viernes, 13 de enero de 2017

MINORÍAS



Hay caminos que ya sé que no voy a recorrer, pero nada me impide soñar con ellos. Caminos de una vida que ya no viviré. Caminos de una fantasía que, sin embargo,  puebla mi cabeza, y me hace imaginar una situación diferente y más dichosa. No se trata, sin embargo, de nostalgia. Yo, al menos, no recuerdo haber vivido nada parecido en otro tiempo. Pero siempre hay que dar una oportunidad a la esperanza de ser otro mejor de lo que uno es.
Quizás sea la ilusión de un mundo imaginado que me duele, pensando que las cosas podrían haber transcurrido de forma diferente. Que, en resumidas cuentas, yo podía ser otro del que soy en realidad, una persona como tantas, pero demasiado consciente de la posibilidad de una vida más plena. Posiblemente se trate solo de un sueño de una cabeza trastornada, la mía, a estas alturas de mi vida.

Este veneno que en ocasiones se filtra en mi interior como una pócima letal que amarga mi existencia, pensando que todo pudo ser diferente. Y si no muy diferente, mejor.  Haber tenido una mujer más atractiva e inteligente, a la que haber querido aún más, unos hijos más listos y menos problemáticos a los que haber guiado con más acierto, una profesión que me hubiera satisfecho más y con la que me hubiera sentido más realizado. Haber tenido dinero, propiedades, y un éxito social superior a las cuatro amistades con las que comparto algunas melancólicas tardes de los sábados. Y muchos amigos, que hubieran reído mis ocurrencias y valorado mi inteligencia, como creo que en el fondo me corresponde. Haber sido, por ejemplo, un artista, un cantante o un deportista famoso con miles de seguidores. O un escritor sobresaliente, que figurase en los libros de texto de literatura y las reseñas de todos los suplementos culturales de los diarios. Haber sido, de tal manera, acreedor a algunos premios literarios de prestigio, incluso el Nóbel, aunque yo no lo tenga en demasiada estima, pues creo que está sobrevalorado. Después de todo, la Academia sueca, o busca autores consagrados que realcen su currículo o, con frecuencia, a otros locales y en realidad insignificantes, elegidos para darse el empaque de tener en cuenta a las minorías.

Ya no podrá ser, como creo que ha quedado bien claro por todo lo dicho hasta aquí. Y si alguien pretende verme como a un fantasioso o un iluso irresponsable, que no se contenta con lo mucho que la vida le ha dado, quiero que considere que, a pesar de los pesares, lo cierto es que me siento discretamente satisfecho, pues soy meridianamente consciente de mis límites. Y que, de paso, recuerde que no son pocos los que después del tránsito, esperan una vida mejor donde ellos imaginan. Los hay incluso que para ello, son capaces de inmolarse aunque se llevan por delante a muchos más. Los muy hijos de puta.

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