Es un tipo raro, seamos sinceros, pues lo mismo es
idéntico al que despediste anoche que da la impresión de ser un desconocido a
quien acaban de presentarte. Habla entrecortadamente, pero con frecuencia lo
hace torrencialmente o solo valiéndose de frases hechas sin ningún tipo de
matiz ni relación con el momento. Algo así como frases-tipo del estilo de
“buenas noches, encantado de conocerle” o “no tengo la menor idea al respecto”
y cosas por el estilo. Inopinadamente, o al menos esa es la sensación que a mí
me traslada, padece cambios bruscos de aspecto, y si en un momento parece un individuo
sumamente educado y de buenas maneras,
poco después se tiene la impresión de hallarse ante un pobre hombre mal vestido
y con dificultades para expresarse correctamente. Claro que también puede que
se yo y no él quien experimenta tales cambios, y en tal caso es usted mismo
quien debe sacar sus propias consecuencias, lo que no significa que tal cosa
sea cierta. Entonces quizás sea usted quien tenga ciertas dificultades en la
interpretación de los hechos, y deba pensar en lo que le está sucediendo.
Etcétera.
La fiesta se prolonga durante toda la noche, y
dormir es una heroicidad que mis oídos y sistema nervioso no me permiten. La
música o más bien la charanga desafinada que entra por la ventana hace que me
revuelva en la cama al borde de un ataque de nervios. Pienso en llamar a
Recepción e informar del asunto, pero ellos mismos deben estar al corriente de
lo que acontece y mi llamada resultar superflua e incluso risible. Tengo una
escopeta y puedo disparar al aire haciendo patente mi disgusto, pero en este
lugar están prohibidas las armas de fuego y sufriría las consecuencias. Podría
levantarme y presentarme en la verbena cargado de razones para armar una trifulca
considerable, pero habiendo sido autorizada por la autoridad competente, iba a
ser tenido por loco y sufrir las consecuencias. Es inútil por lo tanto
cualquier tipo de actitud en este sentido, y sería aconsejable poner en marcha
cualquier tipo de relajamiento psicofísico, entre los que no es descartable la
masturbación como última opción, aunque
mis años y con mi educación no dejaría de ser poco elegante y
posiblemente inútil por razones obvias. O no tanto, cuidado.
Ayer al volver a mi domicilio procedente de una
reunión de amigos en la que no faltaron los licores espirituosos y las
conversaciones sobre un futuro no demasiado halagüeño, me dio por pasear al
azar por sus inmediaciones para hacer tiempo. No tenía todavía ganas de
acostarme y la noche resultaba agradable. En un momento dado tuve la impresión
de estar soñando y haber decidido quedarme dentro del sueño, como si tal cosa
fuera preferible a una realidad que por motivos desconocidos no juzgaba en esos
momentos demasiado propicia. Sabía que me esperaba una mínima habitación en el
sexto piso de un hotelucho de mala muerte, en la que lo único reseñable aparte
de un armario empotrado, era un camastro miserable y una butaca sobre la que
solía dejar mi indumentaria antes de meterme en la cama. Claro que tal cosa en
aquellos momentos tampoco podía resultar cierta sino formar parte del mismo
sueño, que me impulsaba a pasear sin ningún sentido a unas horas en la que
cualquier persona en sus cabales debe recogerse y esperar de buenas maneras al
día siguiente. Pero no fue así y poco después mi errático paseo me llevó hasta
la orilla de un río cercano, donde no dudé ni un instante en sumergirme y
dejarme llevar corriente abajo. Era verano, y la temperatura del agua aunque
fría me resultaba agradable. Me dejé flotar aguas abajo contemplando sobre mi
cabeza una luna desmesuradamente grande, que daba la impresión de acercarse
como si ella también quisiera acompañarme en mi viaje. Pensé en Heráclito el
oscuro, y me dije que no siempre las cosas suceden como habíamos previsto. O no
previsto en absoluto, como era mi caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario