miércoles, 23 de agosto de 2017

MÁ DOS



Má es así y no hay nada que hacer. A veces trato de explicarle mis dificultades, lo sola que me siento, mi incapacidad para buscar trabajo y tener amistades, pero ella en lugar de tomárselo como un problema que me desborda, se lo toma simplemente como un defecto mío, uno más, y piensa que si verdaderamente quisiera resolverlo, tendría fácil solución. Para ella todo es cuestión de voluntad. El hecho es que no quiere admitir que en mí se trata de algo más profundo, pues lo cierto es que aunque ella no me crea, lo intento con todas mis fuerzas, pero al poco tiempo, algo en mi interior se viene abajo y pierdo toda la ilusión que pude poner en un principio. La verdad es que me desespero, y que cuando me trata así, acabo perdiendo la paciencia y siendo cruel con ella. Puedo llegar a decirle algunas salvajadas impropias de una hija, y de cualquiera, pero enseguida me arrepiento, me lo reprocho y me siento fatal, muy culpable y mala persona. En algunas ocasiones he llegado a sentir miedo de mí misma y temo hacer alguna burrada. Darle una bofetada o taparle la boca con cinta americana para que se calle y deje de martirizarme con sus reproches continuos. O incluso llegar a empujarla en el pasillo, irme de casa y dejarla tirada en el suelo hasta mi vuelta horas después. Que se joda por lo cabrona que fue conmigo cuando casi era una niña, pero a ese tema no quiero darle muchas vueltas. Me duele tanto que en ocasiones para disculparla llego a pensar si me lo habré inventado. Después de todo, excepto mi hermano, con el que casi no me relaciono, no hay testigos de aquello. Es demasiado cruel para ser cierto y no hay fotografía ni papeles que den fe de lo que realmente sucedió. A veces los he buscado inútilmente. Pero de esto prefiero no hablar, es algo que trato de olvidar como si no hubiera sucedido. Incluso hay ocasiones que llego a sentirme culpable por pensar en ello aunque sea muy brevemente. Me siento mala y hasta pienso que ella hizo lo que tenía que hacer. Me digo que en aquella época problemas como el mío eran demasiado fuertes para ser admitidos y que por lo tanto actuó de una manera razonable. Claro que en otras ocasiones me dan verdaderos ataques de de furia al recordar a aquella niña que yo era, yendo de un lado a otro por todo el país para que nadie se enterara de aquella horrible barriga que debía esconderse por encima de todas las cosas. Menudo oprobio para la familia. La niña bien se había portado como una auténtica puta tan jovencita y luego pasó lo que pasó. ¡Dios mío, qué vergüenza! ¡Qué odio llegué a sentir por mí misma y por la criatura que llevaba en el vientre! Y aquella mala madre a la que tanto necesitaba, y padre, todo hay que decirlo, que me abandonaron durante meses para parir sola en Bilbao, y regalar al niño que tuve y que nunca llegué a ver. Dios mío, qué tragedia.

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