jueves, 21 de diciembre de 2017

PROSAS GAMBERRAS - Objetivos



3.- Objetivos.
Mi objetivo en estos precisos momentos es llegar hasta el final de la calle, para una vez allí, dar media vuelta, regresar y volver a realizar el mismo itinerario el número suficiente de veces para mantenerme en forma, según me ha recomendado el doctor a quien he confesado mis achaques. Para mi edad, tengo la certeza de que se trata de un cometido poco exigente: poco más de trescientos metros. Claro que repetidos el número adecuado de veces, podría convertirse en un maratón. Ahí es nada, cuarenta y dos kilómetros ¡Oh melancólica evocación de las guerras del Peloponeso!... cuando los habitantes de la antigua Hélade trataban de dirimir si la pluma o la espada: un paradigma que definiera en adelante sus vidas. Mi objetivo no confesado, sin embargo, es mucho más modesto, la certeza de mantenerme con una vida digna aún de ser vivida. Ser algo más que una hoja caída y arrastrada por el viento a lo largo de la alameda sobre la que camino. Mi objetivo, pues, está claro y lo llevo a cabo con un paso regular y acompasado, al tiempo que solo braceo discretamente, no vaya a ser que los otros viandantes me tomen por un aventado, rememorando los tiempos antiguos en los que llegó a lucir las estrellas de capitán y mandando desfiles. Aunque, todo hay que decirlo, con la suficiente energía como para desmentir una decrepitud ya algo más que en ciernes. Es el mío, según se habrá podido observar, un objetivo modesto que espero poder seguir cumpliendo varios años, antes de que la metafísica se vuelva en mi cabeza algo más que un concepto aprendido en Aristóteles, al que se haga urgente prestar una atención ya ineludible.

Mi objetivo no confesado es llegar a ser general, algo que hoy en día al común de la gente, ocupada en menesteres más prosaicos, puede parecer un desvarío de alguien con la cabeza a pájaros. Es igual, mi decisión es firme y ya tengo programada la secuencia de actos que podrán llevarme a tan excelsa categoría entre los varones para los que el amor a la patria es la razón fundamental de sus vidas. Tener a mi disposición un puñado de hombres dispuestos a reconquistar los valores que la confusión de los tiempos modernos casi ha hecho desaparecer: he ahí mi cometido. La disciplina, la obediencia, el bien común, la bandera, los himnos. E incluso la guerra, cuando el enemigo es lo suficientemente contumaz para no poder evitarla. Sé que a mis diecisiete años me espera una labor de titanes, pero cuando siento mi pecho henchido del orgullo de haber pertenecido a una nación antigua, que llenó su historia de páginas de una gloria imperecedera, nada me parece imposible. Pronto ingresaré en la academia militar, cuna de los héroes que en un futuro próximo devolverán a mi patria el antiguo  imperio donde nunca se ponía el sol. Atentos pues a mi decisión, la trayectoria hasta el generalato será sin duda difícil con la cantidad de trepas que existen en los escalafones, pero con la musculatura lista para la acción y el corte de pelo reglamentario, no creo que nada se me resista.

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