viernes, 5 de junio de 2015

PIEDRAS



Esta piedra no me habla pero no se lo tengo en cuenta. No puedo reprochárselo, a pesar de no tener la total certeza de que es incapaz de ello. No tiene cerebro, eso es evidente, no hay nada parecido en su interior, pero nunca se sabe. La naturaleza oculta misterios a contra corriente de lo que juzgamos razonable, y basado en esta consideración, siento nacer en mí cierta animadversión hacia ella que mucho me temo que no haga sino aumentar.



Me dicen que mi necesidad de hablar sin parar está adquiriendo niveles enfermizos, pero no me van a impedir hacerlo. Ellos sin duda tiene sus razones para opinar así, pero yo también las tengo para no cerrar la boca, y deben hacer el mismo esfuerzo que yo hago yo para comprender su mutismo. Después de todo tienen muchas opciones para no oírme. Y los tapones en los oídos es la menor que se me ocurre.



Esta tarde voy por fin a ver una obra del teatro de vanguardia que al parecer hace furor en Centroeuropa y en algunas regiones del lejano Oriente. Se trata de unos individuos (hombres y mujeres) cuya actuación consiste en imitar al público que los contempla hasta en sus mínimos detalles, de tal manera que este (del que yo formaré parte esta tarde) tenga la impresión de hallarse ante un espejo. Voy disfrazado de avestruz, y no creo que el elenco de la compañía que nos visita esté preparado para ello, a no ser que alguien esconda la cabeza, claro está (al parecer valen las metáforas).



Salgo a la calle y enseguida me llaman: “oye, tú, hola, buenas…” Toda esa retahíla de palabras y expresiones al uso que se emplean cuando hay mucha confianza. Me llaman, es cierto, pero nunca me nombran, como si tal cosa les infundiera un temor incomprensible o un miedo cerval, lo que es posible que mitiguen acudiendo a tales subterfugios. O quizás sucede todo lo contrario, y mi nombre más que pavor les provoque un ataque de risa, a la que no podrían hurtarse una vez dicho. Claro que ahora que lo pienso, ni yo mismo recuerdo si tengo un nombre verdadero o solo soy una amalgama de letras que no vale la pena pronunciar.



Se me reprocha el mero hecho de ser quien soy, como si una vez constituido en un sólido (con todos los matices que se quiera), uno tuviese la capacidad de hacer flap y convertirse en otra cosa. Aunque, bien pensado, no pierdo nada por intentarlo y convertido en un okapi o un casuario, llevar una vida plena de sentido en la selva africana o la fronda australiana. Nunca se sabe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario