lunes, 20 de julio de 2015

DISTINCIONES



Distinguía el mundo, de acuerdo a dos criterios básicos, “comestible” o “no comestible”. De acuerdo con los mismos, según su experiencia a través de los años, sabía que un cuadro colgado de una pared pertenecía al segundo de ellos y no debía de morderse en ningún caso. No obstante, a estas consideraciones apriorísticas, pronto añadía otras dos que matizaban en algún sentido el mero instinto de supervivencia, que presidía las anteriores. Se trataba de los conceptos de “conveniente” o “no conveniente”. Un cuadro colgado en la pared podría ser “no comestible” pero sí “conveniente” en caso de estar firmado por Picasso, y una botella de lejía podría parecer en principio  “comestible” (bebible) pero claramente “no conveniente” a no ser para blanquear la ropa. Esta concepción dicotómica se prolongaba en la cabeza de Ramiro de forma prácticamente interminable, pues a estos criterios iniciales, pronto se le añadían muchos otros que en ocasiones, dada su complejidad, podrían hacerle llegar a la parálisis y en más de una ocasión, al borde de la muerte por inanición, pues a una primera consideración de un objeto como “comestible”, pronto se le añadían otras que la contradecían. Y en el contraste de criterios opuestos, era frecuente que llevado por la confusión y un apetito pantagruélico, llegara a morder un diamante, algo que si no sucedió fue con toda probabilidad debido a la escasez de los mismos en sus cercanías, al no habitar Ramiro en Amsterdan ni trabajar en las minas de África del Sur, donde la tragedia, o al menos la visita al dentista, hubiera sido inevitable.

POSIBILIDADES
“Quizás sea posible” respondió Severino a una pregunta que, puestos a decir la verdad, ni siquiera llegó a entender. El otro, no obstante, se dio por satisfecho, ignorando por completo que, dadas las peculiares características del carácter de aquel, tal respuesta sería la misma con total independencia del contenido de la misma. Severino, de una personalidad proclive a los malentendidos y preferentemente belicoso, al cabo de cierto tiempo llegó a la conclusión de que más que tener razón, le convenía salirse por la tangente con contestaciones conciliadoras, con las que no resultara difícil no estar de acuerdo. En algunas ocasiones, no obstante, la pregunta era lo suficientemente comprometida como para que la contestación de Severino no fuera satisfactoria, momentos en los que podía sufrir un castigo a todas luces inmerecido. Sucedió al menos en una ocasión, en la que interrogado sobre la veracidad de un infundio sobre la madre de quien preguntaba, nuestro hombre respondió como más arriba quedó especificado.

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