Rafael se
derrumbó definitivamente sobre el sofá. Algún mecanismo dentro de su mollera
debió decidir que tenía que rendirse. “Si tú lo dices”, exclamó casi
disculpándose. “Sí, te lo dice Raquel, tú ahí calladito. Ojo, ver y no tocar,
como decía papá en Reyes, gordito. Te voy a confesar algo que a lo mejor no te
vas a creer, pero nada más verte supe que me lo iba a pasar muy bien contigo.
Sí, nada más verte se me revolucionó esta maquinita aquí abajo… ¿ya sabes de
qué hablo, verdad Rafaelito? No seas tímido, mamá por fin te va a dejar ver
todo lo que querías cuando la espiabas al bañarse, y tú te hacías el
despistado. Ven, acércate y toca. Ven, no te asustes. Y ahora ven conmigo a la
camita que quiero enseñarte algo más…”
A esas alturas
de la película, la verdad es que yo ya estaba prácticamente a punto de
correrme, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para calmarme. Mientras le
guiaba hacia el dormitorio, pensé en el Polo Norte, en una tribu de esquimales
y en cantidades ingentes de helado de fresa con limón. También,
incomprensiblemente, me acordé del desafortunado día en que Tomasito, mi primer
marido, se tiró a la asistenta en casa y los pillé. El hecho es que todo
aquello hizo que llegáramos a la cama sin mayores incidencias. “Como te decía,
Rafita, Raquel te va a enseñar sus secretos más profundos, sus fragancias más
íntimas. Tienes suerte que una tía tan buena como yo esté ahora aquí contigo.
Es como si te hubiera tocado el gordo- ¡anda coño, mira por donde! exclamé
soltando una carcajada – así que no me vengas con remilgos ni me pongas
morritos. Túmbate de una vez y quítate la camisa y el pantalón antes de que me
enfade. ¿Qué sientes por ahí abajo por donde termina la barriguita? ¿Tienes la
pilila dura? ¡Venga, túmbate ya!” Definitivamente, lo que me había imaginado
era poco. Aquel armario ropero tendido panza arriba en la cama, era como un
colosal mastodonte cebado durante años. Le agarré de la tripaza con las manos
como garfios (sorprendentemente sus michelines eran más consistentes de lo que
podía imaginar), y después de ponerle una buena dosis de aceite perfumado,
empecé a amasarlos como si se tratara de una espesa papilla de engrudo, que
tras ceder y desparramarse entre los dedos, se rehacía a cada apretón, cada vez
más firme. “Estás cachondo, Rafita, gordito cabrón-pude decirle casi sin
resuello- ven dame ahora esa manita y métela aquí abajo, lo ves, lo
sientes…pues no es para ti, te vas a joder, porque esto solo se lo doy a mis
amigos de verdad, no un gordo insufrible como tú…mete ese dedote gordo empapado
en tu bocaza, desgraciado, chupa, chupa como si fuera la teta de mamá.
Los dos jadeábamos,
Rafael de pronto se estremeció y empezó una especie de pataleo agitado…¡No, no
te me vayas a ir ahora! le dije imperativa, tú te esperas a que Raquel se
restriegue los pezones contra tu panza…así…así…así…míralos, Rafaelito cariño,
son como castañas ¡están tan ricos!...pero tú no te los vas a comer, como ya te
dije son solo para mis amigos(y en esos momentos pensé que incluso podrían ser
para el hijoputa de Raúl, si no fuera porque a esas alturas ya estaría en la
ducha). Pero tranquilo, y deja en paz esa cosita que tienes ahí abajo, con ese
cacahuetito no vas a ningún lado, y como tú comprenderás no estoy yo para
enderezar lo que Dios hizo tal cual. Todavía te queda lo más hermoso, la visión
próxima, inmediata del mayor misterio que vieron los siglos, aquello por lo
vosotros los hombres, generación tras generación, robáis, engañáis y asesináis
sin cuento…El chocho, el chocho, idiota. La Almeja Cósmica, el Paráclito del
Señor, el Espíritu que flota sobre las aguas, el Redentor de todo mal…ven aquí,
mi amor, abre bien los ojos y mira, observa como se abre frente a ti la
maravilla de las maravillas: ¡el chumino de Raquel! Con los dedos me separé
bien los labios de la vulva delante de sus morros indecentes, dejándole ver su
interior rosa aterciopelado. “Saca la lengüita corazón, bébete esta cascada que
fluye de mi interior como si de un divino néctar se tratara. Guarda en tus ojos
esta aparición irrepetible, siente como se desparrama por tu boca y tu
barbilla, este cáliz sublime, como chapotea contra tu pecho el más preciado de
los elixires, aquel por el que fuiste concebido. Sí, es a este Eldorado a donde
todos emigráis, por lo que todos, digáis lo que digáis, sois capaces de
traicionar a vuestros seres más queridos. Bebe pues, mi amor, grandísimo hijo
de puta”. “¡Pero no te vas a quedar solo así!” le grité totalmente fuera de mí “¡tengo
otro regalito para ti…ten…ten…bébete este cava espumoso, le dije dejándome ir
ruidosamente sobre su rostro convertido en un mapamundi borroso.
Rafael emitió
entonces una serie de de gruñidos, abrió
la boca y ante mi sorpresa, antes de desmayarse, empezó a bebérselo todo
glotonamente. “¡Dámelo, dámelo todo, muñequita!” repetía una y otra vez mi
adorable y detestable gordo.
THE END
No hay comentarios:
Publicar un comentario