Me limpio el culo a diario, y usted también se lo
limpia con la misma periodicidad (salvo estreñimiento) a pesar de que esta
afirmación le moleste e incluso le subleve, acostumbrado como está a otras
prosas aligeradas de semánticas escatológicas aunque en su casa sea fundamental
el inodoro. Ya sé que estos temas le irritan y en su fuero interno los tiene
constreñidos a la mínima expresión, un espacio infinitesimal, apenas un quark.
No le gustan los feísmos ni ese tipo de literatura que parece regodearse con lo
más sucio, vil o abyecto, pero el mundo es lo que es por mucho que nos
empeñemos con la ropita de encajes y los cuentos de hadas. La escatología o
tratado de los fines gozó en su primera acepción de muy buena fama de la mano
digamos de Tomás, digamos de Agustín, en alusión a un paraíso prometido en la
otra vida para quienes en esta se hubieran guiado bajo los preceptos de la
Santa Madre Iglesia. O lo contrario, por cierto, el fuego eterno por no
haberlos seguido para doncellas o varones malvados. O para los auténticos hijos
de puta de los paganos o los herejes.
Por
cierto ¿quién redactó los diez mandamientos? Porque yo no me creo que le fueran
revelados a Moisés en el Sinaí y directamente grabados sobre una piedra. Qué
adelantos para la época, aunque debo de reconocer que Charlton Heston estuvo
convincente desempeñando su papel en la célebre película de Cecil B. de Mille.
Supongo más bien que fueran aquellos curas antiguos en un arrebato
místico/escolástico quienes lo hicieron. Tendré que investigar, pero
agradecería colaboraciones desinteresadas que quien sabe, podrían devolverme al
recto camino. No matarás, por ejemplo, pero joder con las carnicerías
subsiguientes que los bien pensantes han organizado a lo largo de la historia.
Pregúnteselo a las brujas, a los cruzados y a la Santa Inquisición. Pero
abandonemos aquí a la inquina, fruto indeseado de la envidia, fruto indeseado
de la avaricia y a la larga, fruto indeseado de la lujuria, contra la cual se
ha levantado en buena medida la institución a la que hacemos referencia.
Llegados
a este punto olvidemos todo lo anterior y como quedo dicho al inicio de estas
inicuas líneas, procedamos a limpiarnos el culo de la mejor de las maneras
posibles, con papel suave extra de doble capa. Con total desinhibición una vez
aceptada la perentoriedad de tal acto llegado el momento, pero también con el
recato de los eremitas en su exilio voluntario al fondo de su cueva o entre las
breñas de los alrededores, evitando sin embargo la excesiva y lacerante
modestia de las piedras o el papel de lija, que sin embargo podrían acercarnos
al cielo. Hagamos finalmente de este hábito un punto de encuentro al que aludir
en los momentos más distendidos de la comunidad. Después de todo, sin tal
operación el mundo sería un lugar mucho más desagradable con independencia de
que llevados por una inclinación personal procedamos con una u otra mano. A los
efectos que interesan resulta de todo punto indiferente.
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