viernes, 21 de noviembre de 2014

PORRAS

-José Manuel, el terapeuta, me dice que seguir de esta manera es inútil, pues para mi curación es preciso que yo adopte otra actitud. Me ve muy negativo, y considera que solo si estoy dispuesto a colaborar con él, tengo alguna esperanza de recuperarme y volver a ser aquel adolescente feliz del que le hablo, y del que él, sin embargo, no ha tenido noticia en todo este tiempo. Le digo que precisamente en eso estriba mi dificultad, y que tal es el motivo de que haya venido a su consulta. Me dice  que eso es demasiado fácil querer que otro te soluciones tus problemas sin poner nada de tu parte. Le respondo que los doscientos euros que le pago por sesión podían ser un buen acicate para buscar soluciones al dilema, a lo que a su vez me responde escueta pero claramente que “por los cojones”. Ante su forma de abordar mis problemas (esa incapacidad para moverme o esos ataques de pánico repentinos), le aseguro que está llegando el momento en el que me voy a ver obligado a tomar otras medidas que pueden acabar siéndole poco agradables, entre las que se baraja la posibilidad de no pagarle un céntimo o levantarme y partirle la cara allí mismo. Permanece entonces en silencio, y cuando me levanto del diván, veo detrás de mí a un tipo totalmente desconocido de dos metros de altura, bien musculado, con una porra en sus manos y cara de pocos amigos.


-Mari Nieves siempre está muy preocupada por mí, aunque no venga a cuento. Pase lo que pase, siempre me pregunta: ¿pero tú estás bien? No lo entiendo, porque si hay algo que me distingue es mi capacidad para sentirme feliz y ver siempre la parte buena de cualquier situación, aunque acaben de decirme que solo me quedan unos días de vida (lo que afortunadamente no es el caso). Supongo que de tal manera pretende que me de cuenta de cuanto me quiere y lo pendiente que está de mí. Pero lo cierto es que pasado cierto tiempo en el que su actitud me hacía gracia, y hasta lograba enternecerme, me está cargando, pues tengo la impresión de que en el fondo es una manera de hacerme responsable de su diligencia, y culpable de no estar pendiente de ella de la misma manera. He pensado que, cambiando radicalmente de actitud, en delante voy a contestarle cualquier inconveniencia, del tipo “estoy de puta madre, precisamente ahora voy a tomarme unas copas con los amigos para celebrarlo”, o algo por el estilo. No sé cual será su reacción, acostumbrada como está a mis buenas palabras y a los mimos. Quien sabe si en el fondo su comportamiento solo obedece a una culpabilidad inconfesada, y es una manera de hacerme creer que me tiene presente mientras espera la llegada de quien realmente le interesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario