Me he despertado a las siete de la mañana casi en
punto. Lo he visto en el reloj de la mesilla de noche con solo girar la cabeza.
Má en la habitación de al lado duerme y dice cosas en voz alta, lo hace
habitualmente aunque yo nunca entiendo nada por más atención que llegue a prestar.
A mi madre siempre la he llamado má, creo que por una economía de medios. Me
ahorro sílabas, y en cualquier caso, al oírme sabe que me refiero a ella. Alguien
me ha dicho que eso no es totalmente cierto, y que la llamo así por falta de
cariño. Me explica que un niño enseguida llama mamá a su madre de forma
natural. Se dice igual o muy parecido en casi todos los idiomas porque procede
de “mmmmmm….”, el sonido de los niños mamando. Pero bueno, a estas alturas ya
no me importa demasiado, quizás sea cierto. Yo con mi madre tengo una relación
muy ambivalente. La quiero pero también la odio muchas veces. Creo que ella
nunca me ha querido. Historias antiguas que de momento no tengo ganas de
contar.
Me incorporo un poco en la cama, me poyo sobre los almohadones detrás de
la cabeza y pongo música. Normalmente algo de Bob Dylan o de Leonard Cohen, son
mis ídolos de toda la vida. Los adoro. Me han acompañado en los buenos momentos
que puedo recordar, cuando me he sentido feliz con las niñas, y en otros que si
no exactamente feliz, sí despreocupada, sin nada negativo en la cabeza. Al otro
lado de la pared, Má sigue hablando consigo misma, y más que hablar en sentido
estricto, yo diría que trata de mantener una conversación, pues hace dos voces
muy diferentes, no tanto en el tono, se trata claramente de dos mujeres, sino
por su manera de expresarse. Una lo hace de forma relajada pero casi por
obligación, y la otra más precipitadamente, como si la estuviera reprochando
algo. A veces Má se para, como si se tratara de una tregua, y se la oye
respirar ligeramente, con una facilidad impropia de sus años. No le quedan
muchos para cumplir cien. Pienso esto y digo ¡Dios mío! ¡Si yo a mis años ya me
siento agotada y tengo poco más que la
mitad, cómo se sentirá ella! Claro que ella siempre tuvo una vida cómoda, con
criadas y un marido, mi padre, que siempre estaba a su disposición. Yo a mi
padre a veces también le llamaba abreviando, es decir Pá, pero en general no me
molestaba llamarle papá de una forma natural. Claro que los padres no amamantan
a sus hijos, y en ello no hay ninguna contradicción. Historias minúsculas a mi
parecer, en cualquier caso.
Según pasa el tiempo y se acerca el momento de entrar en actividad, voy
poniendo una música más animada. Con Leonard Cohen sobre todo me siento muy
bien, pero acabo poniéndome triste, y hay momentos en los que no puedo permitírmelo,
como pasará poco después cuando deba levantarme para que Má pueda hacerlo,
acicalarla todo lo posible, ayudarla a lavarse, la baño dos veces por semana, y
prepararle el desayuno. Ella parece no darse cuenta de que hacer lo mismo día
tras día durante años resulta bastante agotador, y eso solo es el principio de
lo que luego me toca con la compra y mil cosas más. Pero estoy segura de que
piensa que se lo debo. Como no trabajo y me mantiene, encuentra totalmente
normal que yo haga contiguamente de criada. Y además con frecuencia me regaña y
me reprocha por minucias. Que si soy demasiado brusca cuando la peino, que si
hago todo demasiado deprisa o demasiado despacio, que si el café está demasiado
caliente o frío o la persiana demasiado arriba o abajo, o el pan mal cortado.
Lo hace sin parar como si fuera algo que me mereciera y yo fuera una cría de
diez años indefensa, algo que me duele pero en el fondo acepto por una
culpabilidad que no sé exactamente de donde me viene, aunque desde luego mi
vida haya tenido poco de ejemplar, al menos en mi opinión. Jamás me dice “Cariño,
no sabes cuanto te agradezco todo lo que haces por mí”. Jamás. Y por eso es por
lo que hago todo como lo hago, a la carrera, como una obligación, que lo sería
mucho menos si viera en ella un poco de agradecimiento. Estoy convencida de que
en el fondo de ella misma piensa que se lo debo, que para eso me mantiene, sin
pensar que si no fuera por mi lo más probable es que estuviera en una
residencia o gastándose los cuartos con una asistenta a tiempo completo. Todo
esto me desespera, y excepto en contadas ocasiones, soy incapaz de
tranquilizarme. Como he dicho, tengo la impresión de que “la debo algo” y que
por más que haga nunca voy a ser capaz de liquidar esa deuda. Me siento
terriblemente culpable, y el problema es que no es por estos años que llevo
viviendo con ella, sino por no haber sido la chica que ella esperaba, alegre y
desenfada pero sobre todo segura de sí misma y sin problemas, lo que le hubiera
permitido llevar la vida muelle que, sin embargo, siempre llevó. Con mi padre a
sus pies, y mi hermano, aparentemente sin problemas.
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