viernes, 8 de septiembre de 2017

AEROPUERTOS



Algunas tardes a última hora me acerco en automóvil al aeropuerto. Se puede hacer por varias carreteras, pero yo lo hago intencionadamente por una pequeña que sobrevive milagrosamente a la invasión de edificaciones de todo tipo que invaden la zona. Alguien me ha dicho que es una antigua carretera nacional que nadie quiere deshacer por asuntos administrativos complicados. A lo largo de ella, que acaba desembocando en la R7, desde donde se accede directamente al aeropuerto, tengo la impresión de sumergirme en el tiempo, cuando de niño paseaba en bicicleta por las inmediaciones de la casa de mis padres, en pleno campo. Ya en esos primeros momentos me invade una honda sensación de melancolía, como si aquellos tiempos que añoro, se filtraran en la realidad trasladándome a un lugar y un momento que nada tienen que ver con los de hoy. Vivo en una ciudad de tipo medio, y por lo tanto el aeropuerto no es muy grande, casi podría decirse que también es de otro tiempo, en el que los acompañantes de los viajeros pueden tranquilamente ver como los aviones aterrizan y despegan de las pistas. Y a eso es a lo que me dedico después de dejar el coche en un aparcamiento que todavía tiene dimensiones humanas. No espero a nadie ni he venido a despedirme de nadie, pero sin embargo, cuando veo a las aeronaves despegando, tengo la sensación que algo mío se va con ellas, aunque en su interior nadie me conozca. Supongo que en esos momentos la melancolía de la que he hablado se apodera de mí, y cuando el avión se aleja, se lleva una parte de mí que siento irrecuperable. Después de todo, me digo, la vida, casi desde el principio es una serie continuada de adioses que nos parecen un tanto incomprensibles. Hace tiempo que no fumo, pero en esos instantes, busco el lugar idóneo para hacerlo, y envolverme en una atmósfera a la que el humo le presta la nostalgia de la niebla que parece envolver mi pasado. Sé que allí mismo hay otros como yo, que solo vienen a formar parte de esta liturgia que al parecer unos cuantos compartimos, como si ello nos hiciera cómplices en esas tardes en las que, poco después, volveremos a casa con el corazón encogido, pero al mismo tiempo con la extraña alegría de habernos puesto en contacto con una parte de nosotros mismos que habitualmente queremos ignorar. Otros días en los que me siento más perezoso, me acerco andando a la estación del ferrocarril donde a esas horas salen los trenes que pronto se perderán en la oscuridad de la meseta, llevando con ellos las lágrimas de una despedida reciente ó la euforia de un destino que se anhela. Paseo por los andenes y suelo acercarme los vagones con menos viajeros. Veo en los gestos y los ademanes de algunos de los que se van cierta resignación, una especie de desamparo, como si fueran conscientes que nada pueden hacer contra el destino, que ahora determina que deben desprenderse de algo que aprecian ó incluso aman. Pasean a lo largo de los vagones ó se arremolinan cerca de la puerta, unos tratando de prolongar el instante, y otros deseando que se produzca ya la despedida. Les miro a los ojos furtivamente, y por un momento me rebelo contra ese desgarro que se produce, ese abandono de si mismo, del que al parecer están hechos tantos instantes de nuestra vida, posiblemente imprescindibles para seguir viviéndola, pero tan crueles cuando se producen. Luego el tren se aleja y se percibe en la mirada de todos, la resignación de lo inevitable, y la tristeza por la pérdida de lo que en el fondo, no se está seguro de recuperar. Luego, paseo un rato por los andenes tratando de empaparme de esa atmósfera especial del lugar, en la que, sin embargo, aquí y allá proliferan voces y miradas que poco tienen que ver con el lugar, como si al tiempo de la evidencia del dolor de la ausencia que se avecina, quisiera imponerse su banalidad. Luego vuelvo de nuevo andando hasta casa, y agradezco que el tiempo haya refrescado, ó incluso que chispee un poco y se haya levantado algo de aire. Mi corazón se siente así más acompañado, como si agradeciera que el tiempo comprendiera mis sentimientos y de alguna forma le acompañara de esa manera.

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