2.- Creencias.
Creo en un dios creador de todo lo existente,
ubicuo, omnipotente, omnisciente y personal. Y en este último sentido,
equiparable al ser humano, hecho a su imagen y semejanza pero menos guapo,
eso fijo. Creo en su pertenencia al sexo masculino aunque no ejerza, añadiendo
en cualquier caso, que por su carácter y actitud, no tiene nada que envidiar de
las virtudes que adornan al femenino, pues incluso puede llegar a parecer coqueto.
Este ser o como quiera llamarse, se creó mediante un proceso autogenerativo en
el principio de los tiempos que, sorprendentemente, también fueron creados por
él mismo, desdoblándose hacia atrás mediante un retroceso de difícil
explicación para los profanos en física cuántica y saltos de trampolín. Y poco
más puede decirse de esta creencia mía, tan íntima que casi me da pudor hacer pública.
Quizás solo añadir que este dios es muy celoso de su status, y exige ser reconocido tanto en la fortuna
como en la adversidad, situación dura esta última, para la cual sin embargo
dispuso la creación del Cuerpo de bomberos y las salas de urgencias
de los hospitales de cierta entidad. A él personalmente, dada su categoría, las
dificultades de sus súbditos le importan tres cojones.
Creo en un ser incognoscible que, sin embargo,
puede ser representado bajo cualquier forma o advocación, y que por lo tanto,
está en el origen de lo que se ha dado en denominar panteísmo, que lo
mismo puede hacerse evidente en la descarga de electrones de un rayo en un día
de tormenta, que en una simple patata, kartofen en Centroeuropa. Este
ser, sin embargo, no tiene nada que ver con el mundo físico, que solo puede ser
considerado como una emanación de su verdadera sustancia. Noúmeno para
los antiguos griegos. Su actividad principal se manifiesta a través de las
cuatro grandes fuerzas de la naturaleza, especialmente de la menos
significativa de ellas, la fuerza nuclear débil, principio, no obstante,
creador de la energía nuclear y por ende de la bomba atómica, de la que dice
sentirse muy orgulloso. Y eso es todo. Si acaso valorar finalmente su humildad,
pues si puede representarse con propiedad en un artículo de lujo de Loewe
o similares, no pone ninguna objeción en hacerlo de la misma manera en una
baratija de bisutería que cualquiera pueda llevar en el bolso, la mariconera o
el bolsillo de los vaqueros sin el mínimo desdoro. Puestos a elegir, es algo a
tener en cuenta.
Creo en la energía oscura, elemento
dinamizador del universo que hace que este se desplace ad infinitum a una velocidad muy superior a la de la luz,
por raro que esto pueda parecer a los estudiantes de Física de primer curso.
Esta energía, concebida en un principio por error por un sabio alemán
apellidado Einstein, no puede ser captada sino en sus manifestaciones más evidentes,
al hacer que las galaxias se alejen unas de otras a mayor velocidad cuanto más
lejos estén del punto desde donde son observadas. No sé si me explico. En
cualquier caso, no confundir este principio generador de la expansión ilimitada
del cosmos, con la materia oscura que se limita a actuar en el interior
de las galaxias, dotándolas de una masa impensable, observadas a ojo de buen
cubero. La energía oscura se caracteriza por lo tanto por su
velocidad desorbitada, y en ese sentido, equiparable a nivel casero con el
famoso velocista jamaicano Usain Bolt, aunque no le importaría tampoco ser
considerada cono un doble de Bob Marley, pero sin rastas.
Creo en la física cuántica aunque no la entienda
de ninguna de las maneras, siendo en ese sentido un fiel seguidor de Niels
Bohr, que afirmó que quien diga que la entiende es que no ha entendido nada. Yo,
en ese sentido, ni lo intento. Dentro de ella me pirra el principio de indeterminación de
Heisenberg y el gato de Schrodinger, científicos que después de tirarse
de los pelos durante muchos años, llegaron a darse cuenta de que venían a decir
lo mismo, aunque no se me pregunten a mí en qué consistía tal cosa. Creo
también en Max Planck, descubridor ad originem de la teoría de los
cuantos, paquetes de energía de los que pueden tener noticia en cualquier
texto elemental de esta bonita pero enrevesada asignatura. Creo asimismo en la
equivalencia entre onda y partícula, asunto para cuya comprensión/no
comprensión remito al texto mencionado con anterioridad. En ambos casos
podrán verificar que ni por esas. Creo asimismo en un fenómenos
sorprendente llamado entrelazamiento, mediante el cual un átomo situado
en las inmediaciones de Cañada Real a la salida de Madrid por la
carretera de Valencia, está íntimamente relacionado con otro ubicado en la
constelación de Orión, en plena Vía láctea, pero a miles de años/
luz. Creo en resumidas cuentas en la física de partículas que
subyace modestamente bajo la tosca apariencia de una mesa de madera, o en la
etérea acrobacia de un saltador de altura en su fossbury más elaborado,
pongamos para no ser machistas, que se trata de Ruth Beitia. Y que conste, no
obstante, que cuando me inunda un fervor desbordante no tengo ningún
inconveniente en postrarme de hinojos ante cualquier dios del Olimpo griego,
ante Alá, Yahvé o Brama. O sus representantes en este planeta.
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