martes, 30 de octubre de 2018

CEGUERAS


A pesar de tu dolor, hay lugares en el mundo donde se celebran fiestas  en las que los asistentes gritan alborozados por una felicidad que les desborda. Puede estar sucediendo ahora mismo en un lugar de California, a orillas del océano Pacífico llamado Pacific Palisades, y para nada podría ser considerado una injusticia. En todo caso, como un ejercicio de homeostasis, con el que el mundo trata de compensar sus desajustes, especialmente si a este le consideramos un ser vivo, la Gaia imaginada por James Lovelock.


Por grande que sea la injusticia y los pobres del mundo no encuentren reposo para sus vidas miserables, los leones y las hienas del Serenguetti no disminuirán un ápice la ferocidad que los caracteriza, y si a algunos de aquellos se le ocurriera adentrarse en la sabana, serían devorados con un furor que para nada tendría en consideración el salario mínimo interprofesional ni el producto interior bruto de sus depauperados países. Y quizás no estemos hablando solo de la selva.


No estás de acuerdo, dices cuando afirmo que la diferencia entre salarios no hace sino aumentar con el paso del tiempo, pues opinas que en realidad la verdadera riqueza es la interior, y que por lo tanto la felicidad poco tiene que ver con el dinero. Dudas, sin embargo, e incluso llegas a ponerte agresivo conmigo cuando te propongo que a partir de tal consideración, podrías repartir tus pertenencias entre los pobres y decidas ser uno más de ellos. Y de ninguna manera aceptas ser feliz vendiendo pañuelos en los semáforos, a pesar de tener varios muy cerca de tu casa.


La felicidad te colma y es cierto que te lo mereces pues trabajaste duro, fuiste un buen ciudadano y supiste gestionar con éxito los innumerables problemas que tu vida te ha ido presentando. Llega ya, sin embargo, el momento en el que de poco te servirá tu contento o las buenas notas merecidas que te has de llevar al hacer el balance de tu paso por este planeta. Como mucho, al parecer, más allá te esperarán inútilmente unas dudosas huríes de ojos negros y mirada profunda, o una luz blanca. Y quizás más que blanca inquietante, demasiado blanca, cegadora.

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