3.- Objetivos.
Mi objetivo en estos precisos momentos es llegar
hasta el final de la calle, para una vez allí, dar media vuelta, regresar y
volver a realizar el mismo itinerario el número suficiente de veces para
mantenerme en forma, según me ha recomendado el doctor a quien he confesado mis
achaques. Para mi edad, tengo la certeza de que se trata de un cometido poco
exigente: poco más de trescientos metros. Claro que repetidos el número
adecuado de veces, podría convertirse en un maratón. Ahí es nada, cuarenta y
dos kilómetros ¡Oh melancólica evocación de las guerras del Peloponeso!...
cuando los habitantes de la antigua Hélade trataban de dirimir si la pluma o la
espada: un paradigma que definiera en adelante sus vidas. Mi objetivo no confesado,
sin embargo, es mucho más modesto, la certeza de mantenerme con una vida digna
aún de ser vivida. Ser algo más que una hoja caída y arrastrada por el viento a
lo largo de la alameda sobre la que camino. Mi objetivo, pues, está claro y lo
llevo a cabo con un paso regular y acompasado, al tiempo que solo braceo
discretamente, no vaya a ser que los otros viandantes me tomen por un aventado,
rememorando los tiempos antiguos en los que llegó a lucir las estrellas de
capitán y mandando desfiles. Aunque, todo hay que decirlo, con la suficiente
energía como para desmentir una decrepitud ya algo más que en ciernes. Es el
mío, según se habrá podido observar, un objetivo modesto que espero poder
seguir cumpliendo varios años, antes de que la metafísica se vuelva en mi
cabeza algo más que un concepto aprendido en Aristóteles, al que se haga
urgente prestar una atención ya ineludible.
Mi objetivo no confesado es llegar a ser general,
algo que hoy en día al común de la gente, ocupada en menesteres más prosaicos,
puede parecer un desvarío de alguien con la cabeza a pájaros. Es igual, mi
decisión es firme y ya tengo programada la secuencia de actos que podrán
llevarme a tan excelsa categoría entre los varones para los que el amor a la
patria es la razón fundamental de sus vidas. Tener a mi disposición un puñado
de hombres dispuestos a reconquistar los valores que la confusión de los
tiempos modernos casi ha hecho desaparecer: he ahí mi cometido. La disciplina,
la obediencia, el bien común, la bandera, los himnos. E incluso la guerra,
cuando el enemigo es lo suficientemente contumaz para no poder evitarla. Sé que
a mis diecisiete años me espera una labor de titanes, pero cuando siento mi
pecho henchido del orgullo de haber pertenecido a una nación antigua, que llenó
su historia de páginas de una gloria imperecedera, nada me parece imposible.
Pronto ingresaré en la academia militar, cuna de los héroes que en un futuro
próximo devolverán a mi patria el antiguo
imperio donde nunca se ponía el sol. Atentos pues a mi decisión, la
trayectoria hasta el generalato será sin duda difícil con la cantidad de trepas
que existen en los escalafones, pero con la musculatura lista para la
acción y el corte de pelo reglamentario, no creo que nada se me resista.
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