domingo, 29 de abril de 2018

RENUNCIAS


Cuando la luz se apaga y da paso a una noche que no se prolongará demasiado, sé  que no soy el único que trato de dormir pronunciando tu nombre.  Hay otros paredaños, o en todo caso, próximos, que lo invocan,  y desean que descienda sobre ellos la oscuridad,  que al menos de momento, les permita olvidarlo.  Y tú sabes que no hablo solo de ti, sino también de otros  que como yo el tuyo,  traen todos a este cautiverio tratando de olvidarlos: renuncias que uno se impone cuando,  por razones que ignora,  no es capaz de vivir sin un puñal clavado en el corazón.  Masoquismo, dicen los entendidos,  que nos hace disfrutar con la negación de lo más amado, que viene ser como una forma superior de entrega, pues en ella no solo se da la emoción del instante, sino la que alienta dentro de cada uno toda la vida.  No es fácil de entender, y menos de aceptar  por quien no ha disfrutado de esta clase de amor,  que hace de la negación su virtud más sublime. 
Decidí entrar en Clausura en el preciso momento que tuve totalmente claro que mi vida sin ti sería inexplicable, y que en ella solo cabría el sinsentido y la miseria, pues fui consciente de que aquella forma de amor profano era pura banalidad, y de hecho su condena de antemano, pues llegaría el tiempo en los que la frecuentación y la familiaridad harían de nuestra relación pura rutina.  Y yo, en aquél momento fui egoísta, y no quise admitir que aquella  pasión que me embargaba podría diluirse poco después en la trivialización de la convivencia y la tristeza de la entrega de unos cuerpos hechos para la finitud y el acabamiento.  De ninguna manera quería admitir lo que en su día dijo el poeta francés:”la chair est triste, hélas!, et j’ai dejà lu tous les livres” (*). Era un egoísmo intenso, un furor que me hizo comprender en el instante en que me sentía más cerca de ti, que solo la renuncia podría preservarte a mi lado. 
Ha pasado ya mucho tiempo, y como podrás suponer no sé nada de ti, pues la Regla nos prohíbe el acercamiento a los seres amados de este mundo, y desde un principio decidí que solo olvidándote podría hacerte presente como cuando te conocí, sin los avatares que sin duda se habrán presentado en tu vida y que puedo imaginar, pero no saber.  A veces mi corazón se enternece,  y pienso que quizás  me recuerdas, y sientes la punzada de tristeza que a mi mismo me alcanza en ocasiones.  No sabes como en los momentos más insospechados cruza tu sombra delante de mis ojos: meditando en los misterios de la vida del Señor en los Maitines, o cuando caminamos fraternalmente por el claustro rezando nuestras oraciones. Y sobre todo, cuando en la huerta, me afano trabajando la tierra que se abre ante mi como una grieta a la que miro absorto recordando tu sonrisa.  La misma que no me abandona en los momentos más duros, instantes en los que por un momento envidio a la gente que pasea,  feliz  o atribulada, al otro lado del muro que nos separa del mundo.  Sin embargo, últimamente, y debo confesarte esto al final con cierta tristeza, incluso con amargura, son cada vez más frecuentes los momentos en que mi cabeza parece haberse vaciado del mínimo rastro de emoción, como si la vida aconteciera siguiendo un destino ineluctable que todo lo iguala. Y de la misma manera que evoco tu sonrisa , puedo extasiarme ante acontecimientos minúsculos, e incluso ante la pura visión de algo que antes ni percibía, y que lo mismo puede ser el vuelo de una mariposa, una flor entreabierta o un escarabajo que se pasea perezosamente sobre una hoja de lechuga. Ya me lo dijo en su día el padre prior: hermano, prepárate, pues cuando menos te lo esperes se producirán en ti unos cambios que no sabrás explicarte, y que harán que a partir de ese momento no haya vuelta atrás.  Creo que esto me está sucediendo ahora, y a pesar de lo que te dije al principio, ya hay noches en los que al poco de irse la luz, solo percibo una oscuridad tenue que me va rodeando y en la que parezco diluirme, sumergiéndome en ella como quien cae en un pozo que parece no tener fin. Tú ya no estás allí, mi amor, ni sé dónde buscarte. 

(*) El monje se refiere a los famosos versos del poeta francés Stéphane Mallarmé:   ”La carne es triste ¡ay! y (ya) he leído todos los libros”. 

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