viernes, 21 de noviembre de 2014

OLAS

Este verano está haciendo un tiempo horroroso, y después de dos días con sol llevamos una semana con el cielo encapotado, e incluso a ratos lloviendo a mares. Silvia y yo hemos decidido que no vamos a volver por aquí; es todo muy bonito y aprovechamos el mal tiempo para visitar algunas iglesias románicas de los alrededores y comer como es debido (incluso más), pero el balance no es positivo. Luego el invierno en casa es terrible, y echamos de menos el sol que es lo que de verdad nos gusta. A pesar de todo hoy hemos decidido arriesgarnos y vamos a bajar a la playa. Hay muchas nubes y la televisión incluso pronostica lluvia en el Cantábrico. Nos da igual, y vamos a meternos en el agua para volver con un poco de color con el viento, el yodo y todas esas cosas tan saludables. He logrado convencer a Silvia de que se tire de cabeza por debajo de las olas, que con la marejada hoy deben ser poco menos que gigantes. Es una ingenua, y aunque apenas sabe nadar estoy convencido que me hará caso. Tiene una fe ciega en mí, y tengo que aprovecharlo y poner algo de mi parte si es preciso. No es descartable un accidente, y con el tiempo que hace es seguro que nos llamarán locos. Bueno, me lo llamarán a mí, porque desgraciadamente ella ya no estará ahí para contarlo. Es cruel, pero Teresa me dijo que ya no aguantaba más, y que si a la vuelta no había tomado una decisión, no quería volver a verme. No hará falta.


Papá ha desaparecido, y Julia y le buscamos muy inquietos desde que le hemos echado en falta esta tarde. Es un hombre muy mayor (acaba de cumplir noventa años), viudo, pero con espíritu juvenil irreductible, que en ocasiones nos hace pasar malos ratos. Por ejemplo, cuando vuelve a casa a las tantas, o se emborracha y tenemos que recogerlo en cualquiera de los bares de la zona harto de vino. Dice que la edad está solo en la cabeza, y que la suya no tiene más de veinte años. Y es inútil decirle que desgraciadamente el cuerpo no es solo la cabeza, porque es peor y acaba desnudándose para mostrarnos el suyo. En un estado bastante lamentable, todo hay que decirlo, pero no hay manera, y sigue presumiendo de él, en su opinión asombro de los vestuarios cuando fue campeón del peso welter de Castilla la Vieja. “Me veían y mis rivales no querían subir al ring”, afirma llevado de su euforia, y Julia y yo ayudados por algún voluntario, nos las vemos y nos las deseamos para subirle a casa. Hemos pensado en una residencia donde puedan controlar sus movimientos, y tenga que atenerse a un horario estricto que no le permita volver a la hora que le da la gana, pero se niega en redondo. A las nueve, después de investigar por los alrededores, avisamos a la policía y volvemos a casa esperando tener alguna noticia pronto. A las dos de la madrugada recibimos una llamada, en la que nos indican que una casa de alquiler de automóviles les ha avisado de que un tipo muy mayor (pero con el carnet de conducir en regla) había alquilado esa tarde un BMW de 200 caballos, que tenía que devolver a medianoche. No lo ha hecho y están preocupados. Se trata efectivamente de papá, y nuestra inquietud se ha hecho aún mayor cuando la policía nos ha advertido que cuando dicho individuo salió con el coche, les dijo a los de la casa de alquiler que podían llamarle Juan Luis Fangio.

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