-Salgo a la
calle temprano por la mañana y me encuentro con una sorpresa. Donde antes
existía un edificio de seis pisos con balcones, hay ahora un colegio del que no
llego a ver el nombre. A su entrada se apiñan muchos niños (no niñas)
organizando una algarabía poco corriente, pues gritan y se pegan con cierta
ferocidad. Mi primer impulso es dirigirme a ellos y tratar de calmarles, pero
lo pienso un poco mejor y prefiero quedarme observando la situación desde el
otro lado de la calle. Algunos más que chicos son ya adolescentes, y si llego a
intervenir podría correr peligro, son grandes y fuertes. De repente se abre una
puerta (por cierto bastante estrecha para tal cantidad de niños) y un tipo con
pinta de animal con un vozarrón enorme, les ordena ponerse en fila. Lo hacen de
inmediato, sin duda impresionados por la pinta de gorila del que imagino que
debe ser el conserje. Ya en fila, observo que un chico mayor está maltratando a
otro mucho más pequeño que está delante, le das coscorrones y le acaba
pateando. El ujier o lo que aquel tipo sea, se acerca rápidamente con cara de
pocos amigos, y tras observar detenidamente la escena se retira y acaba
sentenciado: ¡bien hecho, aquí no queremos maricas!
- El lunes Germán
ha salido temprano a la calle como en él es habitual cuando va al trabajo, pero
esta vez se queda en la acera al lado de la puerta del edificio. La situación
es sorprendente, y todos los vecinos nos extrañamos sabiendo sus costumbres.
Además su actitud es un tanto extraña, o para ser más preciso, absolutamente
extraña. Está en pijama, sin afeitar y con todo el aspecto de no haberse aseado
en absoluto, algo inverosímil teniendo en cuenta que se trata de un tipo
extremadamente pulcro, que en ocasiones podría ser llamado cursi con todo
merecimiento. Después de echar un vistazo como si quisiera cerciorarse de donde
se encuentra, se sienta en una silla de enea que llevaba sujeta por el respaldo
y se sienta. Según salimos, el resto de vecinos le contemplamos con asombro
pero no nos atrevemos a decirle nada, porque la situación parece tan ridícula
que preferimos no molestarle, y dejar que los acontecimientos den algún sentido
a ese momento tan extraño. Finalmente acabamos haciendo un corro a su alrededor,
intrigados por su comportamiento y a la espera de que él mismo nos diga que le
pasa, pero no dice nada y al rato se retira sin abrir la boca. A la mañana
siguiente se repite el mismo escenario, solo que ahora a Germán se le han unido
Javier y Teodosio. Y al otro día ya son siete los sentados, y el jueves la
mayoría de vecinos ocupan la acera con la misma actitud. El viernes me uno yo,
que era el único que quedaba sin hacerlo. El sábado llegan los bomberos y el
domingo las ambulancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario