La familia actúa
de la siguiente manera: están sentados el uno al lado del otro y realizan una
función común, participan de ella. Y se dice familia solo porque todos ellos
tienen unos rasgos comunes que les identifican como pertenecientes a ella. Frente
amplia, pelo y ojos oscuros y poco más, aunque bien pensado también podría
tratarse de una tribu de la misma etnia. Quizás podría añadirse algo en su
forma de actuar, que les relaciona con igual o mayor sentido. Los gestos y
movimientos que hacen son mínimos, aunque en principio nadie podría decir si se
trata de una característica individual o pertenece a un modo de ser colectivo.
Casi no hablan,
y como mucho parecen intercambiar informaciones mínimas sobre su actividad
común. Comen y de vez en cuando se necesitan unos a otros por nimiedades, de las que en el fondo podrían prescindir. Es
una concesión que se hacen para sentirse unidos o al menos aparentar que forman
parte de una unidad superior. El hecho de comer no parece tener para ellos mucha
importancia, y se someten a tal servidumbre con cierta displicencia por un mero
afán de supervivencia, como si se tratara de una concesión hecha a sus cuerpos
de mala gana.
Sus movimientos
como ya se dijo, son mínimos, y en cualquier caso dan la impresión de que no
tienen que ver demasiado con ellos mismos. Mueven la cabeza lo imprescindible,
y sus brazos y manos cumplen las funciones que se les suponen para llevar el
alimento a su bocas, como si quisieran transmitir un total desapego, como si
después de todo los alimentos fueran algo accesorio a lo que se someten queriendo
dejar claro que no tiene demasiado que ver con su voluntad.Apenas hablan o no
hablan en absoluto, y cuando lo hacen parecen forzados por imperativos del
momento, como si fuera una concesión a un ritual que necesita un mínimo de
representación, pero del que de buena gana prescindirían. Incluso los más pequeños, a los que se les
supone una vitalidad desbordante, parece que en cualquier instante pueden
quedarse dormidos, y ni siquiera transmiten esa inquietud, tan evidente a su
edad, de querer terminar para salir a jugar.
Es por lo tanto
una familia extraña, y desde luego nada común por estos pagos, en los que la
agitación y la alegría de vivir es la norma. Sus rostros contemplados de cerca
presentan indudables rasgos orientales -pómulos marcados, mentón recogido- por
lo que ante la proliferación en los últimos tiempos de este tipo de grupos, se
está extendiendo la idea de que quizás estemos asistiendo a una invasión
silenciosa de los pueblos asiáticos. Ya sucedió en el pasado con los tártaros,
y otros también orientales llegaron hasta las puertas de Viena. Habrá que
permanecer vigilantes y preparados si no queremos desaparecer, aunque no soy
demasiado optimista, pues si debo decir la verdad, incluso entre los naturales
del lugar empieza a ser común una abulia que no presagia nada bueno cara al
futuro. Quizás haya que empezar a considerar si más que de una invasión foránea
se trata de una transformación, y aunque no lo percibamos, somos nosotros mismos
los invasores.
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