Miguel es un hombre entusiasmado por lo que él
llama puntos de referencia. Cada día al levantarse se pregunta cual será el que
le corresponda en tal fecha. Claro que antes de seguir adelante hay que decir
que ya tiene definidos unos cuantos habituales sin los cuales su vida le
resultaría mucho más vacía. Digamos su familia, sus amistades y dos o tres
lugares que frecuenta habitualmente, entre ellos una casa de comidas cerca de
la suya y un cine en donde se sumerge algunas tardes especialmente tediosas.
Pero también es cierto que no se debe tomar lo anterior al pie de la letra,
pues si algo no es Miguel es precisamente un entusiasta de la rutina. Estas
referencias las considera como las normales en la mente de cualquier persona,
más aún si como es su caso, se trata de un solitario que debe amueblar su vida
si no quiere acabar cazando moscas como él mismo asegura cuando habla con algunos de sus
contados amigos íntimos, entre los cuales me cuento. Y debo puntualizar que no
conozco a ningún otro.
Según lo dicho más arriba, Miguel afronta cada día
como un reto y después del consabido desayuno en el bar mencionado, comienza una
búsqueda que le tendrá entretenido durante buena parte de la mañana o del día
según se cuadre. A todo esto hay que
añadir, aunque debe haber quedado claro por el contexto, que nuestro hombre es
un jubilado que ya no tendrá que fichar obligatoriamente a la entrada del
trabajo ni apresurarse con el coche
carretera adelante a primeras horas de la mañana para llegar a tiempo.
Lo cierto, en cualquier caso, es que Miguel no se complica la vida y organiza
su tiempo según lo expuesto de la forma que le resulte más sencilla. En
general, no busca temas ni asuntos complejos ni tampoco se rompe la cabeza
buscando situaciones o lugares extraños. Por poner unos ejemplos de sus primeros
tiempos cuando le dio la ventolera, podemos decir que comenzó con los semáforos
y pasos de cebra inmediatos a su domicilio, de los que de enseguida quiso
enterarse de las normas que los regulaban así como su funcionamiento,
estructura y materiales de los que estaban compuestos. En el caso de los
semáforos la situación era bastante complicada, pues no solo debía enterarse
del material de los que estaban hechos los postes y el vidrio de las luces,
sino de los fundamentos de la electricidad, el espectro luminoso y los
principios básicos de la física, o lo que es lo mismo: los rudimentos de las
teorías de Faraday, Maxwell y Newton. De los pasos de cebra, siendo el asunto
como todos comprenderán mucho más simple, recabó información del origen de tal
denominación (las rayas de los cuadrúpedos de la sabana en poco se parecen a
las de dichos pasos), y se enteró del tipo de pintura empleada teniendo en
cuenta que no debía borrarse con el paso de miles vehículos y peatones ni con
las inclemencias del tiempo durante mucho tiempo.
Para inspirarse y encontrar referencias, sigue
normalmente determinados itinerarios que como norma se fija antes de salir de
casa, aunque en algunas ocasiones le gusta vagabundear al albur de lo que le
vaya saliendo al paso, e incluso en determinadas ocasiones, llega a utilizar el
metro o el autobús para llegar a destinos muy alejados. En concreto durante
casi medio año, decidió trasladarse a los barrios periféricos de la capital en
los que su inspiración le hacía elegir temas muy diferentes de los habituales. En las zonas industriales de los alrededores
solía considerar primordialmente los aspectos sociales de la población, y en
las zonas más deprimidas llegó a estudiar con cierto detalle los movimientos
obreros y en concreto la revolución rusa de 1917. Sorprendentemente en estos
lugares se dedicó principalmente a evaluar los menús de los restaurantes
baratos y de medio pelo tan abundantes por allí, considerando si sus calorías, hidratos de carbono y proteínas
eran las adecuadas para el proletariado del siglo XXI, y si en resumidas
cuentas el asesinato de los Romanov había merecido la pena. Su impresión
general al respecto es más bien pesimista, teniendo en cuenta que pronto la
inmensa mayoría de sus puestos de trabajo serán ocupados por robots con un
gasto mínimo de electricidad en relación con sus salarios, y sin tener que
engullir la detestable comida de aquellos baruchos que no baja de los ocho
euros.
En los días que se siente especialmente inspirado
aborda a la gente por la calle e intenta entablar una conversación sobre el
primer asunto que se le venga a la cabeza. Ni que decir tiene que una buena
parte de los interpelados le toman por chiflado y se alejan a buen paso, pero
otros sorprendidos agradablemente por su presencia y buenas maneras, aceptan el
abordaje y durante un buen rato intercambian con Miguel el asunto que éste
acaba proponiéndoles. Desgraciadamente no saben que todas sus conversaciones
convergen en temas que a la gente normal le suelen tener sin cuidado, pues
indefectiblemente Miguel termina soltándoles un panegírico sobre le belleza e
inmensidad del universo así como la importancia que a su parecer tuvieron a ese
respecto los filósofos sofistas y presocráticos de la antigua Grecia. Sin
embargo, no se puede ignorar, que nuestro hombre padece de vez en cuando
episodios depresivos que le impiden salir de casa, en donde le resulta más
complicado encontrar nuevas referencias que le estimulen a seguir viviendo con
el afán que aún se le supone a un ser humano con varios años por delante, si
debemos hacer caso a la edad media de vida de los varones de este país.
Haciendo un esfuerzo supremo, acaba echando mano de los libros y discos que ha
ido coleccionando a lo largo de su existencia, y que sobreviven a algunos
ataques de pirómano que ha sufrido en algunas de sus etapas maníacas. De los
libros hace pequeños resúmenes después de leer algunas páginas si es que no los
había leído antes, y con los discos se sumerge en una melancolía morbosa recordando
algunos momentos buenos de su vida. Su infancia y primera juventud, el primer
amor, el matrimonio, sus hijos. En resumidas cuentas el tiempo en el que aún no
tenía que buscar referencias nuevas cada día para seguir viviendo.
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