martes, 2 de octubre de 2018

VIRIATO


La colcha es lo que tiene. Te alberga y casi te tapa, pero la noche también tiene sus antojos y como quien dice peculiaridades, y te encontrará a las tres de la mañana al descubierto, desnudo y sin sábanas.

Y qué decir de ese sentimiento de soledad en el silencio mortuorio de la madrugada, cuando los gallos ni siquiera son gallos, y nada se puede esperar de ellos hasta que el sol despunte, si tal es su voluntad.

Porque seamos serios, las ventanas a las cuatro de la mañana son solo un espejismo del betún, pongo por caso, y nada añaden a la inutilidad de la mirada cuando el paisaje  todavía está ahí inútilmente.

Los recuerdos se agolpan en esos momentos en tu mente, pero no de una forma ordenada ni metódica, sino como un alud desimplicado de todo contenido, aunque lleno de unas fosforescencias impropias de la nieve de cualquier procedencia.

Es ese sin embargo el momento preciso en el que se allega a mis entendederas la completa historia de España, Viriato y don Pelayo incluidos. Nación de naciones, dicen algunos, ubre en todo caso nutricia de la que todos mamamos por más que reneguemos del amargo sabor de la leche cortada.

Recuerdas entonces a tus compañeros de clase en el instituto donde, por cierto, pasaste de los pantalones cortos a los largos para tapar las incipientes vergüenzas de unos pelos que te acompañaran toda la vida como al orangután que siempre fuiste.

Pongamos punto final a esta diatriba, discusión o como quieras llamar a este desacuerdo. Las cosas son como son o no son absolutamente nada. Tú a tu lugar y yo al mío. Y ambos a ninguna parte. Qué carajo.


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