Algunas tardes a última
hora me acerco en automóvil al aeropuerto. Se puede hacer por varias
carreteras, pero yo lo hago intencionadamente por una pequeña que sobrevive
milagrosamente a la invasión de edificaciones de todo tipo que invaden la zona.
Alguien me ha dicho que es una antigua carretera nacional que nadie quiere
deshacer por asuntos administrativos complicados. A lo largo de ella, que acaba
desembocando en la R7, desde donde se accede directamente al aeropuerto, tengo la
impresión de sumergirme en el tiempo, cuando de niño paseaba en bicicleta por
las inmediaciones de la casa de mis padres, en pleno campo. Ya en esos primeros
momentos me invade una honda sensación de melancolía, como si aquellos tiempos
que añoro, se filtraran en la realidad trasladándome a un lugar y un momento
que nada tienen que ver con los de hoy. Vivo en una ciudad de tipo medio, y por
lo tanto el aeropuerto no es muy grande, casi podría decirse que también es de
otro tiempo, en el que los acompañantes de los viajeros pueden tranquilamente
ver como los aviones aterrizan y despegan de las pistas. Y a eso es a lo que me
dedico después de dejar el coche en un aparcamiento que todavía tiene
dimensiones humanas. No espero a nadie ni he venido a despedirme de nadie, pero
sin embargo, cuando veo a las aeronaves despegando, tengo la sensación que algo
mío se va con ellas, aunque en su interior nadie me conozca. Supongo que en
esos momentos la melancolía de la que he hablado se apodera de mí, y cuando el
avión se aleja, se lleva una parte de mí que siento irrecuperable. Después de
todo, me digo, la vida, casi desde el principio es una serie continuada de
adioses que nos parecen un tanto incomprensibles. Hace tiempo que no fumo, pero
en esos instantes, busco el lugar idóneo para hacerlo, y envolverme en una
atmósfera a la que el humo le presta la nostalgia de la niebla que parece
envolver mi pasado. Sé que allí mismo hay otros como yo, que solo vienen a
formar parte de esta liturgia que al parecer unos cuantos compartimos, como si
ello nos hiciera cómplices en esas tardes en las que, poco después, volveremos
a casa con el corazón encogido, pero al mismo tiempo con la extraña alegría de
habernos puesto en contacto con una parte de nosotros mismos que habitualmente
queremos ignorar. Otros días en los que me siento más perezoso, me acerco
andando a la estación del ferrocarril donde a esas horas salen los trenes que
pronto se perderán en la oscuridad de la meseta, llevando con ellos las
lágrimas de una despedida reciente ó la euforia de un destino que se anhela.
Paseo por los andenes y suelo acercarme los vagones con menos viajeros. Veo en
los gestos y los ademanes de algunos de los que se van cierta resignación, una
especie de desamparo, como si fueran conscientes que nada pueden hacer contra
el destino, que ahora determina que deben desprenderse de algo que aprecian ó
incluso aman. Pasean a lo largo de los vagones ó se arremolinan cerca de la
puerta, unos tratando de prolongar el instante, y otros deseando que se
produzca ya la despedida. Les miro a los ojos furtivamente, y por un momento me
rebelo contra ese desgarro que se produce, ese abandono de si mismo, del que al
parecer están hechos tantos instantes de nuestra vida, posiblemente
imprescindibles para seguir viviéndola, pero tan crueles cuando se producen.
Luego el tren se aleja y se percibe en la mirada de todos, la resignación de lo
inevitable, y la tristeza por la pérdida de lo que en el fondo, no se está
seguro de recuperar. Luego, paseo un rato por los andenes tratando de empaparme
de esa atmósfera especial del lugar, en la que, sin embargo, aquí y allá
proliferan voces y miradas que poco tienen que ver con el lugar, como si al
tiempo de la evidencia del dolor de la ausencia que se avecina, quisiera imponerse
su banalidad. Luego vuelvo de nuevo andando hasta casa, y agradezco que el
tiempo haya refrescado, ó incluso que chispee un poco y se haya levantado algo
de aire. Mi corazón se siente así más acompañado, como si agradeciera que el
tiempo comprendiera mis sentimientos y de alguna forma le acompañara de esa
manera.
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