lunes, 28 de julio de 2014

ECUADORES

El barco ha llegado por fin a Panamá. Es un carguero que hace fletes de todo tipo, pero esencialmente de los que podría calificarse como chapuzas, sin entrar en detalles. Allá los propietarios y el capitán. Yo me limito a mi trabajo de limpieza en cubierta, pero tengo la impresión de que bastantes miembros de la tripulación saben lo que se traen entre manos, y al parecer están de acuerdo. En Panamá hace un calor terrible, asfixiante, pero Manoel y yo la tarde del sábado que libramos, decidimos dar una vuelta por la ciudad. El taxista, al reconocernos como extranjeros, enseguida nos ofreció el “espectáculo del burro”. Dice que tiene su gracia y resulta estimulante. Se trata de una mulata metida en carnes que es capaz de excitar al animal tocándole sus partes, hasta que este no puede más y pone todo perdido. Luego, dice, sale un negro con un cubo y una fregona hasta que el bicho se recupera, y una hora después empieza la siguiente sesión. No nos convence demasiado, y finalmente nos metemos en un cine con aire acondicionado. Se trata de “El coloso en llamas”, una película muy importante en aquellos momentos pero que casi nos traslada el fuego de la pantalla a la sala. Al salir el calor abrasador de la noche ecuatorial parece prolongar la sesión. Manoel de repente me dice que tiene que hacer algo urgentemente, y sin darme explicaciones, se va. Se mete en un taxí y veo que de inmediato da instrucciones al conductor. Tengo el convencimiento de que el burro va a tener hoy un espectador imprevisto y entusiasta.


Llegamos a Fernando Poo ya de noche cerrada. El calor era tremendo y poco antes de atracar decidí coger mi colchoneta y ubicarme en una de las estructuras para las ametralladoras por encima de la cubierta. Allí se estaba algo mejor. Corría una mínima brisa que hacía el ambiente algo más respirable que en el sollado. Se trataba de un buque de guerra en visita de cortesía, aunque todos teníamos la impresión que de cortesía nada, sino que se trataba de una inspección para ver el ambiente se respiraba en la colonia, incluso con la posibilidad de repatriar a gente en caso de que se vieran las cosas lo suficientemente feas. En cualquier caso, nuestra actitud con la gente debía ser cordial e incluso cariñosa para que tuvieran la impresión de que con nuestra partida perdían el apoyo de unos amigos de verdad. El Círculo Ecuatorial nos dio una recepción  de bienvenida, en la que aparte de sudar pudimos tomar whisky escocés a granel, algo que agradecimos porque nos permitía evadirnos y llegar a pensar que estábamos en una isla maravillosa del Caribe. Juanma, sin embargo, estaba empeñado en relacionarse con una mujer embarazada de mediana edad que andaba por allí, y que al parecer era la esposa de uno de los futuros ministros del país en ciernes. No le importaba que el marido anduviera cerca. Le motivaba el exotismo de su belleza y su sonrisa, en la que destacaban unos dientes blanquísimos que pretendía ver más de cerca.  Finalmente no sé que sucedió, pero durante una buena media hora Juanma y la embarazada desaparecieron, y tuve la impresión de percibir cierto alboroto entre los lugareños, como si hubiera sucedido algo imprevisto en el protocolo. Al día siguiente nos enteramos que lo ocurrido suponía el primer incidente diplomático serio entre los dos países, algo que a Juanma parecía tener sin cuidado al día siguiente cuando zarpamos, en el que no pudo prescindir de una sonrisa.

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