miércoles, 22 de julio de 2015

BÁRBAROS



La familia actúa de la siguiente manera: están sentados el uno al lado del otro y realizan una función común, participan de ella. Y se dice familia solo porque todos ellos tienen unos rasgos comunes que les identifican como pertenecientes a ella. Frente amplia, pelo y ojos oscuros y poco más, aunque bien pensado también podría tratarse de una tribu de la misma etnia. Quizás podría añadirse algo en su forma de actuar, que les relaciona con igual o mayor sentido. Los gestos y movimientos que hacen son mínimos, aunque en principio nadie podría decir si se trata de una característica individual o pertenece a un modo de ser colectivo.
Casi no hablan, y como mucho parecen intercambiar informaciones mínimas sobre su actividad común. Comen y de vez en cuando se necesitan unos a otros por nimiedades,  de las que en el fondo podrían prescindir. Es una concesión que se hacen para sentirse unidos o al menos aparentar que forman parte de una unidad superior. El hecho de comer no parece tener para ellos mucha importancia, y se someten a tal servidumbre con cierta displicencia por un mero afán de supervivencia, como si se tratara de una concesión hecha a sus cuerpos de mala gana.
Sus movimientos como ya se dijo, son mínimos, y en cualquier caso dan la impresión de que no tienen que ver demasiado con ellos mismos. Mueven la cabeza lo imprescindible, y sus brazos y manos cumplen las funciones que se les suponen para llevar el alimento a su bocas, como si quisieran transmitir un total desapego, como si después de todo los alimentos fueran algo accesorio a lo que se someten queriendo dejar claro que no tiene demasiado que ver con su voluntad.Apenas hablan o no hablan en absoluto, y cuando lo hacen parecen forzados por imperativos del momento, como si fuera una concesión a un ritual que necesita un mínimo de representación, pero del que de buena gana prescindirían.  Incluso los más pequeños, a los que se les supone una vitalidad desbordante, parece que en cualquier instante pueden quedarse dormidos, y ni siquiera transmiten esa inquietud, tan evidente a su edad, de querer terminar para salir a jugar.
Es por lo tanto una familia extraña, y desde luego nada común por estos pagos, en los que la agitación y la alegría de vivir es la norma. Sus rostros contemplados de cerca presentan indudables rasgos orientales -pómulos marcados, mentón recogido- por lo que ante la proliferación en los últimos tiempos de este tipo de grupos, se está extendiendo la idea de que quizás estemos asistiendo a una invasión silenciosa de los pueblos asiáticos. Ya sucedió en el pasado con los tártaros, y otros también orientales llegaron hasta las puertas de Viena. Habrá que permanecer vigilantes y preparados si no queremos desaparecer, aunque no soy demasiado optimista, pues si debo decir la verdad, incluso entre los naturales del lugar empieza a ser común una abulia que no presagia nada bueno cara al futuro. Quizás haya que empezar a considerar si más que de una invasión foránea se trata de una transformación, y aunque no lo percibamos, somos nosotros mismos los invasores.

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