miércoles, 9 de julio de 2014

MARUJA DOS

Hola Maruja. Como te dije el otro día me pongo de nuevo en contacto contigo para charlar un rato, saber que hay de  nuevo en tu vida y contarte lo que se me pase por la cabeza, que espero que no te parezca mal. Ya sé que no tendrás mucho que contarme, pasando como pasas gran parte del día en la playa, donde, seamos sinceros, no hay demasiada variación de un año para otro. En general el tránsito de aquí para allá de unos cuerpos que en general dejan mucho que desear. Maruja, poca gente se cuida de verdad. Un ejemplo: esos tipos que parecen pasearse orgulloso con los pies en el agua dejando que las olas se los refresquen, y tratando de olvidar que ellos mismos no llegan a vérselos por razones que adivinarás sin mayores problemas. Y por el otro lado, solo de vez en cuando, entre la multitud de mujeres lamentables, surge alguna jovencita que convoca todas las miradas. Por algo será, pero sobre todo porque no son demasiado comunes.
Pero me estoy yendo de los temas que hoy quería comentarte, no porque hacerlo sea obligatorio, pero sí porque creo que es el momento preciso muchos años después para hacerte estas observaciones. Y que conste que no son reproches, pues tengo la certeza que tú hacías todo lo posible para evitarlo. Maruja, al comer se cierra la boca. O para ser más preciso, primero se abre y se mete dentro de ella lo que sea preciso, pero a continuación, durante el proceso que ha sido, y es, llamado de masticación, se cierra de tal manera que los dientes realizan su función con toda facilidad y, esto es importante: la comida, antes de formar el bolo, permanece adentro. Ya sé que me comprendes y que ya entonces lo sabías, y que incluso intentabas hacerlo tal y como acabo de describirlo, pero seamos sinceros: no lo lograbas. Comer a tu lado no era demasiado agradable, aunque debo reconocer que en cuanto te dabas cuenta echabas mano de lo que se te escapaba y lo retirabas (y desgraciadamente no siempre se trataba de pan). Es de agradecer aquel gesto, la verdad, porque podías haber disimulado, y hacer la comida todavía más desagradable. Si recuerdas, nadie quería ponerse frente a ti ¿lo comprendes ahora? No quiero en este momento hablar de las razones. Quizás se trataba de tus dientes. Eran grandes, poderosos, dotados posiblemente no solo para la masticación sino quien sabe si para labores no demasiado lejanas a la depredación, y que posiblemente tenías dificultades para obturar la entrada. Después de todo venimos de donde venimos. Y lo vamos a dejar aquí.
Releo lo que acabo de escribir y espero que no lo tomes a mal. Puede parecer un reproche o como poco una falta de educación recordar a una persona, por otro lado tan próxima como tú, algunas características problemáticas, pero créeme si te digo que lo hago por tu bien. Es posible que aún comas en compañía de otros, y quizás mis consideraciones te pueden venir bien para no quedarte sola.
Otra cosa que creo que es el momento de recordarte, ahora que sin duda estarás en la playa, es tu antigua costumbre de andar con chancletas sobre la arena. Maruja, lo puedes hacer, tal cosa está plenamente autorizada y hasta recomendada en ciertas playas situadas más al sur, pero en el norte donde tú veraneas, creo que sobran, y que lo único que causan es una enorme molestia en los bañistas que descansan tumbados en la arena, y que al pasar tú por su lado reciben un inmerecido roción de la misma sin esperárselo. Recuerda que solo en los días excepcionales en que la temperatura puede llegara treinta grados, la arena de nuestras playas solo está tibia, y caminar descalzo sobre ella no es ningún sacrificio, sino, por el contrario, una delicia. En fin, haz lo que quieras, pero evita a la gente al pasar, da incluso un rodeo y te lo agradecerán. Además te recuerdo que las chancletas colgando de la mano son un cuadro bastante habitual en nuestra costa, y la cosa tiene su gracia. Apúntate a ello.

Me he pasado, lo reconozco, y te prometo que a partir de hoy ya solo voy a decirte cosas favorables, que tengo muchas en la cabeza, y que dejo para la próxima carta, para que tengas constancia del afecto con el que te recuerdo. Solo decirte para terminar, que cuando llegues en grupo a la playa, no te hagas la remolona y te atrases. No porque no puedas hacerlo, desde luego pues estás en tu pleno derecho, pero aún recuerdo lo que sucedía en nuestra época. Yo era un niño, desde luego, y tú una señora mayor, pero aún tengo en la cabeza las palabras de tus familiares y amigas cuando ya nos habíamos colocado sobre la arena. “Mirar, hay viene Maruja, parece que llega en otro autobús”, y se reían. Pero no, tú no habías venido en otro autobús, sino en el mismo que nosotros, y los demás eran de la opinión que te quedabas atrás para hacerte ver. Como para decir “aquí llego yo”, y no todos lo comprendían. Maruja, que la gente no siempre es lo que parece. Te lo digo yo, que de eso sé mucho.

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