Nadie sabe a ciencia
cierta cuando Jesusín se empezó a reír. El hecho es que cuando ingresó en el
psiquiátrico varios años después no dejaba de hacerlo, y la verdad es que
oyéndole, uno tenía la sensación de que no era una risa estereotipada ni meramente
compulsiva, una especie de tic, sino una risa bien fundamentada. En resumidas
cuentas, daba la impresión de que verdaderamente se estaba riendo de algo.
Desgraciadamente no lo recuerdan ni sus más allegados. En cualquier caso, tal
hecho se vio pronto acompañado por otro no menos llamativo, el movimiento que Jesusín
imprimía a su cuerpo en pleno ataque de risa, viniera o no a cuento. Este
movimiento estaba compuesto por otros dos que se superponían, el primero una
especie de bamboleo rotatorio de las caderas, y el segundo un cimbreo lateral, que
recordaban a poco de que se estuviera atento, a los que efectúan los ciclistas
cuando están llegando a la meta al sprint. Lógicamente en el caso de
este hombre tal movimiento era más sosegado, a pesar de lo cual en alguna
ocasión tuve la impresión de que se trataba de uno de los esforzados de la ruta, que al tiempo de
estar a punto de cruzar la línea de llegada, se desternillaba de la risa que le producía su victoria.
Con el tiempo, sin embargo,
todo hay que decirlo, Jesusín se fue calmando y sus movimientos se hicieron
menos evidentes, apenas un contoneo lateral, acompañado, eso sí, de una
incipiente agitación multidireccional de brazos, cuya finalidad podía ser un
intento inconsciente de calmarse. Desgraciadamente la relativa tranquilidad que
parecía ir adquiriendo en el transcurso de los días, pronto se vio truncada por
la irrupción de una incesante verborrea sobre lo primero que se le venía a la
cabeza (o al menos eso es lo que parecía al principio dada su
ininteligibilidad). El resultado final después de prestar mucha atención a sus
palabras, fue que se reía de lo que él mismo decía, lo que al parecer le hacía
muchísima gracia. El paroxismo de sus actuaciones se alcanzaba en los momentos
en los que las tres características señaladas se daban al mismo tiempo: la
risa, el sprint y la verborrea. Y fue en una de estas crisis cuando el
doctor, avisado por sus familiares, decidió que era preciso ponerle una camisa
de fuerza e internarlo.
Hace ya varios años que Jesusín vive en el
Psiquiátrico Provincial al cuidado de las hermanas Picoletas, que le tratan con
el cuidado y mimo que este tipo de personas requiere, aunque tal cosa no quiere
decir que en determinadas ocasiones no se le aplique la conocida popularmente
como terapia de la manguera (o duchas de agua fría en su defecto)
para hacerle volver a sus cabales. Además empiezan a ser populares entre el
resto de los pacientes (y los familiares que les visitan los fines de semana),
las actuaciones teatrales de Jesusín. Las monjas se han dado cuenta que
sacándole en el teatrillo que se monta al efecto en la sala de visitas para
amenizar las tardes de los sábados, sus movimientos espasmódicos y su
incansable verborrea causan en los espectadores tal regocijo que poco más tarde
acuden a la cena y se van a dormir mucho más relajados
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