-José Manuel, el
terapeuta, me dice que seguir de esta manera es inútil, pues para mi curación
es preciso que yo adopte otra actitud. Me ve muy negativo, y considera que solo
si estoy dispuesto a colaborar con él, tengo alguna esperanza de recuperarme y
volver a ser aquel adolescente feliz del que le hablo, y del que él, sin
embargo, no ha tenido noticia en todo este tiempo. Le digo que precisamente en
eso estriba mi dificultad, y que tal es el motivo de que haya venido a su
consulta. Me dice que eso es demasiado fácil
querer que otro te soluciones tus problemas sin poner nada de tu parte. Le
respondo que los doscientos euros que le pago por sesión podían ser un buen
acicate para buscar soluciones al dilema, a lo que a su vez me responde escueta
pero claramente que “por los cojones”. Ante su forma de abordar mis problemas
(esa incapacidad para moverme o esos ataques de pánico repentinos), le aseguro
que está llegando el momento en el que me voy a ver obligado a tomar otras
medidas que pueden acabar siéndole poco agradables, entre las que se baraja la
posibilidad de no pagarle un céntimo o levantarme y partirle la cara allí
mismo. Permanece entonces en silencio, y cuando me levanto del diván, veo detrás
de mí a un tipo totalmente desconocido de dos metros de altura, bien musculado,
con una porra en sus manos y cara de pocos amigos.
-Mari Nieves
siempre está muy preocupada por mí, aunque no venga a cuento. Pase lo que pase,
siempre me pregunta: ¿pero tú estás bien? No lo entiendo, porque si hay algo
que me distingue es mi capacidad para sentirme feliz y ver siempre la parte
buena de cualquier situación, aunque acaben de decirme que solo me quedan unos
días de vida (lo que afortunadamente no es el caso). Supongo que de tal manera
pretende que me de cuenta de cuanto me quiere y lo pendiente que está de mí.
Pero lo cierto es que pasado cierto tiempo en el que su actitud me hacía gracia,
y hasta lograba enternecerme, me está cargando, pues tengo la impresión de que
en el fondo es una manera de hacerme responsable de su diligencia, y culpable
de no estar pendiente de ella de la misma manera. He pensado que, cambiando
radicalmente de actitud, en delante voy a contestarle cualquier inconveniencia,
del tipo “estoy de puta madre, precisamente ahora voy a tomarme unas copas con
los amigos para celebrarlo”, o algo por el estilo. No sé cual será su reacción,
acostumbrada como está a mis buenas palabras y a los mimos. Quien sabe si en el
fondo su comportamiento solo obedece a una culpabilidad inconfesada, y es una
manera de hacerme creer que me tiene presente mientras espera la llegada de
quien realmente le interesa.
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