lunes, 20 de julio de 2015

LUISA y OTROS



LUISA

Vamos a ver Luisa. Soy yo y eres tú ¿o estamos ambos equivocados y padecemos de alucinaciones? No, no y no. Somos quienes somos y debemos comportarnos como se espera de nosotros, y no como dos entes refractarios enfrentados entre sí por un proceso de catálisis al amanecer. Quizás se trate de eso. Etcétera.

BIGOTES

La volví a ver mucho tiempo después y enseguida pude confirmar lo que me temía: todavía tenía bigote. Y si no exactamente bigote, sí algo que con cierta independencia de criterio, se le parecía mucho. No se trataba desde luego de un mostacho a la turca en el sentido preciso del término, pero bigote al fin y al cabo, del que por su parte decía sentirse muy orgullosa.

ATAQUES

Le enseñé las fotografías que aún conservaba de la época en la que éramos niños. En ella se nos veía jugar en el porche o el jardín en función de que lloviera o hiciera sol. Poco después se quedó quieto, como ensimismado, y casi de inmediato, tuvo un extraño ataque con convulsiones durante el cual no cesó de llamarme sinvergüenza. Luego llegaron las ambulancias y se lo llevaron al psiquiátrico. Aún hoy, veinte años después, sigue allí, en donde manifiesta sentirse inmensamente feliz posando desinhibidamente para quien quiera hacerle una fotografía.

FOTOGRAFÍAS

No para de hacerse fotografías del órgano desde los ángulos más diversos (algunos verdaderamente inverosímiles) y enviárselas a sus amistades de forma casi inmediata, acompañadas de bellas descripciones en las que lo equipara a ciertos amaneceres en las Antillas, y especialmente en la isla de Barbados. Y que conste que no se ha dicho de qué órgano se trata, pues estos proliferan, aunque me temo que en este punto la coincidencia de pareceres sea casi absoluta.

PELÍCULAS

La película consistía en lo siguiente. En primer lugar aparecía un individuo con toda la apariencia de ser enano, pero con unas proporciones que una visión cercana pronto desmentía. Vestía un traje Príncipe de Gales, que como es natural le venía grande (y se notaba), y durante un buen rato se dedicaba a perorar con vehemencia en un lenguaje ininteligible para alguien que haya pasado del parvulario. Cuando finalizaba, sorprendentemente todos los espectadores aplaudían entusiasmados. Después, durante cerca de dos horas otros tipos similares con variantes, entraban consecutivamente en escena, discurseando en francés, inglés, portugués, chino mandarín y perfecto castellano, pero a tal velocidad que el resultado era el mismo que con el primero: absolutamente incomprensible. Al terminar la proyección, el entusiasmo desbordado del público hacía que los menos controlados pegaran fuego al recinto, al que acudían inmediatamente los bomberos sabedores de la secuencia de los hechos y preparados al efecto.

RECEPCIONISTAS

Dijo “dígame” diez veces, y colgó cuando su interlocutor gritaba desaforadamente tratando de hacerse entender. Al parecer, en aquel hotel estaba bien vista la indolencia de los recepcionistas, e incluso se llegó a decir que gracias a ellos llegó a alcanzar la quinta estrella Michelín (o similar) que lo definía como “excelente”.


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