sábado, 26 de julio de 2014

MARUJA CUATRO

Buenos días Maruja. Como verás, aquí sigo fiel a la cita prometida en mis anteriores escritos. Supongo que a estas horas de la mañana ya estarás en la playa. Yo siempre te ubico en ella o comiendo, posiblemente porque eran los dos únicos momentos en que te veía cuando era chico. Cuando era un chico, quiero decir, que últimamente mis amistades argentinas hacen que emplee giros que no son de aquí, sino de allá.
Te imagino ya en la playa, posiblemente sola o con tu hermana Concha, si es que ha sobrevivido, pues todo hay que decirlo, era mayor que tú, y ya no eres ninguna niña. Ni yo tampoco, Maruja. Qué le vamos a hacer. Posiblemente estarás con tu inseparable sombrilla, de la desde el primer día que recuerdo sobre todo sus colores desvaídos, y el menosprecio que hacías de ella casi de inmediato. Al llegar es cierto que te protegías un momento a su sombra, pero a los diez minutos te salías en busca de tu adorado sol. E incluso en ocasiones, lo recuerdo como si fuera ayer, la plegabas y la dejabas abandonada sobre la arena como un trasto inútil. Su presencia a tu lado era pues solo testimonial. Estaba allí como una forma de representarte ante los demás camino de la playa, pues una vez en ella maldita la atención que le prestabas. No abuses del sol, Maruja, te lo he repetido con frecuencia. Y no solo yo, sino quienes bien te quieren y tu propia familia, aunque a estas alturas ya se habrán dado cuenta de que es inútil.
De todas maneras, hoy no quería hablar de ti. Me siento terriblemente egoísta y supongo que no te molestará que te haga algunas confidencias prsonales. Te las hago a ti porque, aunque no te lo creas, no tengo demasiada gente a quien dirigirme. A veces me decido y me lanzo y se las cuento a cualquiera, pero la verdad es que sin ningún éxito. La gente no quiere que le vengas con historias que se salgan de lo cotidiano. Ya sabes: el tiempo, el fútbol, los políticos, lo mal que va todo. Esas cosas. Pero no le digas a nadie tus tristezas ni tus problemas personales. En todo caso son admisibles algunas enfermedades, siempre que sean benignas y tengan remedio. La gente, Maruja, se asusta enseguida, y piensa, puestos en ese plan, que uno es un gafe se las puede traspasar, y que lo mejor es quitarse de en medio de inmediato. Tú, sin embargo, sé que me escucharás cómodamente tumbada en la playa con el rumor de las olas de fondo que todo lo dulcifican.
Pues resulta que ya empezó el verano. Que ya no es una promesa a punto de llegar. Se acabó la poesía, y los buenos augurios del porvenir se acabaron. Lo que toca enseguida es el otoño, ese tiempo tan bello, pero premonitorio de un invierno que ya se acerca inexorable. Ya se acabó, Maruja, apenas comenzado. Al menos, eso es lo que yo siento. Y en los atardeceres me invade una profunda melancolía, sabiendo que, después de todo, las promesas son solo promesas, y que una vez que llegan y se hacen realidad, lo único que cabe esperar es a que desaparezcan. No quiero inquietarte, de verdad. Recuerdo que siempre que hablabas con mamá me mirabas con un gesto preocupado, como si aquel chico flaco y un tanto amarillento le fuera a traer problemas en un futuro más o menos inmediato. Pero tranquilízate. No fue así, y toda mi vida he sido un funcionario de número al servicio de la Administración del Estado, por lo que ella nunca tuvo que preocuparse demasiado. En todo caso, al hablar, recuerdo que se tratase del tema  que se tratase, enseguida dabas por zanjada la cuestión dando un manotazo sobre tu falda de volantes. Maruja, no deberías angustiarte por cualquier minucia. Yo estaba muy flaco, es verdad, pero tal cosa estaba en mis genes y comía demasiado poco, eso era todo. Y mi color macilento solo era debido a una acetona inofensiva. No tendrías que haberte angustiado más de la cuenta.
En cuanto a ti, Maruja, es posible que a tu edad te empiecen a preocupar ciertos temas, y mi consejo, si me lo permites, es que afrontes la situación mirándola de frente. Es posible que el año que viene ya no puedas valerte por ti misma, y la playa solo sea un sueño irrepetible, pero en esos momentos deberías disfrutar de los recuerdos que se agolparán en tu cabeza como un néctar delicadísimo que siempre podrás saborear. Y que conste que al decirte esto me siento un tanto avergonzado cuando acabo de confesarte la melancolía que me invade al percibir que al verano ya le queda poco tiempo. Y te voy a poner un ejemplo para que te sea más claro. ¿Recuerdas el veintitrés de Junio? Fue, como siempre, el día más largo del año, el día más luminoso. ¿Recuerdas? Pues ya ves, ese día ya no volverá hasta dentro de un año.
Todo júbilo excesivo trae aparejada una sensación de fracaso. Es un límite que hace que  lo que venga después, decaiga irremediablemente. Pero no quiero preocuparte con estos pensamientos tan pesimistas, y en cualquier caso te prometo que cuando llegue el día que no puedas valerte por ti misma, si es preciso, yo empujaré tu silla de ruedas para que puedas disfrutar otra vez del mar desde el mirador o el faro.
 Para terminar, por si te alegra, también puedo decirte que cuando a finales de septiembre las nubes oscuras ya se arracimen en el horizonte, me suele invadir paradójicamente una sensación irrefrenable de alegría, pues las luces de Navidad ya estarán a la vuelta de la esquina y otro verano será pronto posible. Entonces te volveré a escribir para saber de ti y darte ánimo. Maruja.


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