Hay caminos que ya sé que no voy a recorrer, pero
nada me impide soñar con ellos. Caminos de una vida que ya no viviré. Caminos de
una fantasía que, sin embargo, puebla mi
cabeza, y me hace imaginar una situación diferente y más dichosa. No se trata,
sin embargo, de nostalgia. Yo, al menos, no recuerdo haber vivido nada parecido
en otro tiempo. Pero siempre hay que dar una oportunidad a la esperanza de ser
otro mejor de lo que uno es.
Quizás sea la ilusión de un mundo imaginado que me
duele, pensando que las cosas podrían haber transcurrido de forma diferente.
Que, en resumidas cuentas, yo podía ser otro del que soy en realidad, una
persona como tantas, pero demasiado consciente de la posibilidad de una vida más
plena. Posiblemente se trate solo de un sueño de una cabeza trastornada, la mía,
a estas alturas de mi vida.
Este veneno que en ocasiones se filtra en mi
interior como una pócima letal que amarga mi existencia, pensando que todo pudo
ser diferente. Y si no muy diferente, mejor.
Haber tenido una mujer más atractiva e inteligente, a la que haber
querido aún más, unos hijos más listos y menos problemáticos a los que haber
guiado con más acierto, una profesión que me hubiera satisfecho más y con la
que me hubiera sentido más realizado. Haber tenido dinero, propiedades, y un éxito
social superior a las cuatro amistades con las que comparto algunas
melancólicas tardes de los sábados. Y muchos amigos, que hubieran reído mis
ocurrencias y valorado mi inteligencia, como creo que en el fondo me corresponde.
Haber sido, por ejemplo, un artista, un cantante o un deportista famoso con
miles de seguidores. O un escritor sobresaliente, que figurase en los libros de
texto de literatura y las reseñas de todos los suplementos culturales de los
diarios. Haber sido, de tal manera, acreedor a algunos premios literarios de
prestigio, incluso el Nóbel, aunque yo no lo tenga en demasiada estima, pues
creo que está sobrevalorado. Después de todo, la Academia sueca, o busca
autores consagrados que realcen su currículo o, con frecuencia, a otros locales
y en realidad insignificantes, elegidos para darse el empaque de tener en
cuenta a las minorías.
Ya no podrá ser, como creo que ha quedado bien
claro por todo lo dicho hasta aquí. Y si alguien pretende verme como a un fantasioso
o un iluso irresponsable, que no se contenta con lo mucho que la vida le ha
dado, quiero que considere que, a pesar de los pesares, lo cierto es que me
siento discretamente satisfecho, pues soy meridianamente consciente de mis límites.
Y que, de paso, recuerde que no son pocos los que después del tránsito, esperan
una vida mejor donde ellos imaginan. Los hay incluso que para ello, son capaces
de inmolarse aunque se llevan por delante a muchos más. Los muy hijos de puta.
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