Má es así y no hay nada que hacer. A veces trato
de explicarle mis dificultades, lo sola que me siento, mi incapacidad para
buscar trabajo y tener amistades, pero ella en lugar de tomárselo como un
problema que me desborda, se lo toma simplemente como un defecto mío, uno más,
y piensa que si verdaderamente quisiera resolverlo, tendría fácil solución.
Para ella todo es cuestión de voluntad. El hecho es que no quiere admitir que
en mí se trata de algo más profundo, pues lo cierto es que aunque ella no me
crea, lo intento con todas mis fuerzas, pero al poco tiempo, algo en mi
interior se viene abajo y pierdo toda la ilusión que pude poner en un
principio. La verdad es que me desespero, y que cuando me trata así, acabo
perdiendo la paciencia y siendo cruel con ella. Puedo llegar a decirle algunas
salvajadas impropias de una hija, y de cualquiera, pero enseguida me
arrepiento, me lo reprocho y me siento fatal, muy culpable y mala persona. En
algunas ocasiones he llegado a sentir miedo de mí misma y temo hacer alguna
burrada. Darle una bofetada o taparle la boca con cinta americana para que se
calle y deje de martirizarme con sus reproches continuos. O incluso llegar a
empujarla en el pasillo, irme de casa y dejarla tirada en el suelo hasta mi
vuelta horas después. Que se joda por lo cabrona que fue conmigo cuando casi
era una niña, pero a ese tema no quiero darle muchas vueltas. Me duele tanto
que en ocasiones para disculparla llego a pensar si me lo habré inventado.
Después de todo, excepto mi hermano, con el que casi no me relaciono, no hay
testigos de aquello. Es demasiado cruel para ser cierto y no hay fotografía ni
papeles que den fe de lo que realmente sucedió. A veces los he buscado
inútilmente. Pero de esto prefiero no hablar, es algo que trato de olvidar como
si no hubiera sucedido. Incluso hay ocasiones que llego a sentirme culpable por
pensar en ello aunque sea muy brevemente. Me siento mala y hasta pienso que
ella hizo lo que tenía que hacer. Me digo que en aquella época problemas como
el mío eran demasiado fuertes para ser admitidos y que por lo tanto actuó de
una manera razonable. Claro que en otras ocasiones me dan verdaderos ataques de
de furia al recordar a aquella niña que yo era, yendo de un lado a otro por
todo el país para que nadie se enterara de aquella horrible barriga que debía
esconderse por encima de todas las cosas. Menudo oprobio para la familia. La
niña bien se había portado como una auténtica puta tan jovencita y luego pasó
lo que pasó. ¡Dios mío, qué vergüenza! ¡Qué odio llegué a sentir por mí misma y
por la criatura que llevaba en el vientre! Y aquella mala madre a la que tanto
necesitaba, y padre, todo hay que decirlo, que me abandonaron durante meses
para parir sola en Bilbao, y regalar al niño que tuve y que nunca llegué a ver.
Dios mío, qué tragedia.
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