domingo, 24 de enero de 2016

INCIDENCIAS DÉCIMO PRIMERA VELADA



Tengo la sensación de que de ahora en adelante ya nada será igual. Se ha operado en mí una transformación radical, que por otro lado y por mucho que pueda sorprender, nada tiene que ver con la metamorfosis. No se trata, por lo tanto, de que antes fuera “esto” y ahora “esto otro”, sino que permaneciendo igual hasta en los detalles más insignificantes, “algo” ha cambiado, y el resultado final, es decir yo-mismo, nada tiene que ver con el que fue.

Guardo, eso es cierto, una conciencia que me permite presentar los hechos de forma racional y narrativa –histórica- pero quien habla o escribe en estos momentos no se parece en absoluto a quien lo hacía ayer. Se trata de cambios ínfimos, incapaces de ser captados por un ojo ajeno, desde el momento en que lo exterior, entendido como ubicación espacial, ha dejado de tener sentido para mí. Me embarga, si puedo decirlo con una expresión muy utilizada en su día por los poetas románticos, un sentimiento oceánico, que hace indistinguible el concepto dentro-fuera, como si mi ser hubiera adquirido una esencia –un numen- en la que el mundo ha devenido un ente carente en sí mismo de toda diferenciación.

Se ha operado en mi organismo alguna modificación que ha hecho posible esta percepción, pero no disponiendo de las herramientas ni los métodos adecuados para verificarlo, no puedo demostrarlo, y debo conformarme con esta vaga intuición. Sin duda las células que componen mi organismo han sufrido una mutación que justifica mi estado actual, y mi cerebro poco debe tener que ver con el que fue hace apenas unas horas. Al levantarme esta mañana y mirar hacia el exterior por la ventana, es cierto que como habitualmente sucede, lo primero que se me vino a la mente fue la palabra “luz”, y luego, sin necesidad de ningún silogismo la palabra “día”. Sin duda debido a la acumulación de amaneceres de los que he sido testigo durante bastantes años desde antes de tener uso de razón.

Lo nuevo, sin embargo, es que por primera vez fui consciente de que con independencia de tal hecho, todo había cambiado, y la calle, los árboles, las nubes y el sky-line que contemplaba desde mi habitación, aunque siguiera “ahí afuera” habían al mismo tiempo entrado en ella, imposibilitándome la diferenciación entre “exterior” e “interior”, como creo que quedó dicho más arriba.

Ando ahora, pues, tras este acontecimiento, llevando conmigo “todo el peso del mundo”, y lo que anteriormente suponía una conciencia limitada, se ha expandido y cobrado en mi interior unas dimensiones cósmicas que me abruman. Esto es duro, y comunicarlo definitivamente a mis allegados puede hacer que me tomen por loco y me encierren en una casa de salud de por vida. Solo un cambio global, es decir multipersonal puede hacer que me comprendan y compartan conmigo esta orgía de elementos heterogéneos -y heteróclitos- que puebla mi cabeza y al empezar el nuevo día me permite decir: soy Dios o poco me falta.

INCIDENCIAS DÉCIMA VELADA



Son las tres de la tarde y en esta época en el trópico suele llover. El trópico es así: llegan unas nubes de improviso y descargan un aguacero impresionante.  Al poco rato, sin embargo, el sol vuelve a salir y con la humedad el calor se hace aún más intenso y sofocante. Pero eso, después de todo, no tiene demasiada importancia para mí. De una u otra forma yo voy a lo mío y no me importa el tiempo que haga, como mucho tendré que coger un paraguas o esperar un rato, aunque en ocasiones ni siquiera eso. Salgo a cuerpo y no me importa calarme hasta los huesos. A ella no le importa mi aspecto: siempre me recibe. Una vez allí todo sucede con demasiada rapidez para el interés que he puesto en ello, aunque enseguida entiendo que no podría ser de otro modo. Y si lo fuera, posiblemente sería peor.
Por lo general, al verme cuando llego sonríe levemente, como si a pesar de algunas confidencias que le he hecho en sentido contrario, tuviera la certeza de que siempre volveré. Lo más frecuente es que, si no está ocupada, me acerque de inmediato y ella me imponga las manos sobre la cabeza, al tiempo que recita una especie de letanía de la que no entiendo absolutamente nada. Permanecemos así durante unos minutos, los dos con los ojos cerrados, como si de esa manera todo fuera más fácil. En esos momentos siento descender sobre mí una lluvia finísima, casi una niebla que me envuelve y me conduce a un lugar desconocido, donde por un instante creo que voy a perder los sentidos. Pero tal cosa nunca sucede, y finalmente me da un golpecito en la cabeza con mucha delicadeza y me dice “Ya está”. A continuación me siento cerca de ella unos momentos y pronto siento su mirada sobre mí, y sé que me tengo que ir porque otros esperan
Hay ocasiones, sin embargo, en las que lo que sucede no tiene demasiado que ver con lo anterior. Al acercarme, ella me recibe con los brazos abiertos y me abraza dejando que mi cabeza repose sobre sus pechos. Son grandes y cálidos y entre ellos tengo la sensación de regresar a la infancia o en cualquier caso a un lugar de donde nunca debí salir. Pero la ceremonia más extraña tiene lugar otros días que en nada se parecen a ninguno de los mencionados. En ellos, nada más cruzar el umbral de la puerta se respira de inmediato un arma dulzón, una especie de mezcla de incienso de pachuli y agua de rosas, que anticipa lo que va a suceder a continuación. Al verme, se despoja violentamente de una túnica color azafrán que la cubre y se echa desnuda sobre un jergón en el suelo, al tiempo que dirigiéndose a mí me grita “¡Ahora!” Y yo sé que no puedo rehusar si no quiero pagar las consecuencias. Es una compensación por la satisfacción de otros días. Al parecer ella también tiene sus necesidades y no duda ni por in instante en exigirme que las satisfaga, aunque nada tengan que ver con las mías. Yo lo aborrezco desde la primera vez, pero me someto, pues ella no aceptaría una negativa como respuesta. Los días con lluvia o con sol en el trópico están comenzando a ser frecuencia demasiado exigentes, y suponen una servidumbre que he decidido dejar de pagar en cualquier momento

INCIDENCIAS NOVENA VELADA



Vamos a suponer que estoy cansado. O que llevo gafas. O que son las diez de la mañana. Minucias. Detalles insignificantes que de ninguna manera justifican tu desdén. Tu supuesto desdén. Quizás se trata de mi voz, dicen que desagradable en determinados momentos en los que digo lo que no siento. O siento algo muy concreto pero no llego a expresarlo, y en se nota en un gesto desagradable. Una mueca. No es fácil estar de acuerdo consigo mismo cuando las contradicciones o las disonancias toman la delantera. Yo siempre me salgo de los conciertos de música contemporánea en los primeros compases. A pesar de mi supuesta buena voluntad, eso que quede claro. Podría esperar un poco más pero justo entonces ya sé lo que vendrá después. Con tus llamadas telefónicas me sucede lo mismo. Siempre descuelgo aunque sepa que eres tú y que, quien sabe, podría haber alguna novedad de cierta relevancia, y en función de ella nuestra relación cobrar otro cariz. Pero al igual que en el auditorio, al poco de abrir la boca, tu boca, tengo que colgar presa de un hastío que ni siquiera he podido llegar a rechazar, pero que ya anticipaban tus primeras palabras.
Pueden ser las diez de la mañana e incluso ser exactamente las diez de la mañana de un día festivo. O no, eso no tiene demasiada relevancia, pero ser las diez exactamente. Sharp. Pile. Como se dice en otros idiomas de los que tengo la certeza que no desconoces totalmente, aunque desde luego, no domines. No importa. Tú siempre estarás ahí al otro lado de la línea telefónica esperando el momento preciso para marcar mi número y, aunque parezca contradictorio, volverme a echar algo en cara o arrojarme de nuevo tu desdén, como si fuera el único saludo que merezco a pesar de ser solo las diez en punto de la mañana. Podré llevar puestas las gafas o no. Eso no tiene demasiada importancia y solo será un detalle, un dato insignificante en función de haber estado leyendo poco después de despertarme. A veces lo hago como una forma de dar la bienvenida al nuevo día. Un homenaje, aunque a ti pueda llegar a parecerte una solemne tontería. Por cierto estoy releyendo “A sangre fría” de Capote. Me sigue gustando. Las historias de crímenes son siempre bastante intemporales y se mantienen a pesar del paso de los años. Lo mejor en su caso es el título, se hubiera vendido bien aunque hubiera sido una historia absurda de dos señoritas que mantienen una relación en secreto y no de unos asesinos sanguinarios. Como tú y como yo de alguna manera. No sé si por lo de señoritas o por lo de asesinos. Asesinas, quiero decir. Y te dejo a ti la decisión. Algún día tendremos que ponernos de acuerdo en algo. No siempre vamos a esperar con las gafas puestas. O sin ellas. A las diez de la mañana, poco antes o poco después. O en punto, claro está. Eso no tiene demasiada importancia.

jueves, 21 de enero de 2016

INCIDENCIAS OCTAVA VELADA



Un día al despertar la Cucaracha se encontró convertida en Gregorio Samsa. Lo supo porque a su lado en la mesilla de noche encontró un carnet de identidad con su foto que lo ponía bien claro. Siendo en origen una cucaracha o un escarabajo, en esos momentos no lo tenía claro, no se reconoció hasta verse en el espejo del cuarto de baño con su nueva fisonomía. Se sintió espantado y recordó con cierta ternura al ser que fue, esencialmente porque acostumbrado a andar a cuatro patas, hacerlo a dos le estaba resultando muy difícil.

Siendo su volumen en esos momentos cientos e incluso miles de veces superior al que tenía cuando se acostó siendo un insecto, intentó por todos los medios no hacer ruido en absoluto, pues no quería alarmar a sus padres que en esos momentos desayunaban en el comedor, una habitación paredaña con la suya. Tal cosa sin embargo se le hacía verdaderamente difícil y ni siquiera comprendía de donde sacaba fuerza para mover aquel enorme armatoste en que se había convertido su cuerpo sin caerse o tropezar.

Lo primero que hizo tras el aseo fue volver a la habitación y mirarse en el espejo de cuerpo entero  situado en una esquina de la habitación. Claro que, dotado como estaba de un cerebro infinitamente mayor que el original, pronto pudo comprender que todo aquello debía tener un sentido, pues en el macrocosmos no son aplicables las leyes de la física cuántica. Comprendió enseguida que siendo él en ese momento un hombre hecho y derecho, aquella no debía ser su habitación sino la de alguien semejante a él en cuya casa vivía.

Era absurdo pensar que aquella cama enorme en la que se había despertado era la suya, la de una simple cucaracha, ahora tenía la seguridad, a la que incluso una cáscara de nuez le vendría grande. Era posible por lo tanto que quienes oia en la habitación anexa no fueran verdaderamente sus padres, sino los padres del individuo en cuya cama había dormido, que debía ser el auténtico Gregorio Samsa, por más que se parecieran como una gota de agua a otra. Era evidente que debían ser gemelos, aunque  no lo supiera con certeza en esos momentos. O incluso tratarse de un caso de clonación y ser aquel lugar un laboratorio o algo parecido.


Si esto era tal y como había pensado hasta entonces, tampoco las voces que le llegaban del comedor eran la de sus verdaderos padres, sino los padres del auténtico Gregorio Samsa. Sus padres, de eso estaba convencido, también vivían en ese lugar, pero desde luego no hablaban en el idioma que le llegaba desde el otro lado de la puerta. De hecho creía recordar que no hablaban ningún idioma hecho con palabras, sino más bien un lenguaje no verbal a base de posturas y frotamientos, y en situaciones muy estresantes o peligrosas, de una especie de chasquidos. Al pensar esto empezó a preocuparse por sus padres, pero debido a su tamaño era casi imposible encontrarlos, pues solían ocultarse en agujeros o rincones demasiado pequeños para ser detectados fácilmente con sus ojos actuales.

En cualquier caso, se dio cuenta de que su situación era preocupante e incluso grave, pues la verdad es que no sabía como comportarse con su nuevo aspecto, y resultaba evidente que en caso de presentarse, los padres de Gregorio Samsa, el verdadero, enseguida se darían cuenta de que era un impostor y avisarían a la policía. O quien sabe si ellos mismos procederían de inmediato contra él. Además, podía darse el caso de que su hermano gemelo estuviera también en la habitación de al lado, y al verle aparecer todos se llevarían un susto tremendo, pues con toda seguridad sabían que no tenía un hermano gemelo. La confusión sería terrible.

Claro que también podría suceder que si aquellos señores estuvieran solos, le tomaran verdaderamente como a su hijo, y que el hecho de que se comportara de una forma extraña o no hablara con soltura, lo achacaran a que el chico había pasado una mala noche o algo parecido. Tenía la sensación de que Gregorio era hijo único, y ya se sabe que a estos chicos los padres les perdonan todo. Al menos, por lo que recordaba, en el mundo de los insectos las cosas eran así. Con esta idea en la cabeza se dirigió a la puerta decidido a afrontar la situación fuese esta la que fuese, pues en el peor de los casos, les daría las explicaciones correspondientes por poco creíbles que pudieran parecer. Sospechaba que no  debía ser habitual que dos personas corrientes estuviesen habituadas a las metamorfosis. Y menos en el ámbito familiar.

Sin embargo, ya a punto de abrir la puerta, una duda le asaltó de improviso y le hizo detenerse en seco. ¿Qué pasaría si sus presuntos padres también habían sufrido durante aquella noche una modificación igual a la suya, y se habían convertido en las personas que parecían desayunar en el comedor? Si fuera así, se llevarían un susto tremendo pues no le reconocerían y le tomarían por un extraño con intenciones aviesas, ante el que casi con total seguridad tratarían de defenderse, atacándole. Se sintió incapaz de abrir la puerta y regresó a la cama sin hacer el menor ruido. Ya tumbado, durante unos instantes que todo aquello era demasiado absurdo para ser real, pues en el mundo, al menos en el mundo de los coleópteros, todo acontecía de una forma razonable y nada surrealista.
Cerró los ojos e intentó relajarse a la espera de acontecimientos. Quien sabe si hasta podría llegar a dormirse de nuevo y despertar poco después convertido en el insecto que siempre había sido. Claro que en tal caso, al ser descubierto por el ama de la casa, su supuesta madre, era más que probable que ésta le aborreciera y le echara de la habitación a escobazos, con el riesgo nada improbable de perder su propia vida.

jueves, 14 de enero de 2016

LOGOPEDAS




Hay algo dramático cuando no trágico en la situación de Damián. Y al menos a primera vista nadie podría achacarle a él la responsabilidad de tal hecho, porque lo cierto es que a pesar de la buena voluntad de todos, la suya incluida, la incomunicación es total y se multiplican los malentendidos. De esta manera, tanto él como quienes están a su alrededor parecen estar atrapados y ser incapaces de que la situación se desbloquee y mejore.

Para ser más concretos, es conveniente analizar lo que ocurre, y para ello decir en primer lugar que desde hace un tiempo que ya nadie es capaz de precisar, Damián es incapaz de hablar su idioma maternal, que hasta cierto momento manejó con total soltura e incluso con maestría, dada su condición de periodista y escritor relevante. Y en cualquier caso, el que utilizaba habitualmente. La transición al nuevo lenguaje, que resulta incomprensible para los demás, tuvo lugar de forma sutil pero insidiosa, y a pesar de que algunas voces advirtieron en su momento de la importancia de lo que estaba ocurriendo, sucedió lo que a estas alturas parece un hecho irreversible.

En resumidas cuentas, hoy en día Damián se expresa en una lengua ininteligible para el resto de sus conciudadanos, por más que tanto él como ellos parecen poner todo su empeño y mejor voluntad para que las cosas se clarifiquen, y así poder entenderse. El cambio drástico que se ha producido en el lenguaje de este hombre no parece fruto de una voluntad de ruptura, sino más bien de una deriva sutilísima que hizo que las palabras que pronunciaba se fueran haciendo poco a poco incomprensibles. Primero fueron sin duda algunos giros del lenguaje, originales pero extraños y poco comunes. Luego la introducción de palabras nuevas, después la alteración de la sintaxis y el orden de las frases con el empleo de figuras literarias y tropos desconocidos, y lo que en principio fue tomado como pura originalidad y hasta pedantería, enseguida resultó algo absolutamente ajeno a los oídos de la gente, suscitó su perplejidad y condujo al cabo de poco tiempo a la situación actual.

Aunque se debe añadir que quizás lo más llamativo del caso resulta que tanto por parte de Damián como de quienes le rodean y escuchan, todo parece ser fruto de un mecanismo inconsciente que nadie supo prever a tiempo, o consecuencia de una falta de acuerdo por las dos partes en algún aspecto básico, pues ambas manifiestan (en el caso de Damián sobre todo por sus gestos) que nunca estuvo en su ánimo llegar a la situación en la que se ha desembocado.

Debe aquí afirmarse definitivamente que este hombre habla en una lengua que sólo él conoce con la convicción de que quienes le rodean la entienden, y que lo contrario no le cabe en la cabeza. Y hasta es posible que incluso pueda llegar a imaginar que es fruto de una conspiración contra su persona. Y es lógico, pues si uno se guía por la entonación y hasta la cualidad y estructura de las palabras que constituyen dicha lengua, da la impresión de que debería resultar perfectamente comprensible. Pero no es así, y a esa primera impresión sigue una perplejidad paralizante para ambas partes, pues también los gestos que acompañan a dicho lenguaje resultan habituales del que Damián ha olvidado.

Transcurridos ya meses, y según algunos incluso años, que esto sucede, la situación ha llegado a un punto en que la tensión está alcanzando cotas inusitadas, pues la convivencia no resulta sencilla por razones perfectamente comprensibles. De una forma más o menos velada, que parece ir aumentando con el transcurso de los días, en la parte mayoritaria va cobrando fuerza la opinión de que Damián sabe perfectamente lo que hace, y que su actitud es una estrategia perfectamente urdida con la intención de llegar a un punto de no retorno. Cual pueda ser el objetivo de tal forma de actuar, es algo sobre lo que quienes lo sugieren no llegan a ponerse de acuerdo. Algunos hablan de enfermedad, otros de un egoísmo patológico e incluso de un lenguaje cifrado para elementos infiltrados en la masa, pero cada vez son más  los que opinan que las pretensiones de Damián son muy claras y concretas, aunque al decirlo, ni ellos mismos lleguen a precisarlo con claridad.

La situación a fecha de hoy es, por lo tanto, de bloqueo absoluto, a pesar de la aparente buena voluntad, y de que han surgido propuestas para organizar foros, reuniones y hasta congresos para estudiar a fondo el problema. Resulta evidente que la convivencia con Damián se hace cada vez más difícil, y nadie quiere llegar a considerar una solución sencilla que está en la mente de todos, pues al fin y al cabo, el pobre hombre tampoco ha hecho mal a nadie. El problema en cualquier caso es muy grave, pues empiezan a detectarse entre ciertas personas los primeros síntomas de cambios en su propio lenguaje, e incluso en su manera de actuar, y lo que antes era claro y diáfano para todo el mundo, ya solo resulta evidente para determinados grupos.

Damián está en minoría, y tiene por lo tanto un problema, pues de seguir así las cosas  podría generarse un caos colectivo y la situación hacerse inmanejable: una Torre de Babel surgida prácticamente de la nada. Alguien debería decírselo aún a riesgo de no ser comprendido, pues con más frecuencia de lo que se cree, en determinadas circunstancias se toman decisiones a contrapelo de los propios sentimientos. Es posible que solo fuera necesario un logopeda.

jueves, 7 de enero de 2016

INCIDENCIAS SÉPTIMA VELADA



Hoy me he despertado temprano para lo que en mí es habitual, que nunca es antes de las nueve de la mañana. Aunque sin duda sería más apropiado decir que no me he “levantado”, pues lo que se dice despertarme nunca me sucede más allá de las siete de la mañana, lo que en un hombre de mi edad suele ser bastante natural, teniendo en cuenta que el sueño es un indicador fiable de la necesidad de reposo. Algo, en cualquier caso, no aplicable a mí, ya que apenas me muevo y suelo estar fresco como una lechuga.

Por lo tanto, con lo dicho anteriormente, todo ha sido bastante natural y cotidiano; es decir, lo habitual. Debo pues confesar que el arranque de este texto ha sido bastante engañoso e incluso falso de toda falsedad. Sucede, buscando a tal hecho alguna explicación coherente, que con frecuencia pretendo empezar cualquier tarea, y la de escribir es una entre tantas, de una forma novedosa que prometa variaciones que la rutina suele desmentir poco después.

Lo dicho al final del primer párrafo es posible que no tenga buena acogida entre los hiperactivos y los amantes del deporte, que hacen del movimiento y las actividades deportivas su paradigma, pero no es tal mi experiencia personal. Por un lado tengo noticia de que muchos deportistas, y más aún los sobresalientes, pagan su esfuerzo y suelen dejarnos apenas superados el medio siglo de existencia. Y por otro, debo referirme a mi familia, extraordinariamente longeva, dedicada toda ella a labores detrás de la barra de un bar o de mostradores, y que nunca llegaron a mover los pies de continuo más allá de diez metros.

Con independencia de lo anterior, y dejando que cada cual opte por la solución que prefiera, ha llegado el momento de confesar al llegar a estas alturas de mi escrito que, decantándome por la que fue distintiva de mi estirpe, no es ese mi problema, sino el atoramiento mental y la dificultad de poner sobre el papel en blanco o la pantalla del ordenador, algo que ni remotamente se empariente con lo que un tanto ha venido a llamarse literatura.

Siendo sin embargo una  de mis características más relevantes la voluntad, hasta el punto de constituir una cualidad, puedo permanecer muchas horas sentado con la ilusión de que en cualquier momento me llegue la inspiración por algún lado. Como norma general, si veo que la situación puede prolongarse indefinidamente, suelo recurrir a los objetos más cercanos o a perder mi mirada fuera de la ventana, donde el mundo sigue existiendo con independencia absoluta de mí mismo.

Tal recurso ha tenido como consecuencia que a los largo de los años haya escrito cantidad de artículos, ensayos y hasta novelas centrados preferentemente en lo que ambas situaciones podían brindarme. Los utensilios y artefactos que están sobre mi mesa y los objetos y enseres de la habitación. Oséase: muebles, lámparas, sillas alfombras cuadros y objetos de decoración, etc en este último caso… y en el otro, en plan más modesto, libros, cuadernos, lapiceros, sacapuntas, cortaplumas y las grapadoras (este es uno de mis artilugios preferidos porque se presta mucho en mi opinión para las metáforas).

Debo aceptar, sin embargo, que es la ventana el recurso a mi alcance que me da más posibilidades porque detrás de ella, y aunque sea a escala reducida, está el mundo con toda su grandeza y sus horizontes inabarcables. El ajetreo de aquí para allá de la gente que se afana con o sin sentido de un lugar para otro, las nubes lentas o rápidas en su discurrir según la intensidad del viento, los automóviles que en general se precipitan por las avenidas como si persiguieran a un objeto inalcanzable, etc… sin olvidar especialmente a los árboles que introducen en mi mente ideas más poéticas y me relacionan con la vida que en algún momento creo que está a punto de abandonarme.

Podría siguiendo aquí lo mencionado con anterioridad, mencionar también a ciertos elementos que por su propia naturaleza pueden hacer que mi mente vuele y despegue definitivamente, haciendo poco significativo mi impenitente sedentarismo. Concretamente, los postes de teléfonos y otros relacionados con la electricidad hacen que pueda trasladarme a otros lugares a velocidades próximas a la de la luz, lo que me reconforta profundamente y en ocasiones llegue a emocionarme evocando lugares exóticos o simplemente muy diferentes del que yo habito.

Sin olvidar finalmente dejar reposar mi mirada sobre los tejados, bajo los cuales se desarrolla buena parte de la vida de muchas personas, algo que aunque pueda parecer banal cuando las conocemos en la vida cotidiana, tiene sin embargo mucho que ver con el misterio, esa cualidad que subyace bajo la aparente desidia del mundo.

miércoles, 6 de enero de 2016

INCIDENCIAS SEXTA VELADA



Me cuesta moverme, pero he hecho un esfuerzo, he salido de la cama y me he sentado frente al ordenador en el estudio. Está al fondo del salón en una habitación inverosímil que hace esquina y da a dos calles, para lo cual los arquitectos (o lo que fueran) tuvieron que torturarla de mala manera y que encajase en el edificio. Ya sentado me he sentido bastante aliviado, no desde luego por ocupar una situación especial frente al aparato, sino en el espacio. Me he imaginado a mí mismo visto desde la calle, y no he podido dejar de soltar una carcajada al verme en una posición un tanto inverosímil que no voy a explicar aquí, principalmente porque no me siento capaz y porque después de todo no tiene demasiado sentido.



Hoy es día uno de Enero de 2016, que en mi caso no tiene nada que ver con un año prometedor ni tampoco con el hecho de tener uno más en mi cuenta dentro de nada. Creo que se trata sobre todo de la sensación de haber dejado atrás unos días en los que se tiene que ser feliz o parecerlo por orden ministerial, so pena de ser considerado como un bicho raro o un aguafiestas. Vuelve por lo tanto la normalidad, cuando una ya puede ser lo que es. Caso de no tener doble o triple personalidad, claro está, aunque aún así también podría ser cierta la afirmación anterior. Después de todo, los monstruos de dos o tres cabezas tienen su gracia y son relativamente comunes como metáfora.



Desde el fondo del pasillo me llega la música empalagosa de la familia Strauss, que al parecer pone contento a todo el mundo, en una especie de revival anual en el que la gente regresa a la infancia con la candidez típica de ese periodo de la vida, pero también con toda su ñoñería (que por cierto no tiene nada que ver con los niños). En general le cuesta mucho reconocer que es entonces cuando se forjan las mentes más depravadas, y aquí no solo recuerdo a Freud y su infante perverso polimorfo fantaseando con su propia madre, sino sobre todo con los psicópatas, que con toda probabilidad organizan entonces su desquiciada maquinaria mental, que tiempo después podría llevarles a cortar el cuello a su propio padre (seguimos con la familia nuclear) sin la menor culpabilidad.



A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, lo cierto es que según pasa el tiempo y el concierto avanza, crece en mí la expectación de que finalmente lleguemos a la marcha Radetzky para ponerme a dar palmas acompañando a los espectadores de la sala en Viena y a millones de televidentes por todo el mundo (no sé si a los chinos les está permitido). Llevo años tratando de combatir esta tendencia, pero debe ser un meme que ha arraigado en mi dotación genética y no hay manera de quitármelo de encima, a pesar de la mala conciencia progresista que me genera.





Finalmente, sin embargo, siguiendo un impulso que me llega de las regiones más profundas de mi ser desconocidas para mí hasta ese momento, cuando está a punto de arrancar la celebérrima marcha, el dedo índice de mi mano derecha aprieta un botón del mando a distancia, y sobre la pantalla de la televisión de plasma de 47 pulgadas aparece la imagen inquietante de uno de los últimos urogallos de los Picos de Europa en la época de celo, persiguiendo a una hembra para cumplir una función reproductiva que en comparación con los músicos vieneses me parece absolutamente fuera de contexto, pero me alivia en la medida que dejo de ser lo que se espera de mi.

martes, 5 de enero de 2016

INCIDENCIAS QUINTA VELADA



He decidido convertirme en luchador de lucha libre profesional. Sé que a mis años me espera una ardua tarea y que tendré que frecuentar el gimnasio a diario si quiero devolver a mis músculos la fortaleza de mi juventud (en la que destacaba con toda evidencia cuando en verano lucía camisetas de manga corta), pero estoy decidido. Por otro lado mi agilidad se halla hoy en día también bajo mínimos, pues hasta bajar las escaleras desde casa hasta el portal me cuesta un mundo. Y no solo se trata de la artrosis, algo común en gente de mi edad, sino del tono de los antes mencionados músculos, atrofiados por décadas de sedentarismo en el sofá viendo la televisión. Pero, una vez más nada me hará abdicar de mi objetivo



A pesar de todo lo anterior, no pierdo la esperanza de que llevado por mi fuerza de voluntad sea capaz de ascender a la Liga de Luchadores Profesionales tras algunos años de tránsito por las categorías inferiores, donde espero que el número e intensidad de las bofetadas que reciba no me disuadan de mi empeño antes de tiempo. En tal sentido tengo pensadas varias estrategias que podrían sorprender a mis rivales neófitos. Se trata esencialmente de un lenguaje corporal que les confunda y les haga considerarme a priori como un auténtico chollo descuidando su defensa, comprobando poco después de que se trató de un error garrafal. Será demasiado tarde para ellos cuando hayan besado la lona definitivamente con uno de mis otrora afamados giros de trompo tipo peonza, hoy totalmente en desuso, pero efectivos donde los halla.



No descuidaré tampoco mi preparación psicológica con el convencimiento de que es en las mentes de los luchadores donde se libra la principal batalla. Para ello pienso consultar con un afanado psicólogo experto en la hipnosis para que me entrene en tal sentido, de forma que incluso antes de empezar mi oponente caiga preso de mis habilidades recién aprendidas. Mis ojos podrán ayudarme mucho, pues con independencia del género de quien lo emitía, siempre se me ha dicho que son terriblemente seductores, y cuando el susodicho quiera darse cuenta y reaccionar, verificará que es imposible, pues su voluntad conquistada estará de mi lado, y actuará en consecuencia, incluso provocándose a sí mismo un ko con todas las de la ley.



No soy sin embargo un ingenuo que no haya considerado que mis planes puedan venirse abajo a pesar de mi férrea voluntad en llevarlos adelante. En el análisis de cualquier situación, y más aún si esta es compleja, deben tenerse en cuenta factores que no se me escapan, y que en mi caso no están de mi lado. Tengo por tanto que considerar que mis oportunidades pasan por una elección adecuada de mis posibilidades, y en ese sentido  siguiendo las enseñanzas del Aeropagita y de la Universidad de Deusto, debo elegir la que más me convenga en la evaluación de mi rival, teniendo en cuenta sus capacidades normales sin descuidar las más peligrosas, entre las que no se me escapa que la patada a la cabeza puede ser definitiva, y más con la tensión por las nubes como la tengo. En tal caso mi objetivo habrá sido un fracaso, pero siempre me quedará la satisfacción de haberlo intentado a punto de cumplir ochenta años, edad en la que como norma general, los hombres vuelven a rezar e intentar no dar un mal paso al subir o bajar de la acera, hecho que puede hacer el tránsito a la otra vida rápido pero inmerecidamente doloroso.


lunes, 4 de enero de 2016

INCIDENCIAS (Cuarta velada)



-Son las cuatro de la mañana. Dentro de poco amanecerá y no he pegado ojo. Hoy no ha sido suficiente ni el vino tinto con la cena ni los ansiolíticos. Tengo demasiado miedo a quedarme dormido y que ellos aprovechen la situación para liquidarme. Y cuando digo ellos, incluyo a mis vecinos de arriba. Creo que haberme sincerado ha sido una negligencia que puedo pagar caro. Nadie puede dormir tranquilo sabiendo que en el piso de abajo habita un marciano. O algo parecido.



-Como última oportunidad para descansar al menos tres o cuatro horas, vuelvo a la lectura terapéutica y cojo de la estantería un libro al azar. Dice así: “El mundo es todo lo que es el caso” (1). Al parecer es una de las proposiciones filosóficas más importantes del siglo veinte. Me quedo profundamente dormido y acepto morir con una estaca clavada en el pecho. No soy un vampiro, pero Ángel o Luisa pueden tener sus razones para tomarme por tal.



-Son las siete de la mañana tres minutos y quince segundos en el reloj de la mesilla de noche. Sigo vivo y eso me reconforta con la parte de mi cerebro partidaria de la teoría de la evolución de Darwin, aunque hay otra que se siente un tanto decepcionada porque espera con cierta vehemencia que el tránsito a mejor vida se produzca de forma absolutamente inconsciente.



- A las 7. 15 a.m. cierro los ojos al tiempo que siento que el techo se derrumba sobre mi como un manto blanco trufado de hormigón armado. Me veo prisionero en una cárcel  en el que las paredes, el suelo y el techo se han unido originando una singularidad, lo que coincide con mi sensación de caer en un agujero negro, como el primer día, algo que me consuela al saberme a salvo de la que ha sido llamada spaghetificación (2). Que ya es decir.



-Cuando me despierto poco después, lamento no ser capaz de implicarme con los acontecimientos de la vida cotidiana y andar siempre preocupado por situaciones irreales o abstractas. Soy, según me dice mi psiquiatra, incapaz de conectar con lo que a los seres humanos verdaderamente humanos, y tal cosa es lo que está en el origen de mis padecimientos. Especialmente del hecho de sentirme un extraterrestre.



-Claro que, ahora caigo en ello, quizás el extraterrestre es el mismo, que se empeña en que recuerde de mis sensaciones cuando bajaba por el canal del parto de mi difunta madre. La pobre. Dice que hasta que no dé el llamado grito primario no seré verdaderamente un ser humano como Dios manda. Pero yo soy ateo y por lo tanto inmune a tales amenazas. Para mí que este tipo más que extraterrestre no está en sus cabales. Voy a dejar la psicoterapia.

-(1) Del « Tractatus Logico-philosophicus » de Ludwig Wittgenstein.

-(2) Proceso mediante el cual, cualquier objeto que caiga en un agujero negro se alarga infinitamente, según la opinión de los cosmólogos más afamados.

domingo, 3 de enero de 2016

INCIDENCIAS (Tercera velada)



-Esta tarde han venido a casa Ángel y Luisa, mis vecinos del piso de arriba. Su petición fue vernos en un bar cercano, pero yo prefería citarlos en casa porque no me viene bien bajo ningún punto de vista salir para escuchar cuatro sandeces. Qué otra cosa se le pueden ocurrir a un matrimonio al que conozco hace veinte años y con los que no he cruzado más de diez palabras.

-Vienen a eso de las siete y media y después de hacerles sentar en el sofá, enseguida les sirvo un piscolabis con la suficiente entidad, sin embargo, como para que se queden satisfechos y no pretendan quedarse a cenar.

-Ya reunidos los tres, yo sentado en una especie de silla/balancín bastante incómoda y que no suelo utilizar, acabo preguntándoles a qué se debe su proposición, que por otro lado me parece estupenda. Ángel tras unos instantes de titubeo y varios intentos de irse por las ramas, acaba confesándome que se sienten muy inquietos porque tienen la impresión de que “no son de este mundo” (sic).

-Encajo su afirmación tratando de no descomponer el gesto, pues la verdad es que coincide con mi idea de los últimos tiempos de ser un extraterrestre, que viene a ser lo mismo si no consideramos ciertos aspectos filosóficos de cualquiera de ellas. Hago un esfuerzo y tratando de parecer tranquilo les pregunto el por qué de su impresión.

- Toma el relevo Luisa, y dice que más que hechos cuentan con indicios. Voces, sonidos e incluso destellos luminosos en su casa en plena noche, pero que carecen de existencia real, pues por más que han indagado no han logrado ver nada especial.

-Les hago saber mi sorpresa porque tal cosa solo indicaría que en su domicilio se dan fenómenos paranormales, pero en absoluto confirmaría que ellos “sean de otro mundo”. A continuación, para no decepcionarles, les confieso mis sospechas de ser un extraterrestre basadas en averiguaciones personales y la opinión de un afanado ufólogo de la televisión. Incluso les hablo de la posibilidad de que un vampiro me aceche por la noche y les muestro las ristras de ajo sobre el cabezal de mi cama.

-Al verlas, parecen entusiasmados y me preguntan si me quedarían algunas más para hacer ellos lo mismo de inmediato. Les digo que no pero que tengo varias cabezas de ajo que podrían hacer la misma función en un bol sobre la mesilla de noche, y que estoy encantado de podérselas ofrecer.

-Poco antes de irse después de devorar el simulacro de cena que les he puesto (ese era mi objetivo), les recito unos párrafos de “El ser y la nada” de Jean Paul Sastre, asegurándoles que son una especie de conjuro contra los malos espíritus, al tiempo que una forma sencilla de volver a ser simplemente humanos después de leerlos o escucharlos y no entender nada, como ha sido el caso.

-Cuando tres horas más tardes me meto en la cama, quito de mala manera las ristras de ajo de mi habitación y me entran unas ganas furibundas de clavarle una estaca en el pecho al conde Drácula. O en su defecto a Ángel, el vecino de arriba, después de todo dice no ser de este mundo. Con las señoras soy más respetuoso.

sábado, 2 de enero de 2016

INCIDENCIAS (Segunda velada)



-Poco después de cenar me entra un sueño profundo que no se a qué atribuir, si a las tres copas de vino que me he tomado o a la necesidad de evadirme de una angustia que me atenaza a partir del crepúsculo. Claro que si fuera por esto último padecería más bien de insomnio, pero nunca se sabe.



-Me voy pues a la cama procurando mantener a pesar de todo el protocolo habitual: cuarto de baño, pijama, almohadones y lectura a modo de somnífero. Para cumplir este último punto hago un esfuerzo sobrehumano y trato de leer algunos párrafos de la “Crítica de la razón pura”.



-Leo “Nuestra aprehensión de lo múltiple del fenómeno es siempre sucesiva y por tanto siempre cambiante” (*) y me quedo profundamente dormido de inmediato. Creo que debo mantenerme en esta línea. El ahorro en ansiolíticos acabará siendo significativo.



- A las 3.37 (lo veo en el reloj de la mesilla) me despierto muy agitado con una intensa taquicardia. Trato de calmarme tratando de seguir el método de Schultz, pero a poco de comenzar me doy cuenta de que no recuerdo los pasos. Me he quedado en la relajación de la pierna izquierda y ha sido un éxito: no la siento en absoluto, pero el corazón me sigue latiendo desbocado.



-A continuación, al tiempo que trato de movilizar los dedos del pie de esa pierna, intento practicar raja yoga por medio del pranayama o respiración profunda. A los pocos minutos veo que lo voy consiguiendo y decido que debo felicitar al profesor de yoga, a cuya clase asisto una hora diaria en días alternos.



- Afortunadamente me duermo y no me despierto hasta la 7.35 (reloj mesilla). La luz entra tenuamente por la ventana y me alegro de que ya esté amaneciendo. Cada vez temo más a la oscuridad y antes de levantarme decido que a partir de la noche próxima dormiré con una luz suave en una de las esquinas del dormitorio.



-En la ducha recuerdo que no es descartable, según mi experiencia de la noche anterior, que yo sea un alienígena, y que por lo tanto, puestos a deshacerse de mí, la oscuridad es el ámbito adecuado, por lo que me reafirmo en mi decisión anterior. La luz, por débil que sea, siempre me dará una oportunidad de reaccionar y defenderme.



-Ya vestido de calle, soy consciente que durante las noches también puedo ser víctima de un ataque del Príncipe de las Tinieblas, pues ya se sabe que dichos seres son capaces de atravesar las paredes y ante ellos es inútil cerrar puertas y ventanas. Al abrir la puerta de la calle para salir, decido finalmente colgar una ristra de ajos encima de la cabecera de la cama. Es un arma segura contra los vampiros y el ajo, después de todo, no huele tan mal.

(*) Crítica de la razón pura de Inmanuel Kant (Editorial Porrúa, pág 144)

viernes, 1 de enero de 2016

INCIDENCIAS (Primera velada)



-Me acuesto temprano después de ver en la televisión un documental sobre extraterrestres. Me parece una tontería, pero me inquieta. El presentador, que es también ufólogo, está seguro que ya están entre nosotros pero que son indetectables.



-Antes de apagar la luz quiero leer un poco, no porque verdaderamente me apetezca hacerlo, sino como una forma de convocar al sueño. Intento leer una obra de Heidegger, pero al poco de comenzar me doy cuenta de que no entiendo absolutamente nada. No tiene sentido. A pesar de ello continuo en voz alta recalcando las palabras o expresiones que me llaman la atención, por ejemplo “perjudiacialidad” (*) y “tal finalidad no podrá sin embargo alcanzarse mediante una síntesis extrínseca de lo ya dilucidado” (**).



-Acabo efectivamente durmiéndome. Al parecer la obra mencionada ha tenido los efectos de un narcótico, porque me doy cuenta de que sigo con las gafas de vista cansada puestas y el libro sobre mi pecho. Me siento agitado y sudo copiosamente.



-Cuando dejo las gafas y el libro sobre la mesilla de noche tengo la sensación de estar diluyéndome, como si cada vez me fuera haciendo más pequeño pero infinitamente pesado. Pienso en los agujeros negros e inmediatamente tengo la certeza de que el presentador de la televisión tenía razón: creo que soy un marciano.



-Un marciano que sin embargo tiene las mismas necesidades que un habitante de cierta edad de Winscosin, porque debe levantarse a orinar. Me miro al espejo del cuarto de baño. Estoy amarillo y temo estar enfermo del hígado o como mínimo padecer de ictericia, luego recuerdo que el espejo es muy viejo y que en él todo se ve de color sepia. Eso me alivia.



-De nuevo en la cama me tomo dos orfidales y espero que vuelva el sueño entornando los ojos. Pienso que en cualquier momento alguien descubrirá mi condición de alienígena y sufriré las consecuencias. De todas maneras, no me importa demasiado lo que puedan hacer conmigo (las posibilidades son limitadas), pero me causa un profundo dolor suponer que no me consideren como a uno más de ellos, sino que me miren y señalen como a un extraviado.



-Con los ojos ya cerrados traigo a la mente conceptos generales de tipo filosófico (o casi) como “justicia” o “libertad” para intentar profundizar en ellos, lo que invariablemente hace que me entre un sopor irresistible y me duerma, pues nunca soy capaz de definirlos con la precisión que me gustaría.



(*) Martínn Heidegger: “Ser y tiempo” (Ed. Trotta, pag 165)

(**) Ibídem (pág 200)