miércoles, 7 de marzo de 2018

MAMIFEROS DOS



Está dormido en su cama dentro de su habitación, y seguramente estará soñando sus sueños, que según me ha contado son invariablemente optimistas, y suponen un estímulo a la mañana siguiente para vivir su vida con la perspectiva de un futuro mejor. Todo eso es cierto y me reconforta conmigo mismo, pues es poco probable que esté sobre aviso  y ofrezca resistencia, porque de la misma manera, mi cuchillo es mío y mi mano también, y tengo la seguridad de que ambos no dudarían ni un instante en hundirse en su pecho por mucho que fuera suyo. No soporto a los optimistas irredentos.

Tengo miedos a los leones. Pero decir eso es una idiotez, porque los pobres, los pocos que quedan, están más que localizados, incluso con un collarín, en la sabana africana y unos cuántos zoológicos. Pero los hechos son los hechos y yo, que vivo en un décimo piso de uno de esos enormes edificios hoy tan de moda, temo que aparezcan en cualquier rincón de mi casa. Al abrir, por ejemplo la puerta del cuarto de baño. O en mi habitación cuando voy a acostarme. Me extraña este temor, porque debo confesar que esos felinos siempre me cayeron bien, posiblemente por su característica de mamíferos, y porque de alguna me recuerdan a los perros, a los que siempre he adorado. Otra cosa serían los tigres, gatos gigantes que justificarían mi fobia.

He comentado a mi psicoanalista el problema con los leones, y me ha preguntado si he tenido alguna experiencia negativa con ellos cuando de niño iba al circo con mi madre. O si veo en exceso los documentales de la televisión, en donde con frecuencia se les presenta como unos asesinos que matan a los cachorros de las leonas para que éstas entren en celo. Le he respondido que ninguna de las dos cosas, y me ha dicho que menos mal, pues si fuera así, se trataría de un complejo de Edipo no resuelto, lo que a mis setenta años sería problemático. Me ha aconsejado finalmente que intente ir al zoo con frecuencia, y que permanezca un buen rato observando a esos bichos en sus jaulas, a lo que le he respondido que me parecía una buena idea, siempre que me descontara del importe de la minuta de la sesión el traslado a dichas instalaciones y la entrada al recinto.

He ido al zoológico varias veces antes de volver a la consulta. Mi terapeuta se ha alegrado mucho de que le haya hecho caso, pero me ha advertido que eso forma parte de la terapia, y que no me va a descontar ni un céntimo. Me ha aconsejado que intente tener fobia a otro tipo de animales, todo lo exóticos que quiera, pero menos voluminosos que esa fiera que me obsesiona, y aptos para transitar por casa sin problemas. Me ha propuesto las arañas (sobre todo las peludas-especialmente la tarántula- y la viuda negra), y también las escolopendras y los milpiés. De hecho, ha terminado confesándome que a él le pasa a veces cuando abre el armario de la cocina, pero sobre todo cuando va a utilizar la taza del retrete, lo que indicaría sin lugar a dudas una represión de tipo homosexual, en cuyo caso me aconsejaría visitar con cierta frecuencia el barrio de Chueca, donde al parecer tienen la solución para ese tipo de problemas. Él ya lo hace y está encantado.

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