A pesar de tu dolor, hay
lugares en el mundo donde se celebran fiestas
en las que los asistentes gritan alborozados por una felicidad que les
desborda. Puede estar sucediendo ahora mismo en un lugar de California, a
orillas del océano Pacífico llamado Pacific Palisades, y para nada podría ser
considerado una injusticia. En todo caso, como un ejercicio de homeostasis, con
el que el mundo trata de compensar sus desajustes, especialmente si a este le
consideramos un ser vivo, la Gaia imaginada por James Lovelock.
Por grande que sea la
injusticia y los pobres del mundo no encuentren reposo para sus vidas
miserables, los leones y las hienas del Serenguetti no disminuirán un ápice la
ferocidad que los caracteriza, y si a algunos de aquellos se le ocurriera
adentrarse en la sabana, serían devorados con un furor que para nada tendría en
consideración el salario mínimo interprofesional ni el producto interior bruto
de sus depauperados países. Y quizás no estemos hablando solo de la selva.
No estás de acuerdo, dices
cuando afirmo que la diferencia entre salarios no hace sino aumentar con el
paso del tiempo, pues opinas que en realidad la verdadera riqueza es la
interior, y que por lo tanto la felicidad poco tiene que ver con el dinero.
Dudas, sin embargo, e incluso llegas a ponerte agresivo conmigo cuando te
propongo que a partir de tal consideración, podrías repartir tus pertenencias
entre los pobres y decidas ser uno más de ellos. Y de ninguna manera aceptas
ser feliz vendiendo pañuelos en los semáforos, a pesar de tener varios muy
cerca de tu casa.
La felicidad te colma y es
cierto que te lo mereces pues trabajaste duro, fuiste un buen ciudadano y
supiste gestionar con éxito los innumerables problemas que tu vida te ha ido
presentando. Llega ya, sin embargo, el momento en el que de poco te servirá tu contento
o las buenas notas merecidas que te has de llevar al hacer el balance de tu
paso por este planeta. Como mucho, al parecer, más allá te esperarán
inútilmente unas dudosas huríes de ojos negros y mirada profunda, o una luz
blanca. Y quizás más que blanca inquietante, demasiado blanca, cegadora.
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