jueves, 27 de febrero de 2014

OCURRENCIAS


Estoy con alguien en un pueblo. No sé quien es porque cada vez que intento verle la cara no lo consigo. El resto de su cuerpo no me dice nada especial. En todo caso se trata una persona delgada, por lo que ni siquiera sé a que sexo pertenece. Su voz parece bien timbrada y podría ser la de un hombre un tanto aflautada o la de una mujer cazallera. Llueve a mares e intentamos buscar refugio en una de las casas a nuestro alrededor. Ni siquiera así consigo identificarla porque se ha puesto una capucha; en todo caso podría afirmar que no tiene melena. No logramos meternos en ningún sitio porque todas las entradas están abarrotadas de gente en las mismas circunstancias. Al final decidimos abandonar la búsqueda de refugio y aceptamos calarnos hasta los huesos. Bajamos por una calle mal empedrada y con mucha pendiente. Quizás sea en estos momentos cuando podré al fin salir de la incertidumbre que tengo respecto a quien me acompaña. Es muy posible que tampoco sepa quien soy yo porque jamás me mira y yo, un tanto dolido con su actitud, también miro hacia otro lado. Quizás esta situación sea el comienzo de un amor perdurable. Las bases ya están establecidas, y según descendemos siento que su mano aprieta la mía con una fuerza que no puede ser casual. Nos queda toda una vida por delante. De eso tengo en estos momentos la certeza.

 

Debo estar en un campo de prisioneros. La guerra ha terminado, pero los japoneses no se han enterado, y nosotros sufrimos las consecuencias hasta que las tropas victoriosas lleguen a rescatarnos. He dicho japoneses, pero también podrían ser chinos, porque lo cierto es que no llego a distinguirlos a pesar de que me han explicado muchas veces sus diferencias. Son amarillos y deben ser japoneses, que yo sepa los chinos no entraron en guerra. Los nipones son gente muy educada y ceremoniosa, pero son crueles y disfrutan haciendo sufrir a la gente y más, supongo, si son prisioneros y han sido capturados en nombre de su emperador, una especie de fantoche ceniciento al que reverencian y toman como a Dios o algo parecido. No deben haberse enterado de las bombas atómicas y de que su país ha capitulado. No lo entiendo porque lo han dicho por la radio. Pero son muy obstinados. Decido por lo tanto que ha llegado el momento de darme a la fuga, pues cuando se enteren van a enfurecerse y a cortarnos la cabeza o algo parecido. Logro zafarme de una especie de enano corajudo que me tenía agarrado por razones que desconozco, y me lanzo por un terraplén hacia el río. Parecía a primera vista un terreno pedregoso que me podría lastimarme, pero al final resultó ser una especie de barro arenoso que me lleva hasta el agua ileso. Una vez adentro nado vigorosamente y me alejo del lugar con un crawl, sin embargo, elegante, ayudado por una corriente que espero que acabe depositándome en Kioto u Osaka, dos lugares en los que espero que la noticia ya haya llegado, y donde es posible que sea recibido como un héroe. Esta gente es muy rara.

 

Tengo problemas de identidad. O al menos eso me dice la gente que me rodea, que al mismo tiempo me da ánimos e insiste que si me lo propongo acabaré sabiendo quien soy. “Aunque no es tan fácil”, suelen añadir algunos que me miran con cara de pocos amigos. Yo creía tenerlo claro, pues lo cierto es que soy es recepcionista de un hotel de  cinco estrellas, y con eso me es suficiente. Insisten tanto, sin embargo, que me acaban despistando, y con una frecuencia que empieza a intrigar al gerente y al director del hotel, me miro en un espejo enorme que hay en el hall, adonde me desplazo cada vez con mayor frecuencia. Mis compañeros me miran un tanto sorprendidos por mi actitud, pero acaban aceptándola al ver que a pesar de todo, recibo con toda cordialidad a los viajeros recién llegados y cumplo mis funciones con una soltura y simpatía envidiables. Es todo lo que se necesita para ocupar un puesto como el mío. Mi identidad está pues suficientemente clara, y no entiendo la insistencia de algunos en que me lo plantee seriamente. Claro que es posible que estas personas no se refieran a mi rol social sino a mi verdadera personalidad, aquella que subyace en mi interior independientemente de las apariencias. Es decir, se debe tratar del “conócete a ti mismo” socrático, algo de lo que al ser consciente, hace que me desplace hasta el espejo aún con más frecuencia y que ya allí, me aproxime y contemple mi rostro de cerca (especialmente los ojos) tratando de ver si así consigo averiguar algo más. Finalmente acabo exhausto, y le digo al gerente que me voy a casa aquejado de psicosis paranoide, añadiendo para despedirme “mucho me temo que soy una máscara”. El hombre me mira detenidamente, esboza un gesto amigable y me da unas palmadas en el hombro y añade “se ve que domina el griego antiguo”. A continuación me da la espalda y se aleja a buen paso. Al salir tengo dificultades con la puerta giratoria, pues por más vueltas que da no sé como acceder al exterior y me encuentro de nuevo en el hall, aunque ahora me resisto a mirarme de nuevo en el espejo.

 

A las tres de la mañana abro la puerta de mi casa y como era mi costumbre hace tiempo, grito “mu”, la palabra salvadora. Poco después oigo como el resto de los vecinos me imitan. Al amanecer el propietario del 7º B, director de orquesta, nos reúne a todos los cabezas de familia en la salida del edificio (quince plantas a razón de cuatro pisos por planta) y ensayamos el “Va pensiero” del coro de los esclavos de Nabucco. A la mañana siguiente hacemos unas pruebas en el Auditorio Nacional y somos contratados por el Ministerio de Cultura, constituyéndonos oficialmente como el coro de la OCNE. Debutamos con un éxito clamoroso al comienzo de la temporada siguiente con “Il trovatore” de Verdi. Somos felices, y me alegro de haber puesto mi granito de arena. Es decir “mu”.

miércoles, 26 de febrero de 2014

PARAGUAS


A Linda no le gustaban los paraguas. Es raro porque en aquel pueblón del norte no paraba de llover desde el otoño hasta la primavera, y lo lógico sería que estuviese acostumbrada, de la misma manera que lo estaba a las botas de agua y los impermeables. Incluso a las capuchas, que por aquella época empezaron a ponerse de moda en la ropa de vestir. Pero con los paraguas era otra cosa. No podía precisar de qué se trataba, pero pasado cierto tiempo tuvo que admitir que incluso sentía cierta fobia. No soportaba  a nadie con paraguas a su lado, y si se cruzaba con alguien que lo tenía, trataba de evitarlo aunque fuese dando un rodeo. Por eso aquella tarde que había quedado con Andrés cerca de los soportales, al verle  aparecer a lo lejos con un paraguas negro enorme, no pudo evitar un escalofrío al tiempo que trataba de esconderse detrás de unas de las columnas. Desgraciadamente él ya la había visto, y se dirigió hacia ella con la sonrisa amplia y tímida de las primeras citas, pero Linda apenas permaneció a su lado dos minutos, y alegando una disculpa de la que ni siquiera ella misma fue consciente, se alejó a toda prisa. Aquel desaire mantuvo al chico lejos durante una buena temporada, hasta que la llegada del verano y la ausencia de lluvia relajó la situación. Cuando se volvieron a encontrar, Andrés ni siquiera se atrevió a preguntarle el por qué de aquel desplante. Era un hombre práctico y tenía claro que aquella mujer le interesaba con independencia de las veleidades que pudieran ocurrírseles ciertos días. Linda tampoco le explicó nada, suponiendo que una persona con dos dedos de frente ya se habría dado cuenta de su animadversión hacia aquellos artilugios, impropios de un hombre como es debido, y ni siquiera de un muchacho, como era el caso de Andrés, que ya se afeitaba hacía tiempo. Los hombres de verdad, según Linda, soportan los meteoros atmosféricos  a pecho descubierto, demostrando de esta manera a las féminas que por ellas estaba dispuesto a padecer las dificultades a que hubiera lugar y la vida les fuera presentando. Pero en el fondo sabía que eso no era sino una disculpa, y que lo que verdaderamente le sucedía era que tenía fobia a los paraguas, y lo que era aún peor, a los pájaros o para ser más concreto, a las plumas. Y eso es lo que le sucedía con los paraguas, que le recordaban a un ave enorme y agresiva que en cualquier momento podía poner en peligro su vida. Todo esto se lo confesaba en secreto a sí misma en las confidencias que uno se hace con frecuencia evitando a cualquier testigo. Claro que el asunto no pudo guardarlo mucho tiempo para ella sola, y su familia y amistades más íntimas estaban al corriente de su  temor a las aves. Incluso a las gallinas, los gorriones y las gallinas. Ojo. Lo de los paraguas pudo ocultarlo porque evitaba las situaciones en que podían hacerse presentes, aunque si hay que decirlo todo, en aquel pueblo donde la lluvia era una constante, tenía que hacer verdaderas maravillas para poder hacerlo, como no salir de casa cuando el día amenazaba agua. Lo de Andrés fue un despiste imperdonable, porque aquel chico le gustaba, y si no le había prevenido era porque temía que no pudiera aceptar a una persona tan rara como ella a su lado. El hecho fue, de todas maneras, que llegada la primavera siguiente volvieron a salir juntos, ella siempre con un ojo puesto en el cielo y tratando de mantenerse en todo momento lejos de cualquier lugar en los que era posible en cualquier momento los bichos con plumas. Andrés insistía en ir al parque y sentarse un rato en uno de sus bancos para echar unas migas de pan a las palomas, momento en el que Linda sentía un escalofrío en el espinazo que casi la dejaba sin respiración. Lo mismo sucedía con las terrazas, con la posibilidad inmediata de visitas aéreas inmediatas, por lo que a pesar de la extrañeza que tal hecho le producía a Andrés, su relación tuvo lugar en el interior de bares y restaurantes, en los que para compensar y darle un toque más romántico, Linda siempre preguntaba por un rincón alejado e íntimo a poder ser con velitas y flores. Andrés acabó aceptando las peculiaridades de aquella mujer tan guapa y especial, y empezó a tomarse todas sus dificultades como algo positivo que se añadía a su físico poco común. Su noviazgo se prolongó varios años, en los que el sufrido novio de la chica más aparente del lugar se sometió a una serie de pruebas que en principio fue superando con la esperanza de que Linda convencida de su amor a través de la paciencia fuera modificando sus manías y pudieran por fin un año bajar a la playa a pesar de la inexorable presencia de las gaviotas, a las que ella odiaba con una intensidad superior a las palomas, que venían a ser del mismo porte. Acabaron casándose a finales de una primavera tras tres años de relaciones, que alternaron lo sentimental con lo borrascoso cada vez que una pluma o un paraguas se acercaba a su horizonte. Por fin, la misma noche de bodas, y una vez llevado a cabo el ritual acostumbrado en esos momentos, Linda no pudo impedir que un torrente de sinceridad aflorara a su boca para perplejidad de su esposo que esperaba la tranquilidad a la salida de un alter-hours. Le comentó sin mayores preámbulos su fobia desmesurada por todo lo que volara y con plumas, e incluso por todo genero de gallináceas, incluidos el avestruz, el ñandú, el emú, el casuario y los kiwis. El pingüino también. Y además por todos aquellos utensilios cuya geometría le recordara aunque fuera someramente a tales bichos, especialmente los paraguas. Entre estos destacaba el grande de color negro, pero incluía a otros de todas las formas y colores que podían recordarle a bandadas de aves cruzando el cielo en su migración anual, ánades, patos y garzas incluidos. Respecto a los paraguas se sinceró definitivamente y le dijo que aunque no tenían plumas, podían parecerlo, pues en su opinión, una vez a medio abrir era semejantes a los buitres, y ya abiertos no se diferenciaban demasiado de los pteriodáctilos, animales prehistóricos fabulosos, algunos de gran envergadura. Además, según los tamaños, también le recordaban a los cuervos y cornejas (habituales del lugar), y a los murciélagos y a los terribles vampiros chupadores de sangre del sudeste asiático. Estos últimos más que pluma tenían pelo, pero en su fuero interno de una textura lacia y grimosa, lista para mudar en cualquier instante. No quiso ocultarle tampoco, pues su amor por él era deudor de una sinceridad absoluta, que también tenía cierta prevención con las catedrales góticas, pues las gárgolas con frecuencia representan animales mitológicos entre los que destacan, aparte de las águilas, las arpías y los grifos, de los que llegaba a suponer que en cualquier momento cobrarían y se lanzarían volando contra ella. Pasado el primer mes después de contraer nupcias, la pareja que hasta entonces se había mostrado feliz y con un futuro envidiable según decía su familia y los más allegados, empezó a dar muestras de un desequilibrio inquietante, aunque nadie supiera la razón. El hecho, sin embargo era de una simpleza sonrojante para quien estuviera al corriente de las obsesiones de la dulce Linda, y consistía en que Andrés, queriendo aplicarle una terapia radical entonces tan en boga, había introducido en su domicilio un enorme paraguas de golf totalmente negro, y un periquito enano verde y amarillo que tuvo a Linda en la cama varios días con un ataque de asma y unas ronchas enormes por todo el cuerpo. Incapaz Andrés de luchar él solo contra las histaminas, lo único que ha vuelto a saberse de él ha sido que abandonó la casa cierto amanecer tras escribir de su puño y letra una carta enormemente sentimental con todo tipo de explicaciones. Desgraciadamente Linda no se creyó nada al estar escrita con tinta y una caligrafía primorosa, eso sí, pero sobre todo con una enorme pluma de faisán depositada sobre ella.

viernes, 21 de febrero de 2014

TÚ, ROBOT (Homenaje a Asimov) (*)


No puedo recordar con precisión el momento justo en que empecé a sospechar que se trataba de robots. Sí sé que hasta entonces ni se me había pasado por la cabeza, pero ahora ya no puedo quitármelo de encima. Es posible que se trate de una de las obsesiones que periódicamente me asaltan, pero esta ya dura demasiado para considerarla algo pasajero. Es posible en cualquier caso que fuera durante las charlas que mantenía con alguna de mis amistades (soy una persona incapaz de permanecer callada mucho tiempo), en las que empezaron a parecerme autómatas, como si de alguna manera todo cuanto cuánto decían me pareciera algo previsible que con frecuencia yo ya sabía por adelantado. Y no se trataba del mero hecho de conocerles, algo que lo haría bastante lógico, sino que incluso en su forma de expresarse, sus gestos y hasta en el tono de su voz empecé a captar determinadas características que me habían pasado inadvertidas con anterioridad. Sobre todo su voz, que me hacía llegar un eco con indudables resonancias metálicas, sin duda obedeciendo a un  complejo circuito de cableado interior que no podían enmascarar. Y no importaba que fueran voces bien timbradas o estridentes, nada era capaz se disimular su procedencia. Luego, en orden de importancia estaban sus tics y la sintaxis de sus frases. Los primeros eran con frecuencia casi imperceptibles, sin duda por un intento un tanto a la desesperada de que no les descubriera, pero hay determinadas operaciones que ni la técnica más depurada es capaz de ocultar. Recuerdo sobre todo a Sebastián un tipo ya bastante mayor que mantenía siempre los ojos muy abiertos, supongo que para estar alerta continuamente, y que al hablar pronunciaba cada palabra con un cuidado exquisito, temiendo sin duda que en cualquier momento algo pudiera delatarle (y no dándose cuenta que era precisamente eso lo que para mí empezó a hacérmelo sospechoso). Del movimiento espasmódico sin venir a cuenta de una oreja, mejor ni hablar. El sistema nervioso, como de todos es sabido, campa a sus anchas en nuestro cuerpo, y es capaz de hacer las cosas más disparatadas imaginables, como las del pobre Blas que torcía la cabeza, guiñaba un ojo y decía “chas” al mismo tiempo en mitad de una conversación sin venir a cuento. No se trataba, sin embargo, de eso. Era algo mucho más sofisticado, atendiendo posiblemente a un protocolo de comportamiento que intentaban seguir a pies juntillas, sabedores de que el mínimo fallo podía disparar la alarma. Claro que, y esto es algo que me dije a los pocos días, también cabía la posibilidad de que ni ellos mismos fueran conscientes de su verdadera identidad, aunque actuasen de esa manera. Quizás respondían a un programa informático que ignoraban y que los manejaba como a peleles, pero siempre bajo la vigilancia de un sistema de seguridad, como cualquiera de nosotros podemos tener en el ordenador. Digamos Panda, digamos Kaspersky, sin ir más lejos. El hecho fue, en cualquier caso, que desde entonces me ando con pies de plomo y en la medida de lo posible les evito, aunque hago apariciones esporádicas por si comenzaran a sospechar que estoy al corriente y toman contra mí medidas de las que sin duda no saldría bien parado. Pero ahora ya soy consciente de que esta situación no puede prolongarse mucho tiempo y en cualquier momento todo va a saltar por los aires, pues su presencia entre nosotros no puede ser casual y debe responder a una finalidad que pronto se ha de manifestar. A mí desde luego no me van a coger de improviso, y ya tengo preparadas varias estrategias de huída hasta que se aclare todo. Digo yo que si ellos son robots y obedecen a un mandato superior, en algún lugar no demasiado lejano debe estar quien les dirige. Por lo pronto, mañana mismo me echo al monte con toda la impedimenta necesaria, incluidas raciones de combate para cinco días y un fusil Mauser con munición que pude afanar en el cuartel cuando hice el servicio militar. Sus condiciones después de tanto tiempo no son óptimas, y es posible que la pólvora y las balas ya estén caducadas, pero por mi parte que no falte. Al menos así se enterarán que conmigo han dado en hueso. No me importa el terreno abrupto que tendré que recorrer, ni la meteorología adversa que se prevé para estos días. Allí me tendrán dispuesto a todo si vienen a buscarme, a pecho descubierto si es preciso. Claro que muy en el fondo de mi mismo, aunque no quiero considerarlo en serio, a veces me pregunto ¿y si yo mismo soy uno de ellos? Sería terrible, pues lo que nunca he soportado es el ridículo.

 

(*) Una de las más conocidas novelas del escritor y divulgador científico Isaac Asimov se llama “Yo, robot”

miércoles, 19 de febrero de 2014

DIENTES


El lunes me desperté a las tres y media de la mañana, y como tantos días fui al baño.  Sin embargo, una vez allí, lo único que se me ocurrió fue lavarme los dientes. Después de hacerlo estuve un buen rato con la boca abierta frente al espejo tratando de evaluar su aspecto. La verdad es que para mi edad no estaban tan mal, aunque debo confesar que los superiores son artificiales: dos puentes que dan a mi sonrisa una lozanía que no se corresponde con la realidad. En cualquier caso, permanecí así más de lo que sería normal. Los dientes me parecieron en aquellos momentos un añadido que verdaderamente no tenía demasiado que ver conmigo mismo. Antes de volver a la cama me los lavé otra vez y tuve la impresión de que estaban adquiriendo una blancura impensable tiempo atrás, cuando fumaba y solo me los cepillaba por la mañana y después de comer si tenía tiempo.

Ayer, sin embargo, ha vuelto a sucederme lo mismo y me los he vuelto a lavar si cabe con más fruición, como si a pesar de todo, siempre fuera posible tenerlos aún más limpios. No me levanto con ese propósito, eso que quede claro, pero al poco de entrar en el baño, tengo unas ganas irrefrenables de proceder tal y como he contado, y se me olvida totalmente el objetivo habitual (algo que sin embargo recuerdo al final), sobre lo que no tendré que dar más explicaciones siendo común entre las personas mayores de más de sesenta años, sobre todo si se trata de varones. Claro que si he de ser totalmente sincero, no podría precisar si me levanto porque tengo ganas o simplemente porque me despierto y pienso que debe de ser para eso.  Estoy preocupado, ya que cada día que pasa y se repite la operación, tengo necesidad de seguir un poco más, como si nunca fuera suficiente. Ayer fueron tres veces. Y lo malo no es eso, sino que cada vez debo actuar como si fuera la primera vez, siguiendo el mismo proceso, enjuague a fondo comprendido. Luego, no quiero ocultar nada, después de cada ablución me miro los dientes con suma atención, uno a uno, como si cada cual tuviera su historia e incluso su propia personalidad. Sé que ni siquiera son los originales, pero los acepto como si lo fueran, ya que después de todo fueron hechos con su molde y son prácticamente idénticos. Me duele verificar que los dos delanteros han sido modificados y son ahora mucho más perfectos. Los originales se entrecruzaban ligeramente y daba a mi sonrisa un aire un tanto juvenil del que carezco en estos momentos por más que me esfuerce. Los años no pasan en balde, me digo poco antes de volver a la cama, aunque tal cosa no me tranquilice. Supongo que hoy se repetirá el escenario, y antes de acostarme ya me

siento nervioso, no porque sea consciente de su inutilidad, sino porque me doy cuenta de que a pesar de todo, me gusta. Me gusta lavarme los dientes a esas horas y sentir como el frescor de la pasta dentífrica invade cada rincón de mi boca, sobre todo cuando al terminar me aplico el colutorio. Al hacerlo recuerdo el anuncio de la televisión en el que tal operación es como una explosión de brisa fresca que invade mis bronquios y pulmones. Pero me preocupa sobremanera tener el presentimiento que esto es tan solo el principio de un comportamiento que no hará sino multiplicar sus exigencias. Hoy por ejemplo, ya tengo la certeza de que una vez acabadas las abluciones bucales tendré que peinarme después de haberme lavado la cabeza concienzudamente. Y para ello, como es natural, tendré que haberme duchado previamente, lo que añadirá a la pausa nocturna un tiempo que habré robado al sueño. Paso la tarde en casa viendo en la televisión unos documentales sobre la naturaleza, sobre todo de animales. No sé si ya se trata de una obsesión, pero me doy cuenta de que durante ese tiempo permanezco sobre todo atento a la boca de los bichos, ya se trate de leones, hienas, cebras o serpientes. Y no digo nada si se trata del mar y puedo ver a las orcas y al tiburón blanco, de dentaduras legendarias. Según se acerca la noche me voy sintiendo cada vez más inquieto, como si aproximara al momento de la verdad, cuando frente al espejo contemple de nuevo mi dientes y sea consciente de su humildad en comparación con las que acabo de ver aquella tarde. Hacia las once de la noche, después del pequeño refrigerio como cena, se me empiezan a acabar las disculpas para no acostarme, y de nada me sirve llegar hasta la medianoche oyendo un debate sobre política nacional, que no va a solucionar nada, por cierto. Trato de hacer tiempo pensando en la economía de mercado y la necesidad de los bancos, y por tanto de los banqueros, pero todo es inútil, y cuando creo que he dado con una teoría capaz de solucionar la crisis, me encuentro ya en la cama incapaz de mantener los ojos abiertos ni un instante más. Mi último pensamiento es para Adam Smith y John Maynard Keynes en un debate en el que ninguno sale vencedor.  Poco después se cumple lo temido, y una vez en pie me dirijo al cuarto de baño donde comienzo el ritual que me tiene apresado los últimos días. Procedo con una meticulosidad de maniático y añado después de cada lavado el water pik, un sistema de irrigación de encías que elimina los últimos restos biológicos ocultos entre mis dientes. Soy feliz, para que voy a decir otra cosa, cuando poco después puedo verificar con una lupa el resultado de mis desvelos odontológicos. Ya he añadido, como dije más arriba, la ducha previa y el lavado del pelo a base de champús de aloe vera, lo que hace que poco después pueda peinarme escrupulosamente, añadiendo poco antes de irme a la cama una dosis de fijador y brillantina, que me hacen aparecer al día siguiente como si acabara de salir de la peluquería. Claro que, como ya llegué a intuir días atrás, esto no se ha quedado así, sino que paulatinamente he ido añadiendo operaciones entre las que podría contarse la aplicación por todo el cuerpo de un gel hidratante de ginko-biloba.  Intuía en esos momentos que la secuencia de acontecimientos diferentes no haría sino aumentar con el tiempo, y poco después he podido corroborarlo, cuando a todas esas tareas se han añadido otras que normalmente tenían lugar poco después. Estoy hablando del desayuno. Pasadas las cuatro de la mañana, se me abre un apetito voraz que hace que me prepare de inmediato una taza bien cargada de colacao y unas galletas de avena, algo que me hace sentir satisfecho como si verdaderamente estuviera comenzando el día. Sin embargo, como bien puede comprenderse, al minuto siento una necesidad imperiosa de lavarme los dientes de nuevo, a lo que procedo con renovado ímpetu, teniendo en cuenta las secuelas perniciosas de los hidratos de carbono.

Ya han pasado varios días desde la iniciación de este proceso que a estas alturas me atrevo a calificar de patológico, pues a lo anteriormente descrito, que llega a repetirse a hasta cinco veces en lo que se refiere a los dientes, se ha añadido la ducha, el peinado, el desayuno y otra serie de pequeñas tareas en las que destacaría como mínimo el hecho de cortarme las uñas, pies y manos en días alternos. En resumidas cuentas que entre unas cosas y otras no vuelvo a meterme en la cama hasta las cinco como mínimo, y con la sensación de que aún me queda alguna cosa por hacer que no recuerdo. Creo que a partir de mañana para ahorrar tiempo durante el día voy a intentar hacer lo que es mi costumbre al poco de tomar el café del desayuno, aunque eso me prive de leer la prensa del día que es lo que suelo hacer en esos momentos, y que será algo irremediable al no haber todavía salido los periódicos. Para tranquilizarme, me digo que quizás este cambio no es nada catastrófico, pues después de todo puedo ser uno de los pocos afortunados que ve amanecer con un estado psicofísico inmejorable y dispuesto a afrontar el nuevo día con la satisfacción de quien ya ha hecho todo lo verdaderamente importante.

jueves, 13 de febrero de 2014

TEJADOS


Pienso en ti todos los días. Y cuando digo todos los días quiero decir exactamente todos los días. No con mucha frecuencia, o casi todos los días. Ni quiero decir que “siempre te tengo presente”, como es habitual. No es una manera de tranquilizarte para que sepas que estás conmigo y que no te olvido. Lo que te he dicho es verdad hasta tal punto que si no lo fuera, no estaría hablando de mi mismo. Ni siquiera existiría. Nada más abrir los ojos por la mañana ahí estás tú al pie de la cama, sonriéndome como siempre, y animándome los días en que se me hace duro levantarme. Incluso algunas noches si me despierto porque he tenido una pesadilla, enseguida apareces tú y me tranquilizas, o cuando, por el contrario, tengo un sueño maravilloso de inmediato me acuerdo de ti, como si fueras el resumen de tanta dicha.. Qué le voy a hacer, mamá, cada cual vive su vida como puede, y a mi me ha tocado al parecer vivirla a través de ti. Fíjate que hay momentos en que me siento preocupado porque llego a pensar si lo mío puede ser hasta insano, y espero que no me interpretes mal, porque lo que verdaderamente te quiero decir es que si supieras hasta que punto es cierto todo lo que te estoy diciendo, pienso que podrías preocuparte. Pero no lo hagas, mamá, tu continua presencia en mi vida cuando ya hace tanto tiempo que te has ido, no ha supuesto un inconveniente para que en muchas ocasiones haya sido feliz con otras personas, aunque si he de serte totalmente sincero, siempre estabas tú entre nosotros, como un estímulo que hacía nuestro vínculo aún más fuerte. No te diré que no he tenido momentos de soledad, e incluso instantes de verdadera desesperación al recordarte, pero sabes que la melancolía y la tristeza forman parte de la naturaleza humana, aunque la verdad es que yo nunca te vi así. De ti, recuerdo sobre todo tus ojos y tu pelo. También tu voz y tus manos. Aquellas tardes ¿recuerdas? cuando papá se encerraba en su estudio con sus lienzos, sus tubos de pintura y toda la parafernalia que necesitaba para trabajar, y nosotros nos quedábamos charlando en el salón y en ocasiones oíamos su voz al fondo lamentando no poder plasmar en la tela la idea que tenía en la cabeza. Recuerdo mucho tus manos cuando siendo muy pequeño me cogías las mías entre las tuyas y me decías “¡qué manos tan lindas! muchas niñas las querrían tener tan  bonitas como tú” y me las acariciabas dulcemente para después pasarme las tuyas por el pelo al tiempo que exclamabas “¡y estos ricitos!” Al principio me avergonzaba, te digo la verdad, pero enseguida me di cuenta de que eso no me importaba en absoluto, ni tampoco que no me gustaran las mismas cosas que a mis amigos. Contigo era suficiente y ante los demás era capaz de aparentar que era como todos, aunque yo ya sabía entonces que tú conocías mis secretos y me querías tal como era. De hecho, cuando papá salía de su estudio y nos veía no me importaba nada, aunque era consciente de que yo le preocupaba y que en ciertos momentos cuando nos veía así, parecía echarte una mirada de reproche como si estuvieras haciendo algo indebido. ¡Ese niño! decía algunas veces al tiempo que movía la cabeza como si dentro de ella se estuviera librando una lucha que le preocupaba. Pero lo acabó aceptando, no sé si porque te quería demasiado o porque era una persona muy sensible, y sabía que en la vida como en el arte no todo está dicho ni escrito (ni en su caso pintado, claro está). Te digo todo esto ahora poco antes de dormirme porque algunas noches te echo demasiado en falta y ni siquiera me sirven los recuerdos de aquellos momentos. Desde mi cama, ya con la luz apagada, puedo ver la noche por un tragaluz sobre mi cabeza, y en estos meses de invierno apenas puedo distinguir nada que no sea la oscuridad, y percibir la lluvia repiqueteando con insistencia sobre el tejado. Pero sé que aún así mañana, como siempre, tú estarás allí conmigo y me darás fuerza para seguir adelante.

martes, 11 de febrero de 2014

BABELES


La “Torre de Babel” es un edificio que destaca de otros parecidos de esta ciudad por la utilización especial que se hace de él, pues en otro sentido no tiene nada verdaderamente reseñable. Consta de quince pisos a razón de cuatro viviendas por planta, algo que a día de hoy no es nada especial. En cualquier caso, no es su altura lo que hace que todos los habitantes del lugar la conozcan, sino el empleo que el ayuntamiento ha hecho de ella. Excepto por razones que no vienen al caso, entre las que se pueden considerar su sostenibilidad cara al futuro y algún aspecto que espero que quede claro cuando entremos en detalle, nada en él llama la atención desde afuera, pues siendo de construcción reciente (apenas cuenta con diez años), su aspecto es el de cualquier edificio corriente, pues está claro que sus arquitectos no trataron de hacerle destacar por su diseño moderno a base de detalles que le identificaran como vanguardista, por ejemplo, sino más bien al contrario, como si quisieran que pasase desapercibido. De perfiles clásicos y estructura rectangular, podría parecer un edificio de los años sesenta (sobrio y un tanto herreriano), en los que lo primordial era su funcionalidad y el hecho de no destacar de su entorno, algo que por entonces en este país resultaba sospechoso. Un detalle, sin embargo, le hace diferente de otros edificios de su porte, y es que, por sorprendente que pueda parecer dada su altura, no tiene ascensor. Y no lo tiene no porque no pueda tenerlo, que hay sitio de sobra, sino porque fue construido para que fuera así, de tal manera que ese detalle condicionara radicalmente su utilización, es decir, su habitabilidad, y por lo tanto las características de sus inquilinos. Se trata de un ensayo del ayuntamiento de cara al futuro, pues quiere que  el alojamiento de sus vecinos esté relacionado con sus aptitudes físicas y psicológicas, al hacer que sus habitantes deban de reunir determinadas cualidades, y que por tanto no sea apto para todo el mundo. La falta de ascensor pudiera en principio parecer un inconveniente, cuando lo que se pretende es, bien al contrario, el bienestar de los vecinos que, en función de tal ausencia, deberán reunir unas características que trataremos de sintetizar a continuación. En primer lugar, las cinco primeras plantas están reservadas para personas (y aquí se hace referencia especialmente al titular), para las que por su edad subir más arriba pueda suponer un inconveniente grave, fijándose un tope de edad máximo de cincuenta y cinco años, a partir de los cuales se sobreentiende que el esfuerzo para llegar al domicilio sea superior al posible beneficio de la práctica de un ejercicio aeróbico de la misma intensidad. De la quinta a la décima planta está reservado para inquilinos que no sobrepasen los cuarenta y cinco años y cuyos hijos, si los hubiera, no tuvieran menos de doce. Una cláusula especial especifica que las mujeres en ambos casos deberán tener como mínimo cinco años menos que su marido, o presentar en la concejalía de vivienda un certificado de aptitud de un cardiólogo de alguno de los hospitales públicos de la localidad. Se pretende con ello prevenir accidentes vasculares no tan infrecuentes en las hembras a partir de la época de la menopausia y sus proximidades por falta de estrógenos. Los pisos superiores, es decir del diez al quince serán dedicados en exclusiva para gente menor de treinta y cinco años, en forma física sobresaliente y demostrable, para lo que se considerará especialmente su participación en la media maratón que organiza el ayuntamiento dos veces al año, algo también exigible ambos miembros de la pareja. Además, a estas personas que diariamente someten a sus organismos a esfuerzos equiparables a los de una pequeña escalada, se les exigirá que suban a su prole en brazos, algo no tan complicado teniendo en cuenta que su peso no suele sobrepasar, a las edades que se les suponen, los quince kilogramos, el equivalente aproximado al de una bombona de butano para el hogar a plena carga. Para su correcto funcionamiento, aún siendo de alquiler, el edificio cuenta con una Junta de vecinos en la que estos se alternan anualmente en los cargos de presidente, secretario y tesorero, además de otro especial, llamado de “tránsito” que se ocupa del movimiento en las escaleras, que como se puede uno imaginar es bastante denso en algunas horas del día, especialmente a las de entrada y salida de los colegios de los niños de los pisos superiores, con objeto de que no atropellen a las personas de mayor edad, vecinos de los pisos bajos. Este trasiego de personas en la escalera tiene un correlato en la ocupación de las viviendas, estando previsto (algo que hasta este momento aún no ha sucedido) que cuando se produzca algún óbito, los familiares puedan permanecer en el domicilio hasta la mayoría de edad de los hijos, mientras que el viudo o la viuda tendrá a partir de los setenta años, una plaza fija de derecho en una de las residencias para mayores de la comunidad, no siendo rechazable, en cuyo caso se produciría su lanzamiento forzoso. En ningún caso los inquilinos de los pisos bajos podrán ascender a otros superiores, incluso si el inquilino justificase su buen estado de forma, dado que, en opinión ampliamente aceptada, los años no pasan en balde. Por el contrario los vecinos de los pisos superiores podrán intercambiar entre ellos sus viviendas de acuerdo mutuo, siempre y cuando tal hecho no interfiera en los derechos de los demás. En este sentido, cuando se produzca en algunos de los pisos inferiores un desalojo por cualquier motivo, los de estos pisos pasarán a ocupar los primeros lugares de la lista de espera, que será guardada en la concejalía correspondiente del ayuntamiento, de acuerdo con determinadas preferencias que no es el caso explicitar aquí, entre las que se cuenta estar en el paro el cabeza de familia, o tener una tara alguno de los hijos que le imposibilite en el futuro para ganar el sueldo mínimo interprofesional. Los cojos y operados de caderas o cualquiera de las articulaciones de las extremidades inferiores, solo podrán ocupar, si tal fuera el caso, el piso de la planta baja, es decir cuatro en la “Torre de Babel”, algo que podrá multiplicarse por el número de edificios similares que el consistorio municipal tiene previsto edificar si el experimento en curso supone un éxito en un plazo de quince años a partir de la fecha de su creación. De momento, y ya van ocho, todo parece desarrollarse de la forma prevista, lo que hará que en el futuro este tipo de edificios se multipliquen y sean el paradigma de un pueblo que ha sabido combinar las necesidades reales de sus ciudadanos con otras de orden psicológico y hasta metafísico. En cualquier caso, dada la experiencia habida hasta hoy, parece necesaria la creación de un organismo de orientación psicológica adjunto al cargo de oficial de tránsito, con el objetivo de encauzar las quejas,  asistir a las personas de cierta edad, y aconsejar a los padres la conducta adecuada para que su prole se comporte como ciudadanos con sentido común, algo esencial en el futuro para votar en las elecciones al parlamento con pleno juicio. Estando este proyecto, no obstante, en pleno desarrollo, es posible que con el tiempo (y aquí nos remitimos a lo que acaba de ser expresado) los nuevos consistorios cambien de opinión, y que todo lo anterior se vaya al garete. Cada vecino debería entonces hacer frente al mundo, y por tanto a su vivienda, a pecho descubierto, analizando los mejores alquileres en otro lugar o adquiriendo una nueva, algo nada sencillo tal y como se han puesto las hipotecas, y teniendo en cuenta que los desahucios, a pesar de los pesares, siguen estando al orden del día. Sería una lástima, pues el proyecto Babel parece aunar varios requisitos, que podrían hacer que este tipo de construcciones fuera en el futuro el ejemplo a seguir para lograr por fin la meta de una humanidad feliz y bien alojada. Aunque como se ha dicho más arriba hasta la fecha el resultado del experimento parece positivo, ya hay algunos concejales de diversas áreas que en los plenos del ayuntamiento han apuntado la posibilidad de nuevas variables. Concretamente el de Cultura (al que apoya el de Parques y Jardines, aunque nadie sepa por qué), es de la opinión que el proyecto tal y como se está llevando a cabo se está quedando “chato” (sic), pues no se consideran algunos aspectos sociológicos que en su opinión serían de interés y “hasta definitivos” (¿). Se trataría de alojar a las familias no solo en función de lo ya expresado, sino de su diferente nivel de rentas, profesiones y características físicas. En su opinión, esto favorecería la movilidad social y prevendría en el futuro la posibilidad de una rebelión proletaria o el abuso de las clases oligárquicas, al tiempo que favorecería al multiculturalismo, hoy tan en boga. “La convivencia tiene eso”, suele acabar diciendo ante la mirada entre escéptica y un tanto perpleja del resto de los ediles (*). Uno de ellos, finalmente, es de la opinión que quizás lo preferible sería organizar una colonia de khibutzs, modelo ampliamente experimentado en Israel a lo que se opone con vehemencia el párroco de la localidad, concejal de Procesiones y Festejos. Hasta entonces permaneceremos atentos a la evolución de los acontecimientos y seguiremos informando.

 

(*) El concejal de medio ambiente, doctor en Ciencias Exactas y especialista en Estadística, le ha respondido que las permutaciones, variaciones o combinaciones de todas las características mencionadas supondría que cada uno de los edificios a construir tuviera el diámetro de la plaza de toros de Las Ventas y la altura del Pirulí de RTVE, por lo que, dados los costos previsibles, lo desaconseja vivamente.

 

VIVIENDAS ECONOMICAS, CASAMATAS E IGLOOS


En un futuro inmediato, al margen de lo descrito en el punto anterior, parece ser que el Consistorio municipal, valora la posibilidad de levantar otro tipo de edificios que pudieran ser el complemento o la sustitución de los anteriores. Para ello está en estudio levantar varios bloques de viviendas económicas de alquiler muy barato, y de las que al menos se espera que se mantengan en pie a pesar del escaso grosor de sus tabiques y paramentos. Como es lógico tampoco se contempla dotarlas de ascensores. En cuanto a las casamatas y los igloos, serán respectivamente utilizados en caso de guerra las primeras,  y en zonas muy frías los segundos, habilitándose para su construcción, en caso  de ser preciso, cañones de nieve si la temporada fuera floja.


 

 

RESUELLOS

Llegué a casa y estuve paseando por abajo un buen rato. No me atrevía a subir aunque verdaderamente no me pasaba nada especial. Estaba algo nervioso, sí. Pero eso era todo. En cualquier caso me dije que si no me decidía debía ser por alguna razón. Por no dar una mala imagen, supongo, y porque nunca me ha gustado molestar o que no me valoren o piensen que soy un tipo raro. Al fin me decidí y subí. A pesar de ser un octavo piso no cogí el ascensor; de esta manera supuse que llegaría arriba un agitado y con poco aliento, lo que me permitiría estar un par de minutos callado, y me daría tiempo para evaluar la situación. En el tercer piso sentí algo de taquicardia porque había subido casi a la carrera. Me asusté y me dije que era un desequilibrado que hacía cosas absurdas. Sin embargo, no llamé al ascensor y empecé a subir de nuevo lentamente. Al llegar al cuarto piso, salió uno de los vecinos y al verme me dijo si necesitaba algo, porque el ascensor, que él supiera funcionaba perfectamente. Le di las gracias como pude, seguí andando y como disculpa le respondí que era claustrofóbico y que no me quedaba otro remedio. Se detuvo y aunque ya estábamos a cierta distancia me dijo que hoy en día existían unas terapias muy eficaces para ese tipo de padecimientos. Una vez que inicié el tramo de escalera que ya me impedía verle, oí que me decía que le recordaba a alguien. Le dije que posiblemente a mi padre que también era pelirrojo y que vivía en el sexto. Luego pareció seguir hablando, pera ya no pude entenderle. Al parecer él también iba a pie, por lo que no pude dejar de pensar que a pesar de lo que me había dicho, el también podía ser claustrofóbico, en cuyo caso lo de la terapia no le había servido para nada, caso de haberla hecho, claro. Me callé aunque aún a la altura del quinto le oía hablar. Quizás charlaba consigo mismo. Es algo bastante corriente, sobre todo en la gente que no anda muy bien de la cabeza. Del quinto al octavo vuelvo a correr para llegar a casa casi sin resuello. Llamé y me abrió mamá, tenía mala cara y apenas me saludó. A lo mejor no se sentía bien, aunque posiblemente no le pasaba nada especial y simplemente no quería hablar, es una mujer muy introvertida. Nos sentamos en el salón, yo en el sofá como era mi costumbre cuando visitaba a mis padres y ella en una butaca grande que normalmente utiliza papá. Es un sillón enorme, casi hecho a la su medida, y en el que mamá parecía aún más diminuta. Es una mujer seria y de pocas palabras. Su obsesión son las colecciones. Las hace de casi todo, pero siempre de cosas pequeñas, tortugas, dedales, muñequitas e instrumentos musicales. Esto último siempre me extrañó, porque jamás la oí escuchar nada. Al contrario, casi tenía la impresión que no le gustaba la música en absoluto, y con frecuencia incluso apagaba la radio si oía algo, aunque creo recordar que alguna vez me dijo que le gustaba la copla española. Estuvimos un buen rato en silencio al cabo del cual me dijo que se me notaba cansado, y le respondí que aquella noche había dormido mal, con unas pesadillas enormes. Eso me pasa a mí con frecuencia, me dijo, yo creo que es tu padre que me aplasta en la cama. Está demasiado gordo y con lo grande que es, te puedes hacer una idea. Era una idiotez, pero le dije que posiblemente sí. A mamá la encantaba que la dieran la razón incluso en los temas más intrascendentes. Bueno, verdaderamente ella solo hablaba de temas intranscendentes, y en cuando alguien proponía otro tema que ella considerase escabroso o inquietante, se las ingeniaba para desaparecer alegando cualquier pretexto. O sin decir nada, con lo cual quedaba claro que el tema no era de su interés o le molestaba. Más bien le molestaba. Tenía miedo de la vida, esa era mi opinión cuando observaba su conducta en aquellos momentos. Luego le pregunté por papá y me dijo que no había vuelto a comer, “algo después de todo normal, ya sabes como es”. Lo cierto es que yo no tenía la menor idea. Desde que me había independizado dos años atrás, les veía un par de veces al mes, y esa era la primera noticia.  Cuando vivíamos los tres juntos, nunca faltaba, y de hecho la comida era uno de los escasos rituales de casa. El otro era la salida por la mañana de mamá a misa, y otra, la siesta de papá, que empezaba al cuarto de hora de comer después de una pequeña cabezada en su sillón, y que se prolongaba aproximadamente hasta las siete, pijama incluido. A mamá aquella costumbre de mi padre nunca le había gustado nada, según me confesó una tarde, y ella lo sufría “porque cada cual se hace un sitio en el cielo como puede”, según una de sus expresiones favoritas, y la siesta le ponía la ocasión en bandeja. Como no parecía tener muchas ganas de hablar, le pregunté si sabía a qué hora volvería para esperar el rato preciso para verle, a lo cual me respondió que no tenía ni idea, pero que en todo caso si tardaba mucho, le podía llamar por teléfono por la noche. “Total para lo que te puede decir no te vas a perder demasiado”, sentenció poco antes de levantarse y pasarse un rato ordenando sus colecciones en una especie de aparador donde las tenía todas juntas. Se detuvo especialmente con los instrumentos de música, al tiempo que murmuraba algo para sus adentros. Finalmente se dirigió muy seria a mí y me dijo que lamentaba a esas alturas de la vida haberse perdido algo tan importante como la música, “sobre todo la ópera y la voz de la Callas”, sentenció finalmente para caer en un mutismo del que fui incapaz de sacarla en la hora larga que aún permanecí allí. Ella pareció entrar en un estado entre somnoliento y de trance, con los ojos bastante abiertos, lo que en un momento dado llegó a darme algo de miedo. A lo mejor está perdiendo la cabeza, pensé, y debería ser más indulgente con ella y comprender que a sus años ya es posible cualquier cosa. Cuando decidí marcharme, me levanté procurando no hacer ruido para que siguiera en su estado en el que, significara lo que significara, parecía encontrarse a gusto. No lo conseguí, pues aunque abrí la puerta de la calle con mucho cuidado, pude oír todavía su voz desde el fondo del pasillo “adiós, hijo, no me lo tengas demasiado en cuenta, pero es que no tenía muchas ganas de abrir la boca” dijo “después de todo los viejos solo decimos y hacemos majaderías ¡Fíjate tu padre, que se ha teñido de negro azabache los cuatro pelos que le quedaban!”. No la contesté, y al bajar las escaleras tuve una sensación rara sobre lo que es la vida. Sobre lo que significa y para qué sirve. En el cuarto piso y llamé al ascensor. Al llegar abajo me encontré de nuevo con el inquilino del cuarto, me dirigí a él como si fuera un antiguo conocido y le dije “No soy claustrofóbico. Me gustan las escaleras. Eso es todo”. Quiso decirme algo, pero antes de que pudiera hacerlo le conminé “¡Silencio!”. Y desaparecí

martes, 4 de febrero de 2014

INSTRUCCIONES PARA ANDAR


Como norma general, para andar se emplean las extremidades inferiores, esa dos excrecencias que usted puede distinguir en la parte baja de su anatomía y que como también podrá comprobar llegan exactamente hasta el suelo, con el que toman contacto a través de los pies, sobre los que no le doy más detalles pues son de sobra conocidos por usted al estar en general llenos de dedos que se hacen notar en cualquier instante, sobre todo si tiene juanetes. Antes de continuar debo en alguna medida rectificar algo de lo dicho más arriba, pues independientemente de que me haya entendido, no es exacto, y soy un amante de la precisión y las palabras adecuadas. Me refiero al término “excrecencias”, que normalmente hacen alusión a algo ajeno o superfluo (ex), y nada hay más propio y original que las piernas, a no ser que usted carezca de ellas, en cuyo caso lo lamento, porque estoy convencido de que está facultado para haberlas sacado un buen rendimiento en circunstancias que no vienen al caso, pero que sin duda puede imaginar. No quiero extenderme en este punto, pues puede dar lugar a malentendidos y no está en mi espíritu (es un decir), tal intención.  Y bien, vayamos ya al fondo de la cuestión que nos ha traído hasta aquí y que en resumidas cuentas, es el objeto de esta nota.  Fíjese bien y verá que aproximadamente a la mitad de su entera longitud, sus piernas pueden doblarse hacia atrás con suma facilidad y que si coge alternativamente  sus pies, estos pueden llegar hasta su trasero en lo que se ha dado en llamar estiramiento, sobre lo que tampoco vamos a entrar aquí, remitiéndole a un libro básico de gimnasia o educación física. En cualquier caso, le aconsejo que lo haga con frecuencia antes y después de cualquier ejercicio de cierta intensidad. Para andar, sin embargo, deje que las piernas cuelguen (1) de su pelvis de forma natural, y haga que una de ellas se traslade a un punto delante de su cuerpo no excesivamente separado (el grand écart es otra cosa, por cierto), momento en el cual deberá impulsarse con la que ha quedado atrás apoyando su pie con cierta firmeza y lanzándolo con energía hacia adelante hasta que sobrepase a la anterior en una distancia equivalente. A eso se lo llama zancada, que será mayor o menor en función de la longitud de sus extremidades. Este ejercicio repetido una y otra vez con esa alternancia es lo que se conoce por “andar”. Andar por lo tanto presupone una acción, es decir no se trata de un verbo pasivo, ni en plan algo más lírico, contemplativo, aunque al hacerlo se recree con el paisaje. Sin embargo, sí puede ser reflexivo en determinadas circunstancias, pero solo en plan metafórico, como  sabe, porque estoy convencido que usted, como todo el mundo, alguna que otra vez ha tenido que “andarse” con los pies de plomo.  Claro que tomada esta expresión en su literalidad, el movimiento que se le supone al mero hecho de andar, se vería verdaderamente dificultado, más aún si fuera un soldadito (que por cierto siempre andan -que no andan- con las piernas estiradas). Se han dado casos al parecer de sujetos que al bajarse de la cama por la mañana, se han dado cuenta que los pies se le hundían en el parquet, pero tengo la impresión de que quienes lo han manifestado así jugaban un tanto a la literatura fantástica, donde todo es posible (2). Partiendo de estas nociones elementales que usted aprendió de niño/a y que yo he tenido el atrevimiento de recordarle, es fácil organizar una secuencia todo lo larga que usted quiera de este proceso, pudiendo llevarle desde unos escasos metros hacia adelante hasta a Compostela si ha preferido el Camino de Santiago. Por favor, no ande de lado, en diagonal o hacia atrás, puede hacerlo y desde aquí hago llegar mi reconocimiento por sus estupendas facultades para la deambulación multiforme, pero no merece la pena, y sus muslos, rótulas, gemelos y corvejones ( si tal), se lo agradecerán. Recuerde en el último de los casos que no tiene ojos en la zona occipital de su cabeza ni es un búho. Pues bien, creo que con esto es suficiente para que salga al mundo y lo desafíe, aunque le recomiendo que no se lo tome demasiado en serio. Una última apostilla: las extremidades superiores, los llamados brazos, acompañan a las piernas en su movimiento, levantando moderadamente el contrario a aquella que da el paso; es de lo más sencillo, pero hay quienes se obstinan en hacerlo con el del mismo lado, pero queda muy raro y usted sería declarado no apto para desfiles (aunque, mira por donde, a lo mejor se libra de la próxima guerra). Y aquí termina mi exposición que espero no le haya parecido demasiado extensa ni prolija. No me diga que para eso no ha valido la pena y que desde que tiene poco más de un año usted ya lo sabía, porque una cosa es saberlo y otra ser consciente, que es lo que yo he pretendido (3). El correr es otro cantar, y en todo caso será objeto de otro capítulo. Muchas gracias.

 

  1. Usted me entiende. Las piernas no “cuelgan” porque en su interior tienen una serie de huesos que se articulan entre sí y se fijan a la cadera, lo que anula lo que tal verbo quiere decir. Se trata por lo tanto de un abuso del lenguaje que espero sepa perdonarme. En cualquier caso hay sujetos cuya flexibilidad puede transmitir esa sensación, sobre todo si va acompañada de  cierto desmadejamiento general debido a la abulia,
  2. Véase, si no recuerdo mal, la obra de Julio Cortázar
  3. Tenga, sin embargo cuidado en no llegar a lo que en términos biomecánicos se ha dado en llamar “parálisis por análisis”, lo que le llevaría a no dar ni un solo paso más.
     
    P.S.  La posición de “firmes” implica que ambos pies estén juntos a la altura de los talones. Es bien vista entre los militares.  las autoridades y ante los pelotones de fusilamiento
     

CADERAS SEIS (FIN)


C.- Antonio al parecer vuelve. Me ha llamado su hija comunicándomelo. No está bien y él mismo se lo ha propuesto. Afortunadamente todavía teníamos su plaza libre, aunque de momento va a tener que seguir compartiendo habitación con Jiménez, o sea el otro Antonio, al que se lo acabo de decir en la enfermería y tengo la impresión que se le han quitado todos sus males de repente. Ha dejado de toser y la fiebre no le llega a treinta y siete. Si he de ser sincera me siento un tanto inquieta y cuando venga voy a intentar moverme delante de él como si fuera una estatua.

 

J.-Gran alegría. Antonio vuelve mañana. Ya dije que tenía una corazonada. Hay gente que se resiste a reconocer su verdadera personalidad, y creo que en él eso es algo evidente. Cuando me ponía la peluca para dormir enseguida percibí que aquello le iba por más que pusiera caras, cada cual disimula como puede, pero con mi experiencia soy capaz de darme cuenta a las primeras de cambio de qué va la cosa. Sor Caridad también está contenta, y no solo lo digo por el entusiasmo con el que me dio la noticia, sino porque al despedirse no pudo reprimir su contento y se alejó con unos meneos que ni a mi mismo me dejaron indiferente a pesar de estar vacunado, como saben todos los que me conocen de verdad.

 

L.-Me ha llamado Marta desesperada y llorando a moco tendido, según me ha parecido percibir por el teléfono. Me dice cree que ha ido demasiado lejos, aunque debo tratar de perdonarla por la faena que me ha hecho. Al parecer se puso de acuerdo con un tipo mejicano al que conoció hace poco en la barra de un bar y con el que se puso de acuerdo para darme celos, urdiendo una historia para ver como reaccionaba yo. Lo que nunca imaginó, dice, es que la quisiera tanto que enseguida me fuera para México a solucionar la situación. Me espera impaciente con los chicos y me dice que nos queda toda una vida por delante. Por un lado me alegro porque me estaba metiendo en un lío impresionante, pero debo de reconocer que cuando me ha dicho eso se me han puesto los pelos de punta, porque empezaba a hacerme ilusiones de llevar una vida doble con Inés, lo que su amor renovado va a hacer más difícil. De todas maneras, le he dicho que aprovechando que estoy aquí voy a resolver algunos problemas del banco, aunque lo cierto es que esta misma tarde me voy cuatro días a Cancún para relajarme. Espero que a la vuelta no se me note demasiado el moreno.

 

R.-Hoy al volver a casa resulta que papá había desaparecido. Me ha dejado una carta bastante larga en la que me informa de su nuevo ingreso en la residencia, esta vez de forma voluntaria, y en la que insiste en que no me preocupe y que le vaya a ver cuando tenga un momento libre. Cree que es posible llegara un acuerdo con Víctor, pues entre Heidegger y Marx hay toda una serie de filósofos de transición con los que ambos estarán de acuerdo. Luego me habla un rato largo de Epicuro y me asegura que la vida es breve y nunca es tarde para encontrarse con uno mismo. Al final me dice que no abuse del pachuli y los palitos de incienso, que “atacan a la cabeza”. Se despide esperando verme pronto y me dice no sé cantas cosas de un tal Jiménez, amigo suyo, y de una mujer llamada Caridad, con la que no descarta nada. Pero yo creo que Caridad es una monja. No entiendo nada.

 

M.-Estamos todos en la residencia. Papá parece muy contento, como si fuera un niño al que acaban de hacer el mejor de los regalos. Luis ha vuelto de no sé donde, está negro como un tito, y para mí que ha estado en la playa. Marta le mira con arrobo como si se hubieran casado ayer mismo. Aquí hay gato encerrado, y me temo que pronto la situación va a dar un giro inesperado. Rosa ha venido con un tipo flaquísimo y un tanto chabacano que no deja de hablar de la revolución proletaria en cuanto ve la mínima oportunidad. Lo que no entiendo es por qué durante todo el rato su amigo Antonio (Jiménez, al parecer) y una monja han estado con nosotros como si fueran de la familia. Espero acabar enterándome.

CADERAS CINCO


M.-Acabo de recibir una llamada de Luis desde México D.F. Se ha instalado en un hotel de cinco estrellas de superlujo justo al lado de la plaza esa tan famosa que ahora no recuerdo como se llama. Este hombre debe estar totalmente loco. Me ha dicho que está convencido de que el raptor de su mujer pronto se volverá a poner en contacto con él para darle instrucciones, pues ahora tiene la certeza de que se trata de un secuestro. Si no lo hace en dos días se va a dirigir a Guadalajara y empezar desde allí las indagaciones. Papá sigue en casa de Rosa y creo que finalmente esta tarde me voy a acercar a verle, aunque no sé como voy a ser recibida teniendo en cuenta que esta mujer parece haber perdido los papeles y que él me recrimina que yo haya sido el artífice de su ingreso en la residencia. No sé como convencerle que lo hice por su bien, que con la cadera no se puede andar jugando. El Zócalo, El Zócalo, así se llama la plaza.

 

L.-Estoy convencido de que este hijo de mala madre, como dicen ellos, me va a llamar pronto al móvil dándome instrucciones. Sin duda se trata de un rescate, pero lo que no sabe es que estoy sin blanca, y que si piensa hacerse millonario a mi costa va de ala. El banco sin duda me ayudaría, pero tal y como está ahora el asunto de los créditos iba a ser una miseria, aunque yo sea el director de la sucursal, que ya bastante les ha costado darme una semana de vacaciones por asuntos propios. Hacía mucho que no venía por aquí, esta plaza, es grandiosa y mañana de todas maneras voy a hacer un poco de turismo para despistarme y no pensar demasiado en el asunto. Ya sé que una persona corriente lo que hubiera hecho era avisar enseguida de la situación a la policía en España y al consulado aquí, pero no quiero hacer oficial un asunto que pueda acabar investigando mi situación financiera.

 

R.- Me ha llamado Marta, la mujer de Luis, preguntándome si tengo idea de donde está su marido. Sus hijos no saben nada y solo les dijo que se iba unos días en viaje de negocios. Ella ha estado tres días fuera por un asunto rocambolesco que me contará cuando esté más tranquila y asimile todo lo que está pasando. Antes de llamarme a mí había llamado a Mariví pero no estaba en casa y su marido, que siempre está en la inopia, no tenía ni idea de adónde había ido. Por papá ni siquiera ha preguntado, pero bueno ya se sabe que la familia política para estas cosas ni caso.

 

A.-Creo que voy a tener que tomar una decisión dolorosa, pero no es viable que yo siga viviendo aquí con la posibilidad de que el comunista venga en cualquier momento y trate de convencerme de que estoy equivocado y que aunque no me de cuenta yo también formo parte del pueblo oprimido. Esta gente siempre está dispuesta a concienciar a todos los que se le ponen por en medio. Además empiezo a tener la sensación de que la pobre Rosa no anda demasiado bien de aquí arriba y a la larga voy a ser un incordio, porque es capaz de cortar con ese tipo por mí y va a ser peor el remedio que la enfermedad. Tengo que pensar seriamente en volver a la residencia, quizás Mariví estaba en lo cierto y sea mejor para mí. Por otro lado, el marica tenía su gracia y sor Caridad era un encanto.

 

M.- Papá me ha llamado. Mira por donde él mismo va a dar una solución a este galimatías. Intenté ir a verle esta tarde y aunque intenté animarme con tres lingotazos en el bar de debajo de casa de Rosa fui incapaz. Me ha dicho que quiere volver a la residencia, que cree que no podrá soportar pasar el resto de sus días entre una hippie y un comunista. Luego me ha dicho algo de una peluca, eso he creído entender, de un tipo al que conoce de allí, y que no le sentaba tan mal. Creo que está perdiendo la cabeza y me alegro de su decisión. Después de todo en la residencia tienen médico.

 

CADERAS CUATRO


C.- Estoy muy afectada por la salida de Antonio de la residencia. De alguna forma me siento culpable y comprendo que saber que no soy virgen no le haya gustado. El mundo está lleno de cinismo y a nosotras nos corresponde dar  ejemplo, lo que no ha sido mi caso. Pero lo que verdaderamente más me duele es saber que  su intuición tiene que estar forzosamente basada en algunos indicios, y tengo la certeza que quienes hemos conocido varón movemos el cuerpo de una manera diferente. Me da vergüenza decirlo pero creo que ha sido el contoneo de mis caderas lo que le ha dado una pista. Quien sabe si es el momento de replantearme el futuro, aunque abandonar los hábitos iba a ser muy traumático para mí.

 

J.-El médico me ha internado en la enfermería porque dice que tengo un cuadro próximo a la neumonía, y que más vale prevenir. Por mi parte, yo no digo que no tosa y tenga algo de fiebre, pero no puedo engañarme, y sé que lo mío se debe a que Antonio me ha dejado solo. Ya sé que puede parecer ridículo, pero la vida aquí sin él, aunque aún no habíamos llegado a nada, no es lo mismo. Mi enfermedad se trata de un cuadro psicosomático, es una defensa ante su ausencia, esa es toda la verdad. En la enfermería   me tratan con afecto y me cuidan, lo que me tranquiliza y hace esto menos doloroso.  A pesar de todo, tengo la corazonada de que él también lo siente y de que pronto volverá.

 

M.-Esto está adquiriendo todas las características de un vodevil o de una tragicomedia. Me acaba de llamar Luis desde el aeropuerto diciéndome que en unos momentos embarca rumbo a Méjico, que tiene el convencimiento de que Marta está allí porque el tipo del teléfono tenía un acento inconfundible a pesar de que intentaba disimular. Cree que desde así le será más fácil organizar una base de rescate, pues en el fondo está seguro de que su mujer ha sido raptada. “Quien sabe si por alguien de los cárteles, que la tienen tomada con las mujeres”, ha añadido antes de colgar.

 

R.-Estoy satisfecha porque por fin papá y Víctor se han dirigido la palabra, aunque la cosa se haya torcido al poco de empezar la conversación. Yo no entiendo mucho de filosofía, pero quizás tuve que advertir a Víctor que papá era un admirador furibundo de Heidegger, y por tanto de los nazis, o al revés, que no me extrañaría. En cualquier caso, tengo la esperanza de que pronto se reconciliarán. Los hombres cultos siempre acaban encontrando puntos de encuentro.

 

A.-Me duele que Rosa esté afectada por mi desencuentro con su novio o lo que sea ese tipo que viene a verla, pero debe comprender que no estoy dispuesto a tener a un marxista en mi casa, o la suya, que ahora viene a ser lo mismo. Quizás sea el momento de decirle recordarle que su abuelo fue un mártir de la División Azul, y que compadrear a estas alturas con los comunistas sería una traición imperdonable.

 

V.-Quiero a Rosa, eso debo confesármelo, y comprendo que tenga en casa a un fascista de tomo y lomo, que para eso es su padre. Lo cierto, sin embargo, es que no sé como vamos a arreglárnoslas para estar solos, porque desde luego a lo que no estoy dispuesto es a pasarme todo el fin de semana cerca de ese individuo. Además, esta gente suele tener pistola, y quien sabe si un día pierde la cabeza y me quita de en medio, y tampoco se trata de eso.