Soy especialista en sueños
intersticiales, aquellos que sin poder llamarse estrictamente sueños, tampoco
podrían llamarse duermevelas. Digamos que se trata de un estado en el que de
ninguna manera se puede dar lugar al ya, aunque quizás pudiera
ser apropiado, y con eso espero que quede clara suficientemente la situación. O
al menos yo no soy capaz de afinar más
el concepto. Supuesto todo lo anterior, digamos que por la mañana, una vez
realizadas dentro de nuestra habitación todas las funciones que se suponen
adecuadas para dos seres humanos que hacen noche en una ciudad desconocida de
un país extranjero, nos dirigimos al comedor a eso de las ocho y media de la
mañana donde se sirve el desayuno a partir de las 07.00 a.m. Al finalizar (ambos
somos muy rápidos sirviéndonos las viandas del buffet e ingiriéndolas),
llegamos a la siguiente conclusión: aprobado alto pero nada más. El café estaba
bueno pero la mermelada dejaba bastante que desear. Al salir a la calle, casi
de noche, nos acordamos con cariño y cierto detalle de las palomas, las
gaviotas y las avutardas que tan amena nos hicieron la tarde anterior, cada
cual en distinto orden de cosas, sobre todo el virtual. En esos momentos
el silencio era casi absoluto, y por raro que parezca ni siquiera podía oírse
el estrépito que desde bien temprano suele generar el tráfico matinal, cuando
todo el mundo se dirige a su trabajo. De ello colegimos pronto que debía
tratarse de un día festivo en aquel país, y que por lo tanto sus
ciudadanos se dedicaban a remolonear en
la cama mientras en determinados lugares de la península ibérica los más
avispados ya estarían dando fin a su café con picatostes.
¿A dónde ir? Quizá a esas horas ya habrían
abierto algunos museos, y se nos ocurrió para ser coherentes con nuestra
actuación del día anterior, visitar el de ornitología, donde podríamos
enterarnos con más detalle de las características de nuestras amadas aves. Y no
solo a las mencionadas, sino a otras muchas que con seguridad albergan los
parques de esta populosa ciudad. Ya se sabe que, hoy en día, cualquier urbe
medianamente importante cuenta con los susodichos, y más si tienen quinientos o
más años de antigüedad, algo frecuente en el Viejo Mundo, donde estamos. Y no
digo nada si llegan a entroncar con Grecia o la antigua Roma, con las que ya
nos plantaríamos a dos o dos mil quinientos años desde su fundación. Y no digo
nada si se remontase a los sumerios. De la escritura cuneiforme hablaremos otro
día, no hay que impacientarse.
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