La vulcanización de las
fraguas estimula a los pintores.
La proliferación de
barbuquejos desdibuja la arboladura.
La presencia del pantalán
desdramatizó a los muelles.
Barlovento, dijo, donde
la bocana del puerto expira.
Infantes barbudos fueron,
raza de titanes precoces.
El vuelo de las gárgolas
espanta a las mandrágoras.
Arrepentíos: volved al
fin donde se gestan las palabras.
La ubicuidad de las
mamparas me acrisola.
Vergel ventoso donde las
palmeras se desmochan.
Urdimbre de todos los
tresillos, no otra cosa quiero.
Llora hacia adentro donde
las lágrimas se secan.
El éxtasis de los
vegetales del páramo me extasía.
La exégesis consistía en
las conjunciones copulativas y poco más.
La espera se hizo larga y
cuando llegó ya era un extraño.
Los dedos de la mano
dice. Y repite: los dedos de la mano.
El contexto ocupaba el
otrora llamado núcleo.
La catequesis puso las
bases de una alienación como Dios manda.
El pelotón de
fusilamiento apuntó y cayó fulminado tras la primera descarga.
Válgame el cielo, el
infierno o cualquiera de sus estadios intermedios, dijo el Dante.
La vertebración del
sistema precisa de cartílagos.
La tasa de suicidios se
disparó a los pies.
Vino, vio, venció, pero
no era el César ni cruzó el Rubicón.
La descortesía de las
verduleras estimula a los patanes.
La persistencia del
tiempo entusiasma a los relojes.
La posibilidad del cero
alivia a los escépticos.
El abuso de adjetivos
adjetiva los abusos.
La igualdad de
oportunidades retrae las oposiciones.
El trueque de mercancías
originó los ensalmos.
La verdad también
consiste en ella misma.
La rapidez de sus
desplazamientos desdibuja filigranas.
La hipertrofia de la
raquis originó al elefante.
El derecho
consuetudinario banalizó a los romanos.
Las feromonas desatadas
originan multitudes.
La posibilidad del
calimocho estimula los gaznates.
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