Z, han llegado afirmar sus más allegados,
hubiera preferido llamarse X o Y, porque de hecho le molesta ser siempre la última.
Sin embargo, afirma con rotundidad que por nada del mundo le hubiera gustado
llamarse K y ser checoslovaco.
Z lee con frecuencia (con la frecuencia que
le permiten el hecho de pensar y caminar, sus actividades preferidas), pero
confiesa que al final no se entera de nada porque no lee de corrido, sino aleatoriamente.
No se entera de nada, pero insiste en que le da mucha risa.
Z, con más frecuencia de la que desearían sus
familiares, no abre la boca o la abre con demasiada frecuencia, explayándose
con unos soliloquios sin sentido, que hacen que quienes le acompañen le
acaben dejando solo en cualquiera de ambos casos, algo que todos consideran una
lástima, pues cuando deja de hacerlo, resulta una persona muy razonable, que
mantiene unas conversaciones muy interesantes consigo mismo, haciendo dos
voces perfectamente diferenciadas.
Z consulta con frecuencia las enciclopedias y los
diccionarios, y en determinadas épocas del año hace eso en exclusiva.
Para ello armado de papel y lápiz, apunta todas las palabras que encuentra
aleatoriamente y piensa en ellas con profundidad tratando de captar su
auténtico significado, aunque haya que puntualizar que para ello se fija
especialmente en su caligrafía y el número de consonantes.
Z se
llama efectivamente Z, por raro que pueda parecer. No obstante, en
algunas ocasiones, y especialmente cuando dice presentarse de incógnito, se hace
llamar X con mayor propiedad, algo después de todo perfectamente
comprensible para quien tenga idea de lo que es una ecuación, aunque sea
de primer grado.
Z cuando no ingiere bebidas espirituosas, dice
llamarse Juan, José o Joaquín. De hecho, cualquier nombre que empiece por J,
pero jamás solo J, por razones que solo a él alcanzan. Las apreciaciones
al respecto que puedan hacer otras personas le tienen sin cuidado, y no dejan
de ser conjeturas sin sentido, dice él, remarcando sospechosamente la j.
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