jueves, 25 de octubre de 2018

MATHAUSEN


Tengo un perro al que no paro de tocarle los cojones. Quiero inducirle una neurosis experimental a ver qué pasa, qué le pasa, seamos sinceros. Por ejemplo, a las cuatro de la madrugada, me levanto y voy a verle. Está inmóvil dormido como un bendito sobre un jergón que le he puesto cerca de mi cama, le despierto con la punta del bastón que utilizo habitualmente, y antes de que abra los ojos le echo un jarro de agua sobre la cabeza. El bicho de entrada pega un respingo,  pero enseguida parece tomárselo con resignación, el pobre debe pensar que solo es una gracieta del amo que hay que soportar para seguir ocupando un lugar en su casa.
                      Durante el día, en algunas ocasiones no le saco a pasear ni le doy de comer como hago habitualmente, para que se joda, la neurosis avance y empiece a hacer cosas raras. A veces se pone a cazar unos ratones de mentira (son de goma super dura) que le he traído para que se ejercite y al mismo tiempo se desespere, porque es imposible hincarles el diente. Por otro lado, como es un bicho fuerte y ágil, necesita moverse y se dedica a pasear arriba y abajo por el pasillo. Le he acostumbrado a que haga sus necesidades en un rincón preparado al efecto y cuando algo se le escapa fuera le arreo un bastonazo y listo. En el fondo de sí mismo debe odiarme profundamente pero no lo manifiesta, a no ser que por tal se interprete una especie de gemido lastimero que emite de vez en cuando. Pero como no soy tan hijo de puta, en algunas ocasiones le pongo una comida suculenta y le dejo que se la coma hasta reventar. A veces se pone muy malito, pero de llevarle al veterinario nada de nada. Le meto en la ducha con agua fría y suele ser mano  de santo: sale de ella fresco como una lechuga y sin los achaques previos. Trata de lamerme, supongo que para agradecerme su mejoría, ocasión que aprovecho para ponerle el bozal y meterle una guindilla por el culo. El bicho se desquicia ante el prurito insoportable y se arrastra por el suelo tratando de quitársela, con el efecto contrario, lógicamente.
              Tras esta serie de tormentos, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, el animalito da síntomas de hallarse verdaderamente fuera de sí, y cuando le saco a pasear a la calle intenta darse a la fuga, cosa que lograría si yo no lo llevase amarrado en corto con la correa (y el bozal siempre puesto, desde luego). Cuando volvemos a casa el animal no quiere entrar y se revuelca de mala manera en los jardines frente al portal para que, por el amor de Dios, no lo consigamos. Pero de eso nada, al final regresamos felizmente al hogar que el pobre debe haber tomado como una sucursal de Mathausen, aunque ese nombre no le diga nada. Todo indica que la neurosis experimental que estoy intentando provocar en el chucho está en marcha, porque al llegar lo que hace de inmediato es tumbarse en su sitio y no moverse en absoluto a pesar de estar temblando como un flan. Verle así me descompone un tanto y con frecuencia, como no puedo aguantarlo, le doy con la zapatilla para que espabile.

Le hago toda esta serie de putadas y alguna más que ya no me tomo la molestia de describir pero que no son menores, y me siento una mala persona a pesar del objetivo supuestamente teórico de mi experimento, incluso un verdadero cabrón, pero a la postre para tranquilizarme me digo que después de todo no es para tanto ¿Acaso no fue peor el marqués de Sade, al que por cierto le llegaron a llamar  el divino? ¿Cómo habría que considerar entonces sus 120 días de Sodoma y a su, llamémosla para abreviar, amiguita la condesa de Báthory? Joder, pues mucho peor, porque a mí nunca se me ha ocurrido obligar a Federico, que así se llama el chucho, a comerse su caquita y mucho menos a sacarle los menudillos. Claro que sobre lo primero siempre se podría objetar que con lo poco que come no tendría suficiente, y sobre lo segundo que me pondría el piso hecho un cristo, que, por cierto, ya lo está bastante. Además el divino marqués y la sangrienta condesa, jamás, que yo sepa, se sentían culpables de las inmensas putadas que hacían a las chicas y efebos que se trajinaban, y yo, sin embargo, debo confesar que me siento fatal, y tan culpable que muchas noches me despierto muy agitado y con taquicardia. En esas ocasiones dejo a Federico tranquilo, y soy yo el que me ducho con agua fría. Luego me echo en la cama mojado y todo, a ver si de una vez me agarro una neumonía de cojones y me voy para el otro barrio de una puta vez, y dejo de hacer sufrir al pobre animal, que es un buen chico, por decir algo, al que me he empeñado en hacer la vida imposible ¡seré cabrón! Creo que en cualquier momento le voy a liberar, y de alguna manera voy a tratar de convencerle de que me muerda bien mordido, pero estoy convencido que se vendrá conmigo y se liará a lametones para tranquilizarme. El pobrecillo, como todos los de su especie, es un romántico incurable y seguro que trata de convencerme ¡ay que joderse! de que a pesar de todo soy una buena persona.
       

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