Este verano está
haciendo un tiempo horroroso, y después de dos días con sol llevamos una semana
con el cielo encapotado, e incluso a ratos lloviendo a mares. Silvia y yo hemos
decidido que no vamos a volver por aquí; es todo muy bonito y aprovechamos el
mal tiempo para visitar algunas iglesias románicas de los alrededores y comer
como es debido (incluso más), pero el balance no es positivo. Luego el invierno
en casa es terrible, y echamos de menos el sol que es lo que de verdad nos
gusta. A pesar de todo hoy hemos decidido arriesgarnos y vamos a bajar a la
playa. Hay muchas nubes y la televisión incluso pronostica lluvia en el
Cantábrico. Nos da igual, y vamos a meternos en el agua para volver con un poco
de color con el viento, el yodo y todas esas cosas tan saludables. He logrado
convencer a Silvia de que se tire de cabeza por debajo de las olas, que con la
marejada hoy deben ser poco menos que gigantes. Es una ingenua, y aunque apenas
sabe nadar estoy convencido que me hará caso. Tiene una fe ciega en mí, y tengo
que aprovecharlo y poner algo de mi parte si es preciso. No es descartable un
accidente, y con el tiempo que hace es seguro que nos llamarán locos. Bueno, me
lo llamarán a mí, porque desgraciadamente ella ya no estará ahí para contarlo.
Es cruel, pero Teresa me dijo que ya no aguantaba más, y que si a la vuelta no
había tomado una decisión, no quería volver a verme. No hará falta.
Papá ha
desaparecido, y Julia y le buscamos muy inquietos desde que le hemos echado en
falta esta tarde. Es un hombre muy mayor (acaba de cumplir noventa años),
viudo, pero con espíritu juvenil irreductible, que en ocasiones nos hace pasar
malos ratos. Por ejemplo, cuando vuelve a casa a las tantas, o se emborracha y
tenemos que recogerlo en cualquiera de los bares de la zona harto de vino. Dice
que la edad está solo en la cabeza, y que la suya no tiene más de veinte años.
Y es inútil decirle que desgraciadamente el cuerpo no es solo la cabeza, porque
es peor y acaba desnudándose para mostrarnos el suyo. En un estado bastante
lamentable, todo hay que decirlo, pero no hay manera, y sigue presumiendo de él,
en su opinión asombro de los vestuarios cuando fue campeón del peso welter de
Castilla la Vieja. “Me veían y mis rivales no querían subir al ring”, afirma
llevado de su euforia, y Julia y yo ayudados por algún voluntario, nos las
vemos y nos las deseamos para subirle a casa. Hemos pensado en una residencia
donde puedan controlar sus movimientos, y tenga que atenerse a un horario
estricto que no le permita volver a la hora que le da la gana, pero se niega en
redondo. A las nueve, después de investigar por los alrededores, avisamos a la
policía y volvemos a casa esperando tener alguna noticia pronto. A las dos de
la madrugada recibimos una llamada, en la que nos indican que una casa de
alquiler de automóviles les ha avisado de que un tipo muy mayor (pero con el
carnet de conducir en regla) había alquilado esa tarde un BMW de 200 caballos,
que tenía que devolver a medianoche. No lo ha hecho y están preocupados. Se
trata efectivamente de papá, y nuestra inquietud se ha hecho aún mayor cuando
la policía nos ha advertido que cuando dicho individuo salió con el coche, les
dijo a los de la casa de alquiler que podían llamarle Juan Luis Fangio.
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