Los perros
tienen dientes pero también tienen rabo, algo que no teniendo a primera vista
ninguna relación, puede ser importante para ellos, como veremos más adelante.
Claro que en este orden de cosas también podríamos afirmar que no todos los
animales tienen rabo (ni siquiera dientes), pues la madre naturaleza les dotó
con otro apéndice al que llamamos cola. Es igual pero no es lo mismo, algo que,
como mucha gente sabe, ya se estudia en las matemáticas elementales, y que no
debiera escapar a quien simplemente se mira al espejo para peinarse (si ha
lugar). En cualquier caso, sea uno o la otra, no pocos los emplean para matar
moscas, como dice la canción popular, ignorando los bonitos versos de Antonio Machado
en los que su contemplación más que molestar, induce una cierta melancolía
poética. Y no quiero abandonar este excurso fuera de lugar (puesto que no había
aún ningún “curso” que seguir) para hacer tres puntualizaciones de las que
usted puede prescindir tranquilamente, sin que su vida se vea alterada en lo
más mínimo.
Primera: Las
ballenas, por hablar de un pescado (hay quien si se le deja, se las come) tiene
cola, pero no tiene rabo. También tienen unos dientes muy raros que no son
tales, y que para no complicarnos la vida, hemos dado en llamar “ballenas”,
como a su propietaria (también se les llama “barbas”, que de barbas ni esto).
Por otro lado, la cola de las ballenas no tienen nada que ver con el rabo.
Segunda: Los
seres humanos no tenemos rabo ni cola (en principio), a no ser metafóricamente,
y que cada cual busque su sentido (las mamás con bebes lo tienen claro en el
segundo de los casos, y en el primero: sin comentarios). También tenemos
dientes, y sin ellos los dentistas estarían en la indigencia.
Tercera: Los
caballos y los équidos en general, no tienen rabo, pero si cola. Y como en los casos anteriores también tienen dientes, cuya
misión principal es actuar como carnet de identidad en las ferias de ganado.
Valga lo dicho
como preámbulo a lo que sigue que, recordemos, trataba de la forma apropiada de
lavarse los dientes. Para empezar, digamos que no todo el mundo se los “lava”
en el sentido literal de la palabra, sino que se los “limpia”, algo que al
igual que con el rabo y la cola, siendo igual no es lo mismo. Lavárselos
implica la utilización de agua, posiblemente porque es más higiénico que
utilizar otros “dentífricos”. La hierba, la arena, la corteza de ciertos
árboles y el bicarbonato de soda podrían cumplir la misma función, pero
posiblemente los estomatólogos no iban a dar abasto. Que quede claro que por mi
parte no tengo inconveniente en que usted utilice los métodos alternativos que
le venga en gana: la responsabilidad recaerá sobre usted exclusivamente. De
hecho, que yo sepa, ningún bicho emplea el cepillo de dientes y ahí están, algo
han debido hacer para no estar aquejados de piorrea masivamente. Otras
alternativas: ácido ascórbico, bisulfito de sodio y sal marina. Allá usted.
Y metiéndonos ya
plenamente en el tema que enunciaba el título, digamos de entrada que para
proceder a su lavado, es necesario contar con el objeto del que venimos
hablando. It is to say: los dientes. Los lactantes y los ancianos desdentados
no se los lavan porque carecen de ellos; en el primero de los casos, por que su
madre o el biberón sufrirían más de la cuenta, y en el segundo (¡qué más
quisieran!) porque hacerlo con el contenido del vaso de agua en la mesilla de
noche, no puede llamarse en propiedad tal cosa. Aunque lo laven. Si separa los
labios los verá de inmediato, están ahí, son los guardianes de la cavidad que
se oculta tras de ellos, y en ese sentido son los cancerberos de un mundo
misterioso, que solo descubren las radiografías y las autopsias (abrir
desmedidamente la boca está mal visto). Su color, como norma general es blanco,
aunque se admiten varias tonalidades de los ocres en tonos discretos, que
cuando viran decididamente al negro son otra cosa: ya no son dientes. Su
función principal es preparar al alimento para pasar en condiciones al aparato
digestivo, ocupando de esta manera el primer lugar del mismo. Deben en primer
lugar morder (cortar) y después masticar, que como se dijo a propósito de los
rabos y las colas (y los dientes y las barbas), siendo parecidos no son lo
mismo. Una precisión que lo aclarará: Drácula mordía a sus víctimas, pero, que
se sepa, no las masticaba, claro que lo que le interesaba no era masticable
como todo el mundo sabe, y no es cuestión en estos momentos trasladarse a los
Cárpatos en busca de más detalles.
En los seres humanos
la dentadura consta de treinta y dos piezas (muelas del juicio incluidas),
situadas por igual en las mandíbulas superior e inferior. Los frontales,
cumplen la función de morder y son más finos y cortantes que los situados más
atrás, llamadas muelas que son más planas con una especie de meseta superior
que les facilita la masticación y la formación del llamado “bolo alimenticio”
para facilitar el paso de la comida por la garganta. En la naturaleza existen
sin embargo animales que prescinden de estas sutilezas (con toda la razón del
mundo), y se tragan a sus víctimas sin pasar por esta segunda función, ejemplo
de los cuales podrían ser los leones, algo, sin embargo mucho más evidente en
los cocodrilos y las boas constrictoras, que las engullen con cuernos y pezuñas
sin escrúpulos de ningún tipo (en mi opinión los cocodrilos exageran, y su
increíble dentadura solo puede obedecer a un error evolutivo o a una pura
exhibición narcisista, y no difiere mucho del interés de algunos seres humanos
por la física cuántica, que, en ese sentido, tampoco sirve para nada).
Los dientes (que
no son móviles) se fijan mediante unas raíces bastante profundas a través de
las llamadas encías, mucosa firme pero delicada, que hay que cuidar con cierto
mimo, si queremos evitar su sangrado, que no augura nada bueno. En los seres
humanos, cumplen además otra función primordial entre los miembros de su
especie, pues a través de los mismos pueden tener noticia de la relación
cordial (o no) que mantengan entre ellos. Enseñarlos, como norma general, es
una buena señal, pues suele acompañar a un gesto conocido como “sonrisa”, que
indica que la relación es buena, aunque en ocasiones sean utilizados
cínicamente para el engaño, como en la conocida expresión “¡dientes, dientes!” (que
es lo que les jode), de tantas fotografías. Sin embargo, si quien le enseña a
usted los dientes es un lobo o su perro de compañía, haría bien en mantener
cierta distancia, e incluso disponer de una pistola a mano (los dientes caninos
o incisivos, de los que no hemos hablado, son en ambos casos, definitivos). Se
dice que las hienas sonríen, y que al hacerlo emiten un sonido sugerente, pero
los científicos aseguran que es falso, y que uno no debe dejarse tentar por tal
artificio si no quiere acabar convertido en menudillo (lo mismo cabe decir del
cocodrilo y su simulación del llanto). La mayoría de los animales se valen, sin
embargo, del rabo como sustituto para mostrar su estado de ánimo. Moverlo
enérgicamente hacia los lados suele ser señal de alegría, como bien saben los
amantes de los perros. En los hipopótamos, sin embargo, no es el caso, y suele
ser utilizado para expeler sus excrementos en señal de desafío o desorden
amoroso, lo cual no tiene nada que ver con lo expuesto anteriormente. Claro que
a estas alturas hay que especificar que “enseñar los dientes” (normalmente se
emplea en sentido contrario al que aquí se viene manteniendo) no siempre es
señal de contento, pues este hecho viene más bien definido por la elongación de
los músculos de la cara, que amplían la boca y achinan la mirada. Los
animalitos también tienen músculos en la cara, pero no los emplean para esos
menesteres, entre otras cosas porque, para ello, sus cerebros tendrían que ser
capaces de definir con cierta precisión conceptos tales como “el ridículo”, “el
absurdo”, “la contradicción”, etc, y no son capaces de hacerlo, dado su
reducido volumen en relación a su peso corporal. Y dicho esto, ya está dicho
casi todo en el apartado que podríamos denominar “generalidades”.
Vayamos pues,
para terminar, con la parte central de estas normas, que consisten básicamente
en instruir en la manera de lavarse los dientes adecuadamente y con la mayor
eficacia posible. En primer lugar, abra la boca e introduzca en la misma su
cepillo de dientes, con la parte alícuota de la pasta necesaria para tal
función. Luego, puede mantenerla abierta o cerrada a voluntad. Coloque el
cepillo delante de los dientes, y proceda a frotarlos con un movimiento de
arriba hacia abajo y viceversa, a lo largo de ambas hileras (superior e inferior).
No descuide, cuando haya terminado, de hacerlo asimismo sobre las mesetas de
las muelas, ni con cierta fruición por los intersticios entre los dientes, el
lugar más adecuado para que se amontonen las sobras de la comida y las
bacterias, que son muy aficionadas a las mismas. Para ello es aconsejable, una
vez repasada someramente la parte posterior de los dientes, utilizar hilo
dental en cualquiera de sus variantes (nylon solo, nylon con cera, nylon con
filamentos) o el water-pik, un pequeño artilugio capaz de lanzar un chorro de
agua con energía. De esta manera, usted podrá mantener lejos de su dentadura
los peligros que la acechan: el sarro, las caries, la halitosis y la
periodontitis, y postergará todo lo posible la amenaza de la dentadura postiza
en el vaso de agua durante la noche, y la pasta Corega durante el día. Sus
amistades y sus seres queridos se lo agradecerán.
FIN DE ESTAS
INSTRUCCIONES. Para más detalles, dirigirse a un dentista. En cualquier caso,
al finalizar el lavado, es también recomendable cepillar con cuidado la lengua
hacia el exterior, algo hasta hace poco solo practicado por los higienistas,
los muy escrupulosos y los dados al vicio.
Nota.-
Pareciéndolo, los dientes no forman parte de ningún exoesqueleto. Para tal cosa
sería aconsejable estudiar a las tortugas que, por cierto, también tienen
dientes.
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