Afuera es de noche. Noche cerrada como la pez. Qué
antigua la metáfora. No obstante, si no me crees, ponte en pié, levanta la
persiana o descorre las cortinas. O ambas cosas si tu casa es una casa como
Dios manda por estas latitudes. Y para ello no creo que se tengan que dar más
explicaciones. De todas formas también es posible que al mirar hacia fuera la
noche no te parezca tan noche. Noches blancas septentrionales que diría un
geógrafo poco aficionado a la poesía. Una noche por lo tanto nada negra en tu
opinión, acostumbrado como estás a tu propia oscuridad. Y no me refiero a tu
piel, nada de todo eso, sino a la negrura de tu corazón si pudieras verlo. Si
pudieras levantar tu blanca piel y asomarte a ese averno colmado de fogatas y
volcanes. El fuego eterno del que nos hablaron de críos, qué crueldad, y aún
hoy algunos nos aleccionan, está en tu interior. No abras por lo tanto la
ventana: el infierno está contigo. En la tranquilidad con que te miras al
espejo cada mañana y sonríes satisfecho al afeitarte o lavarte los
dientes. Estás contento contigo mismo,
resulta evidente y además eso es algo que a nadie se le puede reprochar, aunque
quizás sí hacer algunas matizaciones. Después de todo, la suma de las
felicidades individuales haría un mundo más feliz lleno de colgates o licores
del polo. Tú ya me entiendes o no me entiendes pues no sé hasta qué nivel
llegan tus entendederas y perdóname si aquí soy un tanto sarcástico.
Por
favor, termina de peinarte y lánzate al mundo que más o menos negro te espera
al pie de la escalera hayas bajado a pie o en el ascensor, que no soy quien
para meterme en la libre utilización de cualquier método de transporte, y las
piernas deben ser reconocidas como el más natural y práctico. Y gratis si no llevas
prótesis por un ojo de la cara. Quizás subiste finalmente la persiana o hayas
descorrido las cortinas o ambas cosas. O incluso a través de ella has saltado
hacia la noche y proclamado la llegada de reino. De qué reino ya es otro
cantar.
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