Cuando el grupo
volvió a reunirse fue por un motivo muy diferente del habitual. Nada que ver
con los viejos tiempos de las tertulias en el Gijón o el Oliver, según se diera
la tarde. El pobre Aurelio había muerto, y desgraciadamente esta vez nos
reunimos en el cementerio de la Almudena. Caras largas y pálidas debido a lo
triste de la situación y al frío intenso de Febrero a primera hora de la tarde.
Fernando enseguida me reconoció y se acercó a mí muy afectuoso. “Hola Raquel-me
dijo- hoy estamos todos de luto”. Una obviedad a la que asentí sin añadir nada,
porque en aquellos precisos instantes el sacerdote comenzó un responso frente a
la tumba y no me pareció el momento más adecuado.
Cuando todo terminó, después de las paladas
y el breve pésame a Charo, hermana de Aurelio y su único familiar, los
habituales de la peña pudimos saludarnos con más naturalidad. Lo cierto, sin
embargo, era que la muerte de Aurelio parecía habernos afectados a todos de
verdad. Habían pasado casi tres años desde la última reunión, que no volvió a celebrarse por los motivos
habituales en un grupo como el nuestro, especialmente porque por una u otra
razón no nos poníamos de acuerdo para ello, y posiblemente por una cierta
desgana que no nos atrevíamos a confesar. Yo empecé a trabajar con un horario
fijo y frecuentes viajes de empresa, Fernando se fue a vivir a Fuente del Saz,
y Carla y Paco se separaron y no les parecería de lo más adecuado volver a
coincidir periódicamente, etcétera, etcétera…incluso el propio Aurelio que era
algo así como el alma mater del grupo (aunque luego se mantendría casi al
margen en una de sus actitudes paradójicas que más tarde llegué a considerar
normales), decidió mudarse cerca de no sé qué parroquia al sur de Madrid.
Bueno, no parroquia exactamente, porque él había dejado de ser cura hacía
tiempo, sino “área de catequesis” o como los curas o ex curas rojos y progres
llamaban a determinadas zonas de la capital, según ellos, todavía pendientes de
evangelizar. ¡Puñetas! en el fondo cosa política o de sindicatos, es lo que yo
pensaba.
A pesar de la premura de la situación y del
frío que nos empujaba a dispersarnos, meternos en el coche y salir pitando, o
precisamente por eso, llegamos rápidamente a ponernos de acuerdo y vernos en
una hora en el Gijón. Estábamos todos o casi todos. Me llamó la atención Paco.
De hecho, y a pesar de no parecer el momento adecuado, casi me pongo cachonda
cuando me dio la mano, cálida y firme reteniendo la mía durante unos momentos,
seguida de un beso cerca de la comisura de los labios. “Tan guapa como siempre,
Raquel” dijo con una sonrisa amplia y franca. “Tú también estás muy bien”, le
contesté cerciorándome de que Carla, su ex mujer, no andaba cerca. Y así fue, en el Gijón apareció la basca de
años atrás, todos gente estupenda, pero sobre todo interesante, con la única
excepción, al menos para mí, de Alfonso con sus ordenadores y su visión del
mundo como un jeroglífico, a resolver, según él, por métodos exclusivamente
matemáticos. Al carajo con aquel idiota.
En el Gijón tras
saludarnos aliviados con el aire calentito del interior, empezamos enseguida
una ronda de de café y carajillos, y enseguida continuamos con pacharanes,
coñacs y otras mariconadas de moda de moda por entonces, como los licores de melocotón,
manzana y otras porquerías. Al poco, el tono había subido varios enteros, y el
ambiente en nuestro rincón comenzó a parecerse más a la tarde de un sábado en
Casa Mingo entre botellas de sidra, queso y chorizo. Nos estábamos tomando la
revancha del entierro ¡qué coño! Al pobre Aurelio (qué manía con lo de pobre en
estas ocasiones!) le hubiera parecido bien. A pesar de su equilibrio y
contención tenía un punto de ácrata, poco de acuerdo con su procedencia y los
valores oficiales establecidos. Fernando, sin embargo, parecía el más sobrio y
era evidente que maniobraba para arrinconarme y hacerme partícipe de alguna
confidencia. “Ya ves, Raquel, lo que son las cosa, tú todavía eres una niña – ¡sí,
leches pensé para mí misma y mis treinta y seis tacos!- pero ocasiones de pérdidas como esta son para
hacernos reflexionar. Quien lo diría, Aurelio ya se dio de baja-ironizó- aún
recuerdo aquellas tardes cuando venía por casa y charlábamos hasta las tantas
de todo lo divino y lo humano, los tres. Mi mujer, él y yo. Eso es lo que más
me ha quedado de Aurelio, nuestras charlas en casa…” “¡Ay madre-me dije- a este
le ha dado sentimental y llorona! “Ya ves, Raquel, es lo que hay. Por cierto
¿Cuál es el recuerdo más fuerte que tienes tú de tu amistad con Aurelio?
¡Madre mía!
debió notar que algo raro me pasaba cuando empecé a balbucear, incapaz de dar
una respuesta atinada “¿Estás bien? “Sí, sí, estoy perfectamente” le respondí.
Y realmente era así. Lo que sucedió es que al preguntarme eso, acudieron a mi
mente como un fogonazo las escenas del momento preciso que tenía más
intensamente grabadas con aquel cura, bueno con aquel hombre. Sí, sí, hombre,
en resumidas cuentas.
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