El niño es raro,
seamos sinceros. Se lo digo a Olga haciendo un esfuerzo y esperando que no me
malentienda. Es raro, simplemente. No es como la mayoría. Y eso no supone en sí
mismo un defecto. Se lo repito esperando que me crea. De hecho, podía haber
sido peor. Pero si queremos que de ahora en adelante todo vaya bien, hay que
comenzar diciendo la pura verdad. Podría tener una cabeza enorme. O los pies. O
ambas cosas. O ser raquítico, o inspirar miedo solo al verle por tener unos
ojos saltones y una boca enorme que no deja de abrir y cerrar como si estuviera
bostezando o reclamando comida todo el rato. Pero no es exactamente así. Pudo
haber sido mejor, qué duda cabe, pero para ser alguien encontrado al lado de
los contenedores de basura no está nada mal. Seguramente sus padres le
abandonaron allí por algún motivo que ni siquiera podemos imaginar. Incluso
podían quererle con locura, y tuvieron que hacer un terrible sacrificio para
que otros se hicieran cargo de él y pudieran sacarte adelante. Posiblemente
eran pobres de solemnidad, pero no supieron hurtarse en su día a los placeres
de la carne y lógicamente luego pasó lo
que pasó. Claro que quizás no se trata de eso. Posiblemente sus progenitores
eran dos personas acomodadas que podrían haber dado a su hijo un futuro radiante,
pero llegado el momento se sintieron incapaces, o consideraron que no se lo
merecían y optaron por entregarlo a la caridad pública como mal menor. También
es posible que en estos momentos en los que Karuchito ya está con nosotros, le
anden buscando por todos los hospicios de la ciudad con la esperanza de volverle
a encontrar, sin saber que nosotros al poco tiempo cogimos un avión y ya
estamos a miles de kilómetros.
En cualquier caso, si fuera posible, nos gustaría hacerles llegar un
mensaje de tranquilidad. A pesar de ser unas personas problemáticas, mi mujer y
yo nunca le abandonaremos, aunque en algunos momentos nos inquiete su mirada y pensemos en soluciones
alternativas para su futuro. Pero que tengan claro que nunca le volveremos a
abandonar junto a unos cubos de basura. Es demasiado cruel, y aunque estoy
seguro que será un niño razonable y
sería capaz de entenderlo tiempo adelante, no lo haremos. Ganas nos dan en
ocasiones, seamos aquí ya definitivamente sinceros, en esos momentos en los que
por razones que nos son ajenas comienza a gritar con desesperación como si algo
muy doloroso le atormentara, o simplemente le doliera el estómago hasta límites
insoportables. Pero sucede que de repente se calla y sonríe satisfecho, como si
acabara de ofrecernos una demostración de algo muy propio que quiere
reivindicar ante nosotros o hubiera interpretado un fragmento de una ópera de
Verdi, por poner un ejemplo.
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