miércoles, 23 de agosto de 2017

MÁ UNO



Me he despertado a las siete de la mañana casi en punto. Lo he visto en el reloj de la mesilla de noche con solo girar la cabeza. Má en la habitación de al lado duerme y dice cosas en voz alta, lo hace habitualmente aunque yo nunca entiendo nada por más atención que llegue a prestar. A mi madre siempre la he llamado má, creo que por una economía de medios. Me ahorro sílabas, y en cualquier caso, al oírme sabe que me refiero a ella. Alguien me ha dicho que eso no es totalmente cierto, y que la llamo así por falta de cariño. Me explica que un niño enseguida llama mamá a su madre de forma natural. Se dice igual o muy parecido en casi todos los idiomas porque procede de “mmmmmm….”, el sonido de los niños mamando. Pero bueno, a estas alturas ya no me importa demasiado, quizás sea cierto. Yo con mi madre tengo una relación muy ambivalente. La quiero pero también la odio muchas veces. Creo que ella nunca me ha querido. Historias antiguas que de momento no tengo ganas de contar.
            Me incorporo un poco en la cama, me poyo sobre los almohadones detrás de la cabeza y pongo música. Normalmente algo de Bob Dylan o de Leonard Cohen, son mis ídolos de toda la vida. Los adoro. Me han acompañado en los buenos momentos que puedo recordar, cuando me he sentido feliz con las niñas, y en otros que si no exactamente feliz, sí despreocupada, sin nada negativo en la cabeza. Al otro lado de la pared, Má sigue hablando consigo misma, y más que hablar en sentido estricto, yo diría que trata de mantener una conversación, pues hace dos voces muy diferentes, no tanto en el tono, se trata claramente de dos mujeres, sino por su manera de expresarse. Una lo hace de forma relajada pero casi por obligación, y la otra más precipitadamente, como si la estuviera reprochando algo. A veces Má se para, como si se tratara de una tregua, y se la oye respirar ligeramente, con una facilidad impropia de sus años. No le quedan muchos para cumplir cien. Pienso esto y digo ¡Dios mío! ¡Si yo a mis años ya me siento agotada y  tengo poco más que la mitad, cómo se sentirá ella! Claro que ella siempre tuvo una vida cómoda, con criadas y un marido, mi padre, que siempre estaba a su disposición. Yo a mi padre a veces también le llamaba abreviando, es decir Pá, pero en general no me molestaba llamarle papá de una forma natural. Claro que los padres no amamantan a sus hijos, y en ello no hay ninguna contradicción. Historias minúsculas a mi parecer, en cualquier caso.
          Según pasa el tiempo y se acerca el momento de entrar en actividad, voy poniendo una música más animada. Con Leonard Cohen sobre todo me siento muy bien, pero acabo poniéndome triste, y hay momentos en los que no puedo permitírmelo, como pasará poco después cuando deba levantarme para que Má pueda hacerlo, acicalarla todo lo posible, ayudarla a lavarse, la baño dos veces por semana, y prepararle el desayuno. Ella parece no darse cuenta de que hacer lo mismo día tras día durante años resulta bastante agotador, y eso solo es el principio de lo que luego me toca con la compra y mil cosas más. Pero estoy segura de que piensa que se lo debo. Como no trabajo y me mantiene, encuentra totalmente normal que yo haga contiguamente de criada. Y además con frecuencia me regaña y me reprocha por minucias. Que si soy demasiado brusca cuando la peino, que si hago todo demasiado deprisa o demasiado despacio, que si el café está demasiado caliente o frío o la persiana demasiado arriba o abajo, o el pan mal cortado. Lo hace sin parar como si fuera algo que me mereciera y yo fuera una cría de diez años indefensa, algo que me duele pero en el fondo acepto por una culpabilidad que no sé exactamente de donde me viene, aunque desde luego mi vida haya tenido poco de ejemplar, al menos en mi opinión. Jamás me dice “Cariño, no sabes cuanto te agradezco todo lo que haces por mí”. Jamás. Y por eso es por lo que hago todo como lo hago, a la carrera, como una obligación, que lo sería mucho menos si viera en ella un poco de agradecimiento. Estoy convencida de que en el fondo de ella misma piensa que se lo debo, que para eso me mantiene, sin pensar que si no fuera por mi lo más probable es que estuviera en una residencia o gastándose los cuartos con una asistenta a tiempo completo. Todo esto me desespera, y excepto en contadas ocasiones, soy incapaz de tranquilizarme. Como he dicho, tengo la impresión de que “la debo algo” y que por más que haga nunca voy a ser capaz de liquidar esa deuda. Me siento terriblemente culpable, y el problema es que no es por estos años que llevo viviendo con ella, sino por no haber sido la chica que ella esperaba, alegre y desenfada pero sobre todo segura de sí misma y sin problemas, lo que le hubiera permitido llevar la vida muelle que, sin embargo, siempre llevó. Con mi padre a sus pies, y mi hermano, aparentemente sin problemas.

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