Distinguía el
mundo, de acuerdo a dos criterios básicos, “comestible” o “no comestible”. De
acuerdo con los mismos, según su experiencia a través de los años, sabía que un
cuadro colgado de una pared pertenecía al segundo de ellos y no debía de
morderse en ningún caso. No obstante, a estas consideraciones apriorísticas, pronto
añadía otras dos que matizaban en algún sentido el mero instinto de
supervivencia, que presidía las anteriores. Se trataba de los conceptos de
“conveniente” o “no conveniente”. Un cuadro colgado en la pared podría ser “no
comestible” pero sí “conveniente” en caso de estar firmado por Picasso, y una
botella de lejía podría parecer en principio “comestible” (bebible) pero claramente “no
conveniente” a no ser para blanquear la ropa. Esta concepción dicotómica se
prolongaba en la cabeza de Ramiro de forma prácticamente interminable, pues a
estos criterios iniciales, pronto se le añadían muchos otros que en ocasiones,
dada su complejidad, podrían hacerle llegar a la parálisis y en más de una
ocasión, al borde de la muerte por inanición, pues a una primera consideración
de un objeto como “comestible”, pronto se le añadían otras que la contradecían.
Y en el contraste de criterios opuestos, era frecuente que llevado por la
confusión y un apetito pantagruélico, llegara a morder un diamante, algo que si
no sucedió fue con toda probabilidad debido a la escasez de los mismos en sus
cercanías, al no habitar Ramiro en Amsterdan ni trabajar en las minas de África
del Sur, donde la tragedia, o al menos la visita al dentista, hubiera sido
inevitable.
POSIBILIDADES
“Quizás sea
posible” respondió Severino a una pregunta que, puestos a decir la verdad, ni
siquiera llegó a entender. El otro, no obstante, se dio por satisfecho,
ignorando por completo que, dadas las peculiares características del carácter
de aquel, tal respuesta sería la misma con total independencia del contenido de
la misma. Severino, de una personalidad proclive a los malentendidos y
preferentemente belicoso, al cabo de cierto tiempo llegó a la conclusión de que
más que tener razón, le convenía salirse por la tangente con contestaciones
conciliadoras, con las que no resultara difícil no estar de acuerdo. En algunas
ocasiones, no obstante, la pregunta era lo suficientemente comprometida como
para que la contestación de Severino no fuera satisfactoria, momentos en los
que podía sufrir un castigo a todas luces inmerecido. Sucedió al menos en una
ocasión, en la que interrogado sobre la veracidad de un infundio sobre la madre
de quien preguntaba, nuestro hombre respondió como más arriba quedó
especificado.
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