física de primer curso. Esta energía, concebida en un principio por error por un sabio alemán apellidado Einstein, no puede ser captada sino en sus manifestaciones más evidentes, al hacer que las galaxias se alejen unas de otras a mayor velocidad cuanto más lejos estén del punto desde donde son observadas. No sé si me explico. En cualquier caso, no confundir este principio generador de la expansión ilimitada del cosmos, con la materia oscura que se limita a actuar en el interior de las galaxias, dotándolas de una masa impensable, observadas a ojo de buen cubero. La energía oscura se caracteriza por lo tanto por su velocidad desorbitada, y en ese sentido, equiparable a nivel casero con el famoso velocista jamaicano Usain Bolt, aunque no le importaría tampoco ser considerada cono un doble de Bob Marley, pero sin rastas.

Creo en la física cuántica aunque no la entienda de ninguna de las maneras, siendo en ese sentido un fiel seguidor de Niels Bohr, que afirmó que quien diga que la entiende es que no ha entendido nada. Yo, en ese sentido, ni lo intento. Dentro de ella me pirra  el principio de indeterminación de Heisenberg y el gato de Schrodinger, científicos que después de tirarse de los pelos durante muchos años, llegaron a darse cuenta de que venían a decir lo mismo, aunque no se me pregunten a mí en qué consistía tal cosa. Creo también en Max Planck, descubridor ad originem de la teoría de los cuantos, paquetes de energía de los que pueden tener noticia en cualquier texto elemental de esta bonita pero enrevesada asignatura. Creo asimismo en la equivalencia entre onda y partícula, asunto para cuya comprensión/no comprensión remito al texto mencionado con anterioridad. En ambos casos podrán verificar que ni por esas. Creo asimismo en un fenómenos sorprendente llamado entrelazamiento, mediante el cual un átomo situado en las inmediaciones de Cañada Real a la salida de Madrid por la carretera de Valencia, está íntimamente relacionado con otro ubicado en la constelación de Orión, en plena Vía láctea, pero a miles de años/ luz. Creo en resumidas cuentas en la física de partículas que subyace modestamente bajo la tosca apariencia de una mesa de madera, o en la etérea acrobacia de un saltador de altura en su fossbury más elaborado, pongamos para no ser machistas, que se trata de Ruth Beitia. Y que conste, no obstante, que cuando me inunda un fervor desbordante no tengo ningún inconveniente en postrarme de hinojos ante cualquier dios del Olimpo griego, ante Alá, Yahvé o Brama. O sus representantes en este planeta.

PROSAS GAMBERRAS - Actividades



1.-Actividades

Llegados a este punto tengo que confesaros lo siguiente: supongamos que estoy viendo tranquilamente la televisión, por ejemplo, y de repente me dan por la cabeza así como unas corrientes que me dejan estupefacto y agitado. Y que como reacción inmediata, me incorporo y me pongo a pasear a lo largo y ancho del salón para tranquilizarme, o me tiro boca arriba en el suelo esperando la hora definitiva en forma de electrocución o afines. No creo que os sea difícil imaginar el panorama. Pasado sin embargo un rato, soy consciente de que no se trata de eso, me levanto y me asomo a la ventana buscando un aire que comienza a faltarme. La noche (porque este fenómenos siempre tiene lugar después del crepúsculo) es negra como boca de lobo, y apenas llego a atisbar los edificios colindantes y la calle aledaña, estando sus farolas apagadas por orden del ayuntamiento enajenado por una concepción mal entendida del ahorro energético. Al poco rato vuelvo a sentarme en el sofá a la espera de la siguiente descarga, pero suele ser en vano, pues estas corrientes solo aparecen  cuando menos se las espera. Decidme ahora que lo sabéis, si puede uno imaginar un porvenir más desasosegante.

En el colegio la actividad extraescolar de fútbol se desarrolla siguiendo un protocolo mal definido, que bien podría expresarse de la manera que se apunta a continuación. Los chicos salen de las clases con una evidente euforia al abandonar la labor más odiada de sus cortas vidas.  A saber: el mero hecho de tener que estudiar para el día de mañana llegar a ser unos hombres y mujeres de provecho y no unos simples mandriles, lo que, sin embargo, si lo confesaran con sinceridad, sería su aspiración más noble y profunda. O gorilas, en caso de tratarse de los más energéticos o bigardos. Una vez en el patio que hace las veces de terreno de juego, los equipos se sitúan a su aire, enfrentados unos a otros a lo largo del perímetro del lugar, con varias porterías y balones. Nunca menos de cinco de ambos artefactos, para hacer más prolífica la cosecha de goles, teniendo en cuenta que por cada una de las primeras puede haber dos porteros, y que los balones nunca deben pesar menos de tres kilos por unidad. El partido se juega sin reglas, o lo que es lo mismo: todos a por todas y maricón el último. A la media hora, tiempo que dura el recreo, los equipos se retiran satisfechos de haber colmados sus anhelos, a la espera de que sus componentes comiencen a echar pelo para transformarse en ingenieros de caminos puertos y canales, o técnicos informáticos a gusto del consumidor y satisfacción, en cualquier caso, del Mercado. Lo mismo puede decirse de las chicas, a ver si uno va a ser considerado un machista irredento, y tal no es el caso.

La actividad que desarrolla Leonor consiste en acuchillar el parquet de su casa los días pares y encerarlo los impares o viceversa, que no tengo información precisa al respecto, y verdaderamente no tiene demasiada importancia. El problema de Leonor, no obstante, es que realizar tal faena en una casa de apenas cien metros cuadrados (es la media), no le lleva más allá de quince días, por lo que cada mes aproximadamente debe comprarse otra para continuar su trabajo. El problema es menor del que podría uno imaginar, porque dicha señora es rica y su cuenta corriente lo suficientemente holgada como para comprar tantas casas como le salga del coño. Si Leonor fuera simplemente una cajera de Carrefour, Alcampo o el Corte Inglés y viviera de ello, estaríamos hablando de algo diferente, y con seguridad de una afición frustrada. Y lo mismo sucedería en el caso de fregar escaleras o ser una camarera de habitaciones de un hotel de cinco estrellas, incluso el Ritz o el Waldorf Astoria. Podría, sin embargo, atenuar su dolor si aún así, fuera propietaria de un pequeño apartamento con suelo de losetas en el barrio de Orcasitas. O donde cojones pudiera vivir, que no va a estar una al corriente de tantos detalles. Y aquí me callo, porque cuando hablo de este tipo de actividades tan estrambóticas, me asalvajo mucho y empiezo a soltar todo tipo de barbaridades.

Si fuéramos buenos, es posible que no llegásemos a morir y viviéramos por siempre jamás. Ad aeternum, como diría el clásico latino. Tal es la conclusión a la que han llegado un grupo de científicos del Laboratorio de Inventos Raros de Silycon Valley en California, Estados Unidos. No obstante, se sabe que tal supuesta felicidad acarrearía innumerables problemas a tales buenos, especialmente en sus momentos de ocio y asueto, que prácticamente serían todos, puesto que no debe olvidarse que la mayoría de los óbitos se producen después de la jubilación. La contemplación del cosmos es una posibilidad con ciertas ventajas, al ser este prácticamente infinito, pero temen los científicos a los que se ha hecho referencia, que tal hecho acabe aburriendo a los espectadores y se establezca entre ellos un hastío insoportable con las consecuencias que son de imaginar. Otra posibilidad que se abre para esta gente son los juegos de pelota indiscriminados (solo hay que considerar la infinidad de ellos con los que el común de los mortales se idiotiza a diario mientras aún respiran). Es posible que, más bien pronto que tarde, la confusión sea de tal calibre, que la mayor parte de esos buenos inmortales comenzarían a cometer todo tipo de tropelías para dejar de serlo, y poder  descansar en paz definitivamente. Creo que se me entiende. No se descarta no obstante que surjan verdaderos adictos al aburrimiento y el dolce far niente. Auténtico colgados que, con independencia de su apego a los teléfonos móviles, no pongan el menor inconveniente en pasar los milenios e incluso los eones que les queden por delante, papando moscas.

lunes, 18 de diciembre de 2017

LA LANGOSTA




Hola, llego tarde…
Da igual. La hora era aproximada.
Ah, bueno… ¿hay langosta de segundo plato?
No, venía con los entremeses, pero ya no quedan.
Entonces me voy. Lo mío es la langosta.
Era la langosta, querrá decir.
Eso. Bueno, adiós
Por decir algo.


Hola, llego tarde…
Sí. Exactamente media hora.
El tráfico era tremendo.
Es una disculpa demasiado manida. E incluso de mal gusto si se considera la polución asfixiante.
¿Puedo sentarme?
Coja una banqueta. No quedan sillas.
Entonces pagaré menos: la comodidad cuesta.
Ya se verá porque aún queda la langosta, que es lo más caro.
En ese caso pagaré lo que haga falta. Mi alma incluida.


Hola, llego tarde…
Sí. Es una costumbre impropia de un verdadero caballero.
Nunca me tuve por tal. Y menos por caballo, claro está.
Un hombre lo que se dice corriente.
En efecto, pero no de la plebe.
Llover no llueve nada.
Lástima de paraguas. Sobra.
Lo traje por si las moscas.
Es una metáfora mal traída. Y langosta no queda.
Sin ella todo es inútil y abandono.


Hola, llego tarde…
Pida disculpas. Es lo menos.
Pido disculpas y beso las manos de las señoras.
Haga el favor de sentarse. Llega a los postres.
Pero puedo pronunciar el discurso de despedida, si lo tienen a bien.
Lo aceptamos siempre que haga alusión a su impuntualidad.
Disculpen mi falta de puntualidad. Siempre he sido un desastre para las citas protocolarias. España, sin embargo, es una gran nación y sin duda la más antigua de Europa. Y sus langostas las mejores. Y ni que decir tiene que todos le deseamos un brillante provenir Sr. Palazuelos.
Siéntese. Ya es suficiente. Su mensaje ha calado profundamente en todos nosotros. Ahora váyase a tomar por el culo como mínimo.
Muy agradecido en cualquier caso, aunque la langosta me ha sabido a poco.
 

Hola, llego tarde…
Mejor que no lo haga.
Imposible. Es una realidad: ya estoy aquí.
Pues intente disimular.
Pero no soy transparente.
Pues sería una oportunidad magnífica para ello.
Creo que lo he conseguido.
Efectivamente. Transparente no. Pero sí translúcido, que ya es algo.
Lucido también.
Eso es algo más complejo y requeriría un jurado.
Guarda.
Efectivamente. Y le advierto que se servirá buey de mar en lugar de langosta. A la larga resulta más sabrosa y hace las digestiones más llevaderas.
Es de agradecer aunque lo mío sea la langosta.


Hola, llego tarde…
…………………..
Llego tarde, insisto. Y me disculpo.
Disculpas aceptadas ¿Va usted a comer langosta?
Prefiero cigalas de tronco, si no es mucha molestia.
Bogavantes o carabineros: es la última opción.
¿O quizás gambas de Huelva?
Los cojones. Va usted a comer lo que haya. Incluidas las sobras. O con preferencia. Es el pago por su tardanza.
Aquí el que sobra soy yo y abandono.


Hola, llego tarde…
Se equivoca, en estos momentos procedíamos a tomar asiento.
Me puedo sentar, por lo tanto.
Proceda.
¿La langosta es gallega o subsahariana? Pregunto.
No ha lugar. Siguiente pregunta.
No tengo otras. Solo me interesa la langosta.
En ese caso, serán 200 euros. IVA aparte.
 

Hola, llego tarde…
Pero usted no estaba invitado.
Cuando se trata de langosta no respeto el protocolo.
En ese caso, sea usted bienvenido al club de los gorrones.
Pero me habían dicho que se trataba de langosta.
Nunca hay que descartar las aves.
En ese caso, bueno.

jueves, 14 de diciembre de 2017

TRAPECISTAS



Los trabajadores arreglan la pared del edificio de enfrente: sus ventanas, terrazas y balcones. Al menos eso es lo que yo supongo desde una calle próxima apostado en la acera más alejada. Digo que deben estar arreglándola porque esa es la impresión que me producen, aunque quizás me equivoque y no haya que hacerme demasiado caso, no ando muy bien de la vista y mi observatorio no es el más adecuado. Hay árboles y setos enormes que hacen que cada dos por tres tenga que moverme para no perderles de vista, pues para más inri con una frecuencia absurda pasan unos autobuses altísimos que jamás había visto con anterioridad.
   La visión casi podría denominarse espectáculo, pues por razones que no puedo precisar dada mi escasa visibilidad, los albañiles, que también podrían ser pintores, se balancean en el vacío, suspendidos en sus arneses bajo en las cuerdas que cuelgan del voladizo del tejado. En estas circunstancias, tampoco sería demasiado descabellado suponer que se trata de trapecistas. O incluso de escaladores o alpinistas en prácticas. Hoy en día las posibilidades en una ciudad son casi infinitas. Posiblemente un  niño de corta edad supondría que cualquiera de estas opciones sería la más natural. Hasta la adolescencia, los chicos tienen una visión de la realidad más bien fantástica y un conocimiento escaso del mundo laboral, y posiblemente les parecería ridículo que unos señores se arriesguen a permanecer colgados en el vacío, con una posibilidad nada despreciable de romperse la crisma, solo para que la pared parezca más limpia. La belleza y el orden son conceptos que aún no han anidado en sus inocentes cabezas. Afortunadamente.
   En cualquier caso, como o tengo nada más importante que hacer, permanezco observándoles un buen rato, a decir verdad, prácticamente toda la mañana. Me resulta entretenido y por un proceso natural, mi mente me trae recuerdos de cuando siendo un crío asistía con cierta frecuencia al circo instalado cerca de casa, al tiempo que me permite dar ciertos paseítos por la acera para no perderlos de vista, teniendo en cuenta los obstáculos que mencioné más arriba. Ellos, los supuestos artistas quiero decir, están muy concentrados en los suyo, pues debe tratarse de una tarea que requiere toda su atención, y lógicamente no parecen haberse dado cuenta de mi presencia, que en estos momentos debe ya prolongarse más de dos horas desde que salí de desayunar del bar donde habitualmente lo hago en las inmediaciones de mi domicilio. Hay que decir, sin embargo, que a pesar de su aparente concentración, los tipos con frecuencia se gritan unos a otros dándose instrucciones o consejos, y se pasan ciertos objetos que no puedo distinguir con claridad, aunque supongo que se trata de utensilios de trabajo: brochas, martillos, llanas, buriles, botes de pintura y cosas por el estilo. Una de ella se la pasan con más frecuencia de lo habitual, y yo juraría que se trata de una botella de vino o de licor, pues, desde luego, se la llevan a la boca inmediatamente. Espero por su bien que no se trate de tal cosa sino solo de agua o algún tipo de refresco, aunque si debo decir la verdad, de calor en estos momentos, nada de nada.
   Ya pasadas las tres horas de mi presencia en el lugar, me doy cuenta de que estaba equivocado y que me habían visto, aunque a decir verdad no lo entiendo demasiado bien, pues soy un individuo de lo más corriente. De talla media, con un vulgar traje de calle,  y de edad avanzada y con pelo (aunque a decir verdad ya hace tiempo que empezó a ralear). En resumen, nada llamativo, pero lo cierto es que en un momento dado, todos se quedan inmóviles en sus arneses y me señalan como si pretendieran algo de mí. Yo  no puedo acercarme a ellos para averiguarlo porque los coches no dejan de pasar, por lo que hago los gestos típicos de alguien que pregunta a otros desde la distancia si necesitan algo. Luego chillo inútilmente porque el ruido del tráfico es demasiado intenso, y a decir verdad nunca he sido un prodigio de voz (aunque bien timbrada, al menos eso me dijo siempre mamá). Así que a partir de ese momento, hago también los gestos habituales de quien se ve incapaz de comunicarse, sobre todo llevándome la mano a una oreja repetidamente. En esos momentos, da la impresión de que ellos se divierten y charlan animadamente, hasta que poco después, no sé si en un momento en que el tráfico es menos intenso y por lo tanto menos ruidoso, o que el viento les es favorable, me llega con toda nitidez una voz diciéndome: “¡Vago, maricón, a ver si te largas, y dejas de hacer el pasmarote mientras los demás trabajan!”.
    Me siento de inmediato muy dolido. Vejado, incapaz de demostrarles el afecto que había sentido por ellos recordando el tiempo cuando siendo un niño, me maravillaba contemplando a los trapecistas. Me alejo del escenario con una tristeza difícil de imaginar a mis años. Desgraciadamente, la carpa está vacía.
  

lunes, 9 de octubre de 2017

DECANTACIONES



Quien eres tú si no eres Lisboa. Tal es el caso.

Tu presencia se diluye: los hospitales existen.

Un inconmensurable amor. He ahí lo no manifestado.

Esto sí, pero todo lo demás tampoco.

El análisis precede a la síntesis quien sabe.

Amanece pero los árboles, sin embargo, fuera.

La virtud prevalece ante el pecado y viceversa.

Comprender en un segundo la aniquilación no fue un dilema.

El azul, el azul. El mar no siempre es verde.

Las siete en punto de la mañana. La noche existe, no obstante.

La posibilidad es otra. Las enredaderas trepan.

Cae la lluvia mansamente sobre el Peloponeso al fin.

No todos los hospicios albergan el furor.

El pelo y la piel, pero también las estructuras.

La puñalada: ahíto mi corazón de tu acero.

El inveterado afán de coherencia proboscidia.

Los taxis son automóviles y viceversa en absoluto.

La voluptuosidad de los gerundios me interfiere.

El desmedido frenesí de los procesos aleatorios no caóticos.

Los tornillos, las tuercas, los alicates. Las tenazas aparte.

Volverán las oscuras golondrinas. Los ánades son otra cosa, pero vuelan.

Habla un destilado de idiomas extinguidos: tal es su drama.

Todo llega y todo pasa, pero tú te quedaste, Manuel.

La amistad, esa rara característica de algunos invertebrados.

lunes, 18 de septiembre de 2017

AEROPUERTOS otro




UNO
 


- Conocí a Adela cuando era una niña de once años, guapísima y muy divertida, pero, al parecer, también frágil y delicada, que cuando nadie la veía todavía jugaba con muñecas, y parecía muy lejos de una pubertad que se le venía encima a pasos agigantados.
- La volví a ver precisamente a los quince años, cuando era evidente que ya tenía poco que ver con aquella niña que había conocido poco antes. Su cuerpo y su mirada apenas recordaban a los de la Adelita que mantenía en mi recuerdo, pues parecía haberse alejado del paraíso de la infancia definitivamente.
- Luego pasaron los años, aunque cuando me encontré casualmente con ella en el aeropuerto apenas debía tener treinta. Y lo que vi apenas podía creérmelo. Se trataba de una mujer joven, que duda cabe, en cuyo rostro aún se apreciaban los rasgos de una belleza antigua pero prematuramente ajada, que me sorprendió. Enseguida me presentó a su marido, un hombre mucho mayor que la acompañaba, y de inmediato, como salidos de la nada, a ocho críos, que la rodearon gritando, y que lógicamente eran sus hijos.
- Estuvimos hablando unos breves momentos en los que me comentó cuanto había cambiado su vida por unos acontecimientos que ya me contaría en cuanto tuviese más tiempo, pues apenas lo tenían para llegar al avión. Al despedirnos casi lloré de emoción, pero al verlos alejarse hacia la sala de espera,  no pude evitar sentir en el pecho una punzada de miedo, casi de pánico.

DOS

-Conocía a José Luis desde que éramos niños e íbamos juntos al colegio de las monjas y poco después al de los curas. Además vivíamos cerca y nos veíamos con frecuencia jugando en el parque, y en algunas ocasiones poco después, cuando nos acercábamos al río cercano para pescar pizcos, unos peces diminutos, pero los únicos que había por aquellos parajes.
-Luego en el instituto ambos nos pusimos pantalones largos al mismo tiempo, y salimos una temporada con unas compañeras, Yoli y Geli, dos chicas de Baracaldo. Lo pasábamos bien con ellas y nos contábamos nuestras relaciones con entusiasmo y cierto detalle.
-Terminamos el bachillerato al mismo tiempo, y nos seguimos saliendo juntos hasta que él se fue a Madrid a estudiar Ingeniería industrial, y yo a Oviedo para hacer Derecho, aunque seguimos viéndonos en vacaciones y nos poníamos al corriente de nuestras vidas. Al poco de terminar la carrera nos casamos con dos chicas del pueblo que, mira por donde, se parecían bastante a las vascas que conocimos en el bachillerato. Él se fue pronto a trabajar a Seattle en Estados Unidos y yo a Salamanca.
- Perdimos el contacto durante varios años, pero ayer nos hemos vuelto a ver casualmente en el aeropuerto y todo ha resultado muy confuso. Tiene un acento americano muy marcado y me ha parecido más rubio, como si se hubiera teñido. En resumidas cuentas, su aspecto físico casi me lo ha hecho irreconocible y si no llega a ser porque ha sido él quien se ha dirigido a mí, yo hubiera pasado posiblemente de largo.
-Hemos charlado de pie un buen rato cerca de la puerta del avión que le llevaba a París, y durante todo ese tiempo he estado tratando de verificar que efectivamente se trataba de José Luis, algo que debe haber percibido porque finalmente nos hemos despedido con ciertas prisas, como si nuestro encuentro se estuviera prolongando más de lo conveniente. Sus últimas palabras aumentaron mi asombro, pues fueron para decirme que “no sabía cuanta suerte tenía de poder vivir en una ciudad tan bonita como Zamora”. Que no está lejos, es cierto, pero que no tiene demasiado que ver con Salamanca. Nos hemos alejado en direcciones contrarias, y creo no equivocarme si afirmo que ambos hemos apretado el paso.

viernes, 8 de septiembre de 2017

AEROPUERTOS



Algunas tardes a última hora me acerco en automóvil al aeropuerto. Se puede hacer por varias carreteras, pero yo lo hago intencionadamente por una pequeña que sobrevive milagrosamente a la invasión de edificaciones de todo tipo que invaden la zona. Alguien me ha dicho que es una antigua carretera nacional que nadie quiere deshacer por asuntos administrativos complicados. A lo largo de ella, que acaba desembocando en la R7, desde donde se accede directamente al aeropuerto, tengo la impresión de sumergirme en el tiempo, cuando de niño paseaba en bicicleta por las inmediaciones de la casa de mis padres, en pleno campo. Ya en esos primeros momentos me invade una honda sensación de melancolía, como si aquellos tiempos que añoro, se filtraran en la realidad trasladándome a un lugar y un momento que nada tienen que ver con los de hoy. Vivo en una ciudad de tipo medio, y por lo tanto el aeropuerto no es muy grande, casi podría decirse que también es de otro tiempo, en el que los acompañantes de los viajeros pueden tranquilamente ver como los aviones aterrizan y despegan de las pistas. Y a eso es a lo que me dedico después de dejar el coche en un aparcamiento que todavía tiene dimensiones humanas. No espero a nadie ni he venido a despedirme de nadie, pero sin embargo, cuando veo a las aeronaves despegando, tengo la sensación que algo mío se va con ellas, aunque en su interior nadie me conozca. Supongo que en esos momentos la melancolía de la que he hablado se apodera de mí, y cuando el avión se aleja, se lleva una parte de mí que siento irrecuperable. Después de todo, me digo, la vida, casi desde el principio es una serie continuada de adioses que nos parecen un tanto incomprensibles. Hace tiempo que no fumo, pero en esos instantes, busco el lugar idóneo para hacerlo, y envolverme en una atmósfera a la que el humo le presta la nostalgia de la niebla que parece envolver mi pasado. Sé que allí mismo hay otros como yo, que solo vienen a formar parte de esta liturgia que al parecer unos cuantos compartimos, como si ello nos hiciera cómplices en esas tardes en las que, poco después, volveremos a casa con el corazón encogido, pero al mismo tiempo con la extraña alegría de habernos puesto en contacto con una parte de nosotros mismos que habitualmente queremos ignorar. Otros días en los que me siento más perezoso, me acerco andando a la estación del ferrocarril donde a esas horas salen los trenes que pronto se perderán en la oscuridad de la meseta, llevando con ellos las lágrimas de una despedida reciente ó la euforia de un destino que se anhela. Paseo por los andenes y suelo acercarme los vagones con menos viajeros. Veo en los gestos y los ademanes de algunos de los que se van cierta resignación, una especie de desamparo, como si fueran conscientes que nada pueden hacer contra el destino, que ahora determina que deben desprenderse de algo que aprecian ó incluso aman. Pasean a lo largo de los vagones ó se arremolinan cerca de la puerta, unos tratando de prolongar el instante, y otros deseando que se produzca ya la despedida. Les miro a los ojos furtivamente, y por un momento me rebelo contra ese desgarro que se produce, ese abandono de si mismo, del que al parecer están hechos tantos instantes de nuestra vida, posiblemente imprescindibles para seguir viviéndola, pero tan crueles cuando se producen. Luego el tren se aleja y se percibe en la mirada de todos, la resignación de lo inevitable, y la tristeza por la pérdida de lo que en el fondo, no se está seguro de recuperar. Luego, paseo un rato por los andenes tratando de empaparme de esa atmósfera especial del lugar, en la que, sin embargo, aquí y allá proliferan voces y miradas que poco tienen que ver con el lugar, como si al tiempo de la evidencia del dolor de la ausencia que se avecina, quisiera imponerse su banalidad. Luego vuelvo de nuevo andando hasta casa, y agradezco que el tiempo haya refrescado, ó incluso que chispee un poco y se haya levantado algo de aire. Mi corazón se siente así más acompañado, como si agradeciera que el tiempo comprendiera mis sentimientos y de alguna forma le acompañara de esa manera.

miércoles, 23 de agosto de 2017

MÁ DOS



Má es así y no hay nada que hacer. A veces trato de explicarle mis dificultades, lo sola que me siento, mi incapacidad para buscar trabajo y tener amistades, pero ella en lugar de tomárselo como un problema que me desborda, se lo toma simplemente como un defecto mío, uno más, y piensa que si verdaderamente quisiera resolverlo, tendría fácil solución. Para ella todo es cuestión de voluntad. El hecho es que no quiere admitir que en mí se trata de algo más profundo, pues lo cierto es que aunque ella no me crea, lo intento con todas mis fuerzas, pero al poco tiempo, algo en mi interior se viene abajo y pierdo toda la ilusión que pude poner en un principio. La verdad es que me desespero, y que cuando me trata así, acabo perdiendo la paciencia y siendo cruel con ella. Puedo llegar a decirle algunas salvajadas impropias de una hija, y de cualquiera, pero enseguida me arrepiento, me lo reprocho y me siento fatal, muy culpable y mala persona. En algunas ocasiones he llegado a sentir miedo de mí misma y temo hacer alguna burrada. Darle una bofetada o taparle la boca con cinta americana para que se calle y deje de martirizarme con sus reproches continuos. O incluso llegar a empujarla en el pasillo, irme de casa y dejarla tirada en el suelo hasta mi vuelta horas después. Que se joda por lo cabrona que fue conmigo cuando casi era una niña, pero a ese tema no quiero darle muchas vueltas. Me duele tanto que en ocasiones para disculparla llego a pensar si me lo habré inventado. Después de todo, excepto mi hermano, con el que casi no me relaciono, no hay testigos de aquello. Es demasiado cruel para ser cierto y no hay fotografía ni papeles que den fe de lo que realmente sucedió. A veces los he buscado inútilmente. Pero de esto prefiero no hablar, es algo que trato de olvidar como si no hubiera sucedido. Incluso hay ocasiones que llego a sentirme culpable por pensar en ello aunque sea muy brevemente. Me siento mala y hasta pienso que ella hizo lo que tenía que hacer. Me digo que en aquella época problemas como el mío eran demasiado fuertes para ser admitidos y que por lo tanto actuó de una manera razonable. Claro que en otras ocasiones me dan verdaderos ataques de de furia al recordar a aquella niña que yo era, yendo de un lado a otro por todo el país para que nadie se enterara de aquella horrible barriga que debía esconderse por encima de todas las cosas. Menudo oprobio para la familia. La niña bien se había portado como una auténtica puta tan jovencita y luego pasó lo que pasó. ¡Dios mío, qué vergüenza! ¡Qué odio llegué a sentir por mí misma y por la criatura que llevaba en el vientre! Y aquella mala madre a la que tanto necesitaba, y padre, todo hay que decirlo, que me abandonaron durante meses para parir sola en Bilbao, y regalar al niño que tuve y que nunca llegué a ver. Dios mío, qué tragedia.

MÁ UNO



Me he despertado a las siete de la mañana casi en punto. Lo he visto en el reloj de la mesilla de noche con solo girar la cabeza. Má en la habitación de al lado duerme y dice cosas en voz alta, lo hace habitualmente aunque yo nunca entiendo nada por más atención que llegue a prestar. A mi madre siempre la he llamado má, creo que por una economía de medios. Me ahorro sílabas, y en cualquier caso, al oírme sabe que me refiero a ella. Alguien me ha dicho que eso no es totalmente cierto, y que la llamo así por falta de cariño. Me explica que un niño enseguida llama mamá a su madre de forma natural. Se dice igual o muy parecido en casi todos los idiomas porque procede de “mmmmmm….”, el sonido de los niños mamando. Pero bueno, a estas alturas ya no me importa demasiado, quizás sea cierto. Yo con mi madre tengo una relación muy ambivalente. La quiero pero también la odio muchas veces. Creo que ella nunca me ha querido. Historias antiguas que de momento no tengo ganas de contar.
            Me incorporo un poco en la cama, me poyo sobre los almohadones detrás de la cabeza y pongo música. Normalmente algo de Bob Dylan o de Leonard Cohen, son mis ídolos de toda la vida. Los adoro. Me han acompañado en los buenos momentos que puedo recordar, cuando me he sentido feliz con las niñas, y en otros que si no exactamente feliz, sí despreocupada, sin nada negativo en la cabeza. Al otro lado de la pared, Má sigue hablando consigo misma, y más que hablar en sentido estricto, yo diría que trata de mantener una conversación, pues hace dos voces muy diferentes, no tanto en el tono, se trata claramente de dos mujeres, sino por su manera de expresarse. Una lo hace de forma relajada pero casi por obligación, y la otra más precipitadamente, como si la estuviera reprochando algo. A veces Má se para, como si se tratara de una tregua, y se la oye respirar ligeramente, con una facilidad impropia de sus años. No le quedan muchos para cumplir cien. Pienso esto y digo ¡Dios mío! ¡Si yo a mis años ya me siento agotada y  tengo poco más que la mitad, cómo se sentirá ella! Claro que ella siempre tuvo una vida cómoda, con criadas y un marido, mi padre, que siempre estaba a su disposición. Yo a mi padre a veces también le llamaba abreviando, es decir Pá, pero en general no me molestaba llamarle papá de una forma natural. Claro que los padres no amamantan a sus hijos, y en ello no hay ninguna contradicción. Historias minúsculas a mi parecer, en cualquier caso.
          Según pasa el tiempo y se acerca el momento de entrar en actividad, voy poniendo una música más animada. Con Leonard Cohen sobre todo me siento muy bien, pero acabo poniéndome triste, y hay momentos en los que no puedo permitírmelo, como pasará poco después cuando deba levantarme para que Má pueda hacerlo, acicalarla todo lo posible, ayudarla a lavarse, la baño dos veces por semana, y prepararle el desayuno. Ella parece no darse cuenta de que hacer lo mismo día tras día durante años resulta bastante agotador, y eso solo es el principio de lo que luego me toca con la compra y mil cosas más. Pero estoy segura de que piensa que se lo debo. Como no trabajo y me mantiene, encuentra totalmente normal que yo haga contiguamente de criada. Y además con frecuencia me regaña y me reprocha por minucias. Que si soy demasiado brusca cuando la peino, que si hago todo demasiado deprisa o demasiado despacio, que si el café está demasiado caliente o frío o la persiana demasiado arriba o abajo, o el pan mal cortado. Lo hace sin parar como si fuera algo que me mereciera y yo fuera una cría de diez años indefensa, algo que me duele pero en el fondo acepto por una culpabilidad que no sé exactamente de donde me viene, aunque desde luego mi vida haya tenido poco de ejemplar, al menos en mi opinión. Jamás me dice “Cariño, no sabes cuanto te agradezco todo lo que haces por mí”. Jamás. Y por eso es por lo que hago todo como lo hago, a la carrera, como una obligación, que lo sería mucho menos si viera en ella un poco de agradecimiento. Estoy convencida de que en el fondo de ella misma piensa que se lo debo, que para eso me mantiene, sin pensar que si no fuera por mi lo más probable es que estuviera en una residencia o gastándose los cuartos con una asistenta a tiempo completo. Todo esto me desespera, y excepto en contadas ocasiones, soy incapaz de tranquilizarme. Como he dicho, tengo la impresión de que “la debo algo” y que por más que haga nunca voy a ser capaz de liquidar esa deuda. Me siento terriblemente culpable, y el problema es que no es por estos años que llevo viviendo con ella, sino por no haber sido la chica que ella esperaba, alegre y desenfada pero sobre todo segura de sí misma y sin problemas, lo que le hubiera permitido llevar la vida muelle que, sin embargo, siempre llevó. Con mi padre a sus pies, y mi hermano, aparentemente sin problemas.

viernes, 18 de agosto de 2017

CONDERÁSPORAS EXTRA



VERGA FAR UPA NOP.

Más de tres, prohibido.



ULMA BORANSKY TERE YET.

Elena se aburre y Teresa también.



MARGOTA VIRGO NURA NERA.

Margarita dice que ni hablar.



IPOSKY VOLENDY FROTESA PAS.

Los gansos vuelan, las gallinas no.



MARITELA BALBA NORI KRATA.

María Luisa habla por los codos.



BERGE TIPI LESTE URRETE.

El tipo aquel es un superdotado.



MOLSKE ITARI PONETI PONETA.

La pareja de ponis y nada más.



BORENSKY ÜRTASO BOSCA MANERA.

No hay forma de parar a Boris.



TENOSTE SETORI DEKA VILGO.

No vale la pena intentarlo.



YUSTE ATORI CARLANGAS APRETO.

Carlos V murió en Yuste.



MALEDA ESPUÑA NO CLOP.

España tampoco pudo.



BELTRANA MORA IZASKUN PIRA.

Juana la Beltraneja no era vasca.



ORCA BALERA IRMA TUPO.

Ballenas y orcas, eso es todo.



IRISNA RUSKAYA ETE HUM.

La rusa Irina dijo que sí.



CISCA OSTROVU IRTE VENGA.

El limón es bueno para la colitis.



NOTI EPERE RASTU YOPA.

Ni tú ni yo, que quede claro.



ENDE FLANERA OSPAS GURU.

El jefe se dedicó a la repostería.



ULMO AMASKO CERE CERETE.

La miel y la cera son cosas diferentes.



PASTU AMANDE IRRITI PINGA.

Tenía un pene desmesurado.



TRESNO ATERU UBESO CAPESCO.

Los familiares acabaron a palos.



ORGO ORGO NONAT PALEVANU.

No es de Palencia para nada.








lunes, 14 de agosto de 2017

VERBENAS



Es un tipo raro, seamos sinceros, pues lo mismo es idéntico al que despediste anoche que da la impresión de ser un desconocido a quien acaban de presentarte. Habla entrecortadamente, pero con frecuencia lo hace torrencialmente o solo valiéndose de frases hechas sin ningún tipo de matiz ni relación con el momento. Algo así como frases-tipo del estilo de “buenas noches, encantado de conocerle” o “no tengo la menor idea al respecto” y cosas por el estilo. Inopinadamente, o al menos esa es la sensación que a mí me traslada, padece cambios bruscos de aspecto, y si en un momento parece un individuo sumamente  educado y de buenas maneras, poco después se tiene la impresión de hallarse ante un pobre hombre mal vestido y con dificultades para expresarse correctamente. Claro que también puede que se yo y no él quien experimenta tales cambios, y en tal caso es usted mismo quien debe sacar sus propias consecuencias, lo que no significa que tal cosa sea cierta. Entonces quizás sea usted quien tenga ciertas dificultades en la interpretación de los hechos, y deba pensar en lo que le está sucediendo. Etcétera.


La fiesta se prolonga durante toda la noche, y dormir es una heroicidad que mis oídos y sistema nervioso no me permiten. La música o más bien la charanga desafinada que entra por la ventana hace que me revuelva en la cama al borde de un ataque de nervios. Pienso en llamar a Recepción e informar del asunto, pero ellos mismos deben estar al corriente de lo que acontece y mi llamada resultar superflua e incluso risible. Tengo una escopeta y puedo disparar al aire haciendo patente mi disgusto, pero en este lugar están prohibidas las armas de fuego y sufriría las consecuencias. Podría levantarme y presentarme en la verbena cargado de razones para armar una trifulca considerable, pero habiendo sido autorizada por la autoridad competente, iba a ser tenido por loco y sufrir las consecuencias. Es inútil por lo tanto cualquier tipo de actitud en este sentido, y sería aconsejable poner en marcha cualquier tipo de relajamiento psicofísico, entre los que no es descartable la masturbación como última opción, aunque  mis años y con mi educación no dejaría de ser poco elegante y posiblemente inútil por razones obvias. O no tanto, cuidado.


Ayer al volver a mi domicilio procedente de una reunión de amigos en la que no faltaron los licores espirituosos y las conversaciones sobre un futuro no demasiado halagüeño, me dio por pasear al azar por sus inmediaciones para hacer tiempo. No tenía todavía ganas de acostarme y la noche resultaba agradable. En un momento dado tuve la impresión de estar soñando y haber decidido quedarme dentro del sueño, como si tal cosa fuera preferible a una realidad que por motivos desconocidos no juzgaba en esos momentos demasiado propicia. Sabía que me esperaba una mínima habitación en el sexto piso de un hotelucho de mala muerte, en la que lo único reseñable aparte de un armario empotrado, era un camastro miserable y una butaca sobre la que solía dejar mi indumentaria antes de meterme en la cama. Claro que tal cosa en aquellos momentos tampoco podía resultar cierta sino formar parte del mismo sueño, que me impulsaba a pasear sin ningún sentido a unas horas en la que cualquier persona en sus cabales debe recogerse y esperar de buenas maneras al día siguiente. Pero no fue así y poco después mi errático paseo me llevó hasta la orilla de un río cercano, donde no dudé ni un instante en sumergirme y dejarme llevar corriente abajo. Era verano, y la temperatura del agua aunque fría me resultaba agradable. Me dejé flotar aguas abajo contemplando sobre mi cabeza una luna desmesuradamente grande, que daba la impresión de acercarse como si ella también quisiera acompañarme en mi viaje. Pensé en Heráclito el oscuro, y me dije que no siempre las cosas suceden como habíamos previsto. O no previsto en absoluto, como era mi caso.

PI



No está totalmente claro por qué la gente aprecia los atardeceres y los amaneceres de forma especial y, sin embargo, casi nuca se refiere al mediodía como algo agradable, a no ser ciertos poetas que en plan metafórico lo utilizan para hacer alusión al cenit, el punto de máxima altura del sol sobre el horizonte en determinado lugar, o como se anticipó, el momento en el que un empresario famoso, un deportista o un cantante de rock alcanzaron la cima de sus actividades. Nunca oirá usted decir que Usain Bolt, por ejemplo, alcanzó el amanecer de su carrera cuando batió el record mundial de los cien metros lisos. Usted me entiende y no voy a extenderme más sobre estos aspectos del recorrido del sol. Lo del atardecer resulta ya demasiado manido para mencionar aquí una perogrullada sonrojante.
   
Con el número pi no pasa lo mismo, o quizás lo que sucede con él es que no tiene nada que ver con lo mencionado más arriba. Pi es pi, incluso por encima de su significado de tres catorce dieciséis etcétera. Hay algo en él de musical que se queda en la cabeza de los infantes en sus estudios de Secundaria, que harán que lo aprecien durante sus vidas aunque no lo empleen para nada. Es un número, si tal cosa es cierta, en el que su denominación se ha impuesto a su significado, aunque haya que insistir en que sin él las circunferencias y las esferas serían menos redondas, originando en la geometría verdaderos delirios, que hubieran dejado a Pitágoras en un filósofo de segunda categoría, adicto a las sectas y los esoterismos de todo cuño. Después de todo cada cual se divierte como puede, y no es cuestión de tirar las hipotenusas y los catetos por la borda.
      
Los trenes son otra cosa, aunque haya que decir que de la misma manera que el cenit y el ocaso mencionados más arriba, arrastran una carga metafórica que incluso supera su propia actividad, aunque esto no quiera decir que no aporten al comercio y el transporte en general un servicio difícilmente superable. El tren se ha convertido en un mito y de esa manera ha hecho dar un paso hacia atrás a los griegos, que fueron quienes al parecer nos introdujeron en el logos, la ciencia del conocimiento racional. Por poner un ejemplo, el escarabajo pasó de ser un Dios con Amenatoph a un insecto coleóptero con Aristóteles. Diferencia más notable que esperemos no reviertan la invención de los trenes de alta velocidad.

RESPLANDORES



A las cinco de la mañana no es frecuente que te despiertes en un hotel de carretera de una ciudad de provincias, cegado por un resplandor impropio de tales horas. O de cualquiera, todo sea dicho. Pero puede suceder. Ni tampoco lo es que te levantes urgido por alguna necesidad imprevista y te asomes al balcón, si es que existe. Es bastante habitual, sin embargo, que a esas horas las luces de neón del hotel suelan parpadear, aunque sea inútilmente, y den sesgadamente a la habitación en que te alojas una atmósfera de película de intriga americana de los años cincuenta o sesenta. A esos efectos, el resplandor no habrá tenido la menor importancia, siendo la ceguera el único peligro a tener en cuenta.

Puedes hacerlo o no, eso resulta claro pero no evidente. Quizás eres presa de una compulsión irrefrenable y no tienes otro remedio. Tus neuronas te fuerzan a ello mediante ciertas conexiones que no vienen al caso. Te levantas, coges la pistola y las balas de nueve milímetros suficientes para llenar un cargador, te vistes y sales a la noche dispuesto a todo. El silencio en la calle es total, y solo esporádicamente se puede oír algún coche en la cercana autopista. El cielo está negro como el alquitrán, y sin embargo, la luna llena brilla en lo alto con un fulgor impropio de tal oscuridad. No lo piensas ni un instante, sacas la pistola y disparas hacia lo alto intentando acabar definitivamente con una contradicción que juzgas inadmisible. Tú al menos has cumplido con tu cometido de que el mundo sea lo que debe ser, aunque en esta ocasión ciento cincuenta mil kilómetros sean demasiados para el alcance de un arma de tiro corto. O de cualquier tipo, si nos ponemos en plan técnico.

En la habitación de al lado puede oírse cada cierto tiempo un murmullo de algo que en principio yo interpreto como proveniente de una respiración entrecortada. En cualquier caso, algo sucede y se pueden suponer diferentes escenarios. Quizás se trata de alguien aquejado de problemas respiratorios que se hacen patentes a cada rato después de haber conciliado el sueño. O quizás se trata de una pareja en sus momentos más íntimos, sabedora de que deben proceder con discreción si no quieren molestar a los vecinos. O quien sabe si inquietarlos indebidamente. En cualquier caso, se trata de seres vivos en algún momento de sus vidas que no tienen que ser forzosamente triviales.

sábado, 12 de agosto de 2017

TIGRES



Estoy en Méjico y siento una gran vergüenza porque aquí casi no existe la religión. De hecho somos el octavo país del mundo donde a menos se cree en Nuestro Señor Jesucristo a pesar de la veneración que algunos sienten por la Virgen Nuestra Señora de Guadalupe. Es una lástima, pero los hechos son los hechos, y al menos tenemos unos cárteles que podrán sacarnos de esta indigencia moral. Al menos eso pienso yo.

Explico al grupo que no entiendo lo de Jaime. Se ha ido sin dar explicaciones. A ellos parece tenerles sin cuidado y siguen charlando de sus cosas. Yo continúo en el sitio que me ha sido asignado, y procuro que los coches que vienen como locos no me atropellen. Poco después me dirijo al bosque para ocultarme pero lo encuentro lleno de reses bravas que mugen, al parecer queriendo saltar a la plaza en cuanto antes. Yo, precavido, me subo a un árbol y espero a que la manada se disuelva. No está claro que tal cosa vaya a suceder enseguida, y no me siendo preparado para correr como sería preciso. En esas circunstancias rezo para que no se presenten los tigres, aunque no tengo claro de encontrarme en Asia.

Dialogo con Emiliano sobre la dicotomía autoridad no-autoridad para el manejo de las masas. En mi opinión lo único que se necesita es mano dura y la promesa de un tiempo mejor en el futuro. “Como mínimo, después del tránsito” termina diciéndome con la certeza de haber elegido la palabra adecuada para que le entienda. Que también hubiera podido ser “trance”, pienso yo. Casi de inmediato me guiña un ojo, dándome a entender que la candidez de los crédulos no tiene límites.

Los hechos sucedieron de la siguiente manera. Después de la cena y la fiesta, contentos por la alegría general y los alcoholes, nos detuvimos ante un escaparate donde podía verse el rostro de fulano con un gesto serio que a mí se me antojó pretencioso. Así se lo hice saber a mi acompañante, que de inmediato me respondió que era un hombre de su agrado a pesar de sus yates y propiedades. Ese fue el comienzo de una discusión absurda en la que abundaron los epítetos gruesos entre los que abundaron cabrón e hijo de mala madre, aunque no llegamos a las manos. Nos alejamos en la noche cada cual por su lado dolidos y ufanos de unos pareceres que a Fulano estoy seguro le hubieran tenido sin cuidado.