No está totalmente claro por qué la gente aprecia
los atardeceres y los amaneceres de forma especial y, sin embargo, casi nuca se
refiere al mediodía como algo agradable, a no ser ciertos poetas que en plan
metafórico lo utilizan para hacer alusión al cenit, el punto de máxima altura
del sol sobre el horizonte en determinado lugar, o como se anticipó, el momento
en el que un empresario famoso, un deportista o un cantante de rock alcanzaron
la cima de sus actividades. Nunca oirá usted decir que Usain Bolt, por ejemplo,
alcanzó el amanecer de su carrera cuando batió el record mundial de los cien
metros lisos. Usted me entiende y no voy a extenderme más sobre estos aspectos del
recorrido del sol. Lo del atardecer resulta ya demasiado manido para mencionar aquí
una perogrullada sonrojante.
Con el número pi no pasa lo mismo, o quizás lo que
sucede con él es que no tiene nada que ver con lo mencionado más arriba. Pi es
pi, incluso por encima de su significado de tres catorce dieciséis etcétera.
Hay algo en él de musical que se queda en la cabeza de los infantes en sus
estudios de Secundaria, que harán que lo aprecien durante sus vidas aunque no
lo empleen para nada. Es un número, si tal cosa es cierta, en el que su
denominación se ha impuesto a su significado, aunque haya que insistir en que
sin él las circunferencias y las esferas serían menos redondas, originando en
la geometría verdaderos delirios, que hubieran dejado a Pitágoras en un
filósofo de segunda categoría, adicto a las sectas y los esoterismos de todo
cuño. Después de todo cada cual se divierte como puede, y no es cuestión de
tirar las hipotenusas y los catetos por la borda.
Los trenes son otra cosa, aunque haya que decir
que de la misma manera que el cenit y el ocaso mencionados más arriba,
arrastran una carga metafórica que incluso supera su propia actividad, aunque
esto no quiera decir que no aporten al comercio y el transporte en general un
servicio difícilmente superable. El tren se ha convertido en un mito y de esa
manera ha hecho dar un paso hacia atrás a los griegos, que fueron quienes al
parecer nos introdujeron en el logos, la ciencia del conocimiento racional. Por
poner un ejemplo, el escarabajo pasó de ser un Dios con Amenatoph a un insecto
coleóptero con Aristóteles. Diferencia más notable que esperemos no reviertan
la invención de los trenes de alta velocidad.
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