Estoy en Méjico y siento una gran vergüenza porque
aquí casi no existe la religión. De hecho somos el octavo país del mundo donde
a menos se cree en Nuestro Señor Jesucristo a pesar de la veneración que algunos
sienten por la Virgen Nuestra Señora de Guadalupe. Es una lástima, pero los
hechos son los hechos, y al menos tenemos unos cárteles que podrán sacarnos de
esta indigencia moral. Al menos eso pienso yo.
Explico al grupo que no entiendo lo de Jaime. Se
ha ido sin dar explicaciones. A ellos parece tenerles sin cuidado y siguen
charlando de sus cosas. Yo continúo en el sitio que me ha sido asignado, y
procuro que los coches que vienen como locos no me atropellen. Poco después me
dirijo al bosque para ocultarme pero lo encuentro lleno de reses bravas que
mugen, al parecer queriendo saltar a la plaza en cuanto antes. Yo, precavido,
me subo a un árbol y espero a que la manada se disuelva. No está claro que tal
cosa vaya a suceder enseguida, y no me siendo preparado para correr como sería
preciso. En esas circunstancias rezo para que no se presenten los tigres,
aunque no tengo claro de encontrarme en Asia.
Dialogo con Emiliano sobre la dicotomía autoridad
no-autoridad para el manejo de las masas. En mi opinión lo único que se
necesita es mano dura y la promesa de un tiempo mejor en el futuro. “Como
mínimo, después del tránsito” termina diciéndome con la certeza de haber
elegido la palabra adecuada para que le entienda. Que también hubiera podido
ser “trance”, pienso yo. Casi de inmediato me guiña un ojo, dándome a entender
que la candidez de los crédulos no tiene límites.
Los hechos sucedieron de la siguiente manera.
Después de la cena y la fiesta, contentos por la alegría general y los
alcoholes, nos detuvimos ante un escaparate donde podía verse el rostro de
fulano con un gesto serio que a mí se me antojó pretencioso. Así se lo hice
saber a mi acompañante, que de inmediato me respondió que era un hombre de su
agrado a pesar de sus yates y propiedades. Ese fue el comienzo de una discusión
absurda en la que abundaron los epítetos gruesos entre los que abundaron cabrón
e hijo de mala madre, aunque no llegamos a las manos. Nos alejamos en la noche
cada cual por su lado dolidos y ufanos de unos pareceres que a Fulano estoy
seguro le hubieran tenido sin cuidado.
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