miércoles, 4 de enero de 2017

HOMBRES



Hay hombres que un día, por ejemplo, te enseñan a pescar, y no por eso, poco tiempo después, debes decirles que son unos hijos de mala madre, pues hasta aquel momento preciso, los peces transcurrían por el río o el mar sin mayores problemas. Después de todo, si soy un asesino que colecciono cadáveres, tampoco es cuestión de echarle la culpa al primer antepasado que se me ocurra, o a cualquiera que pueda señalar como el instigador de mi mala conducta. Un asesino como Dios manda, debe asumir enteramente la responsabilidad de sus acciones, y llegar a considerar a sus muertos como medallas que se cuelga de su chaqueta, su chupa o donde le venga en gana. Su gabardina, quizás, si está lloviendo, o su uniforme si fue llamado a filas. Debe quedar bien claro desde el principio, que quizás los peces se aburrían en la inmensidad del agua y solo esperaban la bondad de un anzuelo para ser rescatados.

Hay hombres ante los cuales más vale aceptar de antemano que toda está perdido, aunque no lo esté. Competidores que en los primeros tanteos, te hacen saber que salir derrotado, en ningún caso supondría una afrenta. Que, incluso en esas circunstancias, uno tendría que agradecerles el mero hecho de haberlos conocido. Personas que nunca se olvidan, y que por tanto, más vale felicitarse de antemano. Luchadores de pura cepa, que uno debería siempre estar orgulloso de haberlos conocido y enfrentado. Esta es la actitud más razonable que se hace evidente en los primeros intercambios, pero sobre todo, la única manera de llegar a vencerlos. Y ponga usted los nombres que le toque

Hay hombres que nunca llegas a conocer del todo. Hombres que si un día pueden parecer un amigo de toda la vida, la mayor parte de las veces pasan a tu lado y apenas te saludan, como si fueras un desconocido. Ante ellos, lo más aconsejable es mantenerse al al margen, estar delante de ellos, si llega la ocasión, dando a entender que tú también eres alguien de quien más vale no fiarse. Alguien tornadizo que les cueste definir, pues lo único que andan buscando en sus relaciones es que sea el otro el primero que se achante y ceda. No darse por aludido sea cual sea su actitud, como si verdaderamente para nosotros, ellos fueran también algo banal. Si lo logramos, rápidamente desaparecen y nuestra vida podrá recobrar la calma que fue alterada por su presencia inhóspita.

Hay hombres que no hablan. Hombres para quienes decir boca no tiene sentido, pues su introversión hace que todo lo que sucede afuera les resulte superfluo. Más vale, en cualquier caso, no intimidarles y pretender que por fin acaben diciendo algo con sentido, pues en ese momento pueden desembuchar de golpe todo lo que han estado guardando para sus adentros durante semanas, años, siglos, y desencadenarse un tsunami devastador  de palabras, imprecaciones y sacrilegios. Una vorágine que no deje títere con cabeza, y su voz sobre nuestras cabezas, restalle como un rayo que más valdría no haber conocido.

Hay hombres ante los cuales más vale andarse con cuidado desde el principio. Hombres recios de una sola pieza cuya presencia debería bastar para hacernos saber que con ellos pocas bromas, por dura que sea la situación originada o fundamentada la queja. Hombres ante los cuales uno no debería enojarse haciendo aspavientos o alzando la voz. Hombres, en resumidas cuentas, que es aconsejable tener de nuestro lado, pues al poco de conocerlos resulta evidente que nuestra vida siempre estará en sus manos. Claro que, puestos a decirlo todo, quizás estemos hablando de mujeres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario