Hay hombres que un día, por ejemplo, te enseñan a
pescar, y no por eso, poco tiempo después, debes decirles que son unos hijos de
mala madre, pues hasta aquel momento preciso, los peces transcurrían por el río
o el mar sin mayores problemas. Después de todo, si soy un asesino que
colecciono cadáveres, tampoco es cuestión de echarle la culpa al primer
antepasado que se me ocurra, o a cualquiera que pueda señalar como el
instigador de mi mala conducta. Un asesino como Dios manda, debe asumir enteramente
la responsabilidad de sus acciones, y llegar a considerar a sus muertos como
medallas que se cuelga de su chaqueta, su chupa o donde le venga en gana. Su
gabardina, quizás, si está lloviendo, o su uniforme si fue llamado a filas.
Debe quedar bien claro desde el principio, que quizás los peces se aburrían en
la inmensidad del agua y solo esperaban la bondad de un anzuelo para ser
rescatados.
Hay hombres ante los cuales más vale aceptar de
antemano que toda está perdido, aunque no lo esté. Competidores que en los
primeros tanteos, te hacen saber que salir derrotado, en ningún caso supondría
una afrenta. Que, incluso en esas circunstancias, uno tendría que agradecerles
el mero hecho de haberlos conocido. Personas que nunca se olvidan, y que por
tanto, más vale felicitarse de antemano. Luchadores de pura cepa, que uno
debería siempre estar orgulloso de haberlos conocido y enfrentado. Esta es la
actitud más razonable que se hace evidente en los primeros intercambios, pero
sobre todo, la única manera de llegar a vencerlos. Y ponga usted los nombres
que le toque
Hay hombres que nunca llegas a conocer del todo.
Hombres que si un día pueden parecer un amigo de toda la vida, la mayor parte
de las veces pasan a tu lado y apenas te saludan, como si fueras un desconocido.
Ante ellos, lo más aconsejable es mantenerse al al margen, estar delante de
ellos, si llega la ocasión, dando a entender que tú también eres alguien de
quien más vale no fiarse. Alguien tornadizo que les cueste definir, pues lo
único que andan buscando en sus relaciones es que sea el otro el primero que se
achante y ceda. No darse por aludido sea cual sea su actitud, como si
verdaderamente para nosotros, ellos fueran también algo banal. Si lo logramos,
rápidamente desaparecen y nuestra vida podrá recobrar la calma que fue alterada
por su presencia inhóspita.
Hay hombres que no hablan. Hombres para quienes
decir boca no tiene sentido, pues su introversión hace que todo lo que sucede
afuera les resulte superfluo. Más vale, en cualquier caso, no intimidarles y
pretender que por fin acaben diciendo algo con sentido, pues en ese momento
pueden desembuchar de golpe todo lo que han estado guardando para sus adentros
durante semanas, años, siglos, y desencadenarse un tsunami devastador de palabras, imprecaciones y sacrilegios. Una
vorágine que no deje títere con cabeza, y su voz sobre nuestras cabezas,
restalle como un rayo que más valdría no haber conocido.
Hay hombres ante los cuales más vale andarse con
cuidado desde el principio. Hombres recios de una sola pieza cuya presencia
debería bastar para hacernos saber que con ellos pocas bromas, por dura que sea
la situación originada o fundamentada la queja. Hombres ante los cuales uno no
debería enojarse haciendo aspavientos o alzando la voz. Hombres, en resumidas
cuentas, que es aconsejable tener de nuestro lado, pues al poco de conocerlos
resulta evidente que nuestra vida siempre estará en sus manos. Claro que,
puestos a decirlo todo, quizás estemos hablando de mujeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario