LUISA
Vamos a ver Luisa. Soy yo y eres
tú ¿o estamos ambos equivocados y padecemos de alucinaciones? No, no y no.
Somos quienes somos y debemos comportarnos como se espera de nosotros, y no
como dos entes refractarios enfrentados entre sí por un proceso de catálisis al
amanecer. Quizás se trate de eso. Etcétera.
BIGOTES
La volví a ver mucho tiempo
después y enseguida pude confirmar lo que me temía: todavía tenía bigote. Y si
no exactamente bigote, sí algo que con cierta independencia de criterio, se le
parecía mucho. No se trataba desde luego de un mostacho a la turca en el
sentido preciso del término, pero bigote al fin y al cabo, del que por su parte
decía sentirse muy orgullosa.
ATAQUES
Le enseñé las fotografías que aún
conservaba de la época en la que éramos niños. En ella se nos veía jugar en el
porche o el jardín en función de que lloviera o hiciera sol. Poco después se
quedó quieto, como ensimismado, y casi de inmediato, tuvo un extraño ataque con
convulsiones durante el cual no cesó de llamarme sinvergüenza. Luego llegaron
las ambulancias y se lo llevaron al psiquiátrico. Aún hoy, veinte años después,
sigue allí, en donde manifiesta sentirse inmensamente feliz posando
desinhibidamente para quien quiera hacerle una fotografía.
FOTOGRAFÍAS
No para de hacerse fotografías
del órgano desde los ángulos más diversos (algunos verdaderamente
inverosímiles) y enviárselas a sus amistades de forma casi inmediata,
acompañadas de bellas descripciones en las que lo equipara a ciertos amaneceres
en las Antillas, y especialmente en la isla de Barbados. Y que conste que no se
ha dicho de qué órgano se trata, pues estos proliferan, aunque me temo que en
este punto la coincidencia de pareceres sea casi absoluta.
PELÍCULAS
La película consistía en lo
siguiente. En primer lugar aparecía un individuo con toda la apariencia de ser
enano, pero con unas proporciones que una visión cercana pronto desmentía.
Vestía un traje Príncipe de Gales, que como es natural le venía grande (y se
notaba), y durante un buen rato se dedicaba a perorar con vehemencia en un
lenguaje ininteligible para alguien que haya pasado del parvulario. Cuando
finalizaba, sorprendentemente todos los espectadores aplaudían entusiasmados.
Después, durante cerca de dos horas otros tipos similares con variantes,
entraban consecutivamente en escena, discurseando en francés, inglés,
portugués, chino mandarín y perfecto castellano, pero a tal velocidad que el
resultado era el mismo que con el primero: absolutamente incomprensible. Al
terminar la proyección, el entusiasmo desbordado del público hacía que los
menos controlados pegaran fuego al recinto, al que acudían inmediatamente los
bomberos sabedores de la secuencia de los hechos y preparados al efecto.
RECEPCIONISTAS
Dijo “dígame” diez veces, y colgó
cuando su interlocutor gritaba desaforadamente tratando de hacerse entender. Al
parecer, en aquel hotel estaba bien vista la indolencia de los recepcionistas,
e incluso se llegó a decir que gracias a ellos llegó a alcanzar la quinta
estrella Michelín (o similar) que lo definía como “excelente”.
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