domingo, 21 de octubre de 2018

GATOS


Hay momentos en la vida de Agustín Ramírez Zarrabeitia muy importantes, extraordinariamente importantes. Tan importantes, concluiríamos, que toda evaluación se quedaría corta, pues le hace sentir un hombre por encima de toda medida. Él cree que no hay nada en la naturaleza ni remotamente parecido, teniendo en cuenta que para él el hecho de ser hombre es la cosa más sublime que podía haberle sucedido. Y nos referimos como es natural a su especie de homo sapiens, hasta el punto de ser partidario del llamado principio antrópico, aquel que afirma (aunque las pruebas no sean en absoluto determinantes) que el universo desde su creación, ha evolucionado con el único propósito de que acabe surgiendo el ser humano. La teoría de la evolución de Darwin le tiene sin cuidado, aunque es de la opinión que si para llegar a ser hombre o mujer tuvimos que pasar por el mono, no tiene ningún inconveniente en aceptarlo. Como tampoco lo tendría, por cierto, si para ello hubiera evolucionado a partir de un cuadrúpedo de la sabana africana, eso que quede claro (algo sugerido por algunos científicos de la república de Guanabudú, a partir de la cebra)
             Pero volviendo a la afirmación con la que se iniciaron estas líneas, en las que se afirmaba la extraordinaria importancia de algunos momentos de su vida, Agustín insiste en que estos se dan principalmente cuando se relaciona con otros seres vivos, sean o no de su  propia especie. Suele poner el ejemplo de sus nietos, a los que cuando ve, parece entrar en una especie de éxtasis desorbitado (¿hay algún éxtasis que no lo sea?) hasta el punto de ser invadido casi de inmediato por una catatonia paralizante de tanta felicidad, y debe ser sentado en un sillón con almohadones para que pueda gozar intensamente mientras los chiquillos juegan a su alrededor a sus anchas, y alguno exclama “al abuelo ya le ha dado otra de las suyas”. Siendo este el caso más paradigmático, sin embargo no es el único, pues con una especie nada parecida a la humana, hablamos de los felinos llamados gatos, le sucede aproximadamente lo mismo, ya que adorándolos, tiene que prescindir de ellos, pues cada vez que se ha llevado uno a casa, ambos han tenido que ser rescatados a punto de morir por deshidratación, a pesar de que Agustín parecía seguir gozando del trance en su sillón de orejas.
                      Queda claro a estas alturas que el arrobo de nuestro personaje no es algo de lo que solo él está al corriente, sino que también lo están sus familiares próximos y algunos allegados, que jamás le dejan solo más allá de veinticuatro horas, no fuera a ser que por cualquier motivo, hubiera entrado en trance con las desagradables consecuencias mencionadas.

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