He inventado una máquina muy bonita. Bueno,
no quiero ser presuntuoso y añadiré que posiblemente no es que sea
estrictamente bonita, sino que a mí me lo parece. Incluso la definición
de tal objeto como máquina puede no ser la adecuada, pues se supone que
una máquina hace algo, pero ese no es el caso de la mía, pues se puede
afirmar con tal rotundidad que es inerte.
Es decir, que si desde el exterior no se ejerce algún tipo de fuerza sobre
ella, ésta permanecerá en el mismo lugar y con la misma forma indefinidamente,
lo que puede recordar a Newton y su segunda ley de la termodinámica, si no
recuerdo mal la de la inercia, pero este no es el lugar adecuado para
ello o al menos así me lo parece a mí en estos momentos.
La
máquina en cuestión, pues para mí, aunque no puede ser conceptuada como tal de
forma rigurosa, se trata de una máquina, consiste en una especie de
paralelepípedo de cualquier materia y color, de dimensiones variables según el
capricho del fabricante, que en la superficie de todos sus lados, excepto el
que le sirve de apoyo, tiene unas aberturas con ventanas de diferentes tamaños
y formas, que pueden abrirse hacia adentro o hacia fuera a voluntad de quien la
esté manejando en esos momentos. Para ello, las aristas o bordes de dichas
aberturas (las hay redondas, cuadradas, elípticas, rectangulares y todo lo que
se quiera) están dotados de unas bisagras que facilitan el giro de las
ventanas. Estas bisagras pueden ser unos simples muelles o un complejo sistema
de palancas, que no me detendré aquí a detallar. De esta manera, la máquina
puede adquirir una cantidad prácticamente infinita de formas, según el grado y
sentido obtenidos manipulando las susodichas ventanas de las susodichas
aberturas. Y es aquí donde reside lo fundamental de este artefacto, pues
si bien es cierto que es inerte como se dijo e incapaz por lo tanto del
menor movimiento, no sucede lo mismo con quien la maneja, normalmente un adulto
varón o mujer en pleno uso de sus facultades mentales para hacer que lo que se
ha descrito con anterioridad suceda sin mayores percances. Con tal propósito,
bastará aplicar, en función de su tamaño, la fuerza de la que sea capaz un
dedo, la mano o todo el brazo si es menester, y el artilugio se
transformará a ojos vista. En un apéndice anexo se presentan varias fotografías
de la máquina desde distintos lugares y diferentes ubicaciones de sus
elementos, pudiendo apreciarse que si bien se trata del mismo objeto, la forma
y variedad de las distintas aberturas/ventanas varían continuamente su aspecto,
como si de hecho se tratara de un ser vivo que lo ha conseguido por sus propios
medios.
En cualquier caso, y sea cual sea la opinión de quien me lee, voy a
enviar un ejemplar a la universidad de Pricenton y otra a la Stanford. No es
por nada, pero a estas alturas de los tiempos, después de la bomba atómica
y la llegada a la Luna, los científicos americanos me parecen los más formados
para definir con precisión si mi máquina es en realidad una máquina o se trata
de otra cosa. En cualquier caso, si de algo estoy seguro es de que no se
trata de un mamífero bajo ningún concepto.
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