Soy una señorita, eso que quede claro. Mi papá
siempre me lo dijo de pequeña. Rosalinda, en cualquier circunstancia de tu vida,
recuerda que tú lo que verdaderamente eres es una auténtica señorita, con todo
lo que eso representa. Y así me encuentro hoy, aunque sea una persona de
sesenta años, soltera y que vive sola desde que mamá, la pobre, nos dejó. Me
dejó, quiero decir, hace ya muchos años. De todos modos, que quede claro
también, que tengo mis necesidades como cualquier mujer, aunque no sea este el
lugar adecuado para airearlas, y de esta manera evite que nadie me
malinterprete y pueda decir al respecto cualquier barbaridad. La religión me
ayuda mucho, esa es la verdad, y permanezco incólume, tal como quería mi papá y
adelanté más arriba, pues eso es lo que quería darme a entender cuando me
llamaba señorita. Estoy segura que desde donde se encuentra se sentirá muy satisfecho
de ver como su niña ha seguido fielmente su consejo.
Soy una
mujer mayor, de hecho, tan mayor que cuando reflexiono sobre ello, pienso que
ya no debería estar aquí. Demasiadas vicisitudes he sufrido en mi vida. Tantas,
que, paradójicamente, en algunas ocasiones se me hace un lío la cabeza y me
parecen mentira, como si verdaderamente no tuvieran demasiado que ver conmigo.
Algunas tardes me embarga la inquietante sensación de haber vivido una
fantasía. Es algo muy extraño que llega a asustarme, sobre todo cuando anochece
y creo que mi vida auténtica, la que no he vivido, fuera a revelárseme de
repente. Entonces empiezo a temblar temiendo lo peor, pues siendo ya tan vieja,
no me siento preparada para ella.
Los mosquitos han invadido la ciudad de Madrid en
pleno mes de Enero. No puede ser debido a una primavera adelantada, pues los
termómetros apenas rebasan los cero grados por la noche, que es el periodo en
el que los insectos se muestran más activos. Los primeros informes oficiales sobre
el asunto temen que provengan del subsuelo, donde ya se han descubiertos varias
colonias de gran tamaño que resultan intimidantes, pues si llegan aflorar podría
desatarse una plaga de consecuencias imprevisibles, pues no habría aerosoles
suficientes para exterminar a tal cantidad de depredadores, por minúsculo que
sea su tamaño. Corre además el rumor de que estos insectos son capaces de chupar
sangre hasta centuplicar su tamaño, e
incluso que, una vez logrado, pueden convertirse en ratas y propagar la peste
bubónica y retrotraernos a la Edad Media. Algunos dicen que solo son
habladurías, idioteces sin sentido, pero otros, los más cultos, hipocondríacos
y fantasiosos, recuerdan a La Metamorfosis de Ovidio e incluso a la de Franz
Kafka, con sus desagradables consecuencias. Y es que a nadie le apetece
levantarse un día convertido en una repugnante cucaracha.
Fulgencia vive sola y da voces en la noche. Quiere
decirse que aunque no llegue a gritar, eleva el volumen de su voz en la medida
suficiente para provocar insomnio a sus vecinos o despertarles de su plácido
sueño. La hora exacta es lo de menos, y de hecho varía, aunque suele acaecer
lejos aún de la madrugada. Lo único necesario para que tal cosa sucede es que
el silencio a su alrededor, el de Fulgencia se quiere decir, sea absoluto. Ni
un auto por la calle, ni un susurro en las casas vecinas. E incluso, ya puestos
a exigir, insiste ella, es preferible un lugar en el que no sea frecuente la
madera, pues ya se sabe que ésta tiene la mala costumbre de de gemir una vez
que se apagan las luces. Esos crujidos tenebrosos que en más de una ocasión
hacen que nos levantemos sobresaltados. En cualquier caso, siempre según su
relato, una vez reconvenida, es importante hacerlo con una voz bien timbrada, y
si es posible leyendo el texto de un clásico o de cierta calidad, y no hacerlo
a lo loco, sin ton ni son, o con cualquier estupidez que se le ocurra. Fulgencia
insiste en su inocencia, y afirma que si lo hace es porque su psique (y dice
psique recalcando mucho la p) se lo exige, si quiere conservar la cordura que
mantiene durante el día. Su caso está siendo estudiado por un grupo de
psicólogos, que deben redactar un informe y elevarlo al delegado de sanidad del
ayuntamiento. Este, finalmente, deberá decidir si la interesada puede proseguir
sus actividades nocturnas, o tiene que ser internada en una institución con las
características adecuadas para que si se empeña, pueda incluso cantar a voz en
cuello óperas de Verdi o quien le venga en gana.
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