Llegó el hombre
y dijo: es muy posible que la situación sea la descrita por el colega que me
precedió en el uso de la palabra, y lo único que me cabe, por lo tanto, es
aceptarlo y mantenerme en adelante con la boca cerrada. Mi relato después de
todo, etcétera, etcétera. Y se sentó.
Vendo un surtido
de artículos que van desde los objetos de broma más comunes, caretas, narices y
bigotes, hasta tratados de filosofía en los que se demuestra por métodos nada
científicos que el mundo no existe, y se establecen sistemas de conocimiento
tan complejos que sus autores optaron por quitarse de en medio al poco de ser
publicados.
No estar de acuerdo
no significa en absoluto tener razón. Puedo no estar de acuerdo con una teoría
que con el tiempo se demostró falsa y ser, no obstante, un perfecto cretino. La
sabiduría y la estupidez caminan con frecuencia cogidas de la mano.
Entró en la casa
por la puerta que daba al Norte y salió poco después por la que daba al Sur.
Con posterioridad entró en la casa por la puerta que daba al Este y salió por
la que daba al Oeste.
Luego tenía
varias opciones. Entrar por la puerta que daba al sur y salir por la que daba
al norte, y también entrar por la que daba al oeste y salir por la que daba al
este. Era una cuestión de estadística de cuatro elementos tomados de dos en
dos. Permutaciones, variaciones o combinaciones, eso no lo sabía ni nunca lo
entendió, por lo que optó:
a) no
entrar en absoluto en la casa y quedarse en el exterior. Pero en invierno hacía
mucho frío, llovía y enfermaba, y en verano hacía mucho calor, se deshidrataba
y enfermaba.
b) una vez adentro, hacerlo
entrando por cualquier puerta y quedarse en el interior,
pero pronto se quedaba sin víveres
y enfermaba.
Nunca se le
ocurrió entrar y salir por cualquier puerta aleatoriamente.
Pasado cierto
tiempo y estando en una de ambas situaciones, tuvo claro que aborrecía aquella
casa y sus puertas, por lo que les prendió fuego. Le gustaba la humareda del
incendio elevándose hacia el cielo. Luego echó a andar con cierta parsimonia, y
se convirtió en el que hoy es conocido en toda la región como “el hombre del
páramo”, a quien, por cierto, nadie ha vuelto a ver.
Se dirigió a la
vivienda con decisión y al llegar pudo abrir la puerta sin mayores
inconvenientes. Una vez hecho esto, introdujo ligeramente su cabeza en el
interior e intentó decir algo, posiblemente un mensaje de vital importancia
para sus habitantes. Pero no lo logró, alcanzado súbitamente por una afección
de compleja etiología que ni el más afamado de los otorrinolaringólogos pudo
jamás diagnosticar, ni por lo tanto tratar. El que el tipo en cuestión formara
parte del coro de la Orquesta Estatal de Volvogrado, no tenía al parecer la
menor importancia.
Los discursos
coherentes no habían salvado la vida de aquellos hombres que muy a su pesar
llevaban en aquel lugar unas vidas muy desordenadas, seguidas por un desenlace
fatal sin llegar a viejos. Se prohibió por tanto a partir de aquellos momentos
la venta de libros sesudos, en los que se trataba de describir el mundo como un
lugar donde todo era comprensible, basándose en exclusiva en las matemáticas y
la filosofía positiva. Se dispuso que lo que convenía a la gente era una mayor
dispersión ideológica en la que todas las interpretaciones tuvieran igual
valor, con preferencia si en ellas era observable una visión poética de la
existencia. Se abolió por lo tanto la Ley Seca y se autorizó la venta y libre
intercambio de todo tipo de drogas, especialmente las alucinógenas, cuya
principal característica era su capacidad para crear mundos particulares, en
los que la felicidad consistía en caminar al azar en cualquier dirección,
recitando si tal era el caso poesía simbolista o, puestos a ello, la que al interesado
le viniera en gana.
Una voz
disidente del sistema anunció un desastre inminente por el olvido de la
geometría y los verbos transitivos. Su advertencia no obtuvo sin embargo los
efectos que él esperaba, pues el resto de sus conciudadanos le replicaron casi
a coro: perfecto, de eso se trata.
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