1.- Nado a lo
largo de la ría hacia arriba y hacia abajo cerca de la orilla. El agua está
terriblemente fría y me estimula a no detenerme en ningún momento bajo ningún
concepto.
2.- Por encima
de mi pasan algunas gaviotas, las oigo, pero no puedo verlas porque mi estilo
de natación no es el adecuado para ello. El agua turbia me impide ver nada
dentro de ella. Tengo la sensación de nadar sobre un espejo oscuro y líquido.
3.- El frío
extremo del agua me impide pensar, aunque tengo la certeza de nadar para salvar
la vida. Es una sensación extraña pero muy real. Avanzar en el agua como lo
haría un cuchillo que se hubiese desentendido de sus funciones habituales.
4.- Oigo las
voces de la gente a mi alrededor, en el agua y fuera de ella. Oigo también el graznido de las gaviotas y el ruido apagado
del motor de algún barquito cercano. Pero al mismo tiempo, tengo la sensación
de que a esa percepción no se la puede
llamar, con propiedad, sonido.
5.- Según avanzo
soy consciente de mis brazos y piernas moviéndose para impulsarme, pero al
mismo tiempo sé que ambos no son algo separado actuando cada cual a su manera
para cumplir su función. Forman parte de una misma cosa. Una extraña sensación
de unidad.
6.- Antes de
salir apenas puedo pensar y solo soy consciente de que debo volver a este lugar
con más frecuencia. Ha sido una especie de bautismo.
7.- Cuando
finalmente me detengo, me doy cuenta de que no hago pie y nado un poco más
hacia la orilla para poder incorporarme y salir. Noto la arena bajo la planta
de mis pies como perteneciente a un mundo nuevo, casi desconocido que no tiene
demasiado que ver conmigo mismo. Quizás me estoy convirtiendo en un pez o en un
raro animal marino.
8.- Andando
sobre la arena de regreso (¿adonde?) tengo la sensación de hallarme en un
territorio nuevo y desconocido. Me detengo, me siento y contemplo el agua
pasando lentamente ante mis ojos como una lámina de acero a la que ya
pertenezco para siempre.
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