lunes, 14 de agosto de 2017

VERBENAS



Es un tipo raro, seamos sinceros, pues lo mismo es idéntico al que despediste anoche que da la impresión de ser un desconocido a quien acaban de presentarte. Habla entrecortadamente, pero con frecuencia lo hace torrencialmente o solo valiéndose de frases hechas sin ningún tipo de matiz ni relación con el momento. Algo así como frases-tipo del estilo de “buenas noches, encantado de conocerle” o “no tengo la menor idea al respecto” y cosas por el estilo. Inopinadamente, o al menos esa es la sensación que a mí me traslada, padece cambios bruscos de aspecto, y si en un momento parece un individuo sumamente  educado y de buenas maneras, poco después se tiene la impresión de hallarse ante un pobre hombre mal vestido y con dificultades para expresarse correctamente. Claro que también puede que se yo y no él quien experimenta tales cambios, y en tal caso es usted mismo quien debe sacar sus propias consecuencias, lo que no significa que tal cosa sea cierta. Entonces quizás sea usted quien tenga ciertas dificultades en la interpretación de los hechos, y deba pensar en lo que le está sucediendo. Etcétera.


La fiesta se prolonga durante toda la noche, y dormir es una heroicidad que mis oídos y sistema nervioso no me permiten. La música o más bien la charanga desafinada que entra por la ventana hace que me revuelva en la cama al borde de un ataque de nervios. Pienso en llamar a Recepción e informar del asunto, pero ellos mismos deben estar al corriente de lo que acontece y mi llamada resultar superflua e incluso risible. Tengo una escopeta y puedo disparar al aire haciendo patente mi disgusto, pero en este lugar están prohibidas las armas de fuego y sufriría las consecuencias. Podría levantarme y presentarme en la verbena cargado de razones para armar una trifulca considerable, pero habiendo sido autorizada por la autoridad competente, iba a ser tenido por loco y sufrir las consecuencias. Es inútil por lo tanto cualquier tipo de actitud en este sentido, y sería aconsejable poner en marcha cualquier tipo de relajamiento psicofísico, entre los que no es descartable la masturbación como última opción, aunque  mis años y con mi educación no dejaría de ser poco elegante y posiblemente inútil por razones obvias. O no tanto, cuidado.


Ayer al volver a mi domicilio procedente de una reunión de amigos en la que no faltaron los licores espirituosos y las conversaciones sobre un futuro no demasiado halagüeño, me dio por pasear al azar por sus inmediaciones para hacer tiempo. No tenía todavía ganas de acostarme y la noche resultaba agradable. En un momento dado tuve la impresión de estar soñando y haber decidido quedarme dentro del sueño, como si tal cosa fuera preferible a una realidad que por motivos desconocidos no juzgaba en esos momentos demasiado propicia. Sabía que me esperaba una mínima habitación en el sexto piso de un hotelucho de mala muerte, en la que lo único reseñable aparte de un armario empotrado, era un camastro miserable y una butaca sobre la que solía dejar mi indumentaria antes de meterme en la cama. Claro que tal cosa en aquellos momentos tampoco podía resultar cierta sino formar parte del mismo sueño, que me impulsaba a pasear sin ningún sentido a unas horas en la que cualquier persona en sus cabales debe recogerse y esperar de buenas maneras al día siguiente. Pero no fue así y poco después mi errático paseo me llevó hasta la orilla de un río cercano, donde no dudé ni un instante en sumergirme y dejarme llevar corriente abajo. Era verano, y la temperatura del agua aunque fría me resultaba agradable. Me dejé flotar aguas abajo contemplando sobre mi cabeza una luna desmesuradamente grande, que daba la impresión de acercarse como si ella también quisiera acompañarme en mi viaje. Pensé en Heráclito el oscuro, y me dije que no siempre las cosas suceden como habíamos previsto. O no previsto en absoluto, como era mi caso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario