miércoles, 22 de julio de 2015

LÁMINAS



1.- Nado a lo largo de la ría hacia arriba y hacia abajo cerca de la orilla. El agua está terriblemente fría y me estimula a no detenerme en ningún momento bajo ningún concepto.
2.- Por encima de mi pasan algunas gaviotas, las oigo, pero no puedo verlas porque mi estilo de natación no es el adecuado para ello. El agua turbia me impide ver nada dentro de ella. Tengo la sensación de nadar sobre un espejo oscuro y líquido.
3.- El frío extremo del agua me impide pensar, aunque tengo la certeza de nadar para salvar la vida. Es una sensación extraña pero muy real. Avanzar en el agua como lo haría un cuchillo que se hubiese desentendido de sus funciones habituales.
4.- Oigo las voces de la gente a mi alrededor, en el agua y fuera de ella. Oigo también  el graznido de las gaviotas y el ruido apagado del motor de algún barquito cercano. Pero al mismo tiempo, tengo la sensación de que  a esa percepción no se la puede llamar, con propiedad, sonido.
5.- Según avanzo soy consciente de mis brazos y piernas moviéndose para impulsarme, pero al mismo tiempo sé que ambos no son algo separado actuando cada cual a su manera para cumplir su función. Forman parte de una misma cosa. Una extraña sensación de unidad.
6.- Antes de salir apenas puedo pensar y solo soy consciente de que debo volver a este lugar con más frecuencia. Ha sido una especie de bautismo.
7.- Cuando finalmente me detengo, me doy cuenta de que no hago pie y nado un poco más hacia la orilla para poder incorporarme y salir. Noto la arena bajo la planta de mis pies como perteneciente a un mundo nuevo, casi desconocido que no tiene demasiado que ver conmigo mismo. Quizás me estoy convirtiendo en un pez o en un raro animal marino.
8.- Andando sobre la arena de regreso (¿adonde?) tengo la sensación de hallarme en un territorio nuevo y desconocido. Me detengo, me siento y contemplo el agua pasando lentamente ante mis ojos como una lámina de acero a la que ya pertenezco para siempre.

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