sábado, 14 de enero de 2017

VOLOVANES



La pericia del obrador inmortalizó a los volovanes.

La proliferación de parabienes desautorizó a los críticos.

La indiferencia de los paramentos trastocó las estructuras.

La ineluctabilidad de los acontecimientos desdijo las previsiones.

La aleatoriedad de sus órdenes confundió a los escolásticos.

La furia de sus arrebatos espantaba a las estatuas.

La efusión de sus abrazos derretía a los impotentes.

El rigor de sus argumentos galvanizó a la audiencia.

La reverberación de las ondas mesmerizó a los incautos.

La proliferación de minifundios desmintió al agrimensor.

La irrupción de los síncopes desarboló a la orquesta.

La flexibilidad de sus caderas entusiasmó a los artrósicos.

La espontaneidad de sus líneas confundió a los arquitrabes.

La lealtad de su actitud desautorizó a los fariseos.

La versatilidad de su despliegue confundió a las legiones.

La pobreza de sus explicaciones desmintió a Aristóteles.

La procacidad de sus gestos desdecía a sus diplomas.

La pormenorización de otrosíes extenuó a los notarios.

La refracción de la luz traicionó a los ictiólogos.

El beneplácito de las autoridades trivializó los pasaportes

El entusiasmo de los belgas ofendió a los tricolores.

La precisión de las causas contradijo a los estocásticos.

La esponjosidad de las nubes perturbó a los algodones.

La previsibilidad de las metamorfosis desquició a las mariposas.

La crisálida rebelde olvidó a las moreras.

HOSTIGAMIENTOS



El funcionamiento de las máquinas hostiga a los caballos.

La visión esteroscópica mortifica a las cebras.

El placer de rascarse disuadió a las histaminas.

Se desliza la tarde, y el humus se acrecienta en los parques.

Las placas tectónicas tocaban sin embargo el piano.

El maremoto, impávido, se hizo un selfie y fracasó.

La venganza es un plato, pero nunca el primero.

El acontecer de los alhelíes desdijo a la floresta.

Supo el psiquiatra la histeria de los hímenes.

El certificado rezaba así: Amén y Ave María.

Tracayumba nunca será tu nombre, por si acaso.

Los adverbios juegan al póker, los verbios no

Adoro el nombre bituminoso de las pizarras y los lapiceros.

La enredadera trepa el descenso de los canalones.

La orfandad de los ñues se acrecienta en el río.

La inquietud de la hoja en blanco no profanada aún.

La derrota final siempre sobre un campo de amapolas.

La devastación del páramo generó la arboleda.

Muere por fin la muerte de tanta vana espera.

La enfermedad del bosque se hizo viral de champiñones.

Dijo fin por fin la finitud, y expiró.

La decrepitud de los voltios extinguió los electrones.

Tu amor, siempre tu amor, por fin tu amor. Debió ser eso.

El precio del tabaco traicionó a los enfisemas.

viernes, 13 de enero de 2017

MINORÍAS



Hay caminos que ya sé que no voy a recorrer, pero nada me impide soñar con ellos. Caminos de una vida que ya no viviré. Caminos de una fantasía que, sin embargo,  puebla mi cabeza, y me hace imaginar una situación diferente y más dichosa. No se trata, sin embargo, de nostalgia. Yo, al menos, no recuerdo haber vivido nada parecido en otro tiempo. Pero siempre hay que dar una oportunidad a la esperanza de ser otro mejor de lo que uno es.
Quizás sea la ilusión de un mundo imaginado que me duele, pensando que las cosas podrían haber transcurrido de forma diferente. Que, en resumidas cuentas, yo podía ser otro del que soy en realidad, una persona como tantas, pero demasiado consciente de la posibilidad de una vida más plena. Posiblemente se trate solo de un sueño de una cabeza trastornada, la mía, a estas alturas de mi vida.

Este veneno que en ocasiones se filtra en mi interior como una pócima letal que amarga mi existencia, pensando que todo pudo ser diferente. Y si no muy diferente, mejor.  Haber tenido una mujer más atractiva e inteligente, a la que haber querido aún más, unos hijos más listos y menos problemáticos a los que haber guiado con más acierto, una profesión que me hubiera satisfecho más y con la que me hubiera sentido más realizado. Haber tenido dinero, propiedades, y un éxito social superior a las cuatro amistades con las que comparto algunas melancólicas tardes de los sábados. Y muchos amigos, que hubieran reído mis ocurrencias y valorado mi inteligencia, como creo que en el fondo me corresponde. Haber sido, por ejemplo, un artista, un cantante o un deportista famoso con miles de seguidores. O un escritor sobresaliente, que figurase en los libros de texto de literatura y las reseñas de todos los suplementos culturales de los diarios. Haber sido, de tal manera, acreedor a algunos premios literarios de prestigio, incluso el Nóbel, aunque yo no lo tenga en demasiada estima, pues creo que está sobrevalorado. Después de todo, la Academia sueca, o busca autores consagrados que realcen su currículo o, con frecuencia, a otros locales y en realidad insignificantes, elegidos para darse el empaque de tener en cuenta a las minorías.

Ya no podrá ser, como creo que ha quedado bien claro por todo lo dicho hasta aquí. Y si alguien pretende verme como a un fantasioso o un iluso irresponsable, que no se contenta con lo mucho que la vida le ha dado, quiero que considere que, a pesar de los pesares, lo cierto es que me siento discretamente satisfecho, pues soy meridianamente consciente de mis límites. Y que, de paso, recuerde que no son pocos los que después del tránsito, esperan una vida mejor donde ellos imaginan. Los hay incluso que para ello, son capaces de inmolarse aunque se llevan por delante a muchos más. Los muy hijos de puta.

EL LUGAR



Cuando voy al lugar, sé que todo va a ser diferente. Que al menos voy a poder ser yo misma por un rato. Allí nadie tiene que fingir ser quien no es. Al menos eso es lo que me pasa a mí, y por lo que cuentan, a los demás debe pasarles lo mismo. Allí todo resulta sencillo. Tenemos lo que necesitamos y no buscamos nada diferente. Todo está claro, aunque afuera el mundo nos ignore y piense que somos unos apestados. Casi no hablamos, cada uno sumergido en nuestros propios pensamientos o en nuestros delirios. Si acaso, de vez en cuando, unas risas compartidas cuando somos lo que verdaderamente somos. Unos putos colgados. El tiempo pasa despacio, aunque apenas nos damos cuenta, metidos como dije en nuestras propias ensoñaciones. Solo raras veces algún pensamientos negativo se cuela en nuestra tranquilidad, pero somos capaces de espantarlo de un manotazo. Es cierto que a veces alguien pierde los papeles o dice tonterías, o se comporta de forma incorrecta, o se equivoca y toma al otro, a mi misma en ocasiones, por lo que no es. Pero eso es lo que a veces pasa con la sustancia, que nos hace habitar mundos que no son de este mundo, valga la redundancia. A mí me resulta muy simpático Marcial, un tipo mayor pero muy educado que siempre viene. Un tipo con clase que no se pasa ni un pelo. Me trata como a un ángel, me llama princesa y dice que le recuerdo a su hija, el pobre. Cuando se pone de verdad, pierde el sentido de la realidad y no se da cuenta de que casi tengo su edad. Bueno, exagero, soy bastante más joven, pero ya tengo mis años, como se encargan de decirme en otro sitio que ahora no tengo ganas de recordar.
Ya sé que todo esto puede parecer muy idílico para ser lo que es en realidad, casi un basurero lleno de porquería, desperdicios y chatarra. Me engaño y sé que me engaño, y que solo se trata de un sueño del que no tardaré en despertar. Ya es demasiado tiempo, demasiadas heridas, demasiada mierda acumulada, por mucho que la necesidad la disfrace de otra cosa, como creo que ha quedado claro. Sé que esto es así, y que llegará el día en que tenga que plantearme seriamente qué va a ser de mi vida. Mientras tanto fumo y me dejo llevar, y solo a veces pienso como podría ser mi vida, la otra, mi vida de verdad, la que añoro, la que nunca he vivido. Quizás lo que me sucede es que quiero hacer de este mundo un paraíso que no existe más que en mi cabeza.
Eso es lo que sucede. Llego al lugar pensando que, por un instante, voy a gozar del paraíso que necesito que exista y que no existe. Y esa es mi desesperación, la que me hace acudir aquí porque la vida afuera me parece demasiado oscura, demasiado mezquina. Pero quizás me equivoco y debo replantearme volver, porque después de todo, aunque aquí logre despistarme durante un rato, luego el dolor y la rabia se acumulan en mi pecho y en mi cabeza. Quizás las cosas afuera podrían ser de otra manera y debería darles una oportunidad. Cuando me alejo del lugar es esto lo que pienso, y me hago promesas que algún día debería cumplir por mi propio bien y el bien de los que quiero.

RAP (traducción libre)



No hay nadie como tú. No hay nadie como yo. No hay nadie como los dos. Paseábamos. Eso es todo. Y sucedió.

Dame caña. No pares. No sirves para otra cosa ni yo espero nada diferente. Ven, no seas cobarde. ¿Para qué existiríamos si fuera algo diferente?

Vas de suave. De caballero. Y no sabes cuanto me gusta que me trates como lo haces. Nunca me miraron como tú me miras aunque disimules y parezca que no te intereso.

La noche está hecha para nosotros. El mundo está hecho para nosotros. No existe nada fuera de nosotros. Excepto mami, ella ya sabe cuanto te necesito.

Sucedió y no debiéramos preguntarnos otra cosa. No te rompas la cabeza imaginando que pudo ser de otra manera y habernos cruzado sin habernos conocido. Sucedió, eso es todo. Y aquí estamos ahora los dos, juntos para siempre.

No puedo entender como antes podía vivir sin ti. No me cabe en la cabeza. El mundo no tiene sentido si tú no estás conmigo. Todo sería inútil a pesar del sol o la luna o las estrellas sobre mi cabeza.

Nos hemos conocido. Eso es todo. Los otros no me importan. Ya nada me importe fuera de ti. Solo me importa esta locura y esta música hecha para nosotros, que nunca debería parar. Sigamos bailando como dos locos. Eso es lo único que somos.

Se lo voy a contar a todo el mundo. A mi única amiga de verdad. A mis padres y a mis hermanos. Y a Lully, la perrita. Que llegaste. Que llegaste. Que llegaste.

Esta fiebre que me sucede no sé de donde ha venido. Debía estar en mi interior pero yo la desconocía. Solo al verte salió toda de repente y ya no puedo vivir sin ella ni vivir sin ti.

Pasarán cosas. Dirán que llegará el día en que todo será diferente. Que se acabará esta locura de habernos conocido. Ellos que saben. Pura envidia. No a todo el mundo le sucede algo tan bello. Una cosa tan bonita.

Estaba triste y entonces llegaste. Ya iba a abandonar. La vida no valía la pena. Tantas tardes inútiles perdidas tratando de aparentar que no pasaba nada. Que era feliz cuando la verdad es que estaba desesperada. Ahora todo es diferente y siempre será igual si estás tú.

Que siga la vida. El amor. Esta cosa que no sé como se llama pero que me arrasa. Este calor, este incendio que me devora. Esta pasión para la que esta hecho mi cuerpo y mi alma. Esta locura por la que vivir ya merece la pena. Lo demás son solo tinieblas y lágrimas. Solo nuestro amor vale la pena. Y vivir. Y vivir así.

CIFRAS



Digo, por ejemplo, veintiséis, y me siento satisfecho, sin poder explicar si es debido a algún significado preciso y favorable de ese número para mí, a que su pronunciación resulta agradable a mis oídos, o a que, sin yo saberlo, tiene en mi interior ciertas resonancias que me hacen contemplar la vida con mayor esperanza que en otras ocasiones.

Si, sin embargo, digo treinta y dos, al poco tiempo me siento molesto, sin poder tampoco identificar la razón. Pudiera ser una aversión antigua a los números pares que, aunque desconocida para mí, resulte operativa dentro del sistema límbico de mi cerebro. O porque, siendo yo un cristiano convencido, a esa edad ya estaba Jesús en puertas de su Pasión, lo que me entristece profundamente. Y, posiblemente, por otra serie de motivos que, como en el caso anterior (número veintiséis), no se me alcanza, pero son operativos al cien por cien.

Existen, por otro lado, números que me resultan totalmente indiferentes, con independencia de su fonética o significado. Los tengo dentro de mi cabeza, listos para identificarse en el momento de hacerse presentes. El diecisiete, sin ir más lejos, es uno de ellos. Éste, como otros que ahora no tengo en mente, me tiene absolutamente sin cuidado, me resulta ajeno hasta tal punto, que ni siquiera lo considero un número. No reúne las condiciones mínimas (aunque sea incapaz de especificarlas) para hacer de tal número, un número con total propiedad. No puedo explicarlo. O sí puedo recurriendo a una metáfora. Imaginemos que estoy en una situación que tengo una necesidad determinada, muy concreta, y que todo lo que se me ofrece no puede satisfacerla de ninguna manera. Por poner un ejemplo: tengo sed. Una sed ardiente, definitiva, en la que en su satisfacción me va la vida, y ante mis súplicas, alguien me ofrece un cigarrillo, una tableta de chocolate o un trago de ron. Cosas de ese estilo. Esos son los correlatos de los números que me resultan indiferentes (y a pocas más, repugnantes). Creo que así la cosa estará algo más clara.

Y finalmente, existen algunos números que, puestos en mi conocimiento, levantan en mi interior sensaciones contradictorias, que pueden llevarme de un amor incondicional a la repulsión (quizás exagero) más absoluta. Por decir alguno en concreto, el número tres, que si en principio me resulta muy familiar y me recuerda los añorados años de los primeros cursos del bachillerato, poco después me parece algo demasiado manido, dejà vu, como diría un francés o un pedante, como quien escribe estas líneas cuando se siente inspirado. Un número demasiado banal para ser tomado en serio, aunque como se sabe, tres puntos determinen un plano y den lugar por lo tanto a las dos dimensiones que nos son tan familiares, como la hoja de papel sobre la que escribo o el suelo que me sustenta. Si encuentro alguna explicación coherente a esta antinomia, paradoja o contradicción (escoger lo que más guste), lo comunicaré oportunamente.

martes, 10 de enero de 2017

URDIMBRES



La vulcanización de las fraguas estimula a los pintores.

La proliferación de barbuquejos desdibuja la arboladura.

La presencia del pantalán desdramatizó a los muelles.

Barlovento, dijo, donde la bocana del puerto expira.

Infantes barbudos fueron, raza de titanes precoces.

El vuelo de las gárgolas espanta a las mandrágoras.

Arrepentíos: volved al fin donde se gestan las palabras.

La ubicuidad de las mamparas me acrisola.

Vergel ventoso donde las palmeras se desmochan.

Urdimbre de todos los tresillos, no otra cosa quiero.

Llora hacia adentro donde las lágrimas se secan.

El éxtasis de los vegetales del páramo me extasía.

La exégesis consistía en las conjunciones copulativas y poco más.

La espera se hizo larga y cuando llegó ya era un extraño.

Los dedos de la mano dice. Y repite: los dedos de la mano.

El contexto ocupaba el otrora llamado núcleo.

La catequesis puso las bases de una alienación como Dios manda.

El pelotón de fusilamiento apuntó y cayó fulminado tras la primera descarga.

Válgame el cielo, el infierno o cualquiera de sus estadios intermedios, dijo el Dante.

La vertebración del sistema precisa de cartílagos.

La tasa de suicidios se disparó a los pies.

Vino, vio, venció, pero no era el César ni cruzó el Rubicón.

La descortesía de las verduleras estimula a los patanes.

La persistencia del tiempo entusiasma a los relojes.

La posibilidad del cero alivia a los escépticos.

El abuso de adjetivos adjetiva los abusos.

La igualdad de oportunidades retrae las oposiciones.

El trueque de mercancías originó los ensalmos.

La verdad también consiste en ella misma.

La rapidez de sus desplazamientos desdibuja filigranas.

La hipertrofia de la raquis originó al elefante.

El derecho consuetudinario banalizó a los romanos.

Las feromonas desatadas originan multitudes.

La posibilidad del calimocho estimula los gaznates.

lunes, 9 de enero de 2017

PARASÍES



La eclosión de los parámetros endilgó los parasíes.

La vertebración de lo informe articuló las mesnadas.

El asunto de la trasnoche estimula a los botijos.

Las gualdrapas del caballo alivia las durezas.

Las interpelaciones llegaban, si, pero también lo contrario.

Busca allá donde precises pero no encuentres buscando.

Su amistad sin abrir la boca consistía en un fino hilo de bramante.

La atmósfera estaba compuesta por una parte de oxígeno y dos de no.

La permutación ordenó los enseres en orden aliciente.

La burocratización de las esferas originó los baldosínes.

Válgame Dios, dijo, y eso le descubrió.

Las espátulas ahorman los andariveles del alma campesina.

La aristocracia adora las esquinas como su propio nombre indica.

Nunca olvidó sus ojos, ni los huecos de sus ojos precisamente.

Las esquelas confirmaron el deceso de los badulaques.

La reorganización del asunto permutó los pareceres.

La orquesta atacó la pieza y se contaron por decenas los muertos en el patio de butacas.

Su negatividad dio pie a la proliferación de los asertos.

La carretera serpenteaba entre montañas nada venenosas.

El zahorí confirmó la presencia de la capa freática y tres baldraques.

Guardó silencio tres minutos y luego abolió a saber qué

Nuestra fraternidad consistía si acaso en parientes lejanos.

Llovían melones y en su interior las pepitas jugaban al mus.

La clonación de las camas originó los baldaquines.

La frustración originó tempestades donde tu espada rememora.

Llegó por fin el fin, exclamó finalmente.

Busca tu camino allí donde se perfila tu lontananza.

El horizonte se desdibuja en líneas verticales y sindicatos obreros.

Nuestra familia fue lo que fue y no fue en absoluto.

Mi reino por un caballo de carreras, exclamo el jockey llamado Ricardo.

Platón vivía en el ágora y odiaba las cuevas, el sol y las ideas.

Aristóteles era, sin embargo, era otra cosa y no jugaba al fútbol en absoluto.

Sócrates sí, pero no en el Curitiba sino en el Santos.

Llueve una fina lluvia de plomo que alea los estaños.

La informatización de los legajos originó el papel de estraza.

Cerró la puerta en vano y se desvaneció.

La voluptuosidad de sus formas nos hizo pagar a escote.

La posibilidad de los días azules subyuga a Dinamarca.

Nunca digas nunca. Y punto jamás.

Los belfos de los corceles enardecen a los arneses.

La soledad del páramo seduce a los cuervos y los psicópatas.

Los golletes de las botellas añoran el gallinero. Usted sabrá.

Hete aquí, por fin, exclamó en el justo momento de ausentarse.

Vilga, valga y lo que usted quiera. Pero no eso.

Los ferrocarriles de vía estrecha son homosexuales se pongan como se pongan.

Se levantó y dijo lo primero que se le vino a la mientes. Mintió.

En el gimnasio tenia relaciones sexuales con todos los aparatos excepto con el propio.

Su heroicidad le hizo buscar enemigos de la patria en los colegios de monjas.

El agua, el mar, los ríos, los lagos, las piscinas, las albercas, los lavabos. Y por fin, tú.

DISIPACIONES



Cuando nos volvemos a ver, después del tiempo que nos dimos para reflexionar sobre el asunto, me dice que por fin lo tiene claro. O al menos que lo ve con la claridad que es posible ver en asuntos de ese tipo. O lo que es lo mismo, de un asunto que por su especial índole nunca podrá estar definitivamente claro. En su opinión, que yo comparto, insiste en que lo que lo que nos cuesta verdaderamente definir, no es tanto el contenido del asunto, sino de qué asunto estamos hablando.
Y esa ha sido siempre nuestra mayor dificultad. Por más que estemos de acuerdo en temas menores, cuando intentamos hablar de algo sustancial, uno de los dos, normalmente el interpelado, acaba exclamando: “pero ¿de qué estamos hablando?”. Puede parecer una broma, una especie de boutade, pero el hecho en sí permanece. Lo que sucede es que realmente no sabemos de qué trata el tema que nos tiene ocupados. Él dice ser amante de las estructuras difusas, aquellas que a pesar de su concreción se nos presentan tras una serie de supuestos que hace difícil, cuando no imposible, desvelarlas y saber su dimensión exacta. Y a mí me pasa otro tanto, algo que, cuando lo pienso y se lo acabo confesando, llegamos a la conclusión: que a pesar de todo, sea precisamente esa ignorancia la que nos mantiene unidos después de tanto tiempo.
    De todas maneras, últimamente he llegado a pensar si el verdadero problema entre nosotros no consiste en el objeto de nuestro debate, sino en que somos totalmente incompatibles. A veces le miro y me pregunto: “¿pero quien es realmente este individuo?”. Le veo gesticular delante de mí, y me parece estar asistiendo a una representación teatral. De hecho, al poco no le escucho, y sus palabras acaban rodeándome como una lluvia fina a comienzos de primavera o el vapor de una sauna en cualquier época del año, valga la cursilada. Él debe darse cuenta enseguida porque algo en mi actitud me delata, y es entonces cuando empieza a hablarme de una forma más pausada, articulando mucho cada palabra, como si se estuviera dirigiendo a una persona con dificultades auditivas, a un niño pequeño o a un extranjero con falta de léxico. Soy consciente de su esfuerzo, pero al mismo tiempo tengo la sensación de que está disfrutando dirigiéndose a mí de esta manera, así que le dejo continuar hasta que se cansa. En ocasiones, sin embargo, lo que hago es imitarle abriendo y cerrando mucho la boca, como si fuera un eco de sus palabras, abriendo mucho los ojos y levantando las cejas, lo que, por su expresión también parece hacerle disfrutar de lo lindo. Quizás la solución consista en que ambos olvidamos que tenemos algo que decirnos, y más aún que existe un tema preciso e importante que debemos finiquitar definitivamente. Terminar con la pantomima que tenemos organizada y decirnos finalmente, por mucho que nos duela: encantado de haberte conocido y adiós muy buenas.

jueves, 5 de enero de 2017

MOSQUITOS



Soy una señorita, eso que quede claro. Mi papá siempre me lo dijo de pequeña. Rosalinda, en cualquier circunstancia de tu vida, recuerda que tú lo que verdaderamente eres es una auténtica señorita, con todo lo que eso representa. Y así me encuentro hoy, aunque sea una persona de sesenta años, soltera y que vive sola desde que mamá, la pobre, nos dejó. Me dejó, quiero decir, hace ya muchos años. De todos modos, que quede claro también, que tengo mis necesidades como cualquier mujer, aunque no sea este el lugar adecuado para airearlas, y de esta manera evite que nadie me malinterprete y pueda decir al respecto cualquier barbaridad. La religión me ayuda mucho, esa es la verdad, y permanezco incólume, tal como quería mi papá y adelanté más arriba, pues eso es lo que quería darme a entender cuando me llamaba señorita. Estoy segura que desde donde se encuentra se sentirá muy satisfecho de ver como su niña ha seguido fielmente su consejo.

 Soy una mujer mayor, de hecho, tan mayor que cuando reflexiono sobre ello, pienso que ya no debería estar aquí. Demasiadas vicisitudes he sufrido en mi vida. Tantas, que, paradójicamente, en algunas ocasiones se me hace un lío la cabeza y me parecen mentira, como si verdaderamente no tuvieran demasiado que ver conmigo. Algunas tardes me embarga la inquietante sensación de haber vivido una fantasía. Es algo muy extraño que llega a asustarme, sobre todo cuando anochece y creo que mi vida auténtica, la que no he vivido, fuera a revelárseme de repente. Entonces empiezo a temblar temiendo lo peor, pues siendo ya tan vieja, no me siento preparada para ella.

Los mosquitos han invadido la ciudad de Madrid en pleno mes de Enero. No puede ser debido a una primavera adelantada, pues los termómetros apenas rebasan los cero grados por la noche, que es el periodo en el que los insectos se muestran más activos. Los primeros informes oficiales sobre el asunto temen que provengan del subsuelo, donde ya se han descubiertos varias colonias de gran tamaño que resultan intimidantes, pues si llegan aflorar podría desatarse una plaga de consecuencias imprevisibles, pues no habría aerosoles suficientes para exterminar a tal cantidad de depredadores, por minúsculo que sea su tamaño. Corre además el rumor de que estos insectos son capaces de chupar sangre hasta centuplicar su tamaño,  e incluso que, una vez logrado, pueden convertirse en ratas y propagar la peste bubónica y retrotraernos a la Edad Media. Algunos dicen que solo son habladurías, idioteces sin sentido, pero otros, los más cultos, hipocondríacos y fantasiosos, recuerdan a La Metamorfosis de Ovidio e incluso a la de Franz Kafka, con sus desagradables consecuencias. Y es que a nadie le apetece levantarse un día convertido en una repugnante cucaracha.

Fulgencia vive sola y da voces en la noche. Quiere decirse que aunque no llegue a gritar, eleva el volumen de su voz en la medida suficiente para provocar insomnio a sus vecinos o despertarles de su plácido sueño. La hora exacta es lo de menos, y de hecho varía, aunque suele acaecer lejos aún de la madrugada. Lo único necesario para que tal cosa sucede es que el silencio a su alrededor, el de Fulgencia se quiere decir, sea absoluto. Ni un auto por la calle, ni un susurro en las casas vecinas. E incluso, ya puestos a exigir, insiste ella, es preferible un lugar en el que no sea frecuente la madera, pues ya se sabe que ésta tiene la mala costumbre de de gemir una vez que se apagan las luces. Esos crujidos tenebrosos que en más de una ocasión hacen que nos levantemos sobresaltados. En cualquier caso, siempre según su relato, una vez reconvenida, es importante hacerlo con una voz bien timbrada, y si es posible leyendo el texto de un clásico o de cierta calidad, y no hacerlo a lo loco, sin ton ni son, o con cualquier estupidez que se le ocurra. Fulgencia insiste en su inocencia, y afirma que si lo hace es porque su psique (y dice psique recalcando mucho la p) se lo exige, si quiere conservar la cordura que mantiene durante el día. Su caso está siendo estudiado por un grupo de psicólogos, que deben redactar un informe y elevarlo al delegado de sanidad del ayuntamiento. Este, finalmente, deberá decidir si la interesada puede proseguir sus actividades nocturnas, o tiene que ser internada en una institución con las características adecuadas para que si se empeña, pueda incluso cantar a voz en cuello óperas de Verdi o quien le venga en gana.

miércoles, 4 de enero de 2017

HOMBRES



Hay hombres que un día, por ejemplo, te enseñan a pescar, y no por eso, poco tiempo después, debes decirles que son unos hijos de mala madre, pues hasta aquel momento preciso, los peces transcurrían por el río o el mar sin mayores problemas. Después de todo, si soy un asesino que colecciono cadáveres, tampoco es cuestión de echarle la culpa al primer antepasado que se me ocurra, o a cualquiera que pueda señalar como el instigador de mi mala conducta. Un asesino como Dios manda, debe asumir enteramente la responsabilidad de sus acciones, y llegar a considerar a sus muertos como medallas que se cuelga de su chaqueta, su chupa o donde le venga en gana. Su gabardina, quizás, si está lloviendo, o su uniforme si fue llamado a filas. Debe quedar bien claro desde el principio, que quizás los peces se aburrían en la inmensidad del agua y solo esperaban la bondad de un anzuelo para ser rescatados.

Hay hombres ante los cuales más vale aceptar de antemano que toda está perdido, aunque no lo esté. Competidores que en los primeros tanteos, te hacen saber que salir derrotado, en ningún caso supondría una afrenta. Que, incluso en esas circunstancias, uno tendría que agradecerles el mero hecho de haberlos conocido. Personas que nunca se olvidan, y que por tanto, más vale felicitarse de antemano. Luchadores de pura cepa, que uno debería siempre estar orgulloso de haberlos conocido y enfrentado. Esta es la actitud más razonable que se hace evidente en los primeros intercambios, pero sobre todo, la única manera de llegar a vencerlos. Y ponga usted los nombres que le toque

Hay hombres que nunca llegas a conocer del todo. Hombres que si un día pueden parecer un amigo de toda la vida, la mayor parte de las veces pasan a tu lado y apenas te saludan, como si fueras un desconocido. Ante ellos, lo más aconsejable es mantenerse al al margen, estar delante de ellos, si llega la ocasión, dando a entender que tú también eres alguien de quien más vale no fiarse. Alguien tornadizo que les cueste definir, pues lo único que andan buscando en sus relaciones es que sea el otro el primero que se achante y ceda. No darse por aludido sea cual sea su actitud, como si verdaderamente para nosotros, ellos fueran también algo banal. Si lo logramos, rápidamente desaparecen y nuestra vida podrá recobrar la calma que fue alterada por su presencia inhóspita.

Hay hombres que no hablan. Hombres para quienes decir boca no tiene sentido, pues su introversión hace que todo lo que sucede afuera les resulte superfluo. Más vale, en cualquier caso, no intimidarles y pretender que por fin acaben diciendo algo con sentido, pues en ese momento pueden desembuchar de golpe todo lo que han estado guardando para sus adentros durante semanas, años, siglos, y desencadenarse un tsunami devastador  de palabras, imprecaciones y sacrilegios. Una vorágine que no deje títere con cabeza, y su voz sobre nuestras cabezas, restalle como un rayo que más valdría no haber conocido.

Hay hombres ante los cuales más vale andarse con cuidado desde el principio. Hombres recios de una sola pieza cuya presencia debería bastar para hacernos saber que con ellos pocas bromas, por dura que sea la situación originada o fundamentada la queja. Hombres ante los cuales uno no debería enojarse haciendo aspavientos o alzando la voz. Hombres, en resumidas cuentas, que es aconsejable tener de nuestro lado, pues al poco de conocerlos resulta evidente que nuestra vida siempre estará en sus manos. Claro que, puestos a decirlo todo, quizás estemos hablando de mujeres.

VERGÜENZAS



Soy una persona tímida. De hecho, excesivamente tímida para dejarse ver. Me hago el fuerte, el auto suficiente. Lo aprendí hace mucho tiempo, tanto, que ya ni lo recuerdo. Y debo decir, puesto que lo he confesado, que lo estudié a fondo. Lo estudié bien y aprobé todas las asignaturas, para que en ningún caso tal cosa fuera evidente. Ahora, estoy pues,  encerrado en una cárcel hecha de mi mismo, de mis negaciones y renuncias. Y no tengo salida. Sabedlo, sin embargo, y por favor, sed respetuosos conmigo. Con quien, después de todo, solo es un preso.

Yo a aquella persona, a aquel ser, a aquel existente, por decir algo con pleno sentido, la quería con locura. “Le quiero con locura”, le dije un día a alguien que me preguntó por él. Y sin embargo tuve que matar a aquel hijo de puta que me hacía la vida imposible. Yo, para agradarle, quería ser Gary Cooper o Charlton Heston, aquellos héroes que poblaron mi infancia y primera juventud. Pero no pudo ser, y finalmente solo fui una señorita, un medio maricón que lloraba en silencio y se escondía avergonzado para que nadie supiese quien era realmente.

Hay algo que nunca dijiste, que nunca decimos. Que no somos el que aparentamos, que somos otro al que escondemos, porque, en el fondo, estamos convencidos que nuestra vida no debe ser la nuestra, sino la que los demás quieren que sea. O que nosotros pensamos que los demás…etcétera. Pero un día de estos me voy a levantar, y voy por fin a decir que estoy aquí, que llegué para quedarme. Pero lo que más temo, lo que me aterra es no ser tampoco quien verdaderamente soy, y tener que acabar preguntando para que otro que me diga, por favor, quien soy y quien no quiero ser.

Aquel mal nacido era, sin embargo, mi mejor amigo. Amigo de farras, confidencias y maldades. De todo lo mejor y lo peor. Es decir: un verdadero amigo. Y, sin embargo, un día se volvió contra mí y dijo no conocerme y haber fingido  hasta ese momento. Yo, al parecer, no era nadie para él, y esa fue la razón de su traición. Lo que nunca llegué a decirle, tiempo después, es que a pesar de ser un hijo de la gran puta, yo seguía sintiéndole como mi amigo, por más que él renegara de mí. Dispuesto como siempre a tomarme con él unas copas y hablar de lo que más queremos.